Relativo a la consideración del mundo como
una totalidad ordenada, luminosa y racional. Los griegos expresaron esta
dimensión de la realidad con la figura del dios Apolo. Se opone a lo
dionisiaco.
Nietzsche presenta este concepto en su
primer escrito importante, “El nacimiento de la tragedia”, obra que será
superada posteriormente en algunos aspectos, pero no en lo que se refiere a una
de sus tesis centrales: el papel de la
filosofía griega clásica (particularmente Sócrates y Platón) en el triunfo de
la concepción apolínea de la vida y el olvido de la dionisíaca. En “El
nacimiento de la tragedia” el joven Nietzsche trataba, aparentemente,
cuestiones de historia de la cultura griega y reflexiones de estética. La obra
escandalizó a sus contemporáneos pues cuestionaba la valoración tradicional y
dominante del mundo griego, valoración según la cual la Grecia clásica, la
Grecia del siglo de Pericles, era el momento de esplendor de la cultura griega,
y Sócrates y Platón los iniciadores de lo mejor de la tradición occidental, la
racionalidad. Frente a esta interpretación, Nietzsche da más importancia a la
Grecia arcaica, la Grecia del tiempo de Homero, y sitúa en el siglo V a. C. el inicio de la crisis vital
del espíritu griego. Nietzsche defiende una concepción metafísica del arte: el valor del arte no está en la
mera complacencia subjetiva que provoca en el espectador, no atañe solo a la
esfera del gusto; es algo más profundo, puesto que con él una cultura expresa toda una concepción del mundo y de
la existencia. El sentido del mundo se puede describir racionalmente, en
conceptos precisos y argumentaciones rigurosas, pero también mediante la
metáfora y los recursos estéticos que permiten la depuración de la sensibilidad
para aprehender intuitivamente la realidad y trasladarla a los demás mediante
la sugerencia, la belleza y el símbolo. Esta apreciación nunca le abandonó, y
se manifiesta en varios aspectos de su filosofía, particularmente en su estilo
expresivo, más próximo a la literatura (incluso a la poesía, como en “Así habló
Zaratustra”) que a las formas precisas y objetivas de la filosofía tradicional.
Pues bien, dice Nietzsche, el pueblo griego antiguo supo captar las dos
dimensiones fundamentales de la realidad sin ocultarse ninguna de ellas,
dimensiones que este pueblo expresó de forma mítica con el culto a Apolo y a
Dionisos. La auténtica grandeza griega culmina en la tragedia ática, género
artístico con el que consiguieron representar de modo armónico lo apolíneo y lo
dionisiaco de la existencia.
Apolo era uno de los dioses más venerados
por los griegos, le erigieron muchos templos y a su oráculo acudían cuando
deseaban conocer el futuro o aspectos oscuros de su existencia. Los griegos lo
consideraron como el dios de la juventud,
la belleza, la poesía, y las artes en general. Pero, según Nietzsche,
expresaba para ellos mucho más, un modo de estar ante el mundo: era el dios de la luz, la claridad y la armonía,
frente al mundo de las fuerzas primarias e instintivas. Representaba también la
individuación, el equilibrio, la medida y la forma, la racionalidad. Para
la interpretación tradicional toda la cultura griega era apolínea, y el
pueblo griego el primero en presentar una visión luminosa, bella y racional de
la realidad. Nietzsche es contrario a esta interpretación pues afirma que es
correcta para el mundo griego a partir de Sócrates, pero no para el mundo griego anterior, considerado por nuestro filósofo como
el momento más característico del espíritu griego. Frente a lo apolíneo los
griegos opusieron lo dionisiaco, representado con la figura del dios Dionisos, dios del vino y las cosechas,
de las fiestas báquicas presididas por el exceso, la embriaguez, la música y la
pasión; pero, según Nietzsche, con este dios representaban también el mundo de
la confusión, la deformidad, el caos, la noche, el mundo instintivo, la
disolución de la individualidad y, en definitiva, la irracionalidad. La
auténtica grandeza del mundo
griego arcaico estribaba en no ocultar esta dimensión de la realidad, en
armonizar ambos principios, en considerar incluso que lo dionisiaco era la
auténtica verdad. Sólo con el inicio de la decadencia occidental, ya con
Sócrates y Platón, los griegos intentan ocultar esta faceta inventándose un
mundo de legalidad y racionalidad (un mundo puramente apolíneo, como el que
fomenta el platonismo). Sócrates inaugura el desprecio al mundo de lo corporal
y la fe en la razón, identificando lo dionisiaco con el no ser, con la
irrealidad.
En
sus obras posteriores. Nietzsche recoge y desarrolla esta idea del inicio de la
decadencia occidental en la Grecia clásica: Platón
instauró el error dogmático más duradero y peligroso: “el espíritu puro’, el
‘bien en sí”, el platonismo o creencia en la escisión de la realidad en dos
mundos (el ‘Mundo Sensible” y el ‘Mundo inteligible o Mundo Racional”). Este
dogmatismo es síntoma de decadencia pues se opone a los valores del existir
instintivo y biológico del hombre. La degeneración de la cultura en virtud
de la filosofía griega triunfó en la cultura occidental con el ascenso de la
moral judeocristiana y del monoteísmo, pervirtiendo desde la Raíz el mundo
occidental. Así, la crítica de Nietzsche a la cultura occidental se refiere a todos los ámbitos, pues “Filosofía,
religión y moral son síntomas de decadencia” (“La voluntad de poder”), la
filosofía por inventar un mundo racional, la religión un mundo religioso y la
moral un mundo moral; en definitiva, la decadencia del espíritu griego antiguo
supuso el triunfo de lo apolíneo sobre lo
único real, según Nietzsche, lo dionisiaco.
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