El rey
Wamba, como todos los reyes godos, tenía también sus enemigos. Entre ellos el noble
Ervigio, que deseaba el trono, pero que no veía muy claro cómo podía acceder a
él, ni en vida de Wamba ni después de su muerte, pues no tenía seguridad de que
lo eligieran como posible sucesor.
Entonces resolvió que lo mejor era
atentar contra la vida del rey para lo que se valió de un mejunge que elaboró
dejando esparto en remojo. Según dice el Padre Mariana en su Historia de España, esta bebida se consideraba altamente venenosa, aunque existían
dudas sobre si sería suficientemente letal. A Ervigio le servía que el pobre Wamba quedase
incapacitado ... lo demás corría de su cuenta.
Hábilmente camuflada, la bebida en
cuestión le fue administrada al rey que cayó en un estado de postración tal que
muchos creyeron que estaba próximo su final. Le amortajaron según la costumbre:
les vistieron de monje, le cortaron el pelo y le arreglaron la coronilla como si
fuera un clérigo, con la tonsura, mientras también la barba le era afeitada. Este
ritual se hacía pensando que con estos hábitos a los que morían se les perdonarían
los pecados.
Ervigio se apresuró a preparar la
renuncia de Wamba y su nombramiento como futuro rey y el moribundo monarca, lo
firmó de su puño y letra. Era el14 de octubre del 680. Pero, cuando todos
esperaban el desenlace fatal y Ervigio el primero de todos, Wamba comenzó a mejorar,
se fue sintiendo mejor y recuperó la consciencia. Se halló vestido de monje y
pensó que tal vez fuera designio divino que acabase como tal y no como rey. No
derogó cuanto había firmado y desde la cama partió hacia el monasterio de Pampliega,
donde vivió, todavía, más de siete años, sirviendo a Dios y olvidándose de los
cuidados de los hombres.
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