(MISTAGÓGICA V)
LA CELEBRACIÓN DE LA EUCARISTÍA
De
la Primera carta de Pedro: Rechazad, por tanto, toda malicia y todo engaño,
hipocresías, envidias», etc. (I Pe 2,1 ss.).
Transición1
1.
En las asambleas anteriores oísteis hablar abundantemente, por don de Dios,
tanto del bautismo como de la crismación y de la toma del cuerpo y de la sangre
de Cristo. Pero debemos pasar ahora a lo que sigue, con lo cual pondremos fin al
edificio de vuestra enseñanza espiritual.
El
lavatorio de las manos, signo de la inmunidad del pecado
2.
MISA/LAVA-MANOS: Habéis visto cómo el diácono alcanzaba el agua, para lavarse
las manos, al sacerdote y a los presbíteros que estaban alrededor del altar.
Pero en modo alguno lo hacía para limpiar la suciedad corporal. Digo que no era
ése el motivo, pues al comienzo tampoco vinimos a la Iglesia porque llevásemos
manchas en el cuerpo. Sin embargo, esta ablución de las manos es símbolo de
que debéis estar limpios de todos los pecados y prevaricaciones. Y al ser las
manos símbolo de la acción, al lavarlas, significamos la pureza de las obras y
el hecho de que estén libres de toda reprensión. ¿No has oído al
bienaventurado David aclarándonos este misterio y diciendo: «Mis manos lavo en
la inocencia y ando en torno a tu altar, Señor» (Sal 26,6)? Por consiguiente,
lavarse las manos es un signo de la inmunidad del pecado.
El
beso de la paz2
3.
MISA/PAZ: Después, el diácono exclama: «Hablaos, y besémonos mutuamente». Y
no pienses que este ósculo es de la misma clase que los que se dan los amigos
mutuos en la plaza pública. Este beso no es de esa clase. Pues reconcilia y une
unas almas con otras, y les garantiza el total olvido de las injurias. Es signo,
por consiguiente, de que las almas se funden unas con otras y de que deponen
cualquier recuerdo de las ofensas. Por eso decía Cristo: «Si, pues, al
presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas entonces de que un hermano tuyo
tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a
reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas tu ofrenda» (Mt
5,23-24). Por tanto, el ósculo es reconciliación y, por ello, es santo, como
dice en alguna parte el bienaventurado Pablo: «Saludaos los unos a los otros
con el beso santo» ( I Cor 16,20); y Pedro: «Saludaos unos a otros con el beso
de amor» (I Pe 5,14).
Invocaciones
iniciales al comienzo de la anáfora
4.
MISA/PREFACIO-INICIO: Después exclama el sacerdote: «Arriba los corazones».
Pues verdaderamente, en este momento trascendental, conviene elevar los
corazones hacia Dios y no dirigirlos hacia la tierra y los negocios terrenos.
Es, por tanto, lo mismo que si el sacerdote mandara que todos dejasen en ese
momento a un lado las preocupaciones de esta vida y los cuidados de este mundo,
y que elevasen el corazón al cielo hacia el Dios misericordioso. Luego
respondéis: «Lo tenemos (levantado) hacia el Señor», con lo que asentís a
la indicación por la confesión que pronunciáis. Que ninguno que esté allí,
cuando dice: «Lo tenemos hacia el Señor», tenga en su interior su mente llena
de las preocupaciones de esta vida. Pues debemos hacer memoria de Dios en todo
tiempo. Pero si, por la debilidad humana, se hiciere imposible, al menos en
aquel momento hay que esforzarse lo más que se pueda.
Es
justo, por nuestra parte, dar gracias al Señor
5.
Después de esto dice el sacerdote: «Demos gracias al Señor». Pues debemos
estar verdaderamente agradecidos de que cuando éramos indignos, nos llamó a
tan inmensa gracia, y de que, cuando éramos enemigos, nos reconcilió (cf. Rom
5,10) y nos concedió el Espíritu de adopción (Rm 8,15). Vuestra respuesta es:
«Es digno y justo»3. Pues, cuando damos gracias, hacemos algo digno y justo,
aunque él, sin seguir estrictamente lo justo, sino yendo más allá de ello,
nos hizo bien y nos hizo dignos de tan grandes bienes.
El
comienzo de la anáfora y el «Santo»
6.
Hacemos mención, después, del cielo, de la tierra y del mar; del sol y de la
luna, de los astros y de toda creatura, dotada de razón o sin ella, visible o
invisible; de los ángeles, de los arcángeles, de las virtudes, dominaciones,
principados, potestades y tronos; de los querubines dotados de muchos rostros4;
todos diciendo aquello de David: «Cantad conmigo al Señor» (Sal 34,4).
Hacemos también mención de los serafines que, en el Espíritu Santo, vio
Isaías alrededor del trono de Dios y que cubrían con dos alas su rostro, con
dos alas los pies, y con dos volaban diciendo: «Santo, santo, santo es el
Señor de los ejércitos» (Is 6,2-3). Recitemos, por tanto, esta teología5,
para que, en la entonación comunitaria de las alabanzas, nos unamos a los
ejércitos que están por encima del universo.
La
epíclesis o invocación del descenso del Espíritu Santo sobre los dones del
altar
7.
A continuación, después de santificarnos a nosotros mismos mediante estas
alabanzas espirituales6, suplicamos al Dios misericordioso que envíe al
Espíritu Santo sobre los dones presentados7, para que convierta el pan en
cuerpo de Cristo y el vino en la sangre de Cristo. Pues habrá quedado
santificado y cambiado lo que haya sido alcanzado por el Espíritu Santo.
Oramos
por todos los que lo necesitan
8.
Pero después que ha sido realizado el sacrificio espiritual, culto incruento
sobre aquella hostia de propiciación, rogamos a Dios por la paz de todas las
Iglesias, por el buen gobierno del mundo, por las autoridades, por los soldados,
por los amigos, por aquellos que están sujetos a enfermedades, por los que son
presa de la aflicción y, en general, oramos y ofrecemos esta víctima por todos
los que tienen alguna necesidad.
También
por los difuntos
9.
Recordamos también a todos los que ya durmieron: en primer lugar, los
patriarcas, los profetas, los apóstoles, los mártires, para que, por sus
preces y su intercesión, Dios acoja nuestra oración. Después, también por
los santos padres y obispos difuntos y, en general, por todos cuya vida
transcurrió entre nosotros, creyendo que ello será de la mayor ayuda para
aquellos por quienes se reza.
Utilidad
de la oración por los difuntos
10.
Quiero aclararos esto con un ejemplo, puesto que a muchos les he oído decir:
¿de qué le sirve a un alma salir de este mundo con o sin pecados si después
se hace mención de ella en la oración? Supongamos, por ejemplo, que un rey
envía al destierro a quienes le han ofendido, pero después sus parientes,
afligidos por la pena, le ofrecen una corona: ¿Acaso no se lo agradecerá con
una rebaja de los castigos? Del mismo modo, también nosotros presentamos
súplicas a Dios por los difuntos, aunque sean pecadores. Y no ofrecemos una
corona, sino que ofrecemos a Cristo muerto por nuestros pecados, pretendiendo
que el Dios misericordioso se compadezca y sea propicio tanto con ellos como con
nosotros.
El
Padre nuestro, entre la plegaria eucarística y la comunión
11.
PATER/CIRILO-DE-J: Y, después de todo esto, recitamos aquella oración que el
Salvador entregó a sus mismos discípulos, llamando con conciencia pura Padre a
Dios y diciendo: «Padre nuestro que estás en los cielos» (Mt 6,9)8. ¡Oh gran
misericordia de Dios para con los hombres!, juntamente con su amor. Hasta tal
punto se compadeció de quienes se apartaron de él y se afirmaron en los
mayores males que les concedió el olvido de las injurias y la participación en
la gracia de modo que le llamasen Padre: «Padre nuestro que estás en los
cielos». Pues del cielo habían de ser quienes llevaran la imagen del cielo9,
en quienes Dios habita y con quienes él camina10.
12.
«Santificado sea tu nombre». Por su naturaleza el nombre de Dios es santo,
digámoslo nosotros o no lo digamos. Pero ya que, por medio de quienes pecan, se
le profana en ocasiones, según aquello de que «el nombre de Dios, por vuestra
causa, es blasfemado entre las naciones» (Is 52,5, tal como aparece citado en
Rom 2,24), oramos para que en nosotros sea santificado el nombre de Dios. Y no
es que comience a ser santo porque anteriormente no lo fuese, sino que en
nosotros se hace santo cuando nos santificamos nosotros mismos y hacemos cosas
dignas de la santidad.
13.
«Venga tu Reino» (Mt 6,10). Es propio del alma pura decir con confianza:
«Venga tu Reino». Pues quien haya oído a Pablo, que dice: «No reine, pues,
el pecado en vuestro cuerpo mortal» (Ro». 6,12), y sea consciente de su pureza
en obras, pensamientos y palabras, clamará a Dios: «Venga tu Reino».
14.
«Hágase tu Voluntad en la tierra como en el cielo». Los bienaventurados
ángeles de Dios hacen la voluntad de éste, como decía David en los Salmos:
«Bendecid a Yahvé, ángeles suyos, héroes potentes, ejecutores de sus
órdenes, en cuanto oís la voz de su palabra» (Sal 103,20)11. Tu oración, por
consiguiente, tiene esta fuerza y esta significación, como si dijeras: «Como
se hace tu voluntad en los ángeles, así se haga, Señor, en la tierra sobre
mí».
15.
«Danos hoy nuestro pan necesario» (Mt 6,11 )12, El pan ordinario no es
sustancial. Pero este pan, que es santo, es sustancial, como si dijeras que
está dirigido a la sustancia del alma. Este pan no va a parar al vientre ni
entra en la defecación, sino que se reparte entre todo tu ser para utilidad del
cuerpo y del alma. El «hoy» se dice por «todos los días». Como también
Pablo decía: «Cada día mientras dure este hoy» (Hebr 3,13)13.
16.
«Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros
deudores» (Mt 6,12). Tenemos realmente muchos pecados, puesto que causamos
ofensas con la palabra y el pensamiento y realizamos muchas cosas, merecedoras
de condenación. Y «si decimos: "No tenemos pecado", nos engañamos y
la verdad no está en nosotros», como dice Juan (1 Jn 1,8). Hacemos, pues, un
pacto con Dios, orando para que nos perdone los pecados, como también nosotros
perdonamos sus deudas a nuestros prójimos. Sopesando, por tanto, lo que
recibimos a cambio, no titubeemos ni dudemos en perdonar las mutuas ofensas. Las
ofensas que se nos hacen son pequeñas, ligeras y fáciles de olvidar. Pero las
que cometemos contra Dios son grandes y sólo pueden borrarse con la ayuda de su
sola benignidad. Guárdate, pues, de que, por cosas pequeñas y por naderías
dirigidas a ti, te excluyas a ti mismo del perdón de los pecados ante Dios.
17.
«Y no nos dejes caer en la tentación (Mt 6,13), Señor». ¿Acaso el Señor
nos enseña a pedir que no seamos tentados en absoluto? ¿Y cómo es que en otro
lugar se dice: «Quien no ha pasado pruebas poco sabe» (Eclo 34,10)14, y
también: «Considerad como un gran gozo, hermanos míos, el estar rodeados por
toda clase de pruebas». Pero entrar en tentación, ¿acaso no significa
hundirse en ella? Pues la tentación es algo semejante a un torrente difícil de
atravesar. Pero, aquellos a quienes no se los traga la tentación, la atraviesan
como hábiles nadadores sin ser arrastrados por nada. Pero los que no son así,
se hunden nada más entrar. Así fue, por poner un ejemplo, Judas. Al entrar en
la tentación de la avaricia, no nadó sino que se hundió, y se ahogó en
cuerpo y en espíritu. Pedro entró en la tentación de la negación, pero, a
pesar de haber entrado, no se hundió, sino que, llorando intensamente, fue
liberado de la tentación. Oye también, por su parte, al coro de los santos
incólumes, que prorrumpe en acción de gracias al ser liberado de la
tentación:
«Tú
nos probaste, oh Dios,
nos purgaste, cual se purga la plata;
nos prendiste en la red,
pusiste una correa a nuestros lomos,
dejaste que un cualquiera a nuestra cabeza cabalgara,
por el fuego y el agua atravesamos;
mas luego nos sacaste para cobrar aliento» (Sal 66,10-12).
nos purgaste, cual se purga la plata;
nos prendiste en la red,
pusiste una correa a nuestros lomos,
dejaste que un cualquiera a nuestra cabeza cabalgara,
por el fuego y el agua atravesamos;
mas luego nos sacaste para cobrar aliento» (Sal 66,10-12).
¿No
ves la alegría confiada de quienes han pasado sin haberse hundido? «Mas luego,
se añade, nos sacaste para cobrar aliento». Que ellos llegaran a cobrar
aliento significa que fueron liberados de la tentación15.
18.
«Mas líbranos del maligno». Si el «no nos dejes caer en la tentación»
quisiese decir no ser tentado en modo alguno, no habría añadido «mas
líbranos del maligno16. El maligno es el diablo como adversario del que pedimos
ser liberados. Y después, acabada la oración, dices: «Amén». Por este
«Amén», que significa «así sea», refrendas y confirmas lo que se contiene
en esta oración que Dios nos ha entregado.
«Las
cosas santas a los santos». Invitación a la comunión
19.
Después de todo esto dice el sacerdote: «Las cosas santas a los santos»17.
Santas son las cosas que están sobre el altar, puesto que sobre ellas ha venido
el Espíritu Santo. Santos sois también vosotros, enriquecidos por el don del
Espíritu Santo. Y las cosas santas son buenas para los santos. Vosotros,
además, añadís: «Sólo hay un santo y un solo Señor Jesucristo». Pues
realmente sólo uno es santo, santo por naturaleza; pero también nosotros somos
santos, pero no por naturaleza, sino por participación y por la práctica de
las obras y el deseo.
La
comunión del cuerpo y la sangre del Señor
20.
Oíste después la voz del salmista que os invitaba, por medio de cierta divina
melodía, a la comunión de los santos misterios y decía: «Gustad y ved qué
bueno es el Señor» (Sal 34,9)18. Pero no juzguéis ni apreciéis esto como una
comida humana: quiero decir, no así, sino desde la fe y libres de toda duda.
Pues a los que los saborean no se les manda degustar pan y vino, sino lo que
éstos representan en imagen, pero de modo real: el cuerpo y la sangre del
Señor.
La
comunión del cuerpo de Cristo
21.
CO-SO-MANO: No te acerques, pues, con las palmas de las manos extendidas ni con
los dedos separados, sino que, poniendo la mano izquierda bajo la derecha a modo
de trono que ha de recibir al Rey, recibe en la concavidad de la mano el cuerpo
de Cristo diciendo: «Amén». Súmelo a continuación con ojos de santidad
cuidando de que nada se te pierda de él. Pues todo lo que se te caiga
considéralo como quitado a tus propios miembros. Pues, dime, si alguien te
hubiese dado limaduras de oro, ¿no las cogerías con sumo cuidado y diligencia,
con cuidado de que nada se te perdiese y resultases perjudicado? ¿No
procurarás con mucho más cuidado y vigilancia que no se te caiga ni siquiera
una miga, que es mucho más valiosa que el oro y que las piedras preciosas?
La
comunión de la sangre de Cristo
22.
Y después de la comunión del cuerpo de Cristo, acércate también al cáliz de
la sangre: sin extender las manos, sino inclinándote hacia adelante, expresando
así adoración y veneración, mientras dices «Amén», serás santificado al
tomar también de la sangre de Cristo. Y cuando todavía tienes húmedos los
labios, tocándolos con las manos, santifica tus ojos y tu frente y los demás
sentidos. Por último, en oración expectante, da gracias a Dios, que te ha
concedido hacerte partícipe de tan grandes misterios.
23.
Guardad íntegras estas tradiciones, y guardaos a vosotros mismos sin mancha. No
os apartéis de la comunión ni mancilléis con vuestros pecados estos sagrados
y espirituales misterios. «Que él, el Dios de la paz, os santifique
plenamente, y que todo vuestro ser, el espíritu, el alma y el cuerpo, se
conserve sin mancha hasta la Venida de nuestro Señor Jesucristo» (1 Tes 5,23),
a quien sea la gloria, el honor y el imperio con el Padre y el Espíritu Santo,
ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
........................
1.
La catequesis expone los diferentes ritos de la celebración de la Eucaristía,
después de terminada la liturgia de la Palabra. Se observa la continuidad
ininterrumpida en lo esencial y en bastantes detalles de los ritos si se compara
este texto de Cirilo con tradiciones más antiguas, empezando por la misma
relación de I Cor 11,17 ss., espec. 23 ss, y continuando por los testimonios,
entre otros muchos, de la Didaché, Justino, Hipólito de Roma, las
Constituciones Apostólicas, además de los numerosisimos formularios de las
diversas Iglesias.
2.
MISA/PAZ: En la liturgia de la Eucaristía aquí descrita, el abrazo de paz se
tiene antes de entrar en la proclamación de la anáfora. La oportuna mencion
expresa de Mt 5,23-24 confirma el sentido de esta colocación del abrazo de paz:
el mutuo beso de paz expresa la reconciliación entre los presentes en la
celebración de la Eucaristía antes de la común acción de gracias que es la
plegaria eucarística.
3.
Es el sentido directo de las expresiones del texto original.
4.
Cf Ez 10,21.
5.
«Teología» está aquí empleada, no en el sentido actualmente corriente de
«conocimiento de Dios», sino en el sentido cultual de alabanza o celebración
de Dios. La frase podría traducirse: «Recitemos, por tanto, esta liturgia
divina».
6.
Vid. la insistencia de esta idea infra., núm. 19.
7.
«Suplicamos al Dios misericordioso...», etc. (en el original, philanthropon)
es fórmula griega muy corriente para la epíclesis Cf. en la edición
mencionada de MIGUE PG 33,1.115, nota 1.
8.
El Padre nuestro, completo en Mt 6,9-13. Como en casi toda esta versión,
también aquí se utilizará la de la Biblia de Jerusalén, no la versión
litúrgica oficial española actual. Con respecto a la versión «cotidiano», O
«de cada día», aplicado al pan según Mt 6,11, véase más abajo el núm. 15.
9.
Cf. I Cor 15,49: «Y del mismo modo que hemos llevado la imagen del hombre
terreno, llevaremos también la imagen del celeste», lo cual queda expuesto en
I Cor al hablar del modo de la resurrección.
10.
Cf. 2 Cor 6,16, que cita a Ez 37,27: «Porque nosotros somos santuario de Dios
vivo, como dijo Dios: "Habitaré en medio de ellos y andaré entre ellos;
yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo"».
11.
El texto original de la catequesis señala, de modo más expreso «haciendo sus
voluntades» o «sus deseos», pero la traducción ofrecida responde mejor al
sentido bíblico original y a la versión de los LXX.
12.
Esta traducción es discutible, pero Mt 6,11, cuya traducción siempre causó
problemas, admite diversas interpretaciones. El texto griego de Mt llama a este
pan epiousios, que puede traducirse por «cotidiano», pero también por
«sustancial» (en cuanto derivado de ousía y de épeinai). Es sobre este
sentido sobre el que Cirilo basa su explicación. La traduccian «necesario»
puede mediar entre los sentidos de cotidianeidad y de necesidad sustancial.
13.
El «hoy» de cada día en que Dios constantemente está llamando al hombre. En
otro orden de cosas, la catequesis participa de la opinión extendida
comúnmente entonces, de que Pablo es el autor de la carta a los Hebreos.
14.
Cf. también Rom 5,3-4.
15.
La idea que subyace a todo el párrafo es la, a pesar de todo, fragilidad del
discípulo, que siempre puede decir no a su Señor. El ejemplo de Pedro es
aducido por Cirilo para expresar que la caída en el pecado siempre puede
encontrar solución en la misericordia de Dios.
16.
La expresión ponerou puede referirse al mal en general o al «maligno»,
refiriéndose en este caso al diablo. Cirilo se inclina por esta segunda
interpretación.
17.
Según recuerda PG 33,1.123, nota 1, esta expresión, como invitación a la
comunión, se encuentra en todas las liturgias griegas, en la liturgia mozárabe
y en diversas liturgias latinas.
18.
El Sal 34 es empleado frecuentemente en diversas liturgias antiguas como canto
de comunión, a la que se aplica especialmente el mencionado versículo 9.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Procura comentar con libertad y con respeto. Este blog es gratuito, no hacemos publicidad y está puesto totalmente a vuestra disposición. Pero pedimos todo el respeto del mundo a todo el mundo. Gracias.