Por J.R. Ayllón
No hacer nada.
Dormir la siesta a la sombra de una encina.
Pasear. Tumbarse a comer bellotas.
Respirar el aire de Jabugo...
El arte de la buena vida se aprende con el tiempo.
Y con nuestros cerdos hemos tenido 120 años
para llevarlo a la perfección
Texto publicitario
Jamones CINCO JOTAS
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1.-Una propuesta ética
Nada es fácil en la vida. Ni siquiera la buena vida. Y menos en el hombre. Si la citada empresa porcina lo ha conseguido en poco más de un siglo, el ser humano lleva miles de años en el intento, y no puede cantar victoria. Bécquer reconoce ese fracaso con la misma abrumadora sencillez con la que Cinco Jotas expresa su éxito:
¡Qué hermoso es cuando hay sueño
dormir bien... y roncar como un sochantre...
y comer... y engordar... y qué desgracia
que esto sólo no baste!
Agradecemos al hedonismo la rapidez con la que nos responde que la buena vida es el placer, pero ya se ve que las cosas no son tan sencillas. Hay acciones placenteras que pasan una enojosa factura, y muchas conductas profundamente buenas no están libres de dolores y desasosiegos. Pensemos, por ejemplo, en la paciente tarea de educar a los hijos, de aprobar un curso escolar, y en tantos otros trabajos. ¿Acaso las llamas son un placer para el bombero? ¿Es malo su trabajo por no ser placentero?
Aunque no nos ponemos de acuerdo sobre su contenido, la buena vida es lo que todos queremos. Y esa aspiración que no se deja amordazar, tampoco podemos colmarla sin un conocimiento suficiente del ser humano. Sólo cuando sepamos lo que somos, sabremos también lo que nos conviene, lo que contribuye a nuestro desarrollo, aquello que nos envilece o ennoblece, lo que torna nuestra personalidad más rica o más pobre, lo que nos hace crecer o menguar en dignidad, lo que equilibra o desequilibra nuestra existencia. Con metáfora culinaria: sólo cuando conozcamos nuestros ingredientes podremos ensayar las recetas que hagan del vivir un manjar suculento o, al menos, digerible.
La reflexión sobre la buena vida no es nueva, porque la aspiración es tan antigua como el hombre. Casi toda la filosofía griega es un conjunto de propuestas sobre la felicidad individual y social. Para ello, los griegos buscan la solución a dos grandes problemas: cómo llevar las riendas de la propia conducta y cómo integrar las conductas individuales en un proyecto común. Con otras palabras: como lograr la excelencia en la persona y en la ciudad.
Todos nos apuntamos a la buena vida. Y para eso hemos inventado y sostenido la ética, esa gran aspiración de gentes que quieren vivir bien. Invento tan antiguo como la rueda o el fuego, idóneo para superar problemas ancestrales como la solución a garrotazos o la venganza del ojo por ojo. Invento necesario como el lenguaje, cuya alternativa es sencillamente el caos, la selva y el sálvese quien pueda.
Si el hombre ha sido siempre lobo para el hombre, como demuestra la historia con obstinación, también es cierto que tenemos labios y voz para besar y para cantar, y en esta segunda posibilidad se fundan las propuestas de la ética. Precisamente porque nuestra vida es supervivencia en medio de un mar agitado por grandes problemas e incógnitas, no tenemos más remedio que aprender el arte de navegar, y eso es la ética.
2.-Ingredientes y recetas
Con independencia de lo que pensemos sobre ello, el fuego quema, el agua moja y las vacas dan leche. Algo parecido sucede con la vida humana. El hombre es lo que es, y su existencia está sometida a condiciones objetivas que no son negociables: ojos para ver, piernas para caminar, pulmones para respirar... Así, la buena vida podremos cocinarla con diferentes recetas, pero siempre tendremos que contar con los mismos ingredientes, y con sus cualidades reales.
Los ingredientes de la vida humana son constantes a lo largo de épocas y latitudes. Su enumeración por orden alfabético empezaría en la amistad y terminaría en la verdad. Entre ambos ingredientes desfilarían el amor, la amistad y la conciencia moral, la familia y la felicidad, la libertad y el placer, los sentimientos y la sexualidad. De todo ello hablaremos en las páginas que siguen.
Respecto a las recetas, las más famosas han sido propuestas por los clásicos, al menos desde que Homero presentó en Ulises el primer diseño de una conducta equilibrada y excelente. Desde que Sócrates habló de la virtud y de la muerte. Desde que Platón interpretó el misterio del amor. Desde que Aristóteles dibujó los perfiles y matices de la amistad y la felicidad. Desde que Epicuro señaló los límites razonables del placer. Desde que Séneca defendió con su pluma la dignidad humana.
Nada es fácil en la vida. Ni siquiera la buena vida. Y menos en el hombre. Si la citada empresa porcina lo ha conseguido en poco más de un siglo, el ser humano lleva miles de años en el intento, y no puede cantar victoria. Bécquer reconoce ese fracaso con la misma abrumadora sencillez con la que Cinco Jotas expresa su éxito:
¡Qué hermoso es cuando hay sueño
dormir bien... y roncar como un sochantre...
y comer... y engordar... y qué desgracia
que esto sólo no baste!
Agradecemos al hedonismo la rapidez con la que nos responde que la buena vida es el placer, pero ya se ve que las cosas no son tan sencillas. Hay acciones placenteras que pasan una enojosa factura, y muchas conductas profundamente buenas no están libres de dolores y desasosiegos. Pensemos, por ejemplo, en la paciente tarea de educar a los hijos, de aprobar un curso escolar, y en tantos otros trabajos. ¿Acaso las llamas son un placer para el bombero? ¿Es malo su trabajo por no ser placentero?
Aunque no nos ponemos de acuerdo sobre su contenido, la buena vida es lo que todos queremos. Y esa aspiración que no se deja amordazar, tampoco podemos colmarla sin un conocimiento suficiente del ser humano. Sólo cuando sepamos lo que somos, sabremos también lo que nos conviene, lo que contribuye a nuestro desarrollo, aquello que nos envilece o ennoblece, lo que torna nuestra personalidad más rica o más pobre, lo que nos hace crecer o menguar en dignidad, lo que equilibra o desequilibra nuestra existencia. Con metáfora culinaria: sólo cuando conozcamos nuestros ingredientes podremos ensayar las recetas que hagan del vivir un manjar suculento o, al menos, digerible.
La reflexión sobre la buena vida no es nueva, porque la aspiración es tan antigua como el hombre. Casi toda la filosofía griega es un conjunto de propuestas sobre la felicidad individual y social. Para ello, los griegos buscan la solución a dos grandes problemas: cómo llevar las riendas de la propia conducta y cómo integrar las conductas individuales en un proyecto común. Con otras palabras: como lograr la excelencia en la persona y en la ciudad.
Todos nos apuntamos a la buena vida. Y para eso hemos inventado y sostenido la ética, esa gran aspiración de gentes que quieren vivir bien. Invento tan antiguo como la rueda o el fuego, idóneo para superar problemas ancestrales como la solución a garrotazos o la venganza del ojo por ojo. Invento necesario como el lenguaje, cuya alternativa es sencillamente el caos, la selva y el sálvese quien pueda.
Si el hombre ha sido siempre lobo para el hombre, como demuestra la historia con obstinación, también es cierto que tenemos labios y voz para besar y para cantar, y en esta segunda posibilidad se fundan las propuestas de la ética. Precisamente porque nuestra vida es supervivencia en medio de un mar agitado por grandes problemas e incógnitas, no tenemos más remedio que aprender el arte de navegar, y eso es la ética.
2.-Ingredientes y recetas
Con independencia de lo que pensemos sobre ello, el fuego quema, el agua moja y las vacas dan leche. Algo parecido sucede con la vida humana. El hombre es lo que es, y su existencia está sometida a condiciones objetivas que no son negociables: ojos para ver, piernas para caminar, pulmones para respirar... Así, la buena vida podremos cocinarla con diferentes recetas, pero siempre tendremos que contar con los mismos ingredientes, y con sus cualidades reales.
Los ingredientes de la vida humana son constantes a lo largo de épocas y latitudes. Su enumeración por orden alfabético empezaría en la amistad y terminaría en la verdad. Entre ambos ingredientes desfilarían el amor, la amistad y la conciencia moral, la familia y la felicidad, la libertad y el placer, los sentimientos y la sexualidad. De todo ello hablaremos en las páginas que siguen.
Respecto a las recetas, las más famosas han sido propuestas por los clásicos, al menos desde que Homero presentó en Ulises el primer diseño de una conducta equilibrada y excelente. Desde que Sócrates habló de la virtud y de la muerte. Desde que Platón interpretó el misterio del amor. Desde que Aristóteles dibujó los perfiles y matices de la amistad y la felicidad. Desde que Epicuro señaló los límites razonables del placer. Desde que Séneca defendió con su pluma la dignidad humana.
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