Descripción
de la envidia
Bueno
es Dios. Comunica El sus bienes a quienes los merecen. Malo es el diablo, autor
de todas las maldades. Y así como el bueno sigue siempre el amor hacia el
prójimo, de la misma manera el demonio acompaña siempre la envidia. Estemos
prevenidos, pues, hermanos, contra el vicio de la envidia. No participemos de
las obras del adversario, no sea que nos encontremos condenados con él a la
misma pena. Pues si el soberbio cae en la pena del demonio, ¿cómo escapará el
envidioso del castigo del diablo?
En
las almas ningún vicio se arraiga más funesto que la envidia, el cual sin
hacer lo más mínimo a los de afuera, es principal y propio mal para quien lo
posee. Pues va consumiendo el alma como el orín al hierro. Así como, según
cuentan, las víboras horadan al nacer el vientre de la madre que las engendró,
así la envidia suele devorar el corazón que la ha criado.
Es
la envidia un pesar de la prosperidad del prójimo. De ahí que las tristezas ni
las congojas abandonan jamás al envidioso. ¿Es fértil el campo del vecino?
¿Abunda en su casa todo lo necesario para vivir? Todo esto, es alimento para
esta enfermedad y aumenta el dolor en el envidioso. De suerte que en nada se
diferencia de un hombre desnudo a quien todas las cosas le lastiman. ¿Es alguno
valiente? ¿Es de buen parecer? Todo hiere al envidioso.
¿Es
otro más elegante en su forma? Otra llaga más para el envidioso.
¿Sobresale
uno, entre muchos, por las dotes de su alma? ¿Es admirado y emulado por su cordura
y elocuencia? ¿Es otro rico y espléndidamente dadivoso en sus limosnas y en su
trato con los necesitados, y es muy alabado por aquellos a quien hace
beneficios? Pues bien, todas estas cosas
son llagas y heridas que le hieren en medio del corazón. Y lo más terrible de
la enfermedad, es, que ni siquiera se descubre. El envidioso anda con la vista
baja y está melancólico y se inquieta; y se irrita poco a poco y perece bajo
este mal. Si se le pregunta sobre su pasión, se avergüenza de declarar su
desgracia y de decir: soy envidioso y cruel; me afligen los bienes del amigo y
lamento la alegría de mi hermano; y no tolero la presencia de los bienes
ajenos, sino que tengo por calamidad la dicha de mi prójimo. Así debía
expresarse si quisiera decir la verdad. Mas prefiriendo no descubrir nada, tiene
apresada en su pecho la enfermedad que abraza y roe ocultamente sus entrañas.
El
envidioso goza con la desgracia de los demás
No
halla el envidioso médico para su mal, ni puede encontrar alguna medicina, que
calme la pasión, siendo que la Sagrada Escritura está llena de tales remedios.
Quédale un remedio para su mal; la ruina de alguno de los que envidia.
Este
es el límite del odio; ver caer de la felicidad al que envidiaba; observar la
desgracia de aquel que era tenido por dichoso. Entonces hace la paces y se hace
su amigo: cuando le ve llorando, cuando le contempla arrasado en lágrimas. No
se goza con el que es feliz, y sí se alegra con el que llora. Se compadece de
aquella mudanza de vida, lamenta las desgracias en que ha caído desde la altura
de la felicidad, y alaba la dicha pasada; no por misericordia y compasión, sino
para hacerle sentir más hondamente su desgracia. Alaba al hijo pequeño
después de muerto y le llena de lisonjas: ¡cuán, hermoso era!, icuán
despierto! ¡cuán apto para todo!; y mientras vivía, ni una palabra se había
dignado proferir en su alabanza. Pero si ve que su alabanza es de todos
aprobada, mudando nuevamente, siente envidia del muerto. Admira la riqueza
después de perdida. Alaba y aprueba la hermosura del cuerpo, la fuerza y el
buen parecer, cuando las ves dañadas por las enfermedades. En una palabra, es
enemigo de los bienes presentes, y finge ser amigo de los que se han perdido.
Ejemplos:
Satanás y Caín
¿Qué
cosa hay, pues, más terrible que esta enfermedad? La envidia es destrucción de
la vida, peste de la naturaleza, enemiga de los bienes que Dios nos comunica,
contraria del mismo Dios.
¿Qué
es lo que impulsó al príncipe del mal, al diablo, a hacer la guerra
a los hombres? ¿No fue acaso la envidia? Por ella declaró abiertamente la
guerra a Dios; se enemistó con El, por la munificencia con que trataba a los
hombres. Y se venga en el hombre, ya que no puede hacerlo en Dios.
Y
esto es asimismo lo que hizo Caín. El fue el primer discípulo del demonio,
pues de él aprendió la envidia y el homicidio, pasiones hermanas a las que San
Pablo pone juntas cuando dice: "Llenos de envidia y de homicidio" 2.
¿Qué
hizo, pues? Vio la honra que su hermano recibía de Dios y sintió
emulación. Mató al que recibía el honor para herir al que le honraba.
Sintióse débil para luchar contra Dios. Cayó sobre su hermano y le mató.
Huyamos,
hermanos, de esta enfermedad que nos induce hacer la guerra a Dios; Madre es
este mal de los homicidios, deshonra de la naturaleza, desconocedora de la
amistad, la más irracional desgracia. ¿Porqué te afliges, hombre, sin haber
padecido nada? ¿Porqués haces la guerra
al que posee algún bien sin que disminuya en nada los tuyos? ¿Y si gozando tú
de algunos bienes, te indignas contra el otro, no envidias abiertamente tu misma
comodidad?
Saúl
Así
era Saúl; de los grandes beneficios que de David recibía, tomaba ocasión para
hacerle la guerra. Pues, en primer lugar, libre de la locura por medio de
aquella música melodiosa y divina, intentó traspasar con su lanza al
bienhechor. Después, salvado con todo su ejército de las manos de sus
enemigos, libertado de los vergonzosos insultos que Goliat profería; como
quiera que las vírgenes que danzaban atribuían a David una parte diez veces
mayor de las hazañas, cantando: "Hirió Saúl a mil y David a
diez mil" 3, únicamente por este cántico y por el testimonio de la
verdad misma, intentó primero matarle con sus mismas manos y quitarle de en
medio valiéndose de acechanzas. Cuando huía David, no por eso, depuso su
enemistad, sino que al fin empleando contra él un ejército de tres mil hombres
escogidos, le buscaba afanosamente 4. Si entonces se le hubiera preguntado,
cuál era la causa de la guerra, hablaría, lamentándose de los beneficios que
aquel hombre recibía. Y sorprendido cuando dormía, por aquel mismo tiempo de
la persecución, en una buena oportunidad para
haber perecido a manos de su enemigo; salvado otra vez por el justo que se
guardaba de poner en él sus manos; no por eso se doblegó ante tan grande
beneficio; sino que reúne otro ejército, le persigue nuevamente, hasta que,
sorprendido por él mismo en una cueva 5 hizo que resplandeciese más la virtud
de David y quedase más patente su propia maldad.
Es
la envidia un género de odio y el más fiero, porque los beneficios doblegan a
los que por otra causa son enemigos nuestros, pero el bien que se hace al
envidioso le irrita más; y cuando más recibe, tanto más se indigna, se
entristece y se exacerba. Porque la desrazón que tiene por el poder del
bienhechor es mayor que el agradecimiento por los bienes que de él recibe.
¿A
qué fiera no superan en la brutalidad de sus costumbres? ¿A qué irracional no
vencen en la crueldad? Los perros se hacen mansos, si se les da de comer; si se
cuida a los leones, se domestican; pero los envidiosos acrecientan su mal con
los beneficios.
Los
hermanos de José
¿Que
fue lo que hizo esclavo al generoso José sino la envidia de sus hermanos? 6. Es
digno de considerar aquí la sin razón de este mal. Porque temiendo que se
realizaran sus sueños, entregan a su hermano, sin saber que con el tiempo
deberían postrarse ante un esclavo. Pero si son verdaderas las cosas que
soñó, ¿qué artificio podrá impedir que se efectúen las predicciones? Y si
es falso lo que vio en sueños, ¿porqué envidiáis a uno que se engaña? Más,
por disposición de Dios, su determinación se volvió contra ellos mismos. Pues
por los mismos medios con que creyeron impedir el vaticinio, por esos mismos
prepararon el camino para que se llevasen a cabo. Si José no hubiera sido
vendido, no hubiera venido a Egipto; su pureza no sería motivo de las
acechanzas de una mujer lasciva, no hubiera sido aherrojado en la cárcel, no se
hubiera familiarizado con los criados del Faraón, ni hubiera declarado los
sueños, por lo cual recibió el mando de Egipto y fue reverenciado por aquellos
sus hermanos, cuando acudieron a él debido a la carestía de trigo.
Los
enemigos de Jesucristo
Pasemos
ahora con nuestra consideración a aquella envidia, la mayor de todas, que se
ensañó en las cosas más grandes: la que se levantó
contra el Salvador por la locura de los judíos. ¿Por qué era envidiado? Por
los milagros. Y, ¿qué milagros eran éstos? La salud de quienes la suplicaban.
Alimentaba a los pobres, y el que les daba alimento era perseguido. Ahuyentaba
los demonios, y el que los arrojaba era injuriado. Quedaban limpios los
leprosos, los cojos andaban, oían los sordos y los ciegos veían; y el que
hacía estos, beneficios era arrojado fuera con despecho. Y por fin entregaron a
la muerte al autor de la vida y azotaron al Libertador de los hombres, y
condenaron al Juez del universo.
Y
con esta sola arma, comenzando desde la formación del mundo, hasta la
consumación de los siglos, el destructor de nuestra vida, vale decir, el
demonio, que se goza con nuestra perdición y que cayó por la envidia, nos
persigue y derriba también a nosotros, queriendo llevarnos con él al
precipicio, por medio de un mal semejante.
La
envidia se dirige preferentemente contra quienes
están más unidos a nosotros
Sabio
era a la verdad el que ni siquiera permitía que se comiese con un hombre
envidioso 7, queriendo significar con la reunión en la comida, toda otra
sociedad de la vida. Porque, así como tenemos cuidado de alejar el fuego todo
lo posible de la materia que fácilmente puede quemarse, así conviene alejarse
en cuanto sea posible de la conversación y amistad de los envidiosos,
poniéndonos fuera del alcance de los dardos de la envidia. No suele acontecer
que caigamos en las redes de la envidia, sino es acercándonos a ella por la
familiaridad. Porque según el dicho de Salomón: "Al hombre le viene la
envidia de su compañero" 8. Y así es, en efecto. No envidia el escita
al egipcio, sino cada uno al de su nación. Y entre los de su nación, no
envidia a los que no conoce, sino a aquellos a quienes más trata. Y entre los
que trata, a los vecinos y a los que tienen el mismo oficio; y a los que de
alguna manera le están más allegados. Y aún entre otros, a los de la misma
edad, a los parientes, a los hermanos. En una palabra, así como el gorgojo es
enfermedad propia del trigo, así la envidia es debilidad de la amistad.
Sólo
una cosa podría alguno alabar en este mal, el que cuanto más vehementemente se
excita, tanto más daño hace al que le posee. Porque así como las saetas
arrojadas con fuerza, si vienen a dar contra una cosa dura y resistente, vuelven
contra el que las arrojó; así los movimientos
de la envidia, sin hacer ningún daño al envidiado, terminan por ser llagas
para el envidioso. Porque, ¿quién, al acongojarse de los bienes del prójimo,
consiguió que se disminuyesen? Ciertamente que solo a sí mismo se atormenta y
se consume por las tristezas. No obstante a los enfermos de envidia se los
considera más perjudiciales que los mismos animales venenosos. Porque estos
inyectan el veneno por la herida que hacen y poco a poco es devorada por la
pobre la parte mordida; pero de los envidiosos creen algunos que inyectan el
daño con sola su mirada; de tal manera que los cuerpos bien dispuestos y
florecientes en plena juventud, por el vigor de la edad, quedan macilentos,
dominados por ellos, y cae por tierra toda la lozanía, como socavada por el
pernicioso río que saliendo de los ojos del envidioso todo lo destruye y lo
corrompe. Yo, sin embargo, rechazo este dicho popular inventado por las
viejecitas en las reuniones de mujeres. Pero lo que digo es, que los demonios,
que aborrecen lo bueno, una vez que encuentran voluntades amigas suyas, las
manejan en todos los sentidos para sus intentos. Se valen hasta de los ojos de
los envidiosos para que sirvan a su propio arbitrio. ¿Y no te horrorizas en
hacerte compañero del malvado demonio? ¿Cómo es que das cabida en ti a un mal
por el que te haces enemigo de quienes no te han hecho injuria alguna? ¿No te
horrorizas en hacerte enemigo de Dios, que es bueno y está libre de toda
envidia?
Semblanza
del envidioso
¡Huyamos
de un tal insoportable vicio! Es mordedura de serpiente, invención de los
demonios, cosecha del enemigo, señal de perdición, obstáculo para la piedad,
camino para el infierno, privación del reino celestial. ¡Cómo se conoce
manifiestamente por su mismo rostro, a los envidiosos! Su mirada lánguida y
obscura, rostro triste, entrecejo arrugado, perturbado su ánimo por la pasión,
privado de recto criterio en la verdad de las cosas. No tienen paz. Para ellos
no es laudable ninguna obra de virtud, ni la elocuencia, aunque esté adornada
con la gravedad y la gracia, ni cosa alguna de las que se alaban y se admiran.
Como los buitres, dejando atrás en su vuelo prados deliciosos y paisajes de
suavísimas fragancias, se lanzan sobre los sitios donde hay mal olor. Así como
las moscas dejan lo sano y se arrojan sobre las heridas, así los envidiosos ni
siquiera ven lo bueno de la vida y la grandeza de las buenas obras; se fijan en
las debilidades. Y si en algo hay un
desliz, y por cierto son muchos los de los hombres, lo publican, y quieren que
de él se enteren los hombres. Justamente como hacen los malos pintores 9,
quienes o de una nariz torcida o de una cicatriz u otra mutilación corporal, o
de cualquier otro defecto que uno tiene por naturaleza o por ¡in accidente que
le ha sobrevenido, deforman las facciones de la persona que pintan. Los
envidiosos son pues, astutos en despreciar lo que merece alabanza, echándolo a
mala parte; y en imputar a la virtud lo que es propio del vicio contrario a
ella. Llaman temerario al valiente, necio al prudente, cruel al justo, falaz al
sabio. Al que es magnánimo le tienen por hombre que hace gastos inútiles. Al
liberal le tienen por derrochador y al económico por parco. En una palabra,
todo género de virtud tiene para ellos cambiado su nombre en el del vicio
contrario lo.
Remedio
contra la envidia: no hay que estimar las
cosas terrenas más de lo que valen
Pero,
¿qué? ¿Voy a emplear todo mi discurso en reprender este vicio? Esto es tan
sólo la mitad de la cura. El mostrar al enfermo la gravedad de la enfermedad,
para que tenga el debido cuidado de arrojarla de sí, no es inútil. Pero
dejarle en este estado sin llevarle de la mano a la salud, no es otra cosa que
abandonar al desesperado en manos de la enfermedad. Pues bien; ¿cómo hemos de
precavernos para no contraer la enfermedad? ¿Cómo la sanaremos si una vez por
desdicha, la contraemos? Primeramente, si ninguna cosa de este mundo tenemos por
grande, ni por magnífica: ni las humanas riquezas, ni la gloria pasajera, ni la
hermosura del cuerpo. Nuestro bien no está limitado a estas cosas caducas y
perecederas. Somos llamados a participar de los bienes eternos y verdaderos. Y
por esto no hay que envidiar al rico por sus riquezas; ni al poderoso por la
grandeza de su dignidad y autoridad; ni al valiente, por la fuerza de su cuerpo;
ni al sabio, por su facilidad en el hablar. Pues todas estas cosas son medios de
virtud para los que usan bien de ellas, pero no contienen en sí la felicidad.
Por lo tanto, el que usa mal de ellas, es digno de compasión; como lo sería el
que tomando una espada para vengarse de sus enemigos, se matase voluntariamente
con ella a sí mismo. Pero si usa bien y según la recta razón de las cosas que
posee, y es administrador de los bienes que de Dios ha recibido, y no los
amontona por su propia comodidad, es digno de alabanza y de amor por la caridad
que tiene con sus hermanos y por la generosidad de su carácter.
¿Sobresale
alguno por su prudencia, y ha recibido el don de poder hablar de Dios, y es
expositor de las Sagradas Escrituras? No le envidies, ni desees que calle el
intérprete de las Sagradas Letras sólo porque la gracia que ha recibido del
Espíritu Santo, es acompañada de aprobación y alabanza de sus oyentes. Es
bien tuyo, y es bien que ha sido enviado para ti (el don de enseñar de tu
hermano), si es que quieres recibirle. Nadie obstruye la fuente que mana en
abundancia. Cuando resplandece el sol, nadie se cubre los ojos, ni envidia a los
que gozan de su luz, ni desea tan sólo para sí este placer. Pues bien,
brotando en la Iglesia el manantial de la divina palabra, y difundiéndose en
los corazones piadosos por los dones del Espíritu Santo, ¿no escuchas con
gozo? ¿No recibes con agradecimiento este favor? Pero te hieren los aplausos de
los oyentes, y querrías que no hubiese quien sacase fruto y quien alabase.
¿Qué
excusa va a tener esto delante del juez de nuestras conciencias?
Estímese,
pues, como hermoso por naturaleza el bien del alma. Y al que florece por sus
riquezas y al que goza de poder y buena disposición corporal y usa bien de lo
que tiene, es justo también que se le estime y respete, por cuanto posee los
medios comunes para vivir, y distribuye estas cosas con rectitud. Por su
generosidad en repartirlas es liberal con los pobres, da socorro corporal a los
enfermos. Todo lo demás que le queda cree ser tanto suyo como de cualquiera que
lo necesitase. Quien no procede así, más que digno de envidia lo es de
compasión, pues tiene mayores ocasiones para ser malo. Porque esto es perderse
con mayores riquezas y mercancías. Por lo tanto, si la riqueza es apoyo de la
injusticia, digno de compasión es el rico. Si es medio para la virtud, no tiene
lugar la envidia; pues su utilidad común se pone al alcance de todos; a no ser
que haya alguno tan perverso que envidie sus mismos bienes.
En
una palabra; si elevas tus pensamientos sobre las cosas humanas, y pones tu
vista en la hermosura y gloria verdadera, muy lejos estarás de tener por dignas
de apetecerse y ser envidiadas las cosas perecederas y terrenas. El que está en
esta disposición y no admira las cosas mundanas como grandes, jamás será
poseído por la envidia.
Si
a todo trance ansías la gloria y quieres sobresalir entre todos y por eso no
sufres ser el segundo (porque también esto es ocasión de envidia),
dirige esa tu pasión cual si fuera un torrente, hacia la adquisición de la
virtud. No quieras enriquecerte y buscar la gloria en las cosas de este mundo.
No está esto en tus manos. Mas sí debes ser justo, sobrio, prudente, valeroso
y sufrido en los padecimientos y trabajos por causa de la virtud. De esta manera
te salvarás a ti mismo y por mejores bienes, adquirirás más gloria. Porque la
virtud está en nuestra mano, y puede adquirirla todo aquel que sea amante del
trabajo. La abundancia de riquezas y la hermosura del cuerpo y la honra de las
dignidades, no están a nuestro alcance. Por lo tanto, si la virtud es un bien
mejor y más duradero, y que sin controversias goza ante todos del primer
puesto, a ella debemos aspirar. Pero es muy difícil que la virtud se posesione
de un alma, si ésta no está limpia de todo vicio y, sobre todo, libre de la
envidia.
¿No
ves tú que gran mal es la hipocresía? Pues también es fruto de la envidia.
Porque la doble cara del carácter, nace en los hombres, principalmente de la
envidia, puesto que teniendo el odio escondido dentro del corazón, muestran
exteriormente una falsa capa de caridad. Son semejantes a los escollos del mar,
que cubiertos con poca agua son un mal imprevisto para los incautos navegantes.
Por
consiguiente, siendo verdad, que mana para nosotros de este vicio, como de una
fuente, la muerte, la pérdida de los bienes, el alejamiento de Dios, la
transgresión de los mandamientos y la ruina total de todos los bienes
naturales, obedezcamos al Apóstol y "no nos hagamos ambiciosos de la
gloria vana provocándonos unos a otros, envidiándonos mutuamente" 11, sino
seamos más bien "benignos, misericordiosos, perdonándonos los unos a
los otros, como también Dios nos perdonó en Cristo" 12 Jesús, Señor
Nuestro, por Quien sea la gloria al Padre y al Espíritu Santo por los siglos de
los siglos. Así sea.
2. Rom.,1, 29.3. I Reyes, XVIII, 7
4. I Reyes, XXIV, 3.5. 1 Reyes, XXVI, 7.6. Gén., XXXVII, 28.7. Prov., XXIII, 6.8. Eccli., IV, 4.9. Con esto quiero hacer alusión a las caricaturistas, para quienes un defecto puesto a la vista, constituye mérito, mientras que un pintor serio, como fue Apelle, hubiera velado todo defecto, como lo hizo con el ojo de Alejandro. Es célebre su respuesta a quien preguntaba: "¿Y dónde está el ojo ciego?". "Dónde está más bien vuestro juicio", le dijo.10. En los ejemplos aducidos no se trata de vicios opuestos a las virtudes, sino de vicios que son la exageración viciosa de la respectiva virtud.11. Gal., V, 26.12. Efes., IV, 32.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Procura comentar con libertad y con respeto. Este blog es gratuito, no hacemos publicidad y está puesto totalmente a vuestra disposición. Pero pedimos todo el respeto del mundo a todo el mundo. Gracias.