Introducción:
torpe bestialidad del iracundo
Cuando
las prescripciones de los médicos son oportunas y están conformes con lo que
aconseja el arte, su utilidad se manifiesta sobre todo después que se
experimenta. Así, en las exhortaciones espirituales, cuando los consejos están
confirmados por el éxito, es entonces cuando aparece lo sabia y últimamente
que fueron dados para la enmienda de la vida y para la perfección de aquellos
que los llevan a cabo. Pues cuando oímos las sentencias de los Proverbios que
nos enseñan que "la ira pierde aun a los prudentes" 1, cuando
oímos la amonestación del Apóstol: "Toda ira, indignación y alboroto
con toda maldad, esté lejos de vosotros" 2, y al Señor que dice que
quien irrita temerariamente a su hermano es reo de juicio 3; si hemos
experimentado esta pasión que no nace en nosotros, sino que se precipita desde
fuera sobre nosotros como una inesperada tempestad, entonces, sobre todo,
conoceremos bien lo admirable de las divinas amonestaciones. Y si a veces
nosotros mismos hemos dado cabida a la ira, como abriendo paso a un río
impetuoso, y hemos experimentado la vergonzosa tribulación de los poseídos por
esta pasión, habremos llegado a conocer entonces, la verdad de aquella
sentencia: "El hombre iracundo no es honesto" 4. Porque una vez
que este vicio hace perder la razón usurpa después el dominio del alma.
Embrutece por completo al hombre no permitiéndole ser hombre, pues ya no cuenta
con el auxilio de la razón.
Lo
que el veneno causa a los envenenados, eso mismo hace la ira en los que se
exasperan, rabian como perros, atacan como escorpiones, muerden como serpientes.
La Sagrada Escritura suele llamar con frecuencia a los dominados por este vicio,
fieras, a las que se asemejan en su maldad. Otras veces los llama perros que no
ladran 5; otras, serpientes, raza de víboras 6.
Y
en efecto, los que están dispuestos a destrozarse mutuamente y a hacer daño a
sus semejantes, son con razón, contados entre las fieras y animales venenosos
que por naturaleza tienen odio implacable al hombre y le atacan.
La
ira desenfrena la lengua y no hay guarda en la boca. Las manos sin sosiego, las
afrentas, los insultos, las maldiciones, las heridas y otras cosas que quedan
sin enumerar, son vicios engendrados por la ira y el furor.
También
la espada, se afila por la ira, y la muerte del hombre se lleva a cabo por manos
humanas. Por ella los hermanos llegan a desconocerse entre sí. Los padres y los
hijos reniegan de su naturaleza. Pues los iracundos se olvidan en primer lugar
de sí mismos; después, de todos sus parientes. Y así como los torrentes que
van a morir en alguna concavidad, arrastran consigo cuanto se les presenta
delante, del mismo modo, los violentos e irresistibles ímpetus de los
iracundos, atropellan a todos por igual. No respetan las canas, ni la santidad
de vida, ni el parentesco, ni los beneficios recibidos, ni dignidad alguna. Es
la ira una locura pasajera.
En
el afán de vengarse, los iracundos aun a sí mismo se precipitan muchas veces
en una desgracia evidente, despreciando su propio bienestar. Picados como con un
aguijón por el recuerdo de los que le han ofendido, hirviendo y saltando de
enojo, no paran hasta que hacen algún daño a quien les ha irritado. Sin
embargo, suele acontecer que son ellos los que lo reciben. Muchas veces sucede
que las cosas que violentamente se quiebran, padecen más de lo que dañan, por
cuanto se estrellan contra otras que las resisten.
Descripción
del iracundo
¿Quién
podrá explicar este mal? Los inclinados a la ira que se enciende por cualquier
cosa, gritan y se enfurecen, acometen más indecorosamente que cualquier animal
venenoso. No desisten hasta que en ellos revienta como burbuja la ira, y hasta
que se deshace la hinchazón que constituye su grave e incurable mal. Ni el filo
de la espada, ni el fuego, ni cualquier otra cosa terrible es capaz de contener
a un ánimo encendido en ira. Se parecen a los posesos del demonio, de los
cuales nada se diferencian los iracundos ni en su aspecto ni en el estado de su
mal. Pues a los que están sedientos de venganza les hierve la sangre alrededor
del corazón, como agitada e inflamada por la fuerza del fuego. Saliendo al
exterior presenta al airado en otra forma, mudándole la acostumbrada y a todos
conocida, como si se pusiese una careta en la escena. Se desconocen en ellos los
ojos propios y ordinarios. Su aspecto es fiero y su mirada despide fuego y hasta
aguza sus dientes como un jabalí. Su rostro está lívido y enrojecido. La mole
de su cuerpo se entumece. Sus venas se hinchan por la tempestad que ruge en su
fatigoso alentar. Su voz áspera y muy levantada. Sus inarticuladas palabras se
precipitan temerariamente, sin proceder con lentitud, ni con orden, ni con
significación. Después que la causa de su exasperación ha llegado al colmo y
después que su ira se enciende más y más como la llama con la abundancia de
combustible, entonces es, cuando se ven espectáculos que ni la lengua puede
decir, ni de hecho se pueden tolerar. Levanta las manos contra el amigo, y
descarga con ellas golpes en todas partes de su cuerpo. Más aún; da
puntapiés, sin compasión, sobre los más delicados miembros. Todo lo que se le
pone delante sirve de arma a la ira. Y si la parte contraria se encuentra con el
mismo mal que le resiste, a saber, con otra rabia y locura semejante, entonces
cayendo el uno sobre el otro, hacen y sufren mutuamente cuanto es justo que
sufran los que luchan bajo semejante espíritu. Las mutilaciones de los
miembros, y muchas veces también la muerte, lo cuentan los que luchan como
premio de la ira. Comenzó el uno a levantar sus manos sin razón, el otro lo
rechaza; repitió el otro el golpe, el segundo no cede. Y el cuerpo queda
lastimado por las heridas. Pero la ira hace que no se sienta el dolor. Pues ni
tiempo tienen para sentir lo que sufren, mientras tienen ocupada la mente en
vengarse del que les hiere.
Es
necesario saber vencer con la mansedumbre
Premio reservado a los mansos
Premio reservado a los mansos
No
curéis un mal con otro mal 7, ni porfiéis por vengaros unos a otros en hacer
daño. En las luchas malas, es más digno de compasión el que vence, porque se
retira con mayor pecado.
No
te hagas deudor de un premio malo, ni pagues peor una deuda mala.
¿Te
insulta el iracundo? Detén con tu silencio el daño. Recibiendo en tu corazón
como a un torrente la ira del otro, imitas a los vientos que rechazan con su
soplo lo que se les arroja. No tengas a tu enemigo por maestro. Ni imites lo que
odias. No te hagas como un espejo del que se irrita mostrando en ti mismo su
figura.
-
Pero se enciende el otro . . .
-
Y tú, ¿acaso no estás también encendido?
-
Sus ojos arrojan sangre ...
-
Pero, dime, ¿los tuyos miran con serenidad?
-
Su voz es áspera ...
-
Pero, ¿la tuya es suave?
En
los desiertos, el eco devuelve la voz al que la emitió. Así también los
insultos vuelven al que los profirió. Mejor dicho, el eco vuelve el mismo, mas
el insulto viene aumentado. Porque, ¿qué es lo que suelen echarse en cara el
uno al otro los iracundos? El uno dice al otro: ¡plebeyo, descendiente del
linaje oscuro! El otro, en cambio, responde: ¡esclavo, e hijo de esclavos!
Este: ¡pobre! Aquél: ¡mendigo! Este: ¡Ignorante! Aquél: ¡mentecato! Y así
hasta que se les acaban los insultos como agudas flechas. Después que han
arrojado de su boca como de una aljaba toda clase de improperios, pasan a la
venganza por medio de los hechos. Porque la ira excita la riña; la riña
engendra los insultos; los insultos, los golpes. ¡Y no pocas veces a los golpes
siguen las heridas y la muerte!
Consejos
para dominar al iracundo
Alejemos
el mal en su comienzo, arrojando de nuestras almas con todo empeño, la ira.
Porque de esta manera arrancaremos con este vicio, como con raíz y fundamento,
muchísimos males.
¿Te
ha maldecido tu enemigo? Bendícele tú.
¿Te
ha herido? Súfrelo.
¿Te
desprecia y te tiene por nada? Piensa que "eres de tierra y en tierra te
has de convertir" 8. Quien medita este pensamiento, toda deshonra
encuentra menor que la verdad. Si te muestras invulnerable ante las injurias,
quitarás al enemigo toda posibilidad de venganza. Además, ganas de esta manera
para ti, gran corona de paciencia, sirviéndote de la locura del otro como de
ocasión para tu propia virtud. Y si me crees, aún añadirás tú mismo otros
oprobios a los que el otro te dice.
¿Te
llama plebeyo y hombre sin honor y sin ningún valor? Llámate a ti mismo tierra
y polvo: que no eres más noble que nuestro padre Abraham, y eso se llamaba a
sí mismo 9.
¿Te
llama ignorante, pobre e indigno de todo? Tú, llámate gusano y di que tu
origen es el estiércol, usando del lenguaje de David 10. Y a esto añade la
hazaña de Moisés: Injuriado por Aarón y María, no pidió a Dios que les
castigase, sino que rogó por ellos.
¿De
quién quieres ser discípulo? ¿De los hombres amigos de Dios y justos, o de
los que están llenos del espíritu de maldad?
Cuando
se levante en ti la tentación de injuriar, piensa que estás en esta
alternativa: o de acercarte a Dios por la paciencia, o de acogerte por la ira al
enemigo. Da tiempo a tus pensamientos para que elijan el partido ventajoso.
Porque, o aprovechas algo a tu adversario con el ejemplo de la mansedumbre, o le
irritas más ferozmente con tu desprecio. Porque, ¿qué cosa hay más acerba
para un enemigo que el ver que su adversario le supera en las injurias?
No
rebajes tu ánimo; ni consientas ponerte al alcance de tus injuriadores. Deja
que te ladre en vano; que se despedace a sí mismo. Que así como el que azota a
uno que no siente, se hace mal a sí mismo (porque ni se venga del enemigo ni
apacigua la ira), así el que ultraja a uno a quien no alteran los oprobios, no
puede encontrar descanso para su sufrimiento. Por el contrario, se despedaza,
como dije. Y ¿qué es lo que cada uno de vosotros gana con los que están
presentes? A él le llaman mezquino, a ti magnánimo; a él iracundo y cruel, a
ti sufrido y manso. El se arrepentirá de las cosas que dijo: tú nunca te
arrepentirás de tu virtud.
Cómo
comportarse con los iracundos
¿A
qué decir más? A él, su maledicencia le cerrará el reino de los cielos;
porque los iracundos no alcanzarán el reino de Dios 11; mientras que a
ti te abrirá el reino tu silencio. Porque el que haya sufrido hasta el fin,
ese se salvará 12. Pero si te vengas y te levantas igualmente contra el que
te injuria, ¿qué excusas vas a tener? ¿Que él te provocó primero? Y, ¿de
qué perdón es esto digno?
Tampoco
el libertino que imputa el pecado de su cómplice porque le incitó, deja por
eso de ser digno de condenación. Ni hay corona sin enemigos, ni caídas sin
luchadores. Oye a David que dice: "Mientras el pecador se puso en contra
de mí, ni me exasperé, ni me vengué, sino que enmudecí y me humillé y no
dije nada de los bienes" 13.
Tú
te exacerbas con el ultraje como con un mal, y sin embargo le imitas como si
fuera un bien. Porque, mira, haces lo que reprendes.
¿Examinas
con cuidado el mal ajeno, y tienes en nada tu propia vergüenza? ¿Es un mal la
ira? Guárdate de imitarla. Que no basta para excusarse el que haya comenzado el
otro. Más justo es, a mi parecer, volver contra ti la queja. El otro no tuvo
ejemplo para su enmienda. Tú, empero, viendo que el iracundo se porta
indecorosamente, le imitas y le indignas. Te enfureces y te irritas. Y así tu
pasión sirve de excusa al que comenzó. Con las mismas cosas que haces le
libras a aquél de culpa y te condenas a ti mismo. Pues si la ira es un mal,
¿por qué no evitaste el daño? Y si merece perdón, ¿por qué te irritas
contra el iracundo?
De
ahí que aunque fueres el segundo en la ofensa, nada te aprovecha esto. Porque
en las luchas por una corona no es coronado el que las comienza, sino el que
vence. Pues de igual manera no sólo es condenado el que comenzó el mal, sino
también el que le siguió como a capitán hasta el pecado.
Si
te llamó pobre, y lo eres, confiesa la verdad. Y si miente, ¿qué te importa a
ti de lo que diga?
Benignidad
de Jesucristo
Cuando
te dicen alabanzas que traspasan la raya de la verdad, no te enfureces. Pues
tampoco te exasperes con los ultrajes falsos y mentirosos. ¿No ves cómo las
saetas suelen penetrar en lo duro y resistente, y en las cosas blandas que
fácilmente ceden se estrella su ímpetu? Pues piensa que algo semejante pasa
con las injurias. El que les sale al encuentro, las recibe en sí; pero el que
se porta con blandura y cede, con la mansedumbre de su trato vuelve el mal
dirigido contra él.
Pero,
¿por qué te turba el nombre de pobre? Acuérdate de tu naturaleza. Entraste
desnudo en el mundo, y desnudo saldrás de él 14. Y, ¿qué cosa más pobre que
un desnudo? Por lo tanto, nada grave te han dicho; sólo que te has apropiado a
ti sólo lo que has oído. Nadie ha sido llevado a la cárcel por ser pobre. No
es deshonroso el ser pobre, sino el no sufrir con buen ánimo la pobreza.
Acuérdate del Señor que "siendo rico se hizo pobre por nosotros"
15.
Si
te llaman necio e ignorante, acuérdate de las injurias con que los judíos
ultrajaron a la verdadera sabiduría: "Eres
samaritano y tienes en ti al demonio"
16. Y si te enfureces, confirmas los
ultrajes. Porque ¿hay cosa más irracional que la ira? Pero si permaneces sin
airarte, avergüenzas al que se enfurece mostrando con la obra tu virtud.
¿Has
sido abofeteado? También el Señor lo fue 17.
¿Has
sido escupido? También Nuestro Señor. Porque "no retiró su rostro de
la deshonra de la saliva" 18.
¿Has
sido calumniado? También el eterno Juez.
¿Rasgaron
tu túnica? A mi Señor se la desnudaron y "repartieron entre sí sus
vestidos" 19.
Aún
no has sido condenado, aún no has sido sacrificado. Mucho te falta para que
llegues a su imitación.
Ejemplos
de mansedumbre
Grábese
cada una de estas cosas en tu mente y atemperarás la hinchazón. En efecto:
estos pensamientos y estos afectos contienen los saltos y trepidaciones de
nuestro corazón, y llevan al alma a la fortaleza y tranquilidad; esto era, sin
duda, lo que decía David: "Preparado estoy y no estoy turbado" 20.
Conviene,
pues, reprimir este necio y vergonzoso movimiento del ánimo con el recuerdo de
los ejemplos de los varones justos. El gran David sufrió con mansedumbre la
petulancia de Semei. No daba tiempo que la ira le moviese, sino que levantaba su
mente a Dios y decía: "El Señor dijo a Semei que maldiga a David"
21. Y oyéndose llamar sanguinario e inicuo, no se encendió de ira sino que
se humillaba como si fuese digno de ser insultado de aquella manera.
Aleja
de ti estas dos cosas: el tenerte por digno de grandes cosas, y el tener a
hombre alguno por muy inferior a ti en dignidad. De esta manera, la ira jamás
se levantará contra ti por las injurias que recibas.
Grave
sería que uno a quien has colmado de singulares gracias y beneficios, a su
ingratitud añadiese el ser el primero en injuriarte y deshonrarte. Grave sería
a la verdad. Sin embargo, mayor mal es para el que lo hace que para el que lo
sufre. Que injurie él: tú no le injuries. Sus palabras sean para ti ejercicio
de virtud. Si no te sientes impresionado, estás sin herida. Si tu ánimo sufre
algo, contén el ímpetu en ti mismo. Porque "en mí, dice, ha sido
turbado mi corazón" 22. Es decir, no dejó salir afuera la pasión,
sino que, como a una ola que se deshace dentro de los litorales, la ahogó.
Contén el corazón que ladra y se enfurece. Teman las pasiones la presencia de
la razón, de lamanera que los niños temen
cuando hacen alguna travesura, la presencia de algún varón respetable.
Ventajas
de la ira cuando es dócil a la razón
¿Y
cómo evitaremos los funestos daños que trae consigo el irritarse?
Procurando
persuadir a la ira que no se adelante a la razón. De esta manera, la tendremos
sujeta a nosotros como a un caballo. Obedecerá a la razón como a un freno. No
saldrá jamás de su propio puesto. Se dejará guiar a donde quiera le conduzca
la razón. Porque la irritación de nuestro espíritu es útil para muchas obras
de virtud, siempre y cuando sea aliada de la razón contra el pecado. Entonces,
viene a ser como el soldado que rindiendo sus armas al general, acude
prontamente a prestar auxilio a donde le mandan. De igual manera, la ira cuando
está al servicio de la razón.
La
ira es el nervio del alma. Le da energías para emprender buenas obras. Si
alguna vez la encuentra debilitada por el placer, la fortalece como un baño de
hierro. La convierte de blanda y muelle, en austera y varonil.
Ciertamente
que si no te irritas contra el diablo, no te será posible odiarle como merece.
Así, pues, conviene a mi parecer, amar la virtud con el mismo entusiasmo con
que se debe odiar el pecado. Para esto es muy útil la ira, siempre que se
mantenga dócil a la razón y la siga, como al pastor el perro. En efecto,
muéstrase el perro, apacible y bueno ante el amo que le acaricia y le obedece a
la menor indicación. Sin embargo, ladra y se enfurece al llamado de voz
extraña, aunque parezca que la voz trae agasajos. Ante el grito del amigo o del
amo, por el contrario, se atemoriza y se calla. Este es el mejor y más apto
auxilio que a la parte razonable del alma, proporciona la ira. Porque el que
así procede, no se aplacará ni hará alianzas con los que ponen asechanzas.
Nunca admitirá la amistad con cosa alguna dañosa, sino que siempre ladrará y
despedazará como un lobo al placer engañador.
Exhortación
para no torcer en daño nuestro lo que Dios nos concedió para nuestro bien
Esta
es la utilidad que se obtiene de la ira para los que saben valerse de ella.
Según el modo como se use de esta y otras energías, resulta un mal o un bien
para el que las tiene.
Por
ejemplo; el que abusa de la parte concupiscible del alma para gozar de la carne
y de los deleites impuros, es abominable y lascivo; pero el que la vuelve hacia
Dios y hacia el deseo de los goces eternos, es digno de imitación, y dichoso.
De
igual manera, quien dirige bien la parte racional, es prudente y sabio: pero el
que aguza el entendimiento para daño del prójimo, es taimado y malhechor.
No
convirtamos, pues, para nosotros, en ocasión de pecado, lo que el Creador nos
dio para nuestro bien.
La
ira excitada cuando conviene y como conviene, produce la fortaleza, la paciencia
y la continencia. Sin embargo, si obra alejada de la recta razón, se convierte
en locura. Por eso nos amonesta el Salmo: "Irritaos y no pequéis" 23.
Y el Señor amenaza con su juicio al que se enoja sin causa 24; pero no prohibe
que usemos de la ira como una medicina. Porque aquellas palabras: "Pondré
enemistad entre ti y la serpiente" 25, son propias de quien enseña que
se ha de usar la ira como un arma. Por eso Moisés, el más manso de todos los
hombres 26, para castigar la idolatría armó las manos de los levitas con
intención de que diesen muerte a sus hermanos: "Ponga, dijo, cada
uno la espada a su cintura, y pasad de puerta en puerta y volved por los
campamentos, y mate cada uno a su hermano, cada uno a su vecino, cada uno a su
allegado" 28. Y poco después, dice: "Y dijo Moisés:
Llenasteis hoy vuestras manos para el Señor 29, cada
uno en vuestro hijo y en vuestro hermano, para que sobre vosotros venga
bendición" 30.
¿Qué
fue lo que santificó a Finés? ¿No fue su justa ira contra los lascivos? En
efecto, siendo sumamente manso y apacible, después que vio el pecado de Zambro
y la Madianita, cometido desvergonzadamente y a la vista de todos sin que
ocultasen el infame espectáculo de su torpeza, no pudiéndolo tolerar, usó
oportunamente la ira, atravesando a los dos con una lanza 31.
Y
Samuel, ¿no mató con justa ira, sacándole del medio, a Agag, rey de Amalec,
salvado por Saúl contra el mandato de Dios? 32.
Por
lo tanto, la ira es, muchas veces, medio para las buenas obras. El celoso Elías
dio muerte, para bien de todo Israel, con ira sabia y prudente, a 450 varones,
sacerdotes de la confusión 33 y a 400 sacerdotes de los bosques 34, que comían
a la mesa de Jezabel 35.
Tú,
empero, te irritas sin razón contra tu hermano. Porque ¿cómo no ha de ser sin
razón cuando siendo uno el que provoca, tú te irritas contra
otro? Haces como los perros, que muerden las piedras cuando no alcanzan al que
las arroja. El que es provocado es digno de compasión; pero el que provoca, de
odio.
Desfoga
tu ira contra el enemigo de los hombres, contra el padre de la mentira, contra
el autor del pecado. Mas compadécete de tu hermano, quien si aún así
permaneciere en el pecado, será entregado a fuego eterno con el diablo.
Así
como son distintos los nombres de indignación e ira, así también debe
distinguirse lo que estos nombres significan. La indignación es como un
incendio y repentina inflamación del afecto. La ira es un dolor constante y una
continua ansia de pagar con la misma moneda a los que nos injurian, como si el
alma tuviera sed de venganza. Es necesario saber, pues, que por ambas partes
pecan los hombres: o excitándose furiosa y temerariamente contra los que les
irritan, o persiguiendo con engaños y acechanzas a los que les ofenden. Y de
ambas cosas debemos guardarnos.
Cómo
frenar la ira
Y
¿qué se deberá hacer a fin de que esta pasión no ultrapase los límites?
Para
ello aprende primero la humildad, la cual el Señor aconsejó con sus palabras y
mostró con sus obras. Porque unas veces dice: "El que quiera ser el
primero entre vosotros, sea el último de todos" 36; otras, tolera
manso y sin inmutarse al que le hiere 37.
El
Hacedor y Señor del cielo y de la tierra, el que es adorado por todas las
criaturas tanto racionales como irracionales, "el que todo lo sostiene
con la palabra de su poder" 38, no arrojó vivo al infierno al que le
hirió, haciendo que abriese la tierra para que tragase al impío; sino que le
amonesta y le enseña: "Si he hablado mal, da testimonio de ello; pero
si bien, ¿por qué me hieres?" 39.
Si
conforme al precepto del Señor, acostumbras a considerarte como el último de
todos, ¿cuándo te enfurecerás como si ultrajasen tu dignidad? Cuando te
injuria un niño pequeño te causan risa sus ultrajes. Cuando un loco te dice
palabras afrentosas, por más digno le tienes de compasión que de odio. No son,
pues, las palabras las que suelen excitar
los disgustos, sino la soberbia que se levanta contra el que nos
injurió, y la estima que cada uno tiene de sí mismo. Por lo tanto, si
arrojas estas dos cosas de tu alma, las injurias que vengan serán estrépitos
que meten ruido en vano.
"Deja
la ira y arroja la indignación" 40,
para que así evites el peligro de este vicio, "que se descubre desde
los cielos, sobre toda impiedad e injusticia de los hombres" 41.
Si
con prudente determinación logras arrancar la amarga raíz de la ira,
extirparás con tal comienzo muchos vicios. Porque los engaños, las sospechas,
la infidelidad, la malicia, las acechanzas, la audacia, y todo el enjambre de
semejantes males, son frutos de este vicio.
Procuremos,
pues, no atraernos un mal tan grande: enfermedad del alma, obscuridad de la
razón, alejamiento de Dios, ignorancia de la amistad, principio de la guerra,
colmo de calamidades, demonio malo que se engendra en vuestras mismas almas, y
se apodera como desvergonzado huésped de nuestro interior, y cierra las puertas
al Espíritu Santo. Porque donde hay enemistades, litigios, riñas, contiendas,
disputas, que producen en el alma horribles desasosiegos, allí no descansa
jamás el espíritu de mansedumbre.
Obedeciendo,
pues, el consejo del apóstol San Pablo, destiérrese de nosotros toda ira,
indignación y gritería con toda maldad 42. Seamos afables y misericordiosos
unos con otros, esperando el cumplimiento de
la dichosa esperanza prometida a los mansos: "Bienaventurados los
mansos, porque ellos poseerán la tierra" 43 en nuestro Señor
Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder por todos los siglos. Amén.
Notas
1. Prov., XV, 1.2. Efes., IV, 51.3. Mt., V, 23.4. Prov., XI, 25.5. Isaías, LVI, 10.6. Mt., XXIII, 33.7. Rom., XII, 17.8. Gén., III, 19.9. Gén., XXVIII, 27.10. Salmo XXI, 7.11. Mt., X, 22.12. Salmo XXXVIII, 2 y 3.13. Job, I, 21.14. Job, I, 21.15. II Cor., VIII, 9.16. Jn., VIII.17. Jn., XVIII.18. Mc., XV, 19; Is., L, 6.19. Mt., XI, 7.20. Salmo CXVIR, 6021. II Reyes, XVI, 10.22. Salmo CXLII, 4.23. Salmo IV, 56.24. Mt., V, 22.25. Gén., III, 15.26. Núm., XXV, 17.27. Núm., XII, 3.28. Exod., XXXII, 27.29 Es decir: "Habéis consagrado hoy vuestras manos al Señor". Porque aunque en hebreo se lea llenar, bien puede traducirse por "iniciar" o "consagrado"; pues como expone Pagnino, a ninguno era lícito ejercer el cargo de sacrificar sin que llenase antes sus manos con partes de los sacrificios.30. Exod., XXII, 29.31. Núm., XXV, 2.32. I Reyes, XV, 33.33. O "sacerdotes de Baal", como se lee en hebreo y en la Vulgata.34. "Los sacerdotes de los bosques", o de otros dioses a quienes se ofrecían sacrificios en las selvas y bosques, como comenta el P. Comelio a Lapide. Calmet dice que eran los sacerdotes de la diosa de los bosques, es decir, de Astartés, a los cuales favorecía especialmente Jezabel.35. III Reyes, XVIII, 22-40.36. Mc., IX, 34.37. Jn., XVIII, 22, 24.38. Hebr., L, 3.39. Jn., XVIII, 23.40. Salmo XXXVI, 8.41. Rom., I, 18.42. Efes., IV, 31.43. Mi., V, 4.
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