A lo largo de los siglos el confucianismo experimentó numerosas
transformaciones: en el siglo II a.e.c. se convirtió en religión
oficial, entre los siglos III-VII acusó el contacto con el taoísmo y el
budismo, y en el siglo XIX sufrió la presión europea, que dio un vuelco
al pensamiento confucianista.
Desde
la muerte de Confucio hasta el siglo II a.e.c. se puede hablar de una
etapa formativa del mensaje confuciano. Esta etapa coincide con una
época complicada para el país, en la que no había un gobierno estable y
los letrados (ju-chia = hombres débiles) estaban en desventaja
frente a los hombres de guerra. Ni Confucio ni Mencio consiguieron el
apoyo que buscaban en sus gobernantes para llevar a cabo su programa
político regenerador, al contrario, los gobernantes en algunos casos
persiguieron a los confucianistas y quemaron sus escritos, como ocurrió
durante la dinastía Ch'in, ya que tendían a idealizar a los gobernantes
del pasado y los presentaban comparándolos con los del presente, que
siempre resultaban desfavorecidos.
En
esta etapa formativa se desarrollaron interpretaciones diferentes
respecto de la naturaleza humana, asunto en el que Confucio no expresó
ninguna opción. Mientras Mencio defendía la intrínseca bondad del ser
humano, Hsün-tzu (298?-238? a.e.c.) planteaba su intrínseca maldad;
estas interpretaciones eran indiferentes desde el punto de vista
religioso, ya que la moral confuciana tenía de todas formas un interés
idéntico: servía tanto para sujetar al malo de naturaleza como para
fortalecer al bueno.
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