Disgusto
y desaliento del santo por los excesos cometidos
Los
espectáculos que ayer por la tarde tuvieron lugar1 me inducen por una parte a
dirigiros la palabra. Pero por otra, reprime mi deseo y apaga todo mi entusiasmo
la inutilidad de mis exhortaciones anteriores 2. Desmaya el labrador si no crece
la primera semilla que siembra, mostrándose tardo y desalentado para sembrar de
nuevo sobre la misma tierra. Ahora bien, ¿con qué esperanza voy a hablaros
hoy, si después de tantas exhortaciones, como las que días pasados os hicimos
incesantemente, y después de haber estado día y noche, durante estas siete
semanas de los ayunos, anunciandoos sin parar la buena nueva de la gracia del Señor,
ningún fruto, ninguna utilidad se ha conseguido? ¡Oh!, ¡cuántas noches hsbéis
velado en vano! ¡Cuántos dias os habéis congregado en vano! ¡Si es que es
vano! Porque quien comienza una vez el camino de las buenas obras y vuelve después
a sus antiguas costumbres, no sólo pierde el fruto de sus desvelos, sino que se
hace digno de un mayor castigo. Habiendo gustado la suavidad de la palabra de
Dios, habiendo sido digno de conocer los misterios de nuestra fe, todo lo perdió,
seducido por un pasajero deleite.
"El
humilde, dice el sabio, es digno de
perdón y de misericordia, pero el poderosa, poderosamente será
atormentado" 3. Con una sola tarde, con un solo ataque del enemigo se
arruina y se destruye todo aquel trabajo. ¿Qué ánimo puedo tener yo para
volver a hablaros? Hubiera callado, creedme, si no me hiciese temblar el ejemplo
de Jeremías a quien por no querer hablar a un pueblo perverso, le sobrevino el
castigo que él mismo nos cuenta: un fuego devorador se apoderó de sus entrañas
y le consumía por todas partes, y no podía soportarlo 4.
Descripción
de los excesos cometidos
Unas
mujeres lascivas, olvidadas del temor de Dios, despreciando el fuego eterno del
infierno, en aquel mismo día en que debían haber estado quietas en sus casas
en memoria de la resurrección, recordando el día en que se abran los cielos y
aparezca el Juez de los hombres, día en el que, al sonido de la trompeta
divina, resucitarán los muertos, compareciendo el justo Juez que juzgará a
cada uno según sus obras: estas mujeres, digo, en lugar de estar pensando en
estas cosas y de purgar sus almas de los malos pensamientos, borrando con
lágrimas sus pecados anteriores y preparándose para recibir a Cristo en el
día grande de su aparición, sacudieron el yugo de su divino servicio 5.
Arrojaron de sus sienes el velo de la honestidad, despreciaron a Dios y a sus
ángeles. Se portaron indecorosamente ante toda mirada de los hombres, agitando
sus cabellos, y sus túnicas. Durante el baile, con sus ojos lascivos, con risas
desenfrenadas, impulsadas como por la locura, provocaban en sí mismas toda la
liviandad de los jóvenes. E hicieron el baile nada menos que en la basílica de
los mártires, fuera de los muros de la ciudad, convirtiendo los lugares
sagrados en lugares de corrupción. Corrompieron la atmósfera con sus cantares
livianos. Mancharon la tierra, al bailar sobre ella con sus inmundos pies.
Desvergonzadas, locas, no omitieron ningún género de manía. Hiciéronse a sí
mismas, espectáculo, delante de una turba de jóvenes.
¿Cómo
callar esto? ¿Cómo lo lamentaré como merece?
El
vino es el que ha causado tantos estragos en estas almas. El vino, don de Dios,
dado para alivio de la debilidad del cuerpo, y para usarlo con sobriedad, se ha
convertido en aliciente para lascivia, por usarlo sin templanza.
Efectos
de la embriaguez. El santo no tiene confianza
de ser escuchado
La
embriaguez, ese demonio voluntario 6 que penetra en el alma por medio del
placer; la embriaguez madre de la maldad, enemiga de la virtud, al hombre fuerte
le hace débil, al casto lascivo; no conoce la justicia y, rebasa los límites
de la prudencia. De la misma manera que el agua es contraria al fuego, así el
vino, usado en demasía, extingue la razón. Por eso me resistía yo a hablar
contra la embriaguez: no porque se tratase de un mal poco considerable, sino
porque nada habían de aprovechar mis palabras.
Porque
si el ebrio ha perdido el juicio, y no sabe donde está, en vano habla quien le
reprocha, pues él no le escucha. ¿A quién pues hablaré? Ciertamente que los
que tienen necesidad de amonestaciones no oyen lo que se les dice. Los prudentes
y los sobrios no tienen necesidad de mis palabras, pues están libres de este
vicio. ¿Qué partido he de tomar en la presente condición de cosas si ni mis
palabras han de ser útiles, ni mi silencio seguro? ¿Abandonaremos la cura?
Pero es peligrosa la negligencia.
¿Hablaré
contra los ebrios? Pero es tronar en oídos sordos. Pero quizás, así como
cuando aparece una peste, los médicos aplican remedios aptos para prevenir el
mal en los sanos, mas no osan tocar a los que ya están infestados, así
también en nuestro caso, la palabra tiene una mediana utilidad; la de tutelar y
precaver a los fieles todavía sanos, pero no servirá para curar a los que
están ya atacados por la enfermedad.
La
embriaguez, fuente de daños físicos
¿En
qué te diferencias, oh hombre, de los animales irracionales? ¿No es en el don
de la razón, don que recibiste del Creador, don por el cual eres constituido
príncipe y señor de todas las criaturas? Pues quien se priva a sí mismo de la
razón y del juicio por la embriaguez, "se hace semejante a las bestias
irracionales y pónese a la par de ellas" 7. Más aún: yo diría que
los que están embriagados son más irracionales que los mismos brutos, puesto
que todos los cuadrúpedos, todas las bestias tienen en cierta manera ordenada
su concupiscencia; pero los entregados al vino, tienen sus cuerpos animados por
un ardor que supera al querido por la naturaleza. A todas horas y constantemente
son impelidos a los deleites impuros y torpes. Y esto no sólo los embrutece y
los atonta, sino que la privación de sus sentidos hace al embriagado el más
abominable de todos. Porque ¿qué animal pierde el sentido de la vista y del
oído, como lo pierde el que se embriaga? Pero los ebrios lo pierden, porque no
conocen a sus parientes, y tratan muchas veces con desconocidos creyendo que son
sus amigos, allegados. ¿No pasan muchas veces saltando por las sombras,
creyendo que atraviesan arroyos y valles? Sus oídos están continuamente
percibiendo ruidos y estrépitos, como furor de mar tempestuoso. Les parece
que la tierra se levanta hacia arriba, y que los montes giran a su alrededor.
Unas veces ríen sin cesar. Otras, se lamentan y lloran sin consuelo. Ora se
muestran intrépidos y audaces, ora tímidos y temblorosos. El sueño les es
pesado, difícil de sacudir, sofocante y parecido a la muerte. En las vigilias
permanecen más estúpidos que en los mismos sueños. Su vida es una especie de
sueño continuado. No teniendo quizás ni con qué vestirse, ni qué comer para
mañana, se imaginan ser reyes, capitanean ejércitos, edifican ciudades, y
reparten dinero. Es el vino el que llena sus cabezas de semejantes locuras y
visiones.
En
otros, en cambio, produce efectos contrarios. Pierden el coraje, están tristes,
doloridos, llorosos, tímidos y consternados. Un mismo vino, según la distinta
constitución produce distintos y diferentes efectos en los ánimos. A los
ardorosos y llenos de sangre, les pone alegres y gozosos. A los que ya han
gastado las fuerzas con su peso, y les ha corrompido la sangre, les excita a los
efectos contrarios 8. ¿Qué necesidad hay de enumerar la turba de los demás
trastornos? La pesadez de su carácter, el irritarse con facilidad, el ser
quejumbrosos, el ser de ánimo mudable, los gritos, los tumultos, el ser
inclinados a las acciones criminales, el ser incapaces de refrenar y disimular
la ira.
La
embriaguez, fuente de impureza
Además,
la incontinencia en los goces y placeres, tiene su origen en el vino como en su
fuente. A una con el vino, brota la enfermedad de la impureza, que es menor en
los brutos que en los embriagados. Las bestias conocen los términos de la
naturaleza. Pero los ebrios pierden todo el control de su persona. Van hasta
contra la naturaleza. Mas no es fácil decir y ponderar con palabras todos los
males que se encierran en la embriaguez. Los daños que trae la peste, afligen
de tiempo en tiempo a los hombres. El aire inyecta poco a poco su misma
corrupción en los cuerpos. Pero los daños que trae el vino lo invaden todo a
un mismo tiempo. Porque pierden el alma con todo género de vicios. Corrompen al
propio cuerpo con los inmoderados placeres, a que son arrastrados por una
especie de furor. Más aún; los mismos vapores del vino hinchan de tal manera
el cuerpo qué le hace perder su vigor vital con tales excesos. Tienen los ojos,
lívidos, pálido el semblante, embotado el espíritu, atada la lengua. Sus
gritos son confusos, sus pies titubeantes como los del niño, espontáneos sus vómitos
de lo superfluo que allá tienen, como si saliesen de las bocas de unas bestias.
Son
desgraciados por sus lascivias, más desgraciados aún que los que en el mar son
agitados por una tempestad. A éstos las olas, sucediéndose unas a otras, no
les permiten salir a flote. De modo semejante, las almas de aquéllos quedan
ahogadas y sumergidas en el vino. Por eso, así como a la nave muy llena de
mercancías, cuando es agitada por la tempestad, es necesario que le alivien el
peso, arrojando parte de su carga al mar, así a éstos es necesario aliviarles
de lo que les hacen tan pesados. Y aún apenas con el vómito quedan libres de
sus cargas.
Son
tanto más desgraciados que los navegantes; cuanto que aquéllos son acometidos
por los vientos, por el mar, y por fuerzas exteriores que no pueden impedir.
Pero éstos levantan voluntariamente en sí mismos la tempestad de la
embriaguez.
El
que es atacado por el demonio es digno de lástima. Pero el ebrio ni siquiera es
digno de compasión, pues lucha con un enemigo voluntario. Llegan al colmo de
componer ciertas medicinas, cuyo efecto no es atajar el mal que produce el vino,
sino hacer que la embriaguez, sea constante y continua.
Y
por lo que hace al tiempo de la bebida, les parece pequeño el día; breve la
noche, y corto el invierno.
El
ansia de beber
No
tiene fin este mal. Porque el mismo vino les abre el deseo de beber más. No
alivia la necesidad, sino que una bebida induce a la necesidad de otra bebida,
abrasando a los embriagados, y despertando siempre el deseo de beber más.
Cuando piensan que van a saciar su sed insaciable, les sucede lo contrario.
Porque con el continuo uso de este placer, se embotan y languidecen sus
sentidos. Y así como la excesiva luz daña a la vista, y así como pierden sus
sentidos los oídos que son heridos con golpes y estrépitos muy grandes de
manera que después ya no oyen nada; así éstos, dejándose arrastrar
imprudente e incautamente por la afición de este placer, llegan a perderle
completamente. El vino más puro dicen que es insípido, y parece agua. El frío
les parece caliente, y aunque esté helado, aunque esté como la nieve, no
pueden apagar la hoguera que en sti pecho ha encendido el inmoderado uso del
vino.
¡Ay
de los ebrios!
"¿Para
qué son los ayes? ¿Para quién los alborotos? ¿Para quién los tribunales?
¿Para quién los disgustos y las riñas? ¿Para quién las heridas inútiles?
¿Quién trae los ojos encendidos? ¿No son éstos los dados al vino, y los que
andan explorando dónde hay bebidas?" 9.
¡Ay!
es palabra de lamentación, y de lamentación son dignos los que se embriagan,
porque no han de alcanzar el reino de Dios 10.
Vienen
después los alborotos, porque el vino turba sus mentes. Los disgustos y las
riñas se deben al amargo placer que el beber les ha acarreado.
Quedan
atados sus pies, atadas sus manos, por los vapores del vino, que se extienden
por todo su cuerpo. Y aún antes de todos estos padecimientos, en el mismo
tiempo en que están bebiendo, se apodera de ellos el furor de los frenéticos.
Porque después que el vino se les sube a la cabeza, sienten en ella dolores
insufribles. No pudiendo mantenerla recta sobre sus hombros, la dejan caer a un
lado y otro balanceándola sobre las vértebras. Llaman entretenimiento al
inmoderado y disputador hablar en los convites. Finalmente, los ebrios reciben
heridas sin causa alguna. Por la embriaguez no pueden tenerse en pie. Caen hacia
diversos lados. Necesariamente y sin causa se han de llenar de heridas sus
cuerpos.
Es
inútil amonestar a los ebrios acerca de los daños de
la embriaguez. Tendrán la maldición de Caín
Pero
¿quién va a decir esto a los que están llenos de vino? Pesada como tienen la
cabeza por los vapores, dormitan, bostezan, ven nieblas delante de sus ojos, sienten
náuseas. No oyen a sus maestros que les están clamando por todas partes:
"No os llenéis de vino, porque en él está la lujuria" 11. Y en
otra parte: "El vino es lujurioso y contumeliosa la embriaguez" 12.
Y
al mismo tiempo que hacen oídos sordos, están mostrando el fruto de su
embriaguez. Su cuerpo está pesado por la hinchazón, sus ojos humedecidos,
su boca seca y hecha una llama. Y así como las concavidades, donde desembocan
los torrentes, mientras éstos se despeñan en ellas, parecen estar llenas de
agua, pero tan pronto como la corriente cesa, quedan secas y áridas; así,
mientras en la boca del ebrio, está cayendo el vino, parece estar húmeda y
llena; pero apenas cesa, queda seca y
árida. Y viciado como está, por el uso inmoderado del vino, aún la fuerza
vital llega a perder. Porque, ¿quién habrá tan fuerte que pueda resistir a
los males de la embriaguez? ¿Qué arte podrá evitar el que un cuerpo que
siempre se abrasa, que está siempre anegado en vino, no se haga enfermizo,
desgastado y flojo?
De
aquí los temblores y las debilidades. Por el inmoderado vino se les corta la
respiración, pierden los nervios su fortaleza, y todo el cuerpo, queda
tembloroso por la falta de fuerza.
¿Por
qué atraes sobre ti la maldición de Caín, que toda su vida anduvo tembloroso
y vagabundo?
El
cuerpo que pierde su natural base es inevitable que vacile y tiemble.
El
exceso en el beber hace olvidar las grandezas del
Creador. Todo es discordia y vanidad
¿Hasta
dónde arrastra el vino? ¿hasta dónde la embriaguez? El peligro está en que
te conviertas en cieno y lodo en lugar de hombre. Por las embriagueces
cotidianas tan mezclado estás con el vino, tan acabado estás por él, que
sólo hueles a vino. Como vaso corrompido no sirves para nada. A éstos llora
Isaías: "¡Ay de aquellos que se levantan por la mañana, y se lanzan a
la sidra, y esperan la tarde porque el vino les abrasa. Beben vino al son de la
cítara y del pandero 13 y no miran las obras del Señor, ni consideran
las obras del Señor!" 14.
Tienen
los ebrios costumbre de llamar sidra a toda bebida que pueda embriagar. Pues a
los que, apenas comienza el día, andan en busca de los sitios donde se dan
bebidas; a los que frecuentan las bodegas y las tabernas, a los que reúnen para
beber, a los que agotan todos los cuidados de su alma en tales ocupaciones, a
esos llora el profeta. Porque ningún tiempo les queda para considerar las
maravillas de Dios. No tienen tiempo para levantar los ojos al cielo, y
embelesarse con su hermosura y ponderar el orden de todo lo creado, para conocer
por este orden al Creador. Apenas comienza el día, adornan con variados tapices
y con floridas alfombras el lugar del convite. Todo su empeño y cuidado está
en preparar las copas y los vasos para refrescar el vino. Sacan las copas
adornadas con piedras preciosas y las de oro, como para un público y pomposo
banquete, a fin de que su variedad les entretenga el fastidio, y para que
mientras alternan unas y otras puedan beber durante más largo tiempo.
Discordia
y vanidad
Y
aún están presentes maestros para el convite, y otros que sirven la copa, y
architriclinos. Se simula orden en medio de la confusión, y armonía en medio
del alboroto. Así como a los magistrados seculares les dan autoridad sus
satélites, así también haciéndose acompañar de sirvientes, la embriaguez,
cual una reina, pretende ocultar lo mejor que puede, su deshonra.
Además,
las coronas, las flores, embotan más y más a los dados a la perdición.
En
el transcurso del convite nacen por el vino las disputas, los encuentros, los
litigios, mientras que luchan por aventajarse mutuamente en la embriaguez. El
que preside estas luchas es el diablo, y como premio de la victoria el pecado.
Quien se echa más vino, ese obtiene la victoria: "Su gloria consiste en
su propia deshonra" 15. Luchan entre sí, dañándose a sí mismos.
¿Qué
palabras podrán declarar las torpezas de las cosas que allí se hacen? Todas
están llenas de necedad, todas de confusión. Los vencidos están ebrios,
ebrios los vencedores. Los sirvientes se mofan de ellos. Vacila la mano, la boca
no recibe más alimento. El vientre se agita y el mal no se amansa. El miserable
cuerpo, despojado de natural vigor, se inclina a una y otra parte, sin poder
dominar la violencia que ejerce el excesivo vino.
Espectáculo
lamentable
¡Oh
espectáculo lamentable para los ojos de un cristiano! Un hombre que está en la
flor de la edad, de complexión robusta, que sobresale entre los guerreros,
tiene que ser llevado a su casa, porque no puede levantarse ni andar con sus
propios pies. Un hombre que debía ser el terror de los enemigos, es en la plaza
objeto de diversión para cualquier muchacho. Es derribado sin armas, y matado
sin enemigos. Hábil en las armas; cuando está en la flor de su edad es
consumido por el vino; dispuesto a que los enemigos hagan de él lo que quieran.
La
embriaguez embota el entendimiento, destruye el vigor, trae una vejez prematura
y prepara para la muerte en poco tiempo.
¿Qué
son los ebrios sino los ídolos de los gentiles? Tienen ojos y no ven, tienen
oídos y no oyen 16. Sus manos están desmadejadas, sus pies muertos.
¿Quién ha puesto tales acechanzas? ¿Quién ha causado este mal? ¿Quién nos
mezcló este veneno de la locura?
Mirad,
oh hombre, hiciste del convite un campo de batalla. De él salen los jóvenes
conducidos por manos ajenas, como heridos en el combate. Mataste con el vino a
la flor de la juventud. Le invitas a un convite como a amigo, y le despides
muerto, apagada su vida con el vino.
Cuando
creían que estaban ya hastiados de vino, comienzan a beber, y beben a la manera
de los animales, como de una fuente que mana, ofreciendo a los convidados sendas
corrientes. Porque cuando están a la mitad del banquete entra un joven de
lucidos hombros que aún no está ebrio. Presenta en medio una gran vasija de
vino fresco. Despide al copero, y de pie va repartiendo a los convidados unos
tubos oblicuos, por los que se comunica la embriaguez a todos. Peregrina
invención en tal desorden, para que recibiendo todos en igual proporción aquel
deleite, ninguno pueda vencer al otro en la bebida. Distribuidos los tubos, y
tomando cada uno el suyo, beben todos a la vez como los bueyes en los lagos,
apresurándose por traer a sus gargantas cuanto les viene de la vasija
refrigerante, por los plateados caños.
Mira
tu miserable vientre. Fíjate en la grandeza del vaso que llenas, que apenas
cabe en él una cótila. No mires a la vasija para agotarla, sino a tu vientre
que ya está lleno. Por eso, ¡ay de los que se levantan por la mañana y se
arrojan a la sidra! ¡ay de los que esperan la tarde 17, y pasan todo el
día en la embriaguez. ¡Ningún tiempo les queda para mirar las obras del
Señor y considerar sus maravillas!
El
vino les abrasa 18, porque el calor del
vino, comunicándose a las carnes, se convierte en ascua para las encendidas
saetas del enemigo.
El
vino sumerge en tinieblas a la razón y al entendimiento. Excita las pasiones y
las lascivia como a un enjambre de abejas.
¿Qué
carroza es arrastrada por un tronco sin auriga tan temerariamente? ¿Qué nave
sin piloto no es agitada por las olas con más seguridad que el embriagado?
Contraste
entre la embriaguez y la severidad cristiana.
El juicio de Dios
Por
estos males, hombres mezclados con mujeres, entregando sus almas al espíritu de
la embriaguez, formando todos juntos una danza, se
hirieron mutuamente con el aguijón de las pasiones. Las risas de una y otra
parte, los cantares livianos, los gestos lascivos, todo era un llamado a la
impureza.
¿Te
ríes? Dime, ¿y te gozas, con gozo impuro, cuando te era mejor estar llorando y
gimiendo los pecados pasados?
¿Entonas
cantos de meretriz, olvidándote de los himnos y salmos que aprendiste?
¿Mueves
los pies y saltas como los locos y bailas, cuando debieras hincar tus rodillas
para adorar? ¿A quién lloraré? ¿A las doncellas aún no casadas o a las que
están ya sujetas al yugo del matrimonio? Aquéllas volvieron sin la virginidad,
éstas sin la fidelidad a sus maridos. Qué si algunas evitaron por ventura el
pecado en sus cuerpos, recibieron por completo el mal en sus almas.
Lo
mismo digo de los hombres. Si miró con malicia, malicia tiene. El que mira a
una mujer para desearla, ha fornicado 19. Si tienen tanto peligro los que de
paso e inadvertidamente miran a una mujer, ¿qué peligros no han de tener los
que de propósito asisten a tales espectáculos para ver a unas mujeres que por
la embriaguez se portan indecorosamente; que componen sus gestos para provocar
la lascivia; que canten canciones muelles, que sólo con ser oídas pueden
excitar la pasión de la carne en los lascivos? ¿Qué van a decir, qué excusa
van a presentar quienes de tales espectáculos volvieron cargados de un enjambre
de tantos males? ¿No se ven obligados a confesar que miraron para excitar su
concupiscencia? Por lo tanto, son reos de adulterio, según el inevitable juicio
de Dios.
¿Cómo
os va a recibir el Espíritu Santo el día de Pentecostés, habiéndole tratado
con tal desprecio el día de la Pascua?
La
venida de este Espíritu fue clara y manifiesta a todos, pero tú has preferido
hacerte habitación del espíritu contrario, y te has convertido en templo de
ídolos 20, siendo así que deberías ser templo de Dios, donde habitase el
Espíritu Santo. Has traído sobre ti la maldición del Profeta, que dice en
nombre de Dios: Convertiré sus solemnidades en luto 21.
¿Cómo
vais a mandar a vuestros siervos, cuando vosotros sois esclavos de vuestros
brutales apetitos y de vuestra liviandad?
¿Cómo
vais a aconsejar a vuestros hijos, si vosotros lleváis una vida escandalosa y
desarreglada?
Remedios
contra el exceso de la bebida. Exhortaciones
¿Pues
qué? ¿Os abandonaré? Temo que el díscolo, tome de aquí ocasión para
hacerse más desvergonzado 22; y que el compungido quede anegado en mayor
tristeza.
La
medicina, dice la Escritura, remediará
grandes pecados 23. Cúrese con el ayuno, la embriaguez; con los Salmos, los
cantares obscenos. Sean las lágrimas remedio de la risa. En vez de la danza,
dóblese la rodilla. Al aplauso de las manos, sucedan los golpes de pecho. En
lugar de la elegancia en el vestir, muéstrese la humildad.
Sobre
todo, redímate del pecado la limosna 24. Porque el precio de la redención
del hombre, son sus riquezas 25. Haz que muchos de los que yacen en la
desgracia, sean tus compañeros en la oración, a no ser que todavía estés
determinado a darte al mal.
Cuando
el pueblo se sentó para comer y beber, y se levantaron para jugar (y su juego
era la idolatría 26), los levitas, armados contra sus hermanos, consagraron sus
manos al sacerdocio.
Así,
que a todos los que teméis al Señor, a todos los que os habéis lamentado de
la vileza de estos hechos execrables, os mandamos que os compadezcáis como de
vuestros miembros enfermos, de los que se arrepientan de la locura de sus
acciones. Pero si algunos se mantienen obstinados, y se burlan de vuestra
tristeza por su causa salid de entre ellos y separaos, y no toquéis lo
inmundo 27, para que avergonzados conozcan su maldad, y vosotros recibáis
el premio del cielo de Finés 28, en el justo juicio de Nuestro Dios y Salvador
Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos.
Amén.
Notas
1.
El Sábado Santo.
2.
Alúdese a las exhortaciones con que el Santo había querido disponer a los
fieles a festejar santamente la Pascua.
3.
Sab., VI, 7.
4.
Jerm., XX, 9.
5.
Isaías, III, 16.
6.
Demonio voluntario es aquel que el hombre se elige por sí mismo, a quien
voluntariamente abre las puertas siendo atormentado por su propio querer.
7.
Salmo LXVIIT, 13.
8.
El Santo, sigue, en estas explicaciones fisiológicas, el estado de la ciencia
de su tiempo.
9.
Prov., XXIII, 29.
10.
I Cor., VI, 10.
11.
Efes., V, 18.
12.
Prov., XX, 1.
13.
En la actualidad diríamos que beben al son de la guitarra y del acordeón.
14.
Isaías, V, 11.
15.
Filip., III, 19.
16.
Salmo CXIII, 5.
17.
Isaías, V, 11.
18.
Ibíd.
19.
Mt., V, 28.
20.
Rom., VIII, 11.
21.
Amos, VIII, 10.
22.
II Cor., XI, 7.
23.
Eccles., X, 4.
24.
Dan.m IV, 24.
25.
Prov., XIII, 8.
26.
Exod., XXXII, 6.
27.
Cor., VI, 17.
28.
Núm., XXV, 11.
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