Bibliografía, 3.
Centralidad de la
Eucaristía, 3. -Reserva de la Eucaristía, 4. -La adoración eucarística
dentro de la Misa, 4. -Primeras manifestaciones del culto a la Eucaristía fuera
de la Misa, 4. -Aversión y devoción en el siglo XIII, 5. -Santa Juliana de
Mont- Cornillon y la fiesta del Corpus Christi, 7. -Celebración del Corpus y
exposiciones del Santísimo, 8. Las Cofradías eucarísticas, 8. -La piedad
eucarística en el pueblo católico, 9. -Congregaciones religiosas, 10.
-Congresos eucarísticos, 11. -La piedad eucarística en otras confesiones
cristianas, 11.
-Maestros
espirituales de la devoción a la Eucaristía, 12.-Frutos de la piedad eucarística,
15. -¿Deficiencias en la devoción eucarística?, 16. -Hubo deficiencias, 18.
-Deficiencias del lenguaje piadoso, 19. -Deficiencias históricas, 19. -Renovación
actual de la piedad eucarística, 20. -Diversas modalidades de la presencia de
Cristo en su Iglesia, 20. -El fundamento primero de la adoración, 21.
-Sacrificio y Sacramento, 22. -Devoción eucarística y comunión, 22. -Adoración
eucarística y vida espiritual, 23. -Adoración y ofrenda personal, 23. -Adoración
y súplica, 24. -Adoremos a Cristo, presente en la Eucaristía, 24. -Sagrarios
dignos en iglesias abiertas, 26. -Devoción eucarística y esperanza escatológica,
27. -Los sacerdotes y la adoración eucarística, 28. -La devoción eucarística
después del Vaticano II, 29. -Secularización o sacralidad, 30.
Bibliografía, 32.
Hermann Cohen, 32.
-Una conversión eucarística, 33. -Proyecto de Hermann aprobado por Mons. de la
Bouillerie, 34. -Nace la Adoración Nocturna, 35. -Obra providencial para
tiempos duros de la Iglesia, 35. -Primeras vigilias de la Adoración Nocturna,
35. -El padre Hermann, carmelita, 36. -El apóstol de la Eucaristía, 36.
-Jesucristo es hoy la Eucaristía, 37.
Las vigilias
de la antigüedad, primer precedente de la AN, 38. -Otros precedentes, 40. -La
Adoración Nocturna en España, 40. -La Adoración Nocturna en el mundo, 41.
-Naturaleza de la Adoración Nocturna, 41. -Fines principales, 41. -Fines
complementarios, 42. -Vigilias mensuales, 43. -Espíritu, 44. -En 1848, hace
ciento cincuenta años, 47. -Dios lo quiere, 48.
Importancia del Manual
de la Adoración Nocturna, 49. -La Liturgia de las Horas, 50. -Esquema de
una vigilia, 50. -Reunión previa, 51. -Rosario y confesiones, 51. -Vísperas,
52. -Celebración de la Eucaristía, 52. -Oración de presentación de
adoradores, 53. -Turnos de vela, 53. -Laudes, 54. -Bendición final, 54. -Dios
lo quiere, 44.
Apéndice
La Adoración
Nocturna Española
Indice, 59.
I
La adoración eucarística
Bibliografía. Ritual
de la Sagrada Comunión y del culto a la Eucaristía fuera de la Misa,
Comisión episcopal española de Liturgia, Madrid 1979.
Angot, M-B., Las
casas de adoración, Herder, Barcelona 1995; Arnau, R., La oración
ante el Santísimo Sacramento como comportamiento eclesial, «Teología
Espiritual» 26 (1982) 85-98; Bertaud, É., Dévotion eucharistique;
esquisse historique, DSp IV, 1621-1637; Bourbonais, G., L'adoration
eucharistique aujourd'hui, «Vie Consacrée» 42 (1970) 65-88; Crocetti,
G., L'adorazione a Cristo Redentore presente nell'Eucaristia, «La
Scuola Cattolica» 110 (1982) 3-28; Fortún, F. X., OSB, El
Sagrario y el Evangelio, Rialp, Madrid 1990; González, C., La
adoración eucarística, Paulinas, Madrid 1990; González, ven. M., Qué
hace y qué dice el Corazón de Jesús en el Sagrario, EGDA, Madrid 198612;
Iraburu, J. M., La adoración eucarística nocturna, A. N. E.
Pamplona, 1999; Molien, O., Adoration, DSp I, 210-222; Jungmann,
J. A., El sacrificio de la Misa, BAC 68, Madrid 19593;
Longpré, É., Eucharistie et expérience mystique, DSp IV,
1586-1621; Olivar, A., El desarrollo del culto eucarístico fuera de
la Misa, «Phase» 135 (1983) 187-203; Ramos, M. - Tena, P. - Aldazábal,
J., El culto eucarístico, Cuadernos «Phase», CPL, Barcelona 1990; Roche,
J., Le culte du Saint-Sacrement hors Messe, «Esprit et vie» 92
(1982) 273-281; Sadoux, D.-Gervais, P., L'adoration eucharistique,
«Vie consacrée» (1983) 85-97; Sayés, J. A., La presencia real de
Cristo en la Eucaristía, BAC 386, Madrid 1976; Solano, J., Textos
eucarísticos primitivos, BAC 88 y 118, Madrid 19782 y
19792; Tena, P., La
adoración eucarística. Teología y espiritualidad, «Phase» 135
(1983) 205-218; Tena, P. - González, C. - Alvarez, L. F. - Dalla Mutta, R. -
Sirboni, S. - Morin, G., Adorar a Jesucristo eucarístico, Cuadernos
«Phase», CPL, Barcelona 1994; Van Doren, Dom Rombaut, La réserve
eucaristique, «Questions Liturgiques» 63 (1982) 234-242; Vassali, G.
- Núñez, E. G. - R. Fortin, R., Culte de la Présence réelle
et Magistère, DSp IV, 1637-1648.
1
Centralidad de la
Eucaristía
Desde el principio
del cristianismo, la Eucaristía es la fuente, el centro y el culmen de toda
la vida de la Iglesia. Como memorial de la pasión y de la resurrección de
Cristo Salvador, como sacrificio de la Nueva Alianza, como cena que anticipa y
prepara el banquete celestial, como signo y causa de la unidad de la Iglesia,
como actualización perenne del Misterio pascual, como Pan de vida eterna y Cáliz
de salvación, la celebración de la Eucaristía es el centro indudable del
cristianismo.
Normalmente, la
Misa al principio se celebra sólo el domingo, pero ya en los siglos III y IV se
generaliza la Misa diaria.
La devoción
antigua a la Eucaristía lleva en algunos momentos y lugares a celebrarla en un
solo día varias veces. San León III (+816) celebra con frecuencia siete y aún
nueve en un mismo día. Varios concilios moderan y prohiben estas prácticas
excesivas. Alejandro II (+1073) prescribe una Misa diaria: «muy feliz ha de
considerarse el que pueda celebrar dignamente una sola Misa» cada día.
Reserva de la
Eucaristía
En los siglos
primeros, a causa de las persecuciones y al no haber templos, la conservación
de las especies eucarísticas se hace normalmente en forma privada, y tiene por
fin la comunión de los enfermos, presos y ausentes.
Esta reserva de la
Eucaristía, al cesar las persecuciones, va tomando formas externas cada vez más
solemnes.
Las Constituciones
apostólicas -hacia el 400- disponen ya que, después de distribuir la
comunión, las especies sean llevadas a un sacrarium. El sínodo de
Verdun, del siglo VI, manda guardar la Eucaristía «en un lugar eminente y
honesto, y si los recursos lo permiten, debe tener una lámpara permanentemente
encendida». Las píxides de la antigüedad eran cajitas preciosas para
guardar el pan eucarístico. León IV (+855) dispone que «sólamente se pongan
en el altar las reliquias, los cuatro evangelios y la píxide con el Cuerpo del
Señor para el viático de los enfermos».
Estos signos
expresan la veneración cristiana antigua al cuerpo eucarístico del Salvador y
su fe en la presencia real del Señor en la Eucaristía. Todavía, sin embargo,
la reserva eucarística tiene como fin exclusivo la comunión de enfermos y
ausentes; pero no el culto a la Presencia real.
La adoración eucarística
dentro de la Misa
Ha de advertirse,
sin embargo, que ya por esos siglos el cuerpo de Cristo recibe de los fieles,
dentro de la misma celebración eucarística, signos claros de adoración, que
aparecen prescritos en las antiguas liturgias. Especialmente antes de la comunión
-Sancta santis, lo santo para los santos-, los fieles realizan
inclinaciones y postraciones:
«San Agustín decía:
"nadie coma de este cuerpo, si primero no lo adora", añadiendo que no
sólo no pecamos adorándolo, sino que pecamos no adorándolo» (Pío XII, Mediator
Dei 162).
Por otra parte, la
elevación de la hostia, y más tarde del cáliz, después de la
consagración, suscita también la adoración interior y exterior de los fieles.
Hacia el 1210 la prescribe el obispo de París, antes de esa fecha es practicada
entre los cistercienses, y a fines del siglo XIII es común en todo el
Occidente. En nuestro siglo, en 1906, San Pío X, «el papa de la Eucaristía»,
concede indulgencias a quien mire piadosamente la hostia elevada, diciendo «Señor
mío y Dios mío» (Jungmann II,277-291).
Primeras
manifestaciones del culto a la Eucaristía fuera de la Misa
La adoración de
Cristo en la misma celebración del Sacrificio eucarístico es vivida, como
hemos dicho, desde el principio. Y la adoración de la Presencia real fuera de
la Misa irá configurándose como devoción propia a partir del siglo IX, con
ocasión de las controversias eucarísticas. Por esos años, al simbolismo
de un Ratramno, se opone con fuerza el realismo de un Pascasio Radberto,
que acentúa la presencia real de Cristo en la Eucaristía, no siempre en términos
exactos.
Conflictos teológicos
análogos se producen en el siglo XI. La Iglesia reacciona con prontitud y
fuerza unánime contra el simbolismo eucarístico de Berengario de Tours
(+1088). Su doctrina es impugnada por teólogos como Anselmo de Laón (+1117) o
Guillermo de Champeaux (+1121), y es inmediatamente condenada por un buen número
de Sínodos (Roma, Vercelli, París, Tours), y sobre todo por los Concilios
Romanos de 1059 y de 1079 (Dz 690 y 700).
En efecto, el pan y
el vino, una vez consagrados, se convierten «substancialmente en la verdadera,
propia y vivificante carne y sangre de Jesucristo, nuestro Señor». Por eso en
el Sacramento está presente totus Christus, en alma y cuerpo, como
hombre y como Dios.
Estas enérgicas
afirmaciones de la fe van acrecentando más y más en el pueblo la devoción a
la Presencia real.
Veamos algunos
ejemplos. A fines del siglo IX, la Regula solitarium establece que los
ascetas reclusos, que viven en lugar anexo a un templo, estén siempre por su
devoción a la Eucaristía en la presencia de Cristo. En el siglo XI, Lanfranco,
arzobispo de Canterbury, establece una procesión con el Santísimo en el
domingo de Ramos. En ese mismo siglo, durante las controversias con Berengario,
en los monasterios benedictinos de Bec y de Cluny existe la costumbre de hacer
genuflexión ante el Santísimo Sacramento y de incensarlo. En el siglo XII, la Regla
de los reclusos prescribe: «orientando vuestro pensamiento hacia la sagrada
Eucaristía, que se conserva en el altar mayor, y vueltos hacia ella, adoradla
diciendo de rodillas: "¡salve, origen de nuestra creación!, ¡salve,
precio de nuestra redención!, ¡salve, viático de nuestra peregrinación!, ¡salve,
premio esperado y deseado!"».
En todo caso,
conviene recordar que «la devoción individual de ir a orar ante el sagrario
tiene un precedente histórico en el monumento del Jueves Santo a partir
del siglo XI, aunque ya el Sacramentario Gelasiano habla de la reserva eucarística
en este día... El monumento del Jueves Santo está en la prehistoria de la práctica
de ir a orar individualmente ante el sagrario, devoción que empieza a
generalizarse a principos del siglo XIII» (Olivar 192).
Aversión y devoción
en el siglo XIII
Por esos tiempos,
sin embargo, no todos participan de la devoción eucarística, y también se dan
casos horribles de desafección a la Presencia real. Veamos, a modo de ejemplo,
la infinita distancia que en esto se produce entre cátaros y franciscanos.
Cayetano Esser, franciscano, describe así el mundo de los primeros:
«En aquellos
tiempos, el ataque más fuerte contra el Sacramento del Altar venía de parte de
los cátaros [muy numerosos en la zona de Asís]. Empecinados en su dualismo
doctrinal, rechazaban precisamente la Eucaristía porque en ella está siempre
en íntimo contacto el mundo de lo divino, de lo espiritual, con el mundo de lo
material, que, al ser tenido por ellos como materia nefanda, debía ser
despreciado. Por oportunismo, conservaban un cierto rito de la fracción del
pan, meramente conmemorativo. Para ellos, el sacrificio mismo de Cristo no tenía
ningún sentido.
«Otros herejes
declaraban hasta malvado este sacramento católico. Y se había extendido un
movimiento de opinión que rehusaba la Eucaristía, juzgando impuro todo lo que
es material y proclamando que los "verdaderos cristianos" deben vivir
del "alimento celestial".
«Teniendo en
cuenta este ambiente, se comprenderá por qué, precisamente en este tiempo, la
adoración de la sagrada hostia, como reconocimiento de la presencia real, venía
a ser la señal distintiva más destacada de los auténticos verdaderos
cristianos. El culto de adoración de la Eucaristía, que en adelante irá
tomando formas múltiples, tiene aquí una de sus raíces más profundas. Por el
mismo motivo, el problema de la presencia real vino a colocarse en el primer
plano de las discusiones teológicas, y ejerció también una gran influencia en
la elaboración del rito de la Misa.
«Por otra parte,
las decisiones del Concilio de Letrán [IV: 1215] nos descubren los abusos de
que tuvo que ocuparse entonces la Iglesia. El llamado Anónimo de Perusa
es a este respecto de una claridad espantosa: sacerdotes que no renovaban al
tiempo debido las hostias consagradas, de forma que se las comían los gusanos;
o que dejaban a propósito caer a tierra el cuerpo y la sangre del Señor, o metían
el Sacramento en cualquier cuarto, y hasta lo dejaban colgado en un árbol del
jardin; al visitar a los enfermos, se dejaban allí la píxide y se iban a la
taberna; daban la comunión a los pecadores públicos y se la negaban a gentes
de buena fama; celebraban la santa Misa llevando una vida de escándalo público»,
etc. (Temi spirituali, Biblioteca Francescana, Milán 1967, 281-282; +D.
Elcid, Clara de Asís, BAC pop. 31, Madrid 1986, 193-195).
Frente a tales
degradaciones, se producen en esta época grandes avances de la devoción eucarística.
Entre otros muchos, podemos considerar el testimonio impresionante de san
Francisco de Asís (1182-1226). Poco antes de morir, en su Testamento,
pide a todos sus hermanos que participen siempre de la inmensa veneración que
él profesa hacia la Eucaristía y los sacerdotes:
«Y lo hago por
este motivo: porque en este siglo nada veo corporalmente del mismo altísimo
Hijo de Dios, sino su santísimo cuerpo y su santísima sangre, que ellos
reciben y sólo ellos administran a los demás. Y quiero que estos santísimos
misterios sean honrados y venerados por encima de todo y colocados en lugares
preciosos» (10-11; +Admoniciones 1: El Cuerpo del Señor).
Esta devoción
eucarística, tan fuerte en el mundo franciscano, también marca una huella muy
profunda, que dura hasta nuestros días, en la espiritualidad de las clarisas.
En la Vida de santa Clara (+1253), escrita muy pronto por el franciscano
Tomás de Celano (hacia 1255), se refiere un precioso milagro eucarístico.
Asediada la ciudad de Asís por un ejército invasor de sarracenos, son éstos
puestos en fuga en el convento de San Damián por la virgen Clara:
«Ésta, impávido
el corazón, manda, pese a estar enferma, que la conduzcan a la puerta y la
coloquen frente a los enemigos, llevando ante sí la cápsula de plata,
encerrada en una caja de marfil, donde se guarda con suma devoción el Cuerpo
del Santo de los Santos». De la misma cajita le asegura la voz del Señor:
"yo siempre os defenderé", y los enemigos, llenos de pánico, se
dispersan» (Legenda santæ Claræ 21).
La iconografía
tradicional representa a Santa Clara de Asís con una custodia en la mano.
Santa Juliana de
Mont-Cornillon y la fiesta del Corpus Christi
El profundo
sentimiento cristocéntrico, tan característico de esta fase de la Edad Media,
no puede menos de orientar el corazón de los fieles hacia el Cristo glorioso,
oculto y manifiesto en la Eucaristía, donde está realmente presente. Así lo
hemos comprobado en el ejemplo de franciscanos y clarisas. Es ahora,
efectivamente, hacia el 1200, cuando, por obra del Espíritu Santo, la devoción
al Cristo de la Eucaristía va a desarrollarse en el pueblo cristiano con nuevos
impulsos decisivos.
A partir del año
1208, el Señor se aparece a santa Juliana (1193-1258), primera abadesa agustina
de Mont-Cornillon, junto a Lieja. Esta religiosa es una enamorada de la Eucaristía,
que, incluso físicamente, encuentra en el pan del cielo su único alimento. El
Señor inspira a santa Juliana la institución de una fiesta litúrgica en honor
del Santísimo Sacramento. Por ella los fieles se fortalecen en el amor a
Jesucristo, expían los pecados y desprecios que se cometen con frecuencia
contra la Eucaristía, y al mismo tiempo contrarrestan con esa fiesta litúrgica
las agresiones sacrílegas cometidas contra el Sacramento por cátaros,
valdenses, petrobrusianos, seguidores de Amaury de Bène, y tantos otros.
Bajo el influjo de
estas visiones, el obispo de Lieja, Roberto de Thourotte, instituye en 1246 la
fiesta del Corpus. Hugo de Saint-Cher, dominico, cardenal legado para
Alemania, extiende la fiesta a todo el territorio de su legación. Y poco después,
en 1264, el papa Urbano IV, antiguo arcediano de Lieja, que tiene en gran estima
a la santa abadesa Juliana, extiende esta solemnidad litúrgica a toda la
Iglesia latina mediante la bula Transiturus. Esta carta magna del
culto eucarístico es un himno a la presencia de Cristo en el Sacramento y al
amor inmenso del Redentor, que se hace nuestro pan espiritual.
Es de notar que en
esta Bula romana se indican ya los fines del culto eucarístico que más
adelante serán señalados por Trento, por la Mediator Dei de Pío XII o
por los documentos pontificios más recientes: 1) reparación, «para
confundir la maldad e insensatez de los herejes»; 2) alabanza, «para
que clero y pueblo, alegrándose juntos, alcen cantos de alabanza»; 3) servicio,
«al servicio de Cristo»; 4) adoración y contemplación, «adorar,
venerar, dar culto, glorificar, amar y abrazar el Sacramento excelentísimo»;
5) anticipación del cielo, «para que, pasado el curso de esta vida, se
les conceda como premio» (DSp IV, 1961, 1644).
La nueva devoción,
sin embargo, ya en la misma Lieja, halla al principio no pocas oposiciones. El
cabildo catedralicio, por ejemplo, estima que ya basta la Misa diaria para
honrar el cuerpo eucarístico de Cristo. De hecho, por un serie de factores
adversos, la bula de 1264 permanece durante cincuenta años como letra muerta.
Prevalece, sin
embargo, la voluntad del Señor, y la fiesta del Corpus va siendo aceptada en
muchos lugares: Venecia, 1295; Wurtzburgo, 1298; Amiens, 1306; la orden del
Carmen, 1306; etc. Los títulos que recibe en los libros litúrgicos son
significativos: dies o festivitas eucharistiæ, festivitas
Sacramenti, festum, dies, sollemnitas corporis o de
corpore domini nostri Iesu Christi, festum Corporis Christi, Corpus
Christi, Corpus...
El concilio de
Vienne, finalmente, en 1314, renueva la bula de Urbano IV. Diócesis y órdenes
religiosas aceptan la fiesta del Corpus, y ya para 1324 es celebrada en todo el
mundo cristiano.
Celebración del
Corpus y exposiciones del Santísimo
La celebración del
Corpus implica ya en el siglo XIII una procesión solemne, en la que se realiza
una «exposición ambulante del Sacramento» (Olivar 195). Y de ella van
derivando otras procesiones con el Santísimo, por ejemplo, para bendecir los
campos, para realizar determinadas rogativas, etc.
Por otra parte, «esta
presencia palpable, visible, de Dios, esta inmediatez de su presencia, objeto
singular de adoración, produjo un impacto muy notable en la mentalidad
cristiana occidental e introdujo nuevas formas de piedad, exigiendo rituales
nuevos y creando la literatura piadosa correspondiente. En el siglo XIV se
practicaba ya la exposición solemne y se bendecía con el Santísimo.
Es el tiempo en que se crearon los altares y las capillas del santísimo
Sacramento» (Id. 196).
Las exposiciones
mayores se van implantando en el siglo XV, y siempre la patria de ellas «es la
Europa central. Alemania, Escandinavia y los Países Bajos fueron los centros de
difusión de las prácticas eucarísticas, en general» (Id. 197). Al principio,
colocado sobre el altar el Sacramento, es adorado en silencio. Poco a poco va
desarrollándose un ritual de estas adoraciones, con cantos propios, como
el Ave verum Corpus natum ex Maria Virgine, muy popular, en el que tan
bellamente se une la devoción eucarística con la mariana.
La exposición del
Santísimo recibe una acogida popular tan entusiasta que ya hacia 1500 muchas
iglesias la practican todos los domingos, normalmente después del rezo de las vísperas
-tradición que hoy perdura, por ejemplo, en los monasterios benedictinos de la
congregación de Solesmes-. La costumbre, y también la mayoría de los
rituales, prescribe arrodillarse en la presencia del Santísimo.
En los comienzos,
el Santísimo se mantenía velado tanto en las procesiones como en las
exposiciones eucarísticas. Pero la costumbre y la disciplina de la Iglesia van
disponiendo ya en el siglo XIV la exposición del cuerpo de Cristo «in
cristallo» o «in pixide cristalina».
Las Cofradías
eucarísticas
Con el fin de que
nunca cese el culto de fe, amor y agradecimiento a Cristo, presente en la
Eucaristía, nacen las Cofradías del Santísimo Sacramento, que «se
desarrollan antes, incluso, que la festividad del Corpus Christi. La de los Penitentes
grises, en Avignon se inicia en 1226, con el fin de reparar los sacrilegios
de los albigenses; y sin duda no es la primera» (Bertaud 1632). Con unos u
otros nombres y modalidades, las Cofradías Eucarísticas se extienden ya a fin
del siglo XIII por la mayor parte de Europa.
Estas Cofradías
aseguran la adoración eucarística, la reparación por las ofensas y desprecios
contra el Sacramento, el acompañamiento del Santísimo cuando es llevado a los
enfermos o en procesión, el cuidado de los altares y capillas del Santísimo,
etc.
Todas estas
hermandades, centradas en la Eucaristía, son agregadas en una archicofradía
del Santísimo Sacramento por Paulo III en la Bula Dominus noster Jesus
Cristus, en 1539, y tienen un influjo muy grande y benéfico en la vida
espiritual del pueblo cristiano. Algunas, como la Compañía del Santísimo
Sacramento, fundada en París en 1630, llegaron a formar escuelas completas
de vida espiritual para los laicos.
Su fundador fue el
Duque de Ventadour, casado con María Luisa de Luxemburgo. En 1629, ella ingresa
en el Carmelo y él toma el camino del sacerdocio (E. Levesque, DSp II,
1301-1305).
Las Asociaciones y
Obras eucarísticas se multiplican en los últimos siglos: la Guardia de
Honor, la Hora Santa, los Jueves sacerdotales, la Cruzada
eucarística, etc.
Atención especial
merece hoy, por su difusión casi universal en la Iglesia Católica, la Adoración
Nocturna. Aunque tiene varios precedentes, como más tarde veremos, en su
forma actual procede de la asociación iniciada en París por Hermann Cohen el 6
de diciembre de 1848, hace, pues, ciento cincuenta años.
La piedad eucarística
en el pueblo católico
Los últimos ocho
siglos de la historia de la Iglesia suponen en los fieles católicos un crescendo
notable en la devoción a Cristo, presente en la Eucaristía.
En efecto, a partir
del siglo XIII, como hemos visto, la devoción al Sacramento se va difundiendo más
y más en el pueblo cristiano, haciéndose una parte integrante de la piedad católica
común. Los predicadores, los párrocos en sus comunidades, las Cofradías del
Santísimo Sacramento, impulsan con fuerza ese desarrollo devocional.
En el crecimiento
de la piedad eucarística tiene también una gran importancia la doctrina del
concilio de Trento sobre la veneración debida al Sacramento (Dz 882.
878. 888/1649. 1643-1644. 1656). Por ella se renuevan devociones antiguas y se
impulsan otras nuevas.
La adoración eucarística
de las Cuarenta horas, por ejemplo, tiene su origen en Roma, en el siglo
XIII. Esta costumbre, marcada desde su inicio por un sentido de expiación por
el pecado -cuarenta horas permanece Cristo en el sepulcro-, recibe en Milán
durante el siglo XVI un gran impulso a través de San Antonio María Zaccaria
(+1539) y de San Carlos Borromeo después (+1584). Clemente VIII, en 1592, fija
las normas para su realización. Y Urbano VIII (+1644) extiende esta práctica a
toda la Iglesia.
La procesión eucarística
de «la Minerva», que solía realizarse en las parroquias los terceros
domingos de cada mes, procede de la iglesia romana de Santa Maria sopra
Minerva.
Las devociones
eucarísticas, que hemos visto nacer en centro Europa, arraigan de modo muy
especial en España, donde adquieren expresiones de gran riqueza estética y
popular, como los seises de Sevilla o el Corpus famoso de Toledo.
Y de España pasan a Hispanoamérica, donde reciben formas extremadamente
variadas y originales, tanto en el arte como en el folclore religioso: capillas
barrocas del Santísimo, procesiones festivas, exposiciones monumentales, bailes
y cantos, poesías y obras de teatro en honor de la Eucaristía.
El culto a la
Eucaristía fuera de la Misa llega, en fin, a integrar la piedad común del
pueblo cristiano. Muchos fieles practican diariamente la visita al Santísimo.
En las parroquias, con el rosario, viene a ser común la Hora santa, la
exposición del Santísimo diaria o semanal, por ejemplo, en los Jueves eucarísticos.
El arraigo
devocional de las visitas al Santísimo puede comprobarse por la abundantísima
literatura piadosa que ocasiona. Por ejemplo, entre los primeros escritos de san
Alfonso María de Ligorio (+1787) está Visite al SS. Sacramento e a Maria
SS.ma, de 1745. En vida del santo este librito alcanza 80 ediciones y es
traducido a casi todas las lenguas europeas. Posteriormente ha tenido más de
2.000 ediciones y reimpresiones.
En los siglos
modernos, hasta hoy, la piedad eucarística cumple una función providencial de
la máxima importancia: confirmando diariamente la fe de los católicos en la
amorosa presencia real de Jesús resucitado, les sirve de ayuda decisiva para
vencer la frialdad del jansenismo, las tentaciones deistas de un iluminismo
desencarnado o la actual horizontalidad inmanentista de un secularismo
generalizado.
Congregaciones
religiosas
Institutos
especialmente centrados en la veneración de la Eucaristía hay muy antiguos,
como los monjes blancos o hermanos del Santo Sacramento, fundados en 1328
por el cisterciense Andrés de Paolo. Pero estas fundaciones se producen sobre
todo a partir del siglo XVII, y llegan a su mayor número en el siglo XIX.
«No es exagerado
decir que el conjunto de las congregaciones fundadas en el siglo XIX
-adoratrices, educadoras o misioneras- profesa un culto especial a la Eucaristía:
adoración perpetua, largas horas de adoración común o individual, ejercicios
de devoción ante el Santísimo Sacramento expuesto, etc.» (Bertaud 1633).
Recordaremos aquí
únicamente, a modo de ejemplo, a los Sacerdotes y a las Siervas del
Santísimo Sacramento, fundados por san Pedro-Julián Eymard (+1868) en 1856
y 1858, dedicados al apostolado eucarístico y a la adoración perpetua. Y a las
Adoratrices, siervas del Santísimo Sacramento y de la caridad, fundadas en
1859 por santa Micaela María del Santísimo Sacramento (+1865), que escribe en
una ocasión:
«Estando en la
guardia del Santísimo... me hizo ver el Señor las grandes y especiales gracias
que desde los Sagrarios derrama sobre la tierra, y además sobre cada individuo,
según la disposición de cada uno... y como que las despide de Sí en favor de
los que las buscan» (Autobiografía 36,9).
Es en estos años,
en 1848, como ya vimos, cuando Hermann Cohen inicia en París la Adoración
Nocturna.
En el siglo XX son
también muchos los institutos que nacen con una acentuada devoción eucarística.
En España, por ejemplo, podemos recordar los fundados por el venerable Manuel
González, obispo (1887-1940): las Marías de los Sagrarios, las Misioneras
eucarísticas de Nazaret, etc. En Francia, los Hermanitos y Hermanitas de
Jesús, derivados de Charles de Foucauld (1858-1916) y de René Voillaume.
También las Misioneras de la Caridad, fundadas por la madre Teresa de
Calcuta, se caracterizan por la profundidad de su piedad eucarística. En éstos
y en otros muchos institutos, la Misa y la adoración del Santísimo forman el
centro vivificante de cada día.
Congresos eucarísticos
Émile Tamisier
(1843-1910), siendo novicia, deja las Siervas del Santísimo Sacramento para
promover en el siglo la devoción eucarística. Lo intenta primero en forma de
peregrinaciones, y más tarde en la de congresos. Éstos serán diocesanos,
regionales o internacionales. El primer congreso eucarístico internacional se
celebra en Lille en 1881, y desde entonces se han seguido celebrando
ininterrumpidamente hasta nuestros días.
La piedad eucarística
en otras confesiones cristianas
Ya hemos aludido a
algunas posiciones antieucarísticas producidas entre los siglos IX y XIII. Pues
bien, en la primera mitad del siglo XVI resurge la cuestión con los
protestantes y por eso el concilio de Trento, en 1551, se ve obligado a
reafirmar la fe católica frente a ellos, que la niegan:
«Si alguno dijere
que, acabada la consagración de la Eucaristía, no se debe adorar con culto de
latría, aun externo, a Cristo, unigénito Hijo de Dios, y que por tanto no se
le debe venerar con peculiar celebración de fiesta, ni llevándosele
solemnemente en procesión, según laudable y universal rito y costumbre de la
santa Iglesia, o que no debe ser públicamente expuesto para ser adorado, y que
sus adoradores son idólatras, sea anatema» (Dz 888/1656).
El anglicanismo,
sin embargo, reconoce en sus comienzos la presencia real de Cristo en la
Eucaristía. Y aunque pronto sufre en este tema influjos luteranos y
calvinistas, conserva siempre más o menos, especialmente en su tendencia
tradicional, un cierto culto de adoración (Bertaud 1635). El acuerdo
anglicano-católico sobre la teología eucarística, de septiembre de 1971, es
un testimonio de esta proximidad doctrinal («Phase» 12, 1972, 310-315). En
todo caso, el mundo protestante actual, en su conjunto, sigue rechazando el
culto eucarístico.
En nuestro tiempo,
estas posiciones protestantes han afectado a una buena parte de los llamados católicos
progresistas, haciendo necesaria la encíclica Mysterium fidei (1965)
de Pablo VI:
En referencia a la
Eucaristía, no se puede «insistir tanto en la naturaleza del signo sacramental
como si el simbolismo, que ciertamente todos admiten en la sagrada Eucaristía,
expresase exhaustivamente el modo de la presencia de Cristo en este sacramento.
Ni se puede tampoco discutir sobre el misterio de la transustanciación sin
referirse a la admirable conversión de toda la sustancia del pan en el cuerpo
de Cristo y de toda la sustancia del vino en su sangre, conversión de la que
habla el concilio de Trento, de modo que se limitan ellos tan sólo a lo que
llaman transignificación y transfinalización. Como tampoco se
puede proponer y aceptar la opinión de que en las hostias consagradas, que
quedan después de celebrado el santo sacrificio, ya no se halla presente
nuestro Señor Jesucristo» (4).
Las Iglesias de
Oriente, en fin, todas ellas, promueven en sus
liturgias un sentido muy profundo de adoración de Cristo en la misma celebración
del Misterio sagrado. Pero fuera de la Misa, el culto eucarístico no ha sido
asumido por las Iglesias orientales separadas de Roma, que permanecen fijas en
lo que fueron usos universales durante el primer milenio cristiano. Sí en
cambio por las Iglesias orientales que viven la comunión católica (+Mysterium
fidei 41). En ellas, incluso, hay también institutos religiosos
especialmente destinados a esta devoción, como las Hermanas eucarísticas
de Salónica (Bertaud 1634-1635).
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