El "Señor", como título aplicado a Cristo, es frecuentísimo en los
escritos apostólicos. En los evangelios suele emplearse como mero
tratamiento de cortesía, pero desde la resurrección es apelativo propio
de Cristo, como ha cristalizado en el Credo: "... y un solo Señor,
Jesucristo".
La Carta a los Filipenses inserta en el capítulo II un salmo cristiano que explica la génesis de ese título exclusivo. En antítesis con Adán, que aspiró a la igualdad con Dios por el camino de la rebeldía y el orgullo, Cristo, el salvador, deshace la arrogancia del primer hombre que había inficionado a la naturaleza humana. El ya poseía la condición divina, pero en lugar de hacer alarde de ella tomó la condición de siervo, haciéndose un hombre como los demás y cargando sobre sí las consecuencias del pecado: debilidad, dolor y muerte. Se despojó así de su rango, para volver a él por el camino de la obediencia; al contrario de Adán, fue obediente hasta aceptar la muerte más infamante que conocía su época. Por haberse humillado para salvar al hombre perdido, desandando el itinerario de Adán, Dios lo levantó por encima de todo y le dio el título que los supera todos, su propio título divino de Señor. Señor traduce el nombre de Adonai, exclusivo de Dios en el Antiguo Testamento.
El título de Señor incluye la autoridad divina: "Se me ha dado toda autoridad en el cielo y en la tierra" (Mt 28,18); suprema intensivamente: "toda autoridad," y extensivamente: "en cielo y tierra". A ella corresponde la sumisión universal al nuevo Señor proclamado por Dios, a Jesús, el que vivió entre los hombres y fue crucificado bajo Poncio Pilato: "A este título de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra y en el abismo". Todos los seres, visibles o invisibles, están sometidos a Cristo, a quien corresponde la aclamación universal: "¡Jesucristo es el Señor".
La Carta a los Filipenses inserta en el capítulo II un salmo cristiano que explica la génesis de ese título exclusivo. En antítesis con Adán, que aspiró a la igualdad con Dios por el camino de la rebeldía y el orgullo, Cristo, el salvador, deshace la arrogancia del primer hombre que había inficionado a la naturaleza humana. El ya poseía la condición divina, pero en lugar de hacer alarde de ella tomó la condición de siervo, haciéndose un hombre como los demás y cargando sobre sí las consecuencias del pecado: debilidad, dolor y muerte. Se despojó así de su rango, para volver a él por el camino de la obediencia; al contrario de Adán, fue obediente hasta aceptar la muerte más infamante que conocía su época. Por haberse humillado para salvar al hombre perdido, desandando el itinerario de Adán, Dios lo levantó por encima de todo y le dio el título que los supera todos, su propio título divino de Señor. Señor traduce el nombre de Adonai, exclusivo de Dios en el Antiguo Testamento.
El título de Señor incluye la autoridad divina: "Se me ha dado toda autoridad en el cielo y en la tierra" (Mt 28,18); suprema intensivamente: "toda autoridad," y extensivamente: "en cielo y tierra". A ella corresponde la sumisión universal al nuevo Señor proclamado por Dios, a Jesús, el que vivió entre los hombres y fue crucificado bajo Poncio Pilato: "A este título de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra y en el abismo". Todos los seres, visibles o invisibles, están sometidos a Cristo, a quien corresponde la aclamación universal: "¡Jesucristo es el Señor".
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