El padre Roger Ponceel trabajando con familias de guerrilleros en El Salvador, 1968.
En El
Salvador en 1989 fueron asesinados Ignacio Ellacuría, que era jesuita y
rector de la Universidad Centroamericana de El Salvador, y cinco
profesores más.
También
Óscar Arnulfo Romero, arzobispo de San Salvador, fue asesinado en 1980
mientras celebraba misa en la catedral. Estos religiosos defendían una
tendencia ideológica llamada teología de la liberación, basada en la
necesidad de la liberación de la miseria de las poblaciones oprimidas y
en particular de los indígenas.
Estas
muertes eran la respuesta de algunos grupos violentos a la forma de
entender el catolicismo que proponían los asesinados. La causa de estos
asesinatos pudo estar en que algunos pensaron que, matando, dejaría de
escucharse su mensaje, la voz de estos hombres de paz.
La
teología de la liberación, que ha tenido en Iberoamérica sus principales
exponentes y fue muy activa entre los años 1970 y 1990, defiende que la
iglesia católica ha de concentrarse de modo preferencial en ayudar a
los pobres. De esta manera la iglesia de América Latina intenta buscar
soluciones a la opresión y el subdesarrollo de la población. Los
ideólogos más importantes de la teología de la liberación son Gustavo
Gutiérrez y Leonardo Boff.
Esta teología es una reflexión que comenzó después del concilio Vaticano II y la conferencia de Medellín en 1968.
Aunque
Juan Pablo II criticó duramente a los teólogos de la liberación,
anteriormente, en marzo de 1967, el papa Pablo VI ofreció al mundo su
encíclica Populorum Progressio que planteaba la «necesidad de
promover el desarrollo de los pueblos». Como consecuencia directa del
concilio Vaticano II, la encíclica aludía a la situación marginal del
tercer mundo, y a la situación desigual de desarrollo. Su idea del
hombre era la cristiana, pero con aspiraciones radicalmente distintas a
las mantenidas hasta entonces por los textos de los papas: «verse
libre de la miseria, [...] participar todavía más en las
responsabilidades, fuera de toda opresión y al abrigo de situaciones que
ofenden su dignidad de hombres».
La
encíclica finalmente subrayaba la necesidad de la solidaridad con los
más necesitados y pedía una conformación mundial para ayudar a los
países pobres: «Pedimos la constitución de un fondo mundial
alimentado con una parte de los gastos militares, a fin de ayudar a los
más desheredados. Solo una colaboración mundial, de la cual un fondo
común sería al mismo tiempo símbolo e instrumento, permitiría superar
las rivalidades estériles y suscitar un diálogo pacífico y fecundo entre
todos las pueblos».
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