Advertencia
preliminar
El
día, 19 de noviembre, anuncia el martirologio la fiesta de este santo, de la
siguiente manera: "Cesarea de Capadocia, San Barlaam, mártir, que, aunque
rústico, y sin letras, fortalecido por la sabiduría de Cristo, venció con su
constancia en la fe al tirano y al mismo fuego: en su fiesta predicó San
Basilio un elocuente panegírico".
PANEGÍRICO
La
muerte de los santos se festeja con júbilo
Antes
se celebraba la fiesta de los santos con lágrimas y gemidos. José lloró
amargamente la muerte de Jacob 1. Los judíos lloraron mucho la muerte de
Moisés 2. Lloraron también con abundantes lágrimas a Samuel 3.
Pero
ahora nos alegramos con la muerte de los justos. Porque la naturaleza del dolor
ha cambiado después de la Cruz.
Ya
no acompañamos con lágrimas la muerte de los santos. Danzamos, por el
contrario, con coros divinos alrededor de sus sepulcros. Porque para los justos
la muerte es sueño, o mejor dicho, es un viaje a mejor vida. He aquí porqué
se alegran los mártires al ser degollados. El deseo de una vida más dichosa,
amortece el dolor de las heridas. El mártir no mira los peligros, sino las
coronas. No le horrorizan las heridas, sino que cuenta los premios. No se fija
acá abajo en los verdugos que le golpean. Contempla con los ojos del alma a los
ángeles que se congratulan desde el cielo. El mártir no considera lo
momentáneo de los sufrimientos, sino lo eterno de los premios. También entre
nosotros recogen el fruto magnífico de los honores. Son aclamados
por todos con divinas alabanzas; arrastrando a miles de pueblos alrededor de sus
sepulcros.
San
Barlaam: insuperable maestro de piedad
Esto
ha sucedido hoy al valiente Barlaam. Sonó la trompeta guerrera del mártir, y
convocó como veis, a los soldados de la piedad. El constituido atleta de
Cristo, fue anunciado con pregón. Y a toda esta asamblea de la Iglesia, dio
alas para volar.
Dijo el señor de los fieles:- El que cree en mí, vivirá aunque haya muerto 4.
Pues
bien; murió el esforzado Barlaam y convoca públicas asambleas. Está consumido
en el sepulcro, e invita a un banquete.
Ahora sí que podemos exclamar:
-
¿Dónde está el sabio? ¿Dónde el letrado? ¿Dónde el escudriñador de este
siglo? 5.
Hoy,
un hombre de campo es para nosotros insuperable maestro de piedad.
El
tirano creía que se trataba de una presa que fácilmente se dejaría atrapar.
Pero se dio cuenta, por experiencia, que se trataba de un guerrero invencible.
Se reía de él, porque hablaba rústicamente, pero le aterró su angelical y
juvenil vigor. Pues su ánimo no era bárbaro como lo era el órgano de la
lengua. Su inteligencia no claudicaba a una con las sílabas. Era un segundo
Pablo que con Pablo decía:
-Dado
que yo sea tosco en hablar; no lo soy sin embargo en la ciencia
Alegría
y valor de San Barlaam en los tormentos
Los
verdugos, atormentándole, quedaron sin fuerzas. Mientras tanto, el mártir,
encontrábase más vigorizado. Las manos de los. que le maltrataban, se
enervaban. Pero el ánimo del maltratado no se doblegaba. Los látigos separaban
las junturas de los nervios, pero el vigor de la fe se robustecía con más
tenacidad. Mientras los costados machucados se consumían, florecía la santidad
del corazón.
Habían
acabado con la mayor parte de su carne. No obstante, se encontraba vigoroso,
cual si aún no hubiese comenzado el combate. Porque cuando la piedad se apodera
del alma es entonces despreciable todo género de luchas. Debido al bien que el
alma ama, los que la atormentan, más la
deleitan antes bien y no la disgustan.. De ello da testimonio aquel amor de los
apóstoles que, en otro tiempo, les hacía agradables los azotes que recibían
de los judíos. Porque se retiraban del consejo, gozosos de haber sido
estimados dignos de ser atormentados por el nombre de Jesús 7.
Tal
es también el guerrero a quien hoy honramos. Llevaba con alegría los
tormentos, pensando que con los azotes le rodeaban de rosas. Mientras tanto,
huía de los males de la impiedad, como de dardos. Consideraba la ira del juez
cual sombra de humo. Reíase de los fieros escuadrones de satélites. Como si
fuesen coronas, regocijábase de los peligros. Gozábase en las heridas como en
los honores. Como si fuesen los más brillantes trofeos, saltaba de placer con
los más agudos tormentos. Despreciaba las espadas desenvainadas. Sufría las
manos de los verdugos, cual si fuesen más blandas que la cera. Besaba el leño
del suplicio, como si fuese su salvación. Cual si estuviese en prados, se
regocijaba. en los calabozos de la cárcel. Como con variedad de flores, se
deleitaba en las invenciones de tormentos.
La
mano de San Barlaam y su victoria sobre el
fuego
Tuvo
la mano derecha más firme que el fuego, último tormento que tuvo que soportar
de parte de sus enemigos.
En
efecto. Sus enemigos habían puesto fuego sobre el ara para ofrecer un
sacrificio a los demonios. Ante ella llevan al mártir. Colócanse todos a su
alrededor y le ordenan que ponga la diestra, extendida sobre el altar. Quieren
que sirva como ara de bronce. Al encender el incienso colocado maliciosamente
sobre la mano, esperaban que vencida por la fuerza del fuego, dejaría
necesariamente caer en seguida el incienso sobre el ara.
¡Oh falaces astucias de los impíos!
-
"Ya que no hemos doblegado -dicen- su ánimo con miles de heridas, doblemos
al menos en la llama la mano del importuno luchador. Ya que con diversas
máquinas no hemos abierto brecha en su ánimo, abrámosla al menos en su
derecha introduciéndola en el fuego".
Pero
los infelices ni siquiera de esta esperanza sacaron algo de provecho. Pues el
fuego perforaba la mano, pero la mano estaba quieta, tolerando el fuego como si
fuese ceniza. Nuestro héroe no dio la espada
al enemigo fuego como los fugitivos. Su mano permaneció quieta, mostrándose
valiente contra la llama. El fuego dio ocasión al mártir de exclamar con el
profeta:
-Bendito
sea el Señor Dios mío, que adiestra mis manos para la pelea y mis dedos para
manejar las armas 8.
El
fuego peleaba contra la mano, pero fue derrotado. Tratábase la lucha entre la
llama y la derecha del mártir. Y he aquí que la derecha del mártir obtuvo una
victoria nueva en los combates. Porque al pasar la llama por medio de la mano,
esta aún estaba extendida, preparada para el combate.
Alabanzas
a la gloriosa mano del Santo
¡Oh
mano más pertinaz que el fuego! ¡Oh mano que no has aprendido a doblegare al
fuego! ¡Oh fuego que has aprendido a dejarte vencer por la mano!
El
hierro, reblandecido por la tiranía del fuego, cede. El bronce, obedece
asimismo a su poder. Hasta la dureza de las piedras suele dejarse vencer por el
fuego. Pero su violencia que todo lo doma, al quemar la mano extendida del
mártir, no pudo doblegarla.
Con cuánta razón podía decir el santo, al Señor:
-
Tú me asiste de la mano derecha, y guiásteme según tu voluntad, y me acogiste
con gloria 9.
¡Gloria
y honor, al invicto campeón de Cristo!
¿Cómo
te llamaré, oh esforzado campeón de Cristo? ¿Te llamaré estatua? Disminuirá
grandemente tu constancia. Porque el fuego deshace una estatua si la arrojan,
mas a tu diestra ni siquiera la pudo obligar a que pareciese que se movía.
¿Te
llamaré hierro? También esta semejanza es inferior a tu valentía. Porque tú
eres el único que persuadiste al fuego de que no doblegaba tu mano. Tú, el
único que tuviste tu diestra en lugar de ara. Tú, el único que al arder tu
mano abofeteaste en el rostro a los demonios. Tú, el único que al hacerse
carbón tu mano, deshiciste en aquel momento las cabezas de los demonios. Y
después, convertida tu mano en cenizas, encegueces sus ejércitos y les
pisoteas.
Mas,
a qué empequeñecer al vencedor con pueriles y balbuceantes palabras? Cedamos
las alabanzas del mártir a lenguas más espléndidas y magníficas. Invitemos a
tomar parte en estas alabanzas a las trompetas más sonoras de los maestros.
Levantaos,
brillantes pintores de hazañas atléticas. Engrandeced con vuestras artes la
mutilada imagen de este General. Con los colores de vuestro arte, rodead de
fulgores al coronado atleta que yo he pintado con tanta obscuridad. Deseo que me
venzáis haciendo vosotros una hermosa pintura del mártir. Que yo me goce hoy
de vuestra victoria, al ser vencido por vuestra habilidad. Vea yo mejor
expresada por vosotros, la lucha entre la mano y el fuego. Que en vuestros
cuadros, pueda ver yo, pintado con mayor esplendidez, al invicto luchador.
Lloren los demonios, derrotados también ahora por las victorias del mártir
renovadas por vosotros. Mostradles de nuevo, la mano ardiendo y victoriosa.
Píntese asimismo en el cuadro, al árbitro del combate, Cristo, a Quien sea la
gloria por los siglos de los siglos. Amén.
Notas
1.
Gén., L, 1.
2. Deut., XXXIV, 8.
3. 1 Reyes, XV, 1.
4. Jn. XI, 25.
5. 1 Cor., I, 20.
6. 11 Cor., XI, 6.
7. Hech., V, 41.
8. Salmo CXLIII, 1.
9. Salmo LXXH, 24.
2. Deut., XXXIV, 8.
3. 1 Reyes, XV, 1.
4. Jn. XI, 25.
5. 1 Cor., I, 20.
6. 11 Cor., XI, 6.
7. Hech., V, 41.
8. Salmo CXLIII, 1.
9. Salmo LXXH, 24.
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