El 10 de diciembre de 1948 cuarenta y ocho
países miembros de Naciones Unidas votaron en París a favor de una Declaración
Universal que protegiera los derechos del hombre. Ya saben, la libertad, la justicia
y todas esas cosas que quedan tan majas sobre el papel. Son treinta artículos muy
bonitos, con su preámbulo y todo. Treinta artículos que el país que quiere los
cumple y el que no, pues no pasa nada.
Nos vamos más de seis décadas atrás, cuando
Naciones Unidas creó en 1946 una Comisión de Derechos Humanos a la que pidió que
pusiera sobre el papel en qué consistían las libertades fundamentales. Presidió
aquella comisión formada por ocho países Eleanor Roosevelt, y se lo tomaron con
calma, porque tardaron dos años en decidir nuestros derechos inalienables. Y conste
que eso que nos hace tanta gracia cada vez que alguien dice aquello de «persona
humana», está puesto tal que así en la Declaración de Derechos Humanos. Dos años
discutiendo para declarar que las personas son humanas.
La Declaración Universal salió adelante porque
votaron a favor cuarenta y ocho países miembros, pero ocho se abstuvieron y otros
dos decidieron directamente no ir a votar tonterías que no pensaban cumplir. ¿Dónde
está la trampa de esta enternecedora Declaración de Derechos Humanos? Pues en
que no es un documento de obligado cumplimiento. Lo dicho, quien quiere los respeta
y quien no, pues se los salta a la torera. Ahí tienen a las mil doscientas personas
ejecutadas en 2007 por países miembros de la ONU. Ahí están las mujeres lapidadas
por países miembros de la ONU.Y ahí están también ochocientos cincuenta y cuatro
millones de personas torturadas por el hambre en países miembros de la ONU.
La Declaración Universal de los Derechos Humanos
es el texto traducido a más idiomas del mundo. Está en trescientas treinta y siete
lenguas, pero muchos aún no lo han entendido.
NIEVES CONCOSTRINA.
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