Otro
de los ritos importantes que desarrollaba el emperador era la rogativa
por la cosecha, que se realizaba un día durante el primer mes del año; a
comienzos del verano, se hacía una ceremonia parecida para obtener la
lluvia.
Una
ceremonia de significado muy interesante es la que realizaba el
emperador un día fasto tras el comienzo de la primavera. Tras ofrecer
sacrificios al Divino agricultor, inauguraba el año agrícola trazando
con un arado de bueyes tres surcos en un campo sagrado; le seguían los
príncipes, ministros y altos burócratas, y otros funcionarios sembraban
el mijo, que se utilizaba para los sacrificios a los antepasados
imperiales. El emperador abría físicamente el surco en la tierra no
hollada en todo el invierno, acto mediante el cual la desacralizaba en
un ritual de una simbología diáfana para una sociedad de base agrícola
como la china.
Los
burócratas de las diversas provincias y territorios (gobernadores,
prefectos) tenían también entre sus obligaciones rituales inaugurar en
delegación del emperador el año agrícola por medio de sacrificios al
dios del suelo y las cosechas.
El
confucianismo dotó a la religión oficial china de una estructura ética y
moral basada en la convivencia pacífica, que permitió que sobreviviese
durante dos mil años, consolidando una religión piramidal y burocrática,
enraizada en ceremoniales agrícolas de un arcaico simbolismo, en la que
no cabía la piedad profunda, pero que resultaba un instrumento de
cohesión política de primer orden, comparable con formas religiosas
alejadas de ella miles de años, como la egipcia o la mesopotámica.
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