Entre
los siglos III y VIII el confucianismo comienza a evolucionar para
tener en cuenta el reto taoísta y budista; en la época Sung se llega a
una nueva síntesis que se ha denominado «neoconfucianismo». En esta
época se potencian las especulaciones metafísicas de las que carecía el
movimiento con anterioridad y se expresa una mayor sensibilidad hacia lo
místico y el papel armonioso del ser humano en relación con el tao,
visto como principio original del mundo. Surge la recopilación de los Cuatro libros frente a los Cinco clásicos, a la par que se potencia la interpretación numerológica y mística del I Ching.
Una
personalidad fundamental en el neoconfucianismo es Chu Hsi (1130-1200),
gran sabio y metafísico que insiste en conceptos como T'ai-chi
(el Gran último), que define como el punto más allá del cual nada hay y
unión de todos los principios. El universo se reduciría al Gran último
que actuaría como reducción de dos grandes conceptos, Li, entendido como principio, y Ch'i, entendido como materia. Li preexiste en cada objeto como realidad última y como particularidad específica, resultando la unión de todos los Li equivalente a T'ai-chi. Ch'i está en movimiento (fase yang) o en reposo (fase yin),
creando los cinco elementos cuyas combinaciones se materializan en el
mundo visible, que, además, puede ser estudiado de un modo que sería
lícito denominar científico.
Frente
a Chu Hsi, su rival Lu Hsian-shan (1139-1193) y, sobre todo, Wang
Yang-ming (1472-1529) plantean que la mente es el principio y por tanto
que el conocimiento es innato en esencia y se accede a él por medio de
la introspección, la meditación y la intuición, por lo que la
investigación ha de ser interior. Con el neoconfucianismo el movimiento
se abre a las inquietudes metafísicas y místicas desarrolladas por
budistas y taoístas conformando una síntesis cuya quiebra provendrá del
contacto con la modernidad.
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