El ayatolá Jomeini saluda a sus seguidores en Irán en febrero de 1979.
Desde
el baluarte iraní, Jomeini intentó consolidar una opción
anti-occidental que superase la dicotomía chiitas-sunitas, presentando
un nuevo enfrentamiento en el que los «reformistas» aparecían como el
verdadero enemigo. La guerra irano-iraquí resultó un paradigma del
enfrentamiento entre la opción fundamentalista y un reformismo que
buscaba su identificación en el militarismo expansivo y en el
panarabismo político.
En
otro extremo aparecen los integrismos, que presentan por lo menos dos
vías. Por una parte, está el fundamentalismo ético y religioso pero
teñido de pragmatismo en relación con occidente, que preconiza Arabia
Saudí y que parece corresponderse con países enriquecidos con el
petróleo.
Otro
fundamentalismo, militante y radicalmente anti-occidental, ha surgido
en países como Egipto, Argelia, Afganistán, Pakistán, o la Palestina
ocupada, entre otros. En estas zonas viven en la miseria amplios grupos
de población, jóvenes sin expectativas, para los que el modo de vida del
primer mundo es inalcanzable. Buscan en los preceptos islámicos la
seguridad que ofrece la tradición, y además el medio de canalizar la
protesta frente a la injusticia, que se refleja en un odio hacia el no
musulmán, tanto por su riqueza como por su calidad de infiel. Sin
embargo, esa violencia no se dirige hacia la escandalosa riqueza de
ciertos países musulmanes protegidos por un particular fundamentalismo.
El
problema palestino y la consolidación del estado de Israel como baluarte
de los intereses occidentales en pleno territorio islámico han
provocado un recrudecimiento del nacionalismo árabe, que muestra una
gran diversidad de vías. En la posición más radicalizada están los
grupos fundamentalistas como Hezbolá o Yihad Islámica, Takfir o
al-Qaeda, que están ahondando la tensión en tres zonas conflictivas, el
Magreb, Palestina y Asia central.
El
caso argelino también ha resultado muy complejo. El espíritu de la
guerra de la independencia se mantuvo vivo y el imparable ascenso del
Frente Islámico de Salvación (FIS) y la descomposición del Frente de
Liberación Nacional condujeron a una situación de guerra civil que
durante los años noventa se cobró más de ciento veinte mil vidas. La
subida al poder de Abdelaziz Buterflika en 1999 ha estabilizado la
situación.
El
mundo islámico resulta así, por tanto, un complejo panorama en el que la
religión y la geoestrategia se entremezclan creando un escenario de
conflicto.
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