Como muchos otros porqués, el luto -vestir de negro tras la muerte de un familiar- tiene su origen en creencias ancestrales sobre a dónde va a parar el alma de los muertos.
Así, cuando alguien fallecía, los hombres primitivos pintaban sus cuerpos de negro para camuflarse e impedir que el alma del finado les encontrase y les invadiese.
Occidente identifica el negro con el duelo como un legado de la antigua Roma, donde las mujeres usaban vestidos negros para guardar el luto a sus amantes muertos.
Más tarde, un decreto imperial estableció el blanco como símbolo de duelo y así se usó hasta 1498, cuando Ana de Bretaña se vistió de negro en el funeral de su esposo, Carlos VIII, recuperando una tradición que todavía se mantiene.
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