(del
latín aggredi, atacar) También llamada conducta agresiva, o simplemente
agresión, es aquella conducta que se lleva a cabo con el objetivo
consciente o inconsciente de causar daño a alguien, o también a uno
mismo.
Los autores, fisiólogos, etólogos, psicólogos o sociólogos, están de
acuerdo en que las múltiples clases de conductas agresivas y el hecho de
que no exista una conducta que específicamente pueda llamarse agresiva
hace difícil que se dé una única definición de agresividad. En el
hombre, las conductas y estados de hostilidad, hacia uno mismo y hacia
los otros, que abarcan manifestaciones muy dispares, surgen en muy
variadas circunstancias y por muy diversas causas. Dejando de lado
diversas acepciones de agresividad, propias de la psicología o el
psicoanálisis, a efectos de simplificación consideramos como conducta
agresiva aquella que muestra, en el plano social, alguna forma de
violencia. Según F. Dorsch (ver referencia) tres son las principales
opiniones que intentan explicar el origen de la agresividad:
1) Teoría del origen instintivo:
1) Teoría del origen instintivo:
Hipótesis
propugnada especialmente desde la perspectiva de la etología, sobre
todo por Konrad Lorenz, en Sobre la agresión. El pretendido mal (1963), a
quien se suman Robert Ardrey (El imperativo territorial, 1969), Desmond
Morris, Anthony Storr y Niko Tinbergen, así como defendida también por
el psicoanálisis de Freud. En ambos casos, la agresividad es o procede
de un instinto innato. Dada la ambigüedad del término, Lorenz la
considera como un impulso biológico filogenéticamente adquirido con
miras a la adaptación (impulso adaptativo; ver texto ); la alusión a la
maldad -El pretendido mal- proviene de que opina que dicho impulso se ha
desviado de su función original. Para Freud, es el rasgo más
característico de la pulsión de muerte que, junto con el impulso sexual,
son dos pulsiones innatas fundamentales del inconsciente humano
(impulso destructivo; ver texto ). En ambos casos también, la conducta
agresiva se explica como una forma de descarga de la tensión acumulada.
2) Hipótesis de la frustración-agresión:
2) Hipótesis de la frustración-agresión:
Corresponde
a un análisis psicosocial de la agresividad, iniciado por Dollard y
Miller, con la obra Frustración y agresión (1939). Aunque se apoyan en
Freud, critican la hipótesis de la pulsión de muerte o del instinto
agresivo, y la sustituyen por una correlación entre frustración y
agresividad: la frustración provoca la agresividad y ésta es, en
definitiva, resultado de aquélla. La hipótesis tiene ya más bien sólo un
valor histórico, pero ha dado origen a muchas investigaciones empíricas
sociales y psicológicas sobre la agresividad; entre ellas, la
agresividad del prejuicio y la de la personalidad autoritaria.
3) La teoría cultural:
3) La teoría cultural:
Sostenida
principalmente por Bandura y Walters, en su obra Aprendizaje social de
la conducta desviada (1963). Enfoque conductista de la socialización, y
que Ashley Montagu (La naturaleza de la agresividad humana, 1976) ha
contribuido a difundir, entiende la agresividad como una respuesta
socialmente aprendida. Se añaden a esta postura, la más extendida, las
teorías del aprendizaje que interpretan la agresividad como una conducta
aprendida instrumentalmente o como resultado de un condicionamiento
instrumental. En realidad, esta teoría psicológica es la base sobre la
que se construyen las demás teorías psicosociales de la agresividad
aprendida por imitación. Esta teoría no excluye el hecho de que existan
en el hombre potencialidades agresivas basadas en sus propios factores
biológicos, pero afirma que la conducta humana no depende en última
instancia de ellos, que se moldea más bien culturalmente y que la
característica más específica de la naturaleza humana es su plasticidad,
o su perfectibilidad, en expresión de
Rousseau.
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