I.
Situación hermenéutica
La
a. (como género literario) es la expresión y el resultado del intento de
reducir a categorías, usando como instrumento el mundo mitológico, metafórico
y simbólico, la -> transcendencia, a Dios y el futuro (-> sentido) de la
historia. Ahí se toma como base la constante experiencia fundamental del hombre
consigo mismo, con su -> mundo (-> historia e historicidad) y con Dios. A
este respecto podemos dejar abierta la cuestión de si se trata de experiencias
con origen «sobrenatural» o con origen «natural» (conocimiento natural de
Dios); de hecho tales experiencias son una síntesis de la dimensión natural y
de la sobrenatural.
Adolf
Darlap
II.
Generalidades
1.
En el griego de los LXX y del NT el verbo apocalipto (hebr, gelah,
arameo g'lá) significa «revelar», y el sustantivo apocalipsis quiere decir «revelación». Llamamos
apocalíptica a aquella forma literaria de la que la literatura de la
revelación se sirvió en el judaísmo a partir del s. II a.C. Debido
precisamente a su éxito, influyó notablemente en la expresión literaria de la
revelación en el NT y ocupó un puesto importante en el cristianismo primitivo,
mientras el judaísmo rabínico la iba rechazando más y más.
2.
Objeto. La revelación transmitida por
esta literatura versa sobre todos los misterios inaccesibles al conocimiento
natural del hombre («a la carne y a la sangre», Mt 16, 17 ), que sólo
Dios puede dar a conocer por su espíritu y su sabiduría (Dan 2, 19.28; 5,
11-14; 1 Cor 2, 10-11). Sus campos más importantes son: a) Los
misterios de Dios, del mundo celeste, donde él reside, de los ejércitos
celestiales que le rodean (-> ángel), de los ejércitos demoníacos que
luchan contra él (-> diablo). Bajo este aspecto, la apocalíptica
proporciona una arma literaria a la mística judía y cristiana (cf. 2 Cor
12, 1-4; Is 8-11; Abr 15-20), como a la angelología y a la
demonología, que ella enlaza estrechamente con la historia de la salvación (Hen
et 1-6; Ap 12). b) Los misterios de los orígenes del mundo y
de su gobierno por la sabiduría de Dios. Aquí están incluidas las
exposiciones cosmológicas de algunos libros, los cuales describen el orbe
terráqueo y los abismos infernales (Hen et 17-19; 22-26), así como el
curso de los astros, en el que se funda el calendario (Hen et 72-82). c) Los
misterios del designio divino, que rige el curso de la historia. Aquí la a.
suplanta a la vez a la reflexión teológica de los antiguos historiadores
sagrados y a la escatología de los profetas. d) El misterio del destino
individual (Sab 2, 22). Bajo este aspecto los textos o bien hablan de
la escatología colectiva c), o bien describen el cielo a) y los infiernos
b). El campo de la a. es, pues, muy vasto. Por eso la a. no sólo influye
en las obras de su campo inmediato, sino también en otras de muy diversa
índole, cuando éstas rozan temas emparentados con la a.
III.
Orígenes y desarrollo del género literario
1.
Desarrollo ulterior de la literatura profética. A partir del año 586 a.C.
la literatura profética experimentó un notable cambio.
a)
Esta había implicado en todo tiempo un elemento visionario. Recordemos
solamente las visiones que describen simbólicamente el mundo sobrenatural (1 Re
22, 12-22; Am 9, 1-4; Is 6). En Ezequiel esta forma literaria pasa
a primer plano (Ez 1); él la usa para describir tanto el juicio de Dios sobre
Jerusalén (Ez 9-10), como el resurgimiento de Israel (Ez 37, 1-14) y la gloria
de la nueva Jerusalén (Ez 40-48). También el mensaje de Zacarías se
presenta sistemáticamente bajo una serie de visiones cuyo significado explica
un ángel. Este procedimiento condujo a la creación de un instrumento
convencional, el cual es un constitutivo fijo del género literario de la a.
b)
El mensaje de los profetas tenía
siempre por horizonte un «segundo tiempo» (Is 8, 23), un «fin de los
días» (Is 2, 2), que traerá el juicio sobre todos los pecadores y la
salvación de los justos. La descripción del juicio condujo plenamente por sí
misma a la imagen de una catástrofe cósmica (Jer 4, 2326), y
simultáneamente la descripción de la salvación recibía un colorido
paradisíaco (Os 2, 20-24; Is 11, 6-9). Este final -entendido como parte-
de la historia aseguraba su consumación. Pero la descripción del final, en
textos anónimos posteriores a la cautividad, los cuales pretendían alimentar
la esperanza judía a base de «promesas» escatológicas, experimentó un
ulterior desarrollo autónomo --->escatología- (Is 4, 4-5; 24-27; 30,
19-26; 34-35; 59, 15-20; 63, 1-6; 65, 1-25; 66, 5-16; Ez 38-39; J1 3-4;
Zac 12, 1-13, 6; 14 ). No es exacto dar el nombre de apocalipsis a
estos textos. Pero sí es cierto que en ellos quedan muy resaltados algunos
temas esenciales de la a., p. ej.: el juicio final realizado por el mismo Dios;
la contraposición de las dos ciudades (Is 24ss); la instauración del
reino de Dios, en la cual el Mesías no parece jugar ningún papel; la entrada
de los justos en un mundo glorificado; los «nuevos cielos» y la «nueva
tierra» (Is 65, 17).
2.
Clima psicológico
Podemos
imaginarnos fácilmente la situación psicológica en que se efectuó esta
evolución literaria, a saber: los tiempos de crisis que la comunidad
postexílica hubo de soportar, se caracterizaron por una esperanza febril. La
decepción que sigue al regreso de los
primeros grupos (entre el 515 y el 440 a.C.), las sacudidas políticas del s.
iv, cuya repercusión sufrió necesariamente el judaísmo, despertaron una
angustiosa esperanza escatológica (cf. Sal 44; 74; 79), la cual llegó a su
cumbre en tiempos de Antíoco Epifanes (170-164 a.C.), a causa del choque
sangriento con el poder totalitarista del estado pagano. Ni el legalismo
instaurado por Esdras en la teocracia judía, ni el esfuerzo espiritual de la
reflexión de los sabios pudieron dar respuesta satisfactoria a esas esperanzas
desmesuradas. Ahora bien, «ya no había profetas» para levantar los ánimos de
los decaídos (Sal 79, 9; 1 Mac 4, 46), pues el -> profetismo antiguo estaba
desacreditado (Zac 13, 2-6). Por eso se estudiaban las Escrituras para saber
cuándo y cómo vendrá el fin (Dan 9, 1-2). En esa atmósfera cambiada es donde
el mensaje escatológico halló su nueva forma de expresión; él fue
representado como una sabiduría sobrenatural, la cual era sacada del estudio de
la Escritura y descubría los misterios divinos a los creyentes probados. En
plena crisis macabea, la apocalíptica produjo sus primeras obras maestras con
Daniel (sobre todo Dan 2; 4-5; 7-12) y con las partes más antiguas del libro de
Henok (Libro de los sueños, 83-90; apocalipsis de las semanas, 93;
91, 12-17).
3.
Influjos extraños. En todas las épocas supo la literatura sagrada
asimilar más de un elemento, tomado de las culturas vecinas, para traducir su
propio mensaje. En Ezequiel es evidente que él usa el simbolismo mesopotámico
(Ez 1). La angelología y la demonología de Tobías utilizan elementos iranios
(Tob 3, 8; 12, 14). La a. nace en un mundo donde el sincretismo
iranio-babilónico se cruza con la civilización helenística. El judaísmo, que
se halla situado en el punto de cruce de esas culturas, sabe aprovecharse de
ellas (-> judaísmo posterior). Los innegables puntos de contacto entre la
leyenda de Henok y las tradiciones mesopotámicas, la referencia del libro de
Daniel a las técnicas babilónicas para la interpretación de sueños (Dan 2;
4; 7) y de presagios (Dan 5), lo muestran claramente. La diáspora oriental
debió jugar aquí un papel importante. Pero el mismo judaísmo palestinense,
aun en el momento en que luchaba por conservar su originalidad religiosa, estuvo
sometido al influjo del helenismo que lo rodeaba. La influencia de la
escatología irania en la a. es una posibilidad con la que se debe contar; el
influjo del helenismo se reduce a elementos de segundo rango. Prescindiendo de
este problema, en todo caso la apocalíptica nació para oponer la revelación
auténtica, contenida en las Escrituras y transmitida a Israel por los profetas,
a la literatura pagana sobre la revelación, la cual era incapaz de conocer los
secretos divinos (cf. Dan 2, 28; 5, 7-17). Para forjar su expresión literaria
echó mano sin escrúpulo de una simbólica internacional, basada a su vez en
las viejas mitologías del oriente y de Grecia. Así, hasta en Dan 7 y Ap 12 se
pueden descubrir vestigios del combate mítico de Marduk contra Tiamat.
IV.
Las leyes del género literario
No
obstante la plurivalencia del género, que responde a la diversidad de sus
objetos, cabe descubrir en él ciertas características generales, que se dan en
grados diferentes.
Carácter
pseudónimo
Los
profetas clásicos referían sus visiones personales. Los complementos aportados
a sus libros después de la cautividad se ocultaban bajo el velo del anonimato.
En cambio, los autores de libros apocalípticos se encubren bajo nombres
escogidos entre los héroes de otros tiempos: Henok, Abraham, Isaías o algún
otro profeta, Baruc, Esdras, Daniel... Igualmente la literatura cristiana
extracanónica adopta los nombres de Pedro, de Pablo, de Juan, etc. Estos
nombres convencionales que adoptan los autores, responden siempre a un tipo de
profetas (que en el NT es el del apóstol), al que Dios da el encargo de
transmitir su mensaje a los hombres. El mensaje va naturalmente destinado a los
contemporáneos del autor. No obstante aquél recibe una nota esotérica, no
en el sentido de que vaya destinado a círculos numéricamente pequeños, sino
en el de que está reservado al futuro. Sin embargo, en el NT la profecía se
sirve del lenguaje apocalíptico sin necesidad de recurrir a los pseudónimos
(así Mc 13 y par; 1 Tes 4, 15-17; 1 Cor 15, 24-28.52-53; Apocalipsis de Juan).
2.
La visión profética de la historia
El
interés principal de los escritos apocalípticos está centrado en el
desarrollo de los designios de Dios en la historia (->salvación, historia de
la), enfocada desde la perspectiva del juicio final y de la escatología, que se
realiza más allá del ámbito histórico. Al apoyarse en un vidente del pasado,
los apocalípticos se sitúan a cierta distancia de su tiempo, para abarcar
períodos más amplios con una sola mirada (p. ej., Dan 7-8; 10-12). Su visión
de la historia humana, comparada con la teología de los profetas y de los
historiadores sagrados, se distingue de ésta por rasgos notables. a) Resalta
con un acento todavía más fuerte y unilateral la causalidad divina, que
gobierna soberanamente los acontecimientos. Éstos realizan infaliblemente el
plan divino, grabado en las «tablillas» del cielo. Ciertamente, la existencia
de un juicio divino muestra que el hombre es verdaderamente libre; pero su
libertad se mueve dentro de los límites que Dios le impone. De aquí resulta
una auténtica mecanización de la historia pasada, que garantiza a su manera la
certeza de su consumación escatológica. A esa certeza con frecuencia se añade
psicológicamente la esperanza de que el final es inminente. Una vez alcanzado
el punto cumbre de los acontecimientos, que se desarrollan en el tiempo del
autor, se realiza el juicio divino y la salvación de los justos en una
sucesión inmediata (Dan 7, 23-27; 11, 21-12, 3 ). b) Todavía más que en los
profetas clásicos, la historia se presenta como lugar de combate, en el que se
enfrentan, por una parte, Dios, sus ángeles y su pueblo, y por otra, todas las
fuerzas demoníacas, cuyos aliados terrestres son los pecadores y las naciones
paganas. Este --> dualismo espiritual, en último término, opone entre sí
dos mundos: el mundo presente, que está entregado al poder del mal, y con ello,
a la ira de Dios y a la catástrofe final, y el mundo venidero, en el cual el
universo glorificado se disolverá en las realidades celestiales, y los justos
recibirán la recompensa por sus esfuerzos. La escatología profética
experimentó así una radical transformación, y el problema de la retribución
individual halla su solución en un plano totalmente nuevo (Dan 12, 1-3; Sab 4,
20-5, 23).
3.
El lenguaje simbólico
El
ropaje literario con que está vestido el mensaje se halla tejido de simbolismo.
a) En el NT se modificó sensiblemente la persLos antiguos libros de la
sagrada Escritura pectiva escatológica. El mundo nuevo ha queson utilizados
sistemáticamente, y sus imágenes se combinan en formas no pocas veces
sorprendentes (el Apocalipsis de Juan ofrece hermosos ejemplos de esto). b) La
exposición convencional de la doctrina en forma de visiones y sueños brinda
constantemente la ocasión para descripciones simbólicas del mundo
sobrenatural. Las mismas realidades terrestres se ocultan tras expresiones
simbólicas (así, tanto en Dan 7 como en el Apocalipsis, los imperios paganos
son designados como animales). c) Para hacerse con todas estas descripciones
simbólicas, los autores acuden con plena libertad al material de las
literaturas orientales. Países, plantas, animales, piedras preciosas, astros,
asumen significados especiales, los cuales hacen posible la expresión de
pensamientos en un lenguaje cifrado. No se olvida el simbolismo de los números.
Esa enigmática forma de expresión pudo ser comprensible para los
contemporáneos, mas hay pasajes donde apenas resulta ya posible hallar la
clave. En conjunto, no cabe imaginar nada tan artificioso como el estilo de los
apocalipsis, donde el género literario que comentamos se desarrolla sin trabas.
Y, ciertamente, lo plástico y brillante de los símbolos les confiere fuerza
poética.
V.
Difusión del género literario
1.
AT y judaísmo
La
a. judía había nacido durante la crisis macabea en los círculos de los
jasideos, y gozó de gran estima en ese período (--> Apocalipsis, ->
Apócrifos). Los esenios cultivaron la a.; las cuevas del Qumrán nos han
proporcionado manuscritos del libro de Henok, de Jub y de otras obras
desconocidas hasta ahora. Seguramente la corriente farisea al principio no
rechazó la a. El ApBar (gr) y el cuarto libro de Esdras parecen estar
relacionados con ella. Pero, prescindiendo de textos donde quedaba expresada la
mística judía - Hen (hebr) -, pronto se llegó a prohibir muchas obras
apocalípticas, que procedían de los esenios o de otros círculos, y su
conservación se debe a manos cristianas, que las tradujeron a diversos idiomas.
2.
NT y cristianismo primitivo
En
el NT se modificó sensiblemente la perspectiva escatológica. El mundo nuevo ha
quedado ya fundamentado en Jesucristo y en
la Iglesia. El hijo del hombre ha aparecido en la historia y volverá en la
--> parusía. El --> reino de Dios ha comenzado ya; la nueva Jerusalén ya
está presente en la -a Iglesia. Nada tiene, pues, de extraño que la
revelación cristiana sea por esencia un apocalipsis (Mt 16, 17; Gál 1, 16;
Ap). Pero la esperanza sigue estando dirigida hacia una revelación última, en
la que las realidades celestiales descenderán a la tierra (1 Jn 3, 3; Col 3, 4;
Ap, etc.). Todo esto es objeto de la a. cristiana, como lo muestra el
Apocalipsis de Juan. Y eso es lo que describen también los apocalipsis
apócrifos del período neotestamentario. El género literario ha encontrado una
continuación en el Pastor de Hermas. Y siguen cultivándolo los visionarios de
todos los tiempos; no podemos olvidar aquí obras como «La Divina Comedia».
Pierre
Grelot
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