sábado, 26 de diciembre de 2015

Evangelio.


EL NUEVO TESTAMENTO Y SU MENSAJE

El libro llamado Nuevo Testamento es una colección de veintisiete escritos de diversos estilos. Unos tienen forma de historia (los cuatro evangelios y los Hechos de los Apóstoles), otros son o se llaman cartas, y uno, el Apocalipsis, contiene una revelación hecha a Juan.

Las cartas no son todas lo que hoy se llamaría una carta. Algunas sí se dirigen a grupos cristianos concretos y tratan de problemas de las comunidades (por ejemplo, la primera y segunda a los Corintios, Gálatas, Filipenses); otras, en cambio, desarrollan temas (Romanos, Efesios, Hebreos, Santiago).

El Título Nuevo Testamento resulta extraño. En español, “testamento” significa el documento legal que expresa la última voluntad de un difunto; este libro, en cambio, no es un documento legal ni se parece en nada a un testamento. La razón del título fue la siguiente: los judíos que pusieron en griego los libros hebreos usaron la palabra griega que significaba “testamento” para traducir la palabra hebrea que significaba “alianza”. El término griego adquirió así un sentido nuevo, pero a través del latín pasó al español con la forma “testamento”.

Se llama “Nuevo” por oposición al “Antiguo”, es decir, se refiere a la nueva alianza que hace Dios con la humanidad entera y que sustituye a la antigua, hecha con el pueblo hebreo.

ORIGEN Y FORMACIÓN DEL NUEVO TESTAMENTO.

En tiempos de Jesús existía ya una colección de libros judíos que componían lo que hoy llamamos el Antiguo Testamento o antigua alianza. Los cristianos, siguiendo a Jesús, aceptaron aquellos libros, pero ya no con valor en sí mismos, sino como preparación al Mesías (=el líder consagrado) que tenía que venir; es decir, los cristianos referían el contenido de aquellos libros a Jesús, que había sido el cumplimiento de las promesas. Por eso, muchas partes del A.T, como Ley Antigua, ya no valían para ellos, como Jesús mismo lo había declarado y lo había explicado san Pablo.

Los cristianos, al principio, no tenían libros propios, pero citaban los dichos y los hechos de Jesús transmitidos, de palabra o por escrito, por los apóstoles y primeros discípulos; atendían, además a la guía que daba el Espíritu Santo a los grupos por medio de los profetas cristianos, es decir, de los hombres que recibían del Espíritu mensajes que transmitir a la comunidad. La fe no se basaba en libros, sino en el testimonio sobre Jesús y en la experiencia personal del Espíritu.

San Pablo, que viajaba mucho, se mantenía en contacto por carta con las comunidades que había fundado, animándolas y aclarando o discutiendo ciertas cuestiones. Algunas de estas cartas se pasaban a otras comunidades para que las leyeran (Col 4,16); así se fueron copiando y quedaban coleccionadas. Otros apóstoles u hombres eminentes escribieron también cartas que han llegado hasta nosotros.

No tardó mucho en sentirse la necesidad de conservar por escrito los dichos y hechos por Jesús, y algunos cristianos, en diferentes regiones, escribieron los libros que hoy llamamos “evangelios” , para recordar y mantener vivo en las nuevas comunidades el mensaje original. Uno de los autores, Lucas, añadió un segundo volumen (Hechos de los Apóstoles), contando la expansión del mensaje a partir de Palestina hasta Roma.

Al ir muriendo los que habían conocido al Señor, se hizo más urgente recoger los escritos que habían transmitido el mensaje de Jesús y la experiencia de los primeros discípulos. Empezaron a constituirse colecciones (la de los evangelios, la de las cartas de Pablo). Los libros que circulaban eran más que los que ahora se incluyen en el Nuevo Testamento y hubo que decidir cuáles podían considerarse auténticos. Se eliminaron los evangelios falsos, que con pretexto de contar la vida de Jesús, hacían propaganda de ideas no cristianas. Se conservaron los escritos que se pensaba eran obra de apóstoles o de discípulos de los apóstoles.

A fines del Siglo II, la colección reconocida comprendía ya los cuatro evangelios y los Hechos de los Apóstoles, las cartas de san Pablo (excepto Hebreos), la primera de Pedro (aunque aún era discutida en Roma), la primera de Juan y el Apocalipsis. Se siguió discutiendo en ciertos lugares acerca de Hebreos, Santiago, segunda de Pedro, segunda y tercera de Juan y la de Judas; en otros, en cambio, se admitían escritos eliminados después (Instrucciones para apóstoles, Pastor de Hermas, Apocalipsis de Pedro).

En resumen: los grandes escritos del Nuevo Testamento, unos veinte, estaban unánimemente admitidos a fines del Siglo II. La colección que nos ha llegado quedó fijada definitivamente al finalizar el siglo IV. Casi todos los escritos que la componen pertenecen al Siglo I.

Al fijarse la colección, los escritos, junto con los del Antiguo Testamento, formaron La Biblia, que no significa más que “Los Libros”. Aunque todo se llama “Sagrada Escritura”, no todos los libros tienen igual autoridad: el A.T hay que interpretarlo y juzgarlo a la luz de Jesús el Mesías. En cierto modo, el mismo principio vale para el N.T, pues no todos sus escritos contienen completo el mensaje de Jesús ni se escribieron en las mismas circunstancias. Los únicos autores que pretendieron exponer íntegro el mensaje o, al menos, lo esencial del mensaje, fueron los evangelistas, y a ellos hay que recurrir para comprenderlo. De ahí la particular autoridad y veneración de que han gozado en la Iglesia los evangelios. Los demás autores muestran algo de la vida y problemas de los grupos cristianos y explican aspectos del mensaje, tratándolos de manera teológica o en sus aplicaciones prácticas. Algunos escritos, sin embargo, consideran situaciones muy particulares y casi se limitan a cuestiones de organización o de polémica (1 y 2 Timoteo, 2 Pedro, Judas).

Como de costumbre, es san Juan quien da en el clavo y aclara la cuestión: la Palabra de Dios es Jesús, Mesías e Hijo de Dios; su persona es el mensaje. Los escritos que poseemos son testimonios más o menos cercanos sobre el único que es el camino, la verdad y la vida.

DOCUMENTOS.

Los escritos del N.T nos han llegado en copias de los originales y, además, a trozos, en las citas que hacen los escritores antiguos.

Hasta el siglo IV se usaba como material para escribir el papiro, que sólo resiste largo tiempo en climas muy calientes y secos, como el de Egipto. A pesar de la dificultad de su conservación, han llegado hasta nosotros unos setenta papiros de los siglos II y III, que contienen fragmentos más o menos extensos de los escritos.
Desde el siglo IV se usó para escribir el pergamino (piel), material resistente que se ha conservado perfectamente hasta nuestros días. El número de documentos que poseemos es muy grande (sólo griegos, más de 5.000). Como es natural, hay pequeñas variaciones en el texto de unos a otros, pues no todos los copistas ponían el mismo esmero. La comparación de unos con otros permite restituir con certeza suficiente el original que salió de la pluma de los autores.

ORDEN DE LOS ESCRITOS.

Los escritos del N.T no están dispuestos por orden cronológico pero apenas existe acuerdo entre los estudiosos sobre la datación de muchos de ellos. Prácticamente, nadie duda de que el evangelio más antiguo sea Marcos; la mayor parte de los autores colocan su composición al principio de la guerra judía (hacía el 66 d. C.), aunque el testimonio paleográfico y criterios internos aconsejan colocarla en la década de los cuarenta, antes del concilio de Jerusalén (49 d. C.). A la misma época podría pertenecer el Evangelio de Juan, aunque la mayoría de los autores lo consideran una obra de fines del Siglo I. Mateo, Lucas y Hechos parece que deben datarse después de la destrucción de Jerusalén (70 d. C).

Las cartas de Pablo están colocadas más o menos por orden de longitud, empezando con las más largas (Hebreos fue muy discutida y no parece que sea de san Pablo). Las fechas que suelen atribuírseles son: 1 Tes (49/50, aunque la autenticidad de esta carta no es admitida por todos), Gál (54/57), Col y Flm (54/63), 1 y 2 Cor (55/56), Rom (57/58); la carta a los Filipenses, que suele colocarse en el 54/57, podría ser la más tardía entre las auténticas. Las dos a Timoteo, Tito y Hebreos suelen datarse después de la muerte de Pablo (80/90), Efesios entre los años 90 y 100. 2 Tes es difícil de datar.

Se atribuyen al final del siglo I las cartas de Juan y el Apocalipsis. La primera de Pedro, entre el 60/65. La de Santiago parece tardía, y Judas y la segunda de Pedro suelen ponerse en el siglo II.



 Mateo: Hombre
 Marcos: León
 Lucas: Toro
 Juan:  Aguila


EVANGELIO DE MATEO.

 
  

 
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EVANGELIO DE MARCOS.


 
 
  
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EVANGELIO DE LUCAS.




























































































































PRÓLOGO 1,1-18

















     
     



























































PARA EL RESTO DE LOS ESCRITOS:

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