miércoles, 18 de julio de 2018

Misterios dolorosos


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Los misterios dolorosos del Santo Rosario: después de los misterios gozosos del anuncio y la infancia de Jesús, y de los misterios luminosos de la vida pública de Cristo , estos misterios dolorosos abordan la Pasión, desde Getsemaní hasta el Santo Sepulcro. Tras esos misterios vienen los misterios gloriosos, que comienzan con la Resurrección.
Desde la institución de los misterios luminosos por Juan Pablo II, se reservan el martes y el viernes para recitar y meditar los misterios dolorosos.1
Se incluye la designación en latín entre paréntesis después del nombre de cada misterio.

La oración en el Huerto[editar]

La oración en el Huerto (cf. Lc 22,39-44)
La oración en el Huerto, agonía de Jesús en Getsemaní (Agonia in Hortu)
«Entonces Jesús fue con ellos a un huerto, llamado Getsemaní, y dijo a sus discípulos: "Sentaos aquí mientras voy a orar". Y tomando consigo a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a sentir tristeza y angustia. Entonces les dijo: "Mi alma está triste hasta el punto de morir; quedaos aquí y velad conmigo". Y adelantándose un poco, cayó rostro en tierra, y suplicaba así: "Padre mío, si es posible, que pase de mí esta copa, pero no sea como yo quiero, sino como quieras tú"» (Mt 26, 36-39).
«Este combate y esta victoria sólo son posibles con la oración. Por medio de su oración, Jesús es vencedor del Tentador, desde el principio y en el último combate de su agonía» (CIC, 2.849)

La flagelación[editar]

La flagelación (cf. Jn 19,1)
La flagelación de Jesús atado a la columna (Flagellatio)
«Pilato entonces tomó a Jesús y mandó azotarle. Los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le vistieron un manto de púrpura; y, acercándose a él, le decían: "Salve, Rey de los judíos". Y le daban bofetadas» (Jn 19,1-3).
«Los padecimientos de Jesús han tomado una forma histórica concreta por el hecho de haber sido "reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas" (Mc 8, 31), que lo "entregaron a los gentiles, para burlarse de él, azotarle y crucificarle" (Mt, 20, 19)» (CIC, 572).

La coronación de espinas[editar]

La coronación de espinas (Coronatio Spinis)
«Entonces los soldados del procurador llevaron consigo a Jesús al pretorio y reunieron alrededor de él a toda la cohorte. Lo desnudaron y le echaron encima un manto púrpura y, trenzando una corona de espinas, se la pusieron sobre la cabeza, y en su mano derecha una caña, y doblando la rodilla delante de él, le hacían burla diciendo: "Salve, Rey de los judío"». (Mt 27, 27-29)
«El amor hasta el extremo es el que confiere su valor de redención y de reparación, de expiación y de satisfacción al sacrificio de Cristo. Nos ha conocido y amado a todos en la ofrenda de su vida» (CIC, 616). Imágenes de la Corona de Espinas

Jesús con la cruz a cuestas[editar]

Jesús con la Cruz a cuestas(cf. Jn 19,16-18
Jesús con la cruz a cuestas camino del Calvario (Baiulatio Crucis)
«Y obligaron a uno que pasaba, a Simón de Cirene, que volvía del campo, el padre de Alejandro y de Rufo, a que llevara su cruz. Lo condujeron al lugar del Gólgota, que quiere decir de la "Calavera"» (Mc 15, 21-22).
«Al aceptar en su voluntad humana que se haga la voluntad del Padre, acepta su muerte como redentora para "llevar nuestras faltas en su cuerpo sobre el madero" (1P 2, 24)» (CIC, 612).

La crucifixión[editar]

La crucifixion (cf. Jn 19,28-30
La crucifixión y muerte de Jesús (Crucifixio et mors)
«Llegados al lugar llamado "La Calavera", lo crucificaron allí a él y a los dos malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Jesús decía: "Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen"... Era ya eso de mediodía cuando, al eclipsarse el sol, hubo oscuridad sobre toda la tierra hasta la media tarde. El velo del Santuario se rasgó por medio y Jesús, dando un fuerte grito dijo: "Padre, en tus manos pongo mi espíritu" y, dicho esto, expiró» (Lc 23, 33-46).
«"Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras" (1Cor 15, 3)» (CIC, 619).

Bibliografía[editar]

Referencias[editar]

  1. Volver arriba Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae, Juan Pablo II, 16 de octubre de 2002

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