SUMARIO:
I.
El adulto
II.
Cristiano adulto
III.
Personalización de la fe
IV.
Edad critica
V.
Dinamismo permanente.
Adulto
indica una de las edades o fases de la vida, con particular incidencia en el
desarrollo de la vida espiritual. La adultez está insertada en el desarrollo de
las varias edades: infancia, adolescencia, adultez, ancianidad. Su estudio
obedece a los mismos principios y perspectiva en que se afrontan las relaciones
generales entre vida humana y vida espiritual.
I.
El adulto
Es
el hombre o la persona que tiene desarrolladas sus capacidades en los tres
niveles fundamentales en que se realiza y manifiesta la adultez: biológico,
psicológico, sociológico. Desarrollo de las capacidades biológicas,
especialmente la de engendrar. Posesión y despliegue de propiedades psíquicas
y personales: inteligencia, madurez afectiva, conciencia, libertad. Por último,
capacidad de relaciones: responsabilidad, inserción en tareas comunitarias,
iniciativas de transformación. El lenguaje corriente habla del adulto
recogiendo lo esencial de estos tres niveles, tal como se presenta en el hombre
vivo y real. La extensión total de la llamada "edad adulta" se
prolonga a lo largo de casi cuarenta años: desde los veintiuno hasta los
cincuenta y ocho-sesenta, aproximadamente. Y es en realidad menos homogénea de
lo que hace pensar la denominación global de edad adulta. Para los efectos de
la vivencia humana y espiritual se distinguen tres estadios bien diferenciados: a)
desde los veintiuno hasta pasados los treinta: estadio juvenil, de mucha
vitalidad en cuanto a sentimientos, empuje, pero relativamente indeterminado en
cuanto a proyecto de vida y de acción; b) de los treinta
y algo hasta los cuarenta y cinco:
orientación más precisa y alto rendimiento; es el período en que se armonizan
las capacidades desplegadas y la vocación de vida y de trabajo; la experiencia
y los resultados obtenidos dan seguridad y fuerza; c) de cuarenta y cinco a
sesenta: período de crisis y reflexión, en que la persona se siente privada de
muchas seguridades vitales y hace un esfuerzo de readaptamiento,se concentra,
mide sus energías efectivas, revisa proyectos. Una vez lograda la síntesis, se
produce un potenciamiento de energía psíquica y espiritual, aunque menos vivaz
en sus componentes emotivos.
En
conjunto, la adultez se caracteriza como la fase de mayor extensión y de mayor
plenitud en la evolución de la persona. "No pretendo limitar la amplitud
de lo humano al equilibrio de la edad adulta. Pero, sin menospreciar la riqueza
inventiva de la infancia y la energía ávida y despierta de la adolescencia,
hay que reconocer que la psicología genética se guía por un presentimiento
exacto cuando da sus preferencias a la edad adulta.
Por
herencia cultural, lenguaje, sensibilidad, muchos de los rasgos con que se ha
construido la imagen de la persona adulta están tomados del varón, del
"hombre adulto", más que de la "mujer adulta". Por eso
conviene completar la imagen y el lenguaje con expresiones menos condicionadas,
como madurez, madurez personal, persona madura.
Humanidad
adulta. A los rasgos de adultez
personal que lleva en si cada individuo, se añaden hoy los que le vienen de
estar situado en culturas o grupos que se consideran adultos. Ca adultez lleva
una dimensión colectiva que tiene los mismos rasgos que la individual:
sensación de plenitud, de conocimiento y energía, de autonomía y
responsabilidad, de técnicas para dominar la naturaleza y la historia.
Esta
mentalidad se afirma a finales del s. xviii, por obra de E. Kant, que proclama
la llegada del hombre a la mayoría de edad con el progreso. En nuestro siglo se
ha reforzado con el proceso de secularización y ha encontrado su expresión
religiosa en la obra de D. Bonhoeffer. El concilio Vat. II ha tomado plena
conciencia de lo que esa actitud implica, y en la GS intenta lograr la difícil
armonía entre el adulto y el creyente. Pudiera servir de lema la afirmación:
"Quien sigue a Cristo, Hombre perfecto, él mismo se hace más hombre"
(GS 41).
II.
Cristiano adulto
Todas
las cualidades del adulto, al pertenecer a la estructura y a la dinámica de la
persona, influyen en su vida cristiana y espiritual. Desde el evangelio mismo
existe la tendencia a designar calidades de vida cristiana espiritual por
referencia a edades de la vida natural, especialmente la niñez: hacerse como
niños.
Es
san Pablo quien utiliza y explica la condición de adulto como expresión de
madurez cristiana. Forma parte de una serie de imágenes de tipo ascético y
realizador: atleta, soldado, adulto, hijo con plenos derechos. La expresión
completa seria "adulto en Cristo", perfecto en Cristo (Col 1,28):
adulto indica madurez personal y libertad; "en Cristo" coloca la raíz
y la meta de esa madurez en la comunión con el Señor. El Apóstol tiene una
descripción sintética de adulto cristiano, que desarrolla su personalidad
espiritual en la medida en que se vincula a Cristo y se incorpora a la Iglesia:
"Hasta que todos alcancemos la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo
de Dios, cual varones perfectos, a la medida de la plenitud de Cristo, para que
ya no seamos niños..." (Ef 4,11-16). "Sed niños en la malicia, pero
adultos en el juicio" (1 Cor 14,20). Es don del bautismo y fruto de largo
tiempo de fidelidad y esfuerzo. Y es un contrasentido que algunos cristianos o
comunidades, después de años, sean todavía espiritualmente niños (ef 1 Cor
1-3; Heb 3,12ss). Contraste que san Pablo acentúa con varias denominaciones:
niño/ adulto, ignorante/maestro, imperfecto/perfecto, carnal/espiritual [
Itinerario espiritual].
La
Iglesia toma en plena consideración la adultez del cristiano en las varias
manifestaciones de la vida eclesial. Hay fórmulas especiales para el
catecumenado, el bautismo de los adultos. Esas normas peculiares son el reflejo
de algo más amplio y radical. La edad adulta es la base ideal para la plena
realización de la gracia cristiana: comunión de amor, conocimiento y
discernimiento del Espíritu, proyecto de vida como vocación y viceversa,
responsabilidad apostólica. Aunque la gracia del bautismo se pueda recibir en
la infancia y las virtudes teologales actúen también en
la niñez, su desarrollo más adecuado y pleno tiene lugar en la edad adulta.
La
adultez del cristiano no se refiere únicamente ala vivencia interior de la
gracia. Tiene el derecho y la obligación de actuar como adulto dentro y fuera
de la Iglesia: en criterios, proyectos, intervenciones, discernimiento. Por su
parte, la Iglesia reconoce tener necesidad de creyentes adultos con iniciativa y
talento o competencia para resolver desde la fe los problemas de la humanidad,
ya que la Iglesia, aun siendo depositaria de la revelación, no tiene siempre la
respuesta preparada (GS 33).
El
ejercicio de la adultez puede ocasionar conflictos en la comunidad creyente
cuando el creyente se pronuncia o actúa con libertad responsable en temas que
afectan al gobierno o la vida de la comunidad: actuación del investigador, del
científico, del intelectual, del organizador.
Ha
sido la espiritualidad la que ha nombrado y utilizado más sistemáticamente las
edades de la vida humana en el desarrollo de la vida espiritual. En un principio
se tomó como analogía: igual que en el crecimiento humano hay tres fases
(infancia/juventud/adultez), también en el desarrollo espiritual se pueden
deslindar tres períodos con rasgos espirituales similares a los que presenta en
su nivel el crecimiento natural. En la analogía del crecimiento entraba la
infancia y no entraba la ancianidad.
Actualmente,
las edades de la vida en general, la adultez en particular, se toman como
realidad, no simple analogía, y entran a formar parte, con sus capacidades y
sus limites, de la vida espiritual. Por otra parte, se pierde el paralelismo: el
adulto puede ser un principiante en los caminos del espíritu y no poseer ahora
una madurez espiritual proporcionada a su edad. Al hablar ahora del cristiano
adulto, me refiero al ideal de plenitud de ambos sectores, pero también a los
conflictos y pasos difíciles necesarios para hacerse adulto.
Todos
los componentes de la vida espiritual quedan afectados por las características
antes indicadas del adulto: oración y culto, relaciones de obediencia y
colaboración en la Iglesia, la vocación y compromisos de estado, la forma y el
tono de su apostolado. No es necesario exponer cada uno. Resulta más provechoso
fijarse en dos momentos clave: la honda personalización que provoca en sus
principios y el tono de atardecer que asume en el estadio final.
III.
Personalización de la fe
La
tónica dominante de la espiritualidad del adulto es dada por una experiencia
muy acentuada, que marca la entrada gradual en esta nueva fase de vida. Tiene
una nueva conciencia de sí mismo y, consiguientemente, de sus relaciones con
Dios y con el mundo. Personaliza su condición de cristiano, con los dones y
compromisos que lleva. Es el momento en que se hacen las opciones, o se encamina
por una vocación. Se siente con una vocación, tarea, capacidades y
responsabilidad para llevarla a cabo. Asume su fe, los compromisos, las
prácticas con convicción y amor personales, aun cuando ya las viniera
practicando desde la infancia. Con razón se ha dicho que "todo creyente
adulto es un convertido" (Liégé).
En
la mayoría de los casos, se trata de una fe recibida en la infancia y de
prácticas religiosas aprendidas también en la infancia: sacramentos y
compromisos, costumbres y cultura, obligaciones y ejercicios de piedad. La fe se
le presenta como regalo y, en algún caso, como imposición. Quien nació y se
educó en ambiente cristiano tiene una tarea muy delicada por hacer: la
asintilación espiritual personal de esos elementos, en plena lucidez y
libertad.
La
personalización de la vida teologal no se obtiene por la reflexión o la
decisión de un momento. Requiere una educación constante de la fe y del amor,
al ritmo de las capacidades interiores que brotan y de los acontecimientos en
que el cristiano se va comprometiendo. Todo evoluciona: la imagen de Dios, de la
Iglesia, de las exigencias morales, de la cultura y sus problemas. La
información y la formación deben seguir el paso. Se habla con frecuencia de
"infantilismo", cuando la experiencia espiritual no se adecua al ritmo
de crecimiento de la persona. El cristiano adulto lo necesita para sí mismo, y
también para "responder" apropiadamente a quienes le piden razón de
su fe.
A
partir de esta opción personalizada por la fe, se despliega un período rico de
experiencia ancha y honda, ya que todas las realidades religiosas y profanas
adquieren nuevo interés y nueva luz para una mirada teologal madura.
Debido
precisamente a la plenitud y eficacia de que goza, el adulto está expuesto a
algunas tentaciones o peligros: exterioridad, pragmatismo, autosuficiencia en su
vida espiritual.
IV.
Edad crítica
Acostumbrado
a un ritmo creciente de expansión y plenitud, el adulto queda sorprendido por
la irrupción de una experiencia de desencanto, en abierto contraste con la
anterior. Es la otra dimensión de la vida de adulto, que completa y equilibra
la anterior.
Se
le han dado varios nombres: crisis, demonio meridiano, la crisis de los cuarenta
años. En consonancia con el contexto del adulto, la llamamos edad critica en
doble sentido: porque es un momento decisivo de fidelidad y apertura al futuro y
porque se opera una honda transformación. Es una experiencia fuerte y peculiar,
que afecta profundamente al adulto mientras la vive y condiciona la
continuación de su madurez espiritual. La experiencia se sitúa hacia los
principios del tercer estadio de la adultez, los cuarenta y cinco años.
Los
síntomas: desgana e insatisfacción, descubrimiento de los propios límites y
errores, impotencia ante el mal, pérdida de ilusiones, sinsentido de la vida,
vocación sin emociones ni entusiasmo, naturalismo religioso que interpreta la
vida y los sucesos como fatalidad y condicionamientos, soberbia que atribuye el
malestar a omisiones y mala voluntad por parte de los demás.
Causas
y factores que provocan esta sensación global pueden ser muchas. Hacia esa
edad, los tres niveles que integran la adultez sufren una inflexión y empiezan
su línea descendente: nivel biológico, psicológico, sociológico. Energías,
emociones, proyectos, etc., se muestran limitados. Vista a esa luz crepuscular,
la propia vida anterior y la que siga pierden mucho de su colorido. En el caso
actual, se añade el momento crítico de la cultura y de la Iglesia, que
ensancha y agrava las implicaciones de la crisis personal [ Crisis 111, 3].
La
reacción espontánea de quien se encuentra en esas condiciones puede tomar
varios caminos, fundamentalmente tres: a) "juvenilismo", que consiste
en fingir sentimientos, actitudes, gestos, que ya no tiene; 6) resignación
pasiva: aguantar la situación como inevitable y seguir materialmente vinculado
a los valores y formas de vida en que se encuentra, sin proyectar; c) afán de
experiencias o impresiones nuevas, buscadas por caminos que implican cambio de
vocación. El peligro es grave.
Para
afrontar una situación tan compleja y arriesgada, no basta la reacción. Necesitamos
una respuesta lúcida en fe, amor, esperanza. La crisis es un momento agitado y
peligroso en el curso de un proceso vital. Su desenlace eminentemente positivo o
desastroso depende del modo como se vive. Es en realidad tiempo de gracia y de
transformación, mucho más que los tiempos de serenidad. Sólo que la crisis no
se encauza ella sola. Necesita la lucidez de la fe, la fidelidad del amor y el
empeño de la esperanza en el vacío. Bien vivida, proporciona frutos inmediatos
de transformación humana y espiritual y además abre horizontes de alegría y
rendimiento para los años sucesivos.
V.
Dinamismo permanente
Hemos
presentado la edad adulta como periodo largo, denso, variado, agitado, de la
vida humana y de la vida espiritual. Así lo es en la realidad. Y es también,
como todas las demás fases, período de transición. Ha sido un mal
planteamiento teórico y práctico mirar al adulto como realidad terminada y
centro de la vida, reduciendo las fases anteriores a preparación y las
siguientes a debilitación.
Toda
esa dinámica espiritual y humana que lleva dentro la condición de adulto
necesita cultivo explícito y constante. No tiene que limitarse a proveer
remedio rápido y tardío en el momento de la crisis. Se trata de una verdadera
formación de vida, no de simple información o actualización para la tarea. Y
la formación de vida presupone una sensibilidad interior, deseos de hacerse,
flexibilidad. Aquí está la raíz de todo: el adulto rara y difícilmente se
cuestiona dentro o asume las aportaciones externas a nivel de vida. Tiende a
asumirlas como información, temas de actualidad o recursos técnicos para
acrecentar su rendimiento. Si no preexiste o se despierta una sensibilidad
espiritual personalizada, los elementos de formación, por muy ricos que
objetivamente sean, quedan reducidos a temas de información.
Supuesta
la sensibilidad espiritual, los contenidos vienen a ser los permanentes:
vocación, servicio, oración, cruz y, sobre todo, fe, amor, esperanza, a la
nueva luz.
Recientemente
se ha llamado la atención sobre el método adecuado y su importancia en la
formación permanente del adulto'. Muchos de los estilos usados anteriormente se
aplicaban con las modificaciones inevitables a la pedagogía del niño. De ahí
su ineficacia, dado que el adulto cuenta con una experiencia y unas capacidades
y condicionamientos totalmente diferentes. De ahí que se esté introduciendo
una especial psicopedagogía para adultos, que cuenta con la experiencia, el
conocimiento positivo y negativo de la vida, el desgaste, los compromisos, el
realismo crudo, la escasa emotividad de la persona adulta.
Hablando
en general, hoy no faltan los medios de formación para los adultos. Basta
añadir sensibilidad y método.
F.
Ruiz Salvador
DicES
DicES
BIBL.-No
abundan los estudios específicos
sobre la edad adulta. Probablemente sea la edad menos estudiada en sus
peculiaridades. Nos queda, no obstante, la posibilidad de acudir a
estudios de conjunto, en los que ciertamente la edad adulta -edad que se expresa
con diversos adjetivos- no está ausente. Valgan ahora unos títulos que
creemos de interés, y en los que se encontrará ulterior bibliografía: AA.
VV., Psicología de los edades (del nacer al morir), Motata, Madrid 1971.-AA.
VV., El proceso de maduración en el hombre, Herder, Barcelona 1973.-Arteud,
G, Conocerse a sí mismo: la crisis de identidad del adulto, Herder,
Barcelona 1981.-Caba, P, Biografía del hombre, Editora Nacional, Madrid
1987.-Eck, M, Los cincuenta años. Edad privilegiada, Ayma. Barcelona
1970.Fucha, E, La segunda edad: las mujeres en la madurez, Grljalbo,
Barcelona 1979.-Guardini, R, Lo aceptación de sí mismo. Las edades de la
vida, Cristiandad, Madrid 1979.Kahler, E. Historia universal del hombre, Fondo
de Cultura Económica. México 1979.Pedrosa Izarra, C, La psicología
evolutiva: desarrollo del individuo normal por etapas, Marova, Madrid
1980.-Ramírez, M. del Sagrario, El adulto: sus características, su
formación, Marsiega, Madrid 1978.-Sheehy. G, La crisis de la edad
adulta, Pomaire, Barcelona 1979.
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