Bernardo de Cluny (o de Morlaix), monje Benedictino de la primera mitad
del siglo doce, poeta, escritor satírico, y escritor de himnos, autor de
los famosos versos “Sobre el Desprecio del Mundo”. Su parentela, tierra
natal, y educación están ocultas en la obscuridad. El escritor del
siglo diez y seis John Pits (Scriptores Angliae, Saec. XII) dice que era
Inglés de nacimiento. Frecuentemente es llamado Morlanensis, título
cuyo significado la mayoría de los escritores han interpretado como que
era natural de Morlaix en Bretaña, aunque algunos lo atribuyen a Murlas
cerca de Puy en Béarn. Un escritor en la “Revista de Estudios
Teológicos” (1907), VIII, 354-359 sostiene que pertenecía a la familia
de los Señores de Montpellier en Languedoc, y nació en Murles, una
posesión de esa distinguida familia; también que primero fue monje de
St. Sauveur d’Aniane, de donde entró a Cluny bajo el Abad Pons
(1109-22). Es seguro que era monje en Cluny en la época de Pedro el
Venerable (1122-56), porque su famoso poema está dedicado a ese abad.
Puede haber sido escrito alrededor de 1140. Dejó algunos sermones y se
dice que es el autor de algunas reglas monásticas conocidas como los
“Consuetudines Cluniacences”, también de un diálogo (Colloquim) sobre la
Trinidad. El “De Contemptu Mundi” contiene alrededor de 3.000 versos, y
para la mayoría es una sátira muy encarnizada contra los desórdenes
morales de la época monástica del poeta. El no perdona a nadie;
sacerdotes, monjas, obispos, monjes, y aún Roma misma son
inmisericordemente azotados por sus fallas. Por esta razón primero fue
publicado por Matthias Flaccus como una de sus testes veritatis, o
evidencias de la profunda corrupción afianzada de la Iglesia medieval
(Varia poemata de corrupto ecclesiae statu, Basilea, 1557), y fue
reimpreso a menudo por Protestantes en el curso de los siglos diez y
siete y diez y ocho. Este Juvenal Cristiano no prosigue en una forma
ordenada contra los vicios y locuras de su época. Bien se ha dicho que
parece arremolinarse alrededor de dos puntos principales: el carácter
transitorio de todos los placeres materiales y la permanencia de las
alegrías espirituales. Bernardo de Cluny es efectivamente un escritor
lírico, pasa de un tema a otro por la fuerza intensa de la meditación
ascética y por el majestuoso poder de su propia poesía, en la cual
perdura aún una cierta violenta embriaguez de poética ira. Sus cuadros
altamente moldeados de cielo e infierno eran probablemente conocidos
para Dante; el frío achicharrante, el fuego glacial, el gusano
devorador, las inundaciones ardientes, y nuevamente el idilio glorioso
de la Edad Dorada y el esplendor de Reino Celestial son expresados en
una dicción que se eleva a veces a la altura del genio de Dante. La
enormidad del pecado, el encanto de la virtud, la tortura de una
conciencia maléfica, la dulzura de una vida temerosa de Dios alternan
con cielo e infierno como los temas de su ditirambo majestuoso. No se
queda en generalidades; retorna una y otra vez a la perversidad de la
mujer (uno de los más intensos enjuiciamientos del sexo), los males del
vino, el dinero, el saber, el perjurio, la adivinación, etc.; este
maestro de una Latinidad elegante, enérgica y abundante no puede
encontrar palabras suficientemente fuertes para comunicar su cólera
profética en la apostasía moral de su generación, de la cual en casi
nadie encuentra firmeza espiritual. Obispos juveniles y simoníacos,
agentes opresivos de las corporaciones eclesiásticas, los funcionarios
de la Curia, legados papales, y el mismo papa son tratados con no menos
severidad que en Dante o en las esculturas de catedrales medievales.
Solamente aquellos que no conocen la total franqueza de algunos
moralistas medievales podrían escandalizarse de sus versos. Puede
añadirse que en tiempos medievales “entre más piadoso el cronista más
negro su carácter”. La primera mitad del siglo doce vio la aparición de
varios factores nuevos de secularismo desconocidos para una época
religiosa anterior y más simple: el incremento del comercio y la
industria resultante de las Cruzadas, la independencia creciente de las
ciudades medievales, la secularización de la vida Benedictina, el
desarrollo de pompa y lujuria en un mundo feudal maleducado hasta el
momento, la reacción por el terrible conflicto del Estado y la Iglesia
en la última mitad del siglo once. El canto del Cluniacense es un gran
grito de sufrimiento exprimido de un alma profundamente religiosa y
hasta mística en el primer amanecer de la consciencia de un nuevo orden
de ideales y aspiraciones humanas. La corriente turbia e irregular de su
denuncia se para ocasionalmente en una forma dramática por vislumbres
de un orden Divino de cosas, bien sea en el pasado remoto o en el futuro
cercano. El predicador-poeta es también un profeta; el Anticristo,
dice, nace en España; Elías ha ido de nuevo a vivir en el Oriente. Los
últimos días están cerca, y corresponde al verdadero Cristiano
despertarse y estar listo para la disolución de un orden intolerable
ahora crecido, en el que la religión misma está de ahora en adelante
representada por palabrería religiosa simulada e hipocresía.
La métrica de este poema no es menos única que su dicción; es un hexámetro dactílico en tres secciones, desprovisto de cesura, con una rima leonina femenina entre las dos primeras secciones; los versos son técnicamente conocidos como leonini cristati trilices dactylici, y son tan difíciles de construir en grandes cantidades que el escritor reclama la inspiración Divina (el impulso e influjo del Espíritu de Sabiduría y Entendimiento) como el principal medio en la ejecución de un esfuerzo tan grande de esta clase. Es, en efecto, una poesía solemne y majestuosa, rica y sonora, lo que no quiere decir, sin embargo, que se lea de un tirón, a riesgo de hastiar el apetito. Bernardo de Cluny es un escritor erudito, y su poema deja una excelente impresión de la cultura Latina de los monasterios Benedictinos de Francia e Inglaterra en la primera mitad del siglo doce. El interés moderno de los círculos de habla inglesa en este semi-oscuro poeta se centra en los encantadores himnos de excepcional piedad, cordialidad, y delicadeza de sentimiento, dispersos a través de su sátira escabrosa; uno de ellos, “Jerusalén Dorado”, ha llegado a ser particularmente famoso.
Escrito por THOMAS J. SHAHAN
Trascrito por Janet Grayson
Traducido por Daniel Reyes V.
La métrica de este poema no es menos única que su dicción; es un hexámetro dactílico en tres secciones, desprovisto de cesura, con una rima leonina femenina entre las dos primeras secciones; los versos son técnicamente conocidos como leonini cristati trilices dactylici, y son tan difíciles de construir en grandes cantidades que el escritor reclama la inspiración Divina (el impulso e influjo del Espíritu de Sabiduría y Entendimiento) como el principal medio en la ejecución de un esfuerzo tan grande de esta clase. Es, en efecto, una poesía solemne y majestuosa, rica y sonora, lo que no quiere decir, sin embargo, que se lea de un tirón, a riesgo de hastiar el apetito. Bernardo de Cluny es un escritor erudito, y su poema deja una excelente impresión de la cultura Latina de los monasterios Benedictinos de Francia e Inglaterra en la primera mitad del siglo doce. El interés moderno de los círculos de habla inglesa en este semi-oscuro poeta se centra en los encantadores himnos de excepcional piedad, cordialidad, y delicadeza de sentimiento, dispersos a través de su sátira escabrosa; uno de ellos, “Jerusalén Dorado”, ha llegado a ser particularmente famoso.
Escrito por THOMAS J. SHAHAN
Trascrito por Janet Grayson
Traducido por Daniel Reyes V.
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