¿Conocen a algún papa que haya muerto de una
pedrada en la cabeza? Pues hubo uno, Lucio II, y ocurrió el 15 de febrero del año
1145. El papa Lucio intentaba hacerse con el poder civil en Roma, por aquel entonces
constituida en comuna y libre del poder papal. Los romanos, atrincherados en el
Capitolio, vieron acercarse a Lucio II al frente de un pequeño ejército y, en plan
Intifada, se liaron a pedradas. Ahí se le acabó el papado.
Lucio II sufrió las consecuencias de una
época muy convulsa. La Iglesia acababa de salir de uno de sus numerosos cismas,
una época en la que los papas no duraban ni un año en la silla de Pedro y en la
que a veces reinaban dos o tres a la vez. El papa Lucio estaba ya instalado en
el solio pontificio, cuando un cura reformista y respondón, Arnaldo de Brescia,
se erigió como guía espiritual de los romanos.
Lucio II ya llevaba mal que Roma fuera una
república comunal regida por un Senado y que nadie le hiciera caso, pero que le
saliera competencia de un sacerdote rebelde lo llevó aún peor. Arnaldo de Brescia
propugnaba una Iglesia austera, la lucha contra los clérigos caraduras y, sobre
todo, que el pontífice dejara de involucrarse en asuntos políticos.
El papa decidió entonces disolver el Senado
por la fuerza, a lo que el poder civil respondió con una revuelta y con la constitución
de otro Senado. Los romanos se hicieron fuertes en el Capitolio, instalado por aquel
entonces en una de las siete colinas, justo en la misma en la que ahora está la
Alcaldía de Roma.
Lucio II sabía que iba a tener difícil el
asalto al Capitolio, así que pidió ayuda a Conrado III, emperador del Sacro Imperio
Romano Germánico. Pero Conrado estaba en sus cosas y no envió el socorro requerido
por el papa. Al final, Lucio II se arriesgó solo en el asalto al frente de un pequeño
ejército, pero calculó mal el poder laico. Lo recibieron a pedradas y una lo
dejó en el sitio.
Aquella victoria republicana fue tan contundente que el papa
siguiente, Eugenio III, se pasó casi todo su pontificado de ocho años exiliado de
Roma. Por si acaso no se les había pasado el enfado y aún les quedaban piedras.
NIEVES CONCOSTRINA.
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