domingo, 8 de septiembre de 2013

Controversia Adiaforística.

Con el término adiáforon se denominan en la tradición del pensamiento ético las cosas y los actos que en sí no son buenos ni malos y, teniendo un carácter ético neutral, no comprenden ninguna obligación moral para el hombre. De origen griego, adiáfora significa «indiferente». Los filósofos estoicos lo emplearon para caracterizar las cosas que no tienen importancia para la verdadera felicidad ni contribuyen tampoco a la infelicidad, como p. ej. la salud, la honra, los talentos, los placeres, etc. Dado que estas cosas indiferentes no pueden ser calificadas de mandadas ni de prohibidas, el término recibe también la acepción de lo permisible, o sea, de un campo intermedio entre el bien y el mal, en el que el hombre puede o no actuar enlibertad sin perjuicio para su integridad ética.
      En la historia del luteranismo (v. LUTERO) este término ha tenido actualidad particular en las controversias que tuvieron lugar durante los s. xvi y xvil respectivamente.
      a) Primera controversia. Versó sobre si se podría o no contemporizar en tiempos de persecución, o para restablecer la unidad cristiana, con los católicos en los ritos religiosos que, por no ser mandados ni prohibidos en la .S. E., pertenecen a las cosas intermedias o adiáfora.
      En la dieta de Augsburgo de 1548 (v. REFORMA PROTESTANTE I), Carlos V trató de extender a los Estados alemanes, tanto católicos como protestantes, una ley que solucionara interinamente el problema religioso en Alemania. Este Interim, o «declaración de cómo debe procederse en asuntos de religión dentro del Sacro Imperio hasta las decisiones del concilio», había sido elaborado por los obispos católicos liberales J. Pflug y M. Helding y el teólogo luterano J. Agricola, y consiste en líneas generales en «un texto católico que incluye concesiones a los protestantes en la formulación de la doctrina sobre la justificación y una definición poco precisa de la Misa, concediendo además la comunión bajo las dos especies a los laicos y el matrimonio a los sacerdotes hasta la decisión del concilio» (J. Lortz). Al negarse a aceptarlo los príncipes católicos, el Interim de Augsburgo llegó a ser una ley impuesta unilateralmente a los protestantes. Pero su implantación en los territorios dominados por éstos resultó harto difícil y acabó por fracasar.
      En la Sajonia Electoral se elaboró entre algunos católicos y luteranos otro interim, el de Leipzig (1548). Conservó en su parte doctrinal la sustancia de la posición protestante, si bien en términos atenuados. Sobre la justificación (v.) afirmó que «el hombre es renovado por el Espíritu Santo y puede realizar la justicia con sus obras y que Dios, por amor de su Hijo, acepta en los creyentes este débil principio de obediencia en esta miserable, frágil naturaleza». Restableció los ritos religiosos católicos tratando de darles un sentido compatible con la doctrina de la Reforma: la liturgia latina de la Misa con la mayor parte del canon seguido por la comunión; los siete sacramentos, p. ej. la Confirmación, interpretada como la instrucción y el examen en el catecismo acompañado de la imposición de las manos, y la Extremaunción como la unción de los enfermos según el N. T. También se quiso reconocer la jurisdicción de los obispos católicos que estuvieran dispuestos a permitir la doctrina luterana. Nuevamente se introdujeron las velas, los ornamentos litúrgicos, etc.
      MelanclIton (v.), líder de los luteranos, después de la muerte de Lutero (v.) había sido consultado y, teniendo en cuenta el peligro inminente de una nueva guerra, aprobó el interim, ya que pensaba que mantenía la sustancial del luteranismo y consideraba los ritos restablecidos como adiáfora, asuntos intermedios, que pertenecen a las tradiciones humanas en la Iglesia por no ser expresamente mandados ni prohibidos por Dios.
      Entre los que, dentro del campo luterano, aprobaron el interim de Leipzig, y los que lo rechazaron a toda fuerza, surgió una enconada controversia. El máximo portavoz de los oponentes fue Matías Flacio (152075), alumno de Lutero y autor de las centurias de Magdeburgo (v.), quien inició una polémica literaria muy dura contra Melanchton y sus partidarios. Defendió el principio de que nada es indiferente cuando se quiere dar testimonio de una confesión de fe frente a los adversarios y cuando los fieles corren el peligro de escandalizarse (nihil est adiafora in casu confessionis et scandali). Restablecer los ritos abrogados en el curso de la Reforma significaba para él lisa y llanamente la confesión de que ésta se había equivocado, con lo que decía en los adversarios se confirmaba la posición católica, y en los seguidores de Lutero se originaba una perturbación. Son precisamente los ritos externos explica los que orientan al pueblo y le importan mucho más que la misma doctrina. La aceptación de los antiguos ritos no equivalía en las circunstancias políticas dadas sino al comienzo velado de la restauración de la religión católica. Daba además la apariencia de una concordancia entre católicos y luteranos que de hecha no existía. Flacio vio claramente que cosas y actos que en sí pueden ser considerados éticamente indiferentes, reciben su valor positivo o negativo del contexto concreto de motivos, fines y situaciones. Melanchton admitió más tarde que había errado al aprobar y defender el interim de Leipzig.
      La Formula Concordiae de 1577, documento final de los escritos confesionales (v.) luteranos, resolvió la cuestión en el sentido de Flacio. El art. 10 de este documento, que trata de las ceremonias eclesiásticas, afirma la libertad de las confesiones respecto a ellas, y su competencia de cambiarlas según se considere mejor para la edificación espiritual de sus adherentes. En tiempos de persecución, sin embargo, cuando se exige a los cristianos confesar la verdad del Evangelio con toda claridad, ya no son cosas indiferentes, de modo que no se debe contemporizar con ellas, soportando las consecuencias que puedan derivarse de esta conducta.
      b) Segunda controversia. Tuvo lugar a fines del s. xvii. Influenciados por el movimiento del pietismo (v.), algunos pastores luteranos se plantearon el problema del derecho del cristiano a disfrutar de algunas realidades mundanas. En Hamburgo calificaron la ópera de incompatible con la condición cristiana. En Turingia, en vista de los excesos en las fiestas populares, predicaron contra el baile, las comedias, el juego de naipes, etc., declarándolos cosas abominables a los ojos de Dios. La tesis pietista, defendida por ellos contra la ética luterana tradicional, consistía en decir que estos actos no son cosas indiferentes que se convierten en pecado sólo en caso de abuso, sino que ya en sí (in ipso uso) son malos. Los actos que agradan a Dios son los que según Rom 14, 23 provienen de la fe y del amor a Él y al prójimo, y que se realizan de acuerdo con Col 3, 17 en el nombre de Jesús. No lo son las actividades que el hombre se imagina para su propio placer.
      El problema de la ética cristiana aquí señalado quedó aún sin una solución normativa entre los protestantes, de modo que sigue ocupando y dividiendo a los miembros de las comunidades luteranas, de una u otra forma. Es de notar que Lutero es muy escueto al respecto, ya que se limitó a afirmar genéricamente la licitud del uso de las cosas creadas, exigiendo sólo «que se proceda sobria y mesuradamente. No es que las cosas sean prohibidas, sino que lo es el desorden, el exceso; el abuso... Así que válete de todas las cosas en el mundo, sean cual fueren, dónde y cuándo te parezca bien, y dale las gracias a Dios» (Sermón sobre Tit 2, 1115, en la Weihnachtspostille de 1522, Martin Luthers Werke X, 1, 1, Weimar 1910, 34, 29). 
     

BIBL.: J. LORTz, Historia de la Reforma, II, Madrid 1962, 297303; R. SEEBERG, Manual de historia de la doctrina, II, El Paso (Texas) s. a., 35455; 0. RITSCHL, Dogmengeschichte des Protestantismus, II1, Leipzig 1912, 325370; H. C. VON HASE, Die Gestalt der Kirche Luthers, Gottinga 1940; A. RITsCHL, Die Geschichte des Pietismus, II, Bonn 1884, 174195.
HEINZ JOACHIM HELD.

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