Algunos
filósofos y moralistas, sobre todo de lengua inglesa, utilizan este término,
no siempre unívoco, para calificar a un pensamiento moral según el cual la
bondad o la malicia de un acto depende no ya de la cualidad que el acto tenga en
sí mismo, sino de sus consecuencias, sometidas a una valoración global. Por
eso se habla también en este sentido de proporcionalismo, ya que se trata de
establecer una proporción justificante o una prevalencia de los efectos
positivos sobre los efectos negativos de la acción.
Se
discutió este problema en la filosofía de los dos últimos siglos bajo el
nombre de utilitarismo, que se remonta como sistema ético a J Bentham
(1748-1832), a J St. Mill (1806-1873), a H. Sidgwick (1838-1900). El efecto
positivo, o mejor dicho el resultado positivo del cómputo global de los efectos
sería lo «útil» referido a la felicidad del individuo (hedonismo) o de la
sociedad entera (social eudaimonismo), Criticado sobre todo por Kant, que le
opone una fundamentación «deontológica» (de deo = deber) de la norma, el
utilitarismo se fue desarrollando ulteriormente y está presente en diversas
teorías éticas del mundo anglosajón, algunas de ellas de gran seriedad (por
ejemplo, el ruleutúitariarismo. Varios teólogos moralistas católicos, a
partir del final de los años 60, han demostrado que también en la propia
Tradición está presente la valoración de las consecuencias de un acto,
proponiendo con B. Schuller que se designe a esta argumentación como «teleológica»
(de telos = fin). Pero generalmente estos moralistas opinan que para fundamentar
la norma no basta con la valoración de las consecuencias, sino que se necesita
además una fundamentación deontológica, sobre todo respecto al propio telos
(= fin), al que tiene que referirse todo lo demás (el amor universal, o bien el
respeto absoluto a la dignidad del hombre).
C
Golser
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