martes, 11 de junio de 2013

MAESTRO.

 I. En Mce, los términos «maestro» (gr. didáskalos), «enseñar» (didásko), describen una relación de Jesús limitada al grupo de seguidores procedentes del judaísmo, para los que Mc reserva el apelativo de «discípulos». El término «Rabbí» (el que enseña ajustándose a la tradición rabínica) se encuentra tres veces, dos en boca de Pedro (9,5; 11,21), el que niega a Jesús, y una en la de Judas (14,45), el que lo traiciona. «Rabbuní», forma aramea de «maestro», aparece en boca del ciego curado (10,51), figura de los discípulos.

En Mt, según su concepción universalista del nuevo Israel, los términos «maestro» y «enseñar» se refieren a la relación de Jesús con su entera comunidad. Jesús prohíbe que los suyos se dejen llamar o se llamen entre ellos «Rabbi», porque él es su único maestro (23,7s). Judas es el único que lo usa con Jesús (26,25.49).

Aunque Le distingue los dos grupos de seguidores (procedentes y no procedentes del judaísmo) dentro de la comunidad, llama «discípulos» a todos y, correlativamente, Jesús es para todos «el maestro».
No aparece en Lc el apelativo «Rabbí», está sustituido en boca de los discípulos por el término «jefe» (gr. epistátés, el encargado de dirigir un grupo), que de algún modo lo traduce (5,5; 8,24.45; 9,33.49; cf. 17,13).

 II. Jn presenta «maestro» y «rabbí» como equivalentes (1,38), aunque Jesús nunca se aplica el segundo. Los discípulos llaman a Jesús «Maestro/el Maestro» (4,31; 9,2; 11,8.28); también la gente (6,14). El término «Rabbí», usual para designar a los maestros de la Ley, aplicado a Jesús por los que han sido discípulos del Bautista (1,38) y por Nicodemo (3,2), se cambia en «Rabbuní» (Maestro, forma aramea) después de la resurrección (20,16). «Rabbí» fue el punto de partida, antes de conocer a Jesús; «Rabbuní» el de llegada, después que su enseñanza ha culminado dando su vida en la cruz. Jesús es maestro de un modo nuevo.

En Jn, Jesús enseña dos veces: en una reunión en Cafarnaún (6,59) y en el templo (7,14.28; 8,20). La primera vez explica la señal de los panes realizada el día antes (6,1ss), culminando su enseñanza con el anuncio del don de su carne (su humanidad) para que el mundo tenga vida (6,51) y en la exhortación a comer su carne y beber su sangre (6,53ss); contiene así los dos aspectos del mandamiento del amor (13,34), expresado en la eucaristía: el don que hace Jesús de sí mismo y la respuesta del hombre: asimilar su conducta a la vida y muerte de Jesús (carne y sangre).

La segunda vez enseña Jesús en el templo, centro de la enseñanza oficial. El saber de Jesús provoca extrañeza en los dirigentes (7,15). Su doctrina entra en conflicto con la de los dirigentes, que ejercen el magisterio oficial, para el que reclaman origen divino (9,29).
Propone entonces Jesús la condición para ser capaz de juzgar si una doctrina procede o no de Dios: querer realizar su designio (7,17), promoviendo en el hombre la plenitud de vida (1,4; cf. 10,10); quien esté en sintonía con el designio comprenderá que su doctrina es de Dios. Por otra parte, toda doctrina que redunda en gloria o prestigio del que la propone es un invento humano; sólo es de fiar el que no busca su propia gloria, sino la del que lo ha enviado (7,18).

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