SUMARIO:
Introducción:
1. Crisis y renovación del apostolado;
2. Definición del concepto
1. Crisis y renovación del apostolado;
2. Definición del concepto
I.
Dimensión misionera de toda la Iglesia:
1. Las tres fuentes de la misión;
2. Las tres funciones de la misión única
1. Las tres fuentes de la misión;
2. Las tres funciones de la misión única
II.
La recuperación de los valores bíblicos del apostolado:
1. Fe, no obras;
2. Evangelización, no sacramentalización;
3. Espontaneidad, no institución;
4. Irradiación, no gueto;
5. Martirio, no éxito
1. Fe, no obras;
2. Evangelización, no sacramentalización;
3. Espontaneidad, no institución;
4. Irradiación, no gueto;
5. Martirio, no éxito
III.
El contenido del mensaje: salvación integral:
1. El nuevo descubrimiento teológico;
2. Consecuencias operativas
1. El nuevo descubrimiento teológico;
2. Consecuencias operativas
IV.
Los destinatarios del apostolado: los lejanos,
los descristianizados, los fieles, los no creyentes,
los no practicantes
los descristianizados, los fieles, los no creyentes,
los no practicantes
V.
Los operarios de la evangelización: la
jerarquía, los religiosos,
los laicos, la juventud, la familia, las comunidades eclesiales
de base
los laicos, la juventud, la familia, las comunidades eclesiales
de base
VI.
Le evangelización en el contexto de las culturas:
1. El postulado;
2. Su realización en las iglesias de larga tradición:
3. Su realización en las iglesias jóvenes
1. El postulado;
2. Su realización en las iglesias de larga tradición:
3. Su realización en las iglesias jóvenes
VII.
Espiritualidad apostólica:
1. El sentido trinitario del envío;
2. El sí a Dios y al mundo;
3. El valor de la acción;
4. El testimonio de la vida.
1. El sentido trinitario del envío;
2. El sí a Dios y al mundo;
3. El valor de la acción;
4. El testimonio de la vida.
Introducción
1.
CRISIS Y RENOVACIÓN DEL APOSTOLADO - El cristiano actual toma fácilmente el término
apostolado como sinónimo parcial de intromisión, importunidad, sectarismo, y,
además, ha perdido en gran medida la seguridad en uno mismo que en tiempos
pasados encerraba dicho término. En la Edad Media se recurra al fuego y a las
torturas contra los que pensaban diversamente y se proclamaban con entusiasmo
cruzadas contra los sarracenos. En el periodo colonial se miraba a los
habitantes de los otros continentes como salvajes, paganos e idólatras, y se
iba a arrancar sus almas del infierno. En los decenios anteriores al Vat. II,
caracterizados por el auge de las organizaciones católicas, no raras veces se
confundió la confesión cristiana con los desfiles y el triunfalismo. Todo esto
ya ea otra cosa. Ha cambiado el contorno y, sobre todo, han aparecido nuevas
ideas (la Iglesia como misterio, la libertad de conciencia, la nueva teología
de las religiones no cristianas, etcétera), las cuales han surtido efectos que
no siempre estaban en consonancia con la realidad efectiva, y que han provocado
una crisis en el apostolado.
En
cualquier caso, ya se ha iniciado una sana reacción. En un mundo en el que
todas las religiones y todas las ideologías sostienen contra viento y marea su
convicción, ¿precisamente los cristianos iban a carecer del valor de confesar
su fe? Su apostolado obviamente se renueva, pero no se elimina. Dado el
pluralismo cultural y filosófico en que vivimos, la Iglesia forzosamente ha de
ir aceptando cada vez más la situación de competencia típica del mercado
libre. E1 que más ofrezca se impondrá.
2.
DEFINICIÓN DEL CONCEPTO - a) El término. Apóstol deriva del griego y
significa enviado. Apostolado significa, pues, envío, ministerio, acción de un
apóstol en el sentido más amplio del término. Misionero y misión indican
etimológicamente la misma cosa, pero derivan del latín. A partir del Vat. II
se ha introducido en el lenguaje católico el término evangelización, que
luego ha difundido y consolidada el Sínodo de los Obispos de 1974, así como la
exhortación apostólica de Pablo VI, "Evangelü nuntiandi" (=EN), de
8 de diciembre de 1975. Mientras que loa dos primeros términos expresan el envío
en sí mismo, el de evangelización subraya el fin del envío: la predicación
del evangelio en todo el mundo. b) La realidad. El apostolado cristiano
consiste en participar del apostolado de Jesús y en la preocupación por la
salvación de los hombrea y del mundo', o también en toda actividad del cuerpo
místico dirigida a realizar el fin de la Iglesia (AA 2). Se extiende en el
tiempo desde la primera a la segunda venida de Cristo y contribuye a que todo
alcance su propia plenitud. El elemento decisivo no lo constituyen, pues, las
formas exteriores, las organizaciones o las estructuras, sino más bien la
presencia de la Iglesia en nuestro mundo siempre en evolución. En no pocos países
el apostolado está oficialmente prohibido; no obstante, la presencia de la
Iglesia puede por eso mismo poner mayor irradiación.
I.
Dimensión misionera de toda la Iglesia
1.
LAS TRES FUENTES DE LA MISIÓN - La misión, en sentido teológico cristiano, no
es sinónimo de intromisión, sino de dinamismo, de comunicación, de
intercambio de bienes. El modelo originario de toda misión es el que nos ofrece
la vida intratrinitaria, el "amor fontal" del Padre, el cual se da
completamente al Hijo, dándose luego completamente ambas Personas al Espíritu
Santo. Este Dios trino es la realidad originaria. E1 no puede dejar de ser y es
la única realidad que existe de manera pura, simple y necesaria.
Este
Dios, "en su inmensa misericordia y bondad", ha enviado
"libremente" al seno de la humanidad (caída) a su Hijo, el cual, con
su vida, muerte y resurrección, ha llevado a cabo las acciones salvificas y se
ha convertido en el sacramento del nuevo encuentro con Dios (AG 2). Cristo es el
primero y el más grande "apóstol, en quien hemos de poner los ojos"
(Heb 3,1), el autor y el modelo de la evangelización (EN 12).
De
Cristo evangelizador, el camino conduce necesariamente a la Iglesia
evangelizadora (EN 8-18). Mediante el envío del Espirito, ha querido El que su
obra continuase en la Iglesia. Esta, "en cuanto sacramento universal de la
salvación, es enviada por Dios a las gentes" y es, por consiguiente,
"misionera por su naturaleza" (AG 1,2). Existe para proclamar
continuamente a todos los hombres la salvación obrada por el Dios único. La
Iglesia no existe para sí misma, sino en orden a su misión. En consecuencia,
no procede hablar de la misión y de la Iglesia, sino de la misión de la
Iglesia. Todos éstos son datos reales de la historia de la salvación
anteriores a nosotros, que no podemos anular, sino que hemos de reconocer
sencillamente con fe.
Y
si la Iglesia es misionera en cuanto tal, también todo miembro de la misma ha
de ser misionero. Pedro llama a los cristianos en su totalidad "pueblo
peculiar, para anunciar las grandezas del que os ha llamado" (1 Pe 2,9; Ef
1,8). Ser llamado a la Iglesia no es, antes que cualquier otra cosa, un
privilegio especial, sino que exige primordialmente dar testimonio ante los
demás. El ~seguimiento de Jesús no nos sitúa simplemente en una relación
maestro-discípulo frente a ellos. Tal vocación se funda en el poder
indeducible y en la conciencia mesiánica de Jesús. El llama como llamó Dios a
los yprofetas veterotestamentarios y hace su llamada siempre en orden ala
soberanía de Dios, que está para venir. A quien llama le invita siempre a
romper incondicionalmente todo vinculo e impedimento, a tomar parte en su vida y
en su destino, y a ponerse, de consiguiente, al servicio de la causa del reino
de Dios. Existe, pues, un íntimo nexo entre seguimiento y misión. Esto explica
por qué surgió necesariamente el primitivo movimiento misionero cristiano como
primer fenómeno de este tipo'. Mientras que antes del Vat. II la misión entre
los paganos se subdelegaba en los institutos misioneros y en los
"cooperadores" misioneros a ellos asociados, quedando el apostolado
patrio reservado a los sacerdotes y a una élite organizada en la Acción
Católica, el Concilio ha vuelto a poner claramente de manifiesto el lazo
indisoluble que existe entre el hecho de ser cristiano y el de ser apóstol. Con
esta teología de fondo cesa toda discusión sobre la cuestión de si debe
existir o no la misión, y sólo queda la de saber cómo hay que realizarla.
2.
LAS TRES FUNCIONES DE LA MISIÓN ÚNICA - La misión única salvífica de la
Iglesia y de todos en la Iglesia no se ejerce siempre y en todas partes del
mismo modo. Las condiciones en que se realiza pueden ser diversas. La misma
Iglesia conoce varios estadios de desarrollo, desde el inicial e insuficiente al
de la plena expansión. De manera semejante, los hombres, las comunidades y los
pueblos entre los cuales ella actúa pueden presentar supuestos diversos. Así,
podemos distinguir la actividad misionera, cuyo fin verdadero y propio es
evangelizar e implantar la Iglesia entre los pueblos y comunidades en que aún
no ha echado raíces; la actividad pastoral, que se desarrolla entre los que ya creen
en Cristo con el fin de llevarlos a una fe más profunda que inspire toda su
vida cristiana; la actividad ecuménica, que aspira a promover el
restablecimiento de la unidad cristiana (AG 8; UR 4).
Esta
definición y subdivisión teológico-pastoral habría que concretizarla ahora
en sentido sociológico-religioso, a fin de reconocer qué actividad debe
ejercitarse prácticamente. Veríamos entonces que existen cada vez más lugares
que reclaman las tres actividades. No existen ya, como antaño, ni regiones ni
países católicos, protestantes y paganos claramente distintos. Una ciudad como
Roma, junto a sus muchas iglesias católicas, posee también un número notable
de templos protestantes, así como muchos grupos y centros no cristianos, y
pronto tendrá también una de las mayores mezquitas del mundo. En la ciudad
"católica" de Munich la frecuencia dominical de la Iglesia oscila
entre el 10-15 %, y en 1974 el número de los abandonos oficiales de la Iglesia
(8079) superó por primera vez el número de bautismos °. En la práctica,
pues, las tres actividades se ejercen en los cinco continentes. Cada uno tendrá
que dedicarse apostólicamente más a uno u otro aspecto de acuerdo con su
carisma.
II.
La recuperación de los valores bíblicos
del apostolado
El
apostolado cristiano debe orientarse siempre y renovarse a la luz de sus
orígenes. Contemplando las primitivas comunidades cristianas4 aprendemos a
poner los acentos precisos, que podemos formular así (teniendo presente, por
supuesto, que la prioridad otorgada al primer concepto no excluye el segundo):
1.
FE. NO OBRAS - La fe en Cristo es el elemento decisivo (Rom 10,9; Flp 2,5ss).
Esta fe libera, mientras que la ley, que insistía en las obras, oprime. En la
Carta a los Romanos Pablo recurre a todo para demostrar que la justificación
sólo se consigue sobre la base de la fe, como si quisiera impedir por
anticipado el influjo perjudicial de la mentalidad jurídica del pueblo romano
sobre la comunidad cristiana. En la Carta a los Gálatas polemiza duramente
contra quienes vuelven a alterar el evangelio de Cristo, como si lo más
importante fueran las obras, siendo así que los que languidecían
bajo la ley han sido redimidos, han recibido la condición de hijos y pueden
invocar en el Espíritu de Dios: Abba, Padre (Gál 4,8; 5,5s). Esta carta
nos muestra de manera definitiva que la decisión cristiana, una vez tomada,
puede verse en peligro no sólo por la caída moral en el pecado y por la
ligereza moral, sino también por el rigorismo moral.
2.
EVANGELIZACIÓN, NO SACRAMENTALIzACIóN - Es cierto que Cristo ordenó
claramente bautizar y que el bautismo establece una relación real con la muerte
y la resurrección del Señor (Rom 8,2-8). Pero el mismo Apóstol, que ha
enseñado eso, dice también: "Doy gracias a Dios de no haber bautizado a
ninguno de vosotros excepto a Crispo y Gayo... Pues no me mandó Cristo a
bautizar, sino a evangelizar" (1 Cor 1,14.17). El sacramento es el sello de
la fe, no su sucedáneo. En cambio, en una época misionera sucesiva, misioneros
pequeños y grandes, animados de un celo por las almas poco iluminado,
bautizaron irreflexivamente. Posteriormente, se ha tenido que trabajar duro para
transformar -dentro de lo posible- a estos bautizados en cristianos. Está
demostrado que no sólo en América Latina, sino también en los países
occidentales, la mayoría de los cristianos desean bautizar a sus hijos, aunque
más de la mitad de ellos sabe poco de Cristo y no creen ni en su resurrección
ni en la propia. Es evidente que en estas condiciones hay que reflexionar
nuevamente sobre la prioridad de la evangelización, como de hecho se está
haciendo °.
3.
ESPONTANEIDAD, NO INSTITUCIÓN -Las cuestiones relativas al ministerio y a la
autoridad en la Iglesia se cuentan entre las más espinosas de la exégesis
neotestamentaria. Cristo ordenó indudablemente difundir su mensaje. De ahí
surgieron con el tiempo las estructuras oficiales concretas, que están
enteramente al servicio del mensaje. El principio dominante fue el Espíritu de
Jesús, que hizo crecer a la joven Iglesia (He 2,47; 8,7), que guió el
itinerario misionero de Pablo (He 18,9; 19,21) y que coronó con el éxito su
actividad (He 19,11; 2 Cor 2,3ss; Rom 15,17as). El mismo Espíritu edificó
también el orden que debe reinar en la vida de la comunidad (1 Cor 3,9ss; 2 Cor
12,19; Ef 4,12-IB). En consecuencia, este orden fde aceptado por la comunidad
sin que se viera en él contradicción alguna con la acción libre de las
personas dotadas de carismas, porque es el mismo Espíritu el que quiere ambas
cosas. El entusiasmo y el orden discurren paralelos, si bien Pablo hace
determinadas amonestaciones a los que están llenos de Espíritu (1 Cor 14).
Toda la historia de la Iglesia hasta nuestros días lleva dentro la tensión
entre institución y libertad, tensión que puede atenuarse en la medida en que
ambas se dejan guiar por el Espíritu de Dios °.
El
Espíritu ha guiado no sólo la vida de la comunidad, sino también la difusión
del evangelio. La misión cristiana primitiva no se puso en marcha ni se
organizó desde un centro rector, sino que surgió espontáneamente a través de
la acción de los cristianos y de las comunidades particulares, que
transmitieron la palabra de boca en boca.
4.
IRRADIACIÓN, NO GUETO - Las primeras comunidades cristianas se apoyaban en la
certeza de que Dios había mantenido sus promesas y que obraba en medio de ellos
a través de su Espíritu. No podían reservar para ellas tal certeza, sino que
se sintieron impulsadas a manifestarla y proclamarla en público, como la
mañana de Pentecostés. La asamblea de la comunidad, su encuentro con el Señor
en la palabra y en el pan de la cena constituían la preparación de la misión.
Lo que se acentuaba era la misión. Las comunidades no eran círculos cerrados
en sí mismos en los que cada cual sólo buscase satisfacer sus propias
necesidades espirituales; al contrario, constituían la mejor forma de
predicación. "Mirad cómo se aman", decían los demás de ellos.
Estos grupos cristianos reunían a judíos y paganos, hombres y mujeres, amos y
esclavos. Las diferencias que separan a los hombres en el mundo, no tenían ya
valor allí donde el bautismo había hecho a todos miembros del único pueblo de
Dios. Esta vida comunitaria, en la que todos hacían partícipes a los demás de
sus propios bienes (He 4,34ss; 2,42-47), se irradiaba. Además de esto, se
permitía también a los no bautizados y a los meros curiosos tomar parte en la
liturgia de la palabra. Estos escuchaban, se quedaban maravillados, eran
conquistados y confesaban: "Verdaderamente Dios está entre vosotros"
(1 Cor 14,25). Por tanto, la misión no se proponía convencer, y menos aún
ejercer una violencia moral, sino que revestía más bien el carácter de una
invitación. Naturalmente no debemos idealizar aquellos tiempos. Ya entonces
existían tensiones por los motivos más diversos. No obstante, reinaba la
unidad en la escucha de la palabra del Señor, en la posesión del Espíritu
Santo, en la fe única y en la comunión con las demás iglesias'.
5.
MARTIRIO, NO ÉXITO - Mientras que los grandes caudillos de la historia han
conquistado sus adeptos a fuerza de dinero y de promesas, Cristo presentó de
forma inequívoca, tanto para sí como para cuantos querían seguirle, la
perspectiva de la cruz (Le 9,23). Proclamó como bienaventuranza el hecho de que
"os injurien, persigan y, mintiendo, digan todo mal contra vosotros por
causa mía" (Mt 5,11), porque "al a m( me persiguieron, también os
perseguirán a vosotros" (Jn 15,20). Los apóstoles y los incontables
mártires que han sido, experimentaron la seriedad de estas palabras, así como
también la verdad del misterio de que el grano de trigo debe morir para dar
mucho fruto (Jn 12,24). Al perder la vida, la ganaron (Mi 10,39). Se
perfeccionaron y realizaron en la medida en que supieron aceptar como dotado de
sentido también el fracaso' [ >Cruz].
III.
El contenido del mensaje: salvación
integral
1.
EL NUEVO DESCUBRIMIENTO TEOLóGICO - Si el apostolado tiene por fin hacer
presente siempre y en todas partes la obra salvifica de Cristo, hemos de ver
también esta salvación, esta paz (shalom), esta esperanza en todo su
significado. Sin embargo, con el correr de los tiempos, el mensaje se vio
reducido a su dimensión meramente sobrenatural, hasta entender por salvación
el hecho de aceptar la fe, recibir los sacramentos y esperar en la vida eterna
(si bien la Iglesia en la praxis, sobre todo en las misiones, siempre ha tomado
en cuenta a todo el hombre).
Bajo
el impulso de la "teología política" elaborada en Europa' -según la
cual la teología no es asunto de eruditos de escritorio, sino que debe ejercer
influencia en la vida pública-, hemos asistido al desarrollo de una teología
de la liberación en América Latina, donde se
siente la religión como alienación en grado mayor que en otras partes. Tal
teología ha sido vigorosamente patrocinada y promovida también por el Consejo
ecuménico de las iglesias en su asamblea plenaria de Uppsala en 1988 y de
Nairobi en 1975 ". La Iglesia, colocándose entre los dos extremos de la
reducción ala fe pura, al culto y a la salvación individual, por un lado, y
del compromiso radical social hasta el uso de la violencia y la revolución, por
otro, debe anunciar la salvación integral o la liberación total del hombre a
través de Jesucristo. La liberación del pecado y de la muerte obliga al
cristiano a comprometerse sin reservas frente a las consecuencias del pecado,
tal como se manifiestan en la estructura del mundo. La Iglesia no puede callar
ante los problemas del mundo, ante los peligros que amenazan la supervivencia de
la humanidad, ante la creciente divergencia entre países pobres y países
ricos, ante la discriminación y la desestima de los derechos humanos
elementales.
Esta
fuerte acentuación de la salvación terrena e histórica no se contempla
simplemente como una reacción al sobrenaturalismo del pasado, sino que es
también fruto de una nueva reflexión sobre la forma más importante de la
presencia de Cristo. No tenemos que predicar simplemente al Cristo histórico y
glorificado, no debemos honrar simplemente al Cristo eucarístico, sino que ante
todo hemos de tomar con seriedad al Cristo místico, que nos sale al paso en el
más pequeñuelo de los hermanos (Mi 10,42). A esta luz explica la madre Teresa
la actividad desarrollada por sus monjas en la India: "A1 mismo Cristo que
el sacerdote toca, podemos tocarlo nosotros las veinticuatro horas del día
cuando ayudamos a los abandonados".
Aquí
no está en juego una alternativa; no se trata de verticalismo o de
horizontalismo, sino de una síntesis, de entender la salvación, y por
consiguiente la evangelización, en su sentido pleno, sin que ello ponga en
peligro para nada la jerarquía de las esperanzas. La esperanza intramundana e
histórica forma parte esencialmente de la esperanza integral, pero no presenta
el mismo carácter incondicional de la esperanza escatológica absoluta. Aquí
no existe ningún "o esto o aquello" ni tampoco simplemente "una
cosa y la otra", sino una integración de las dos esperanzas; no es posible
hablar con credibilidad y plenamente de una
sin hablar también de la otra.
Antes
y durante el Sínodo de los Obispos de 1974, dedicado al tema de la
evangelización, se pudo advertir claramente la tensión existente entre estas
dos esperanzas. Luego, la declaración común de los obispos del sínodo empleó
un lenguaje claro a este respecto", y la exhortación apostólica EN
contribuyó definitivamente a imponer esta visión integral (25-39): "Es
bien sabido en qué términos hablaron (de un mensaje de liberación) durante el
reciente sínodo numerosos obispos de todos los continentes y, sobre todo, los
obispos del tercer mundo, con un acento pastoral en el que vibraban las voces de
millones de hijos de la Iglesia que forman tales pueblos. Pueblos empeñados...
con todas sus energías en el esfuerzo y en la lucha por superar todo aquello
que los condena a quedar al margen de la vida: hambres, enfermedades crónicas,
analfabetismo, depauperación, injusticia en las relaciones internacionales, y
especialmente en los intercambios comerciales, situaciones de neocolonialismo
económico y cultural... La Iglesia... tiene el deber de anunciar la liberación
de millones de seres humanos" (n. 30).
2.
CONSECUENCIAS OPERATIVAS - LO prioritario,
pues, en el apostolado no es volver a llevar al cristiano tibio a la práctica
religiosa, sino conseguir que cuantos "practican" sean impulsados por
la religión a cambiar el mundo y a darle una esperanza. La diferencia entre
ambas posturas la esclarecen bien dos obras clásicas: El alma de todo
apostolado y En el corazón de las masas.
Debemos
mostrar a los marxistas, no con palabras, que la religión no es opio. Debemos
rebatir con los hechos este juicio no del todo infundado. El culto tiene
ciertamente el cometido permanente de orientarnos al sentido último de la vida
y a honrar a Dios. Pero al mismo tiempo, mediante nuestro cotejo con la palabra
de Cristo y con Cristo mismo, debemos prepararnos a darnos a los demás, lo
mismo que él se dio por nosotros. Hoy las virtudes políticas (=las que ejercen
influjo en la vida pública) deben estar en el primer plano de la predicación.
Por ejemplo, no debemos espiritualizar en seguida el evangelio de la curación
del leproso, individualizarlo y rezar por la "liberación de la lepra del
pecado", sino que hemos dé tomarlo tal como es: Cristo curó a los leprosos,
es decir, a los que son despreciados y marginados desde el punto de vista social
y psicológico, a fin de integrarlos de nuevo en la sociedad. Hoy debemos
nosotros hacer la misma cosa. Tampoco los movimientos carismáticos de toda
especie deben resolverse en la huida del mundo, sino que han de equipar a los
que rezan para su compromiso en el mundo.
Debemos
evitar, asimismo, una especie de dicotomía, como si sólo lo que es
explícitamente religioso fuese plenamente válido y lo profano fuese secundario
y marginal. También la realidad profana es implícitamente religiosa. La
Iglesia no tiene sólo la misión de predicar la palabra de Dios en cuanto tal,
sino también la de interpretar proféticamente a la luz de esta palabra
salvífica toda la historia y todos los valores, aspiraciones y esperanzas
humanas, y también, por tanto, la de subrayar la unidad entre amor de Dios y
amor del prójimo, entre realidad religiosa y realidad profana. Siempre que el
hombre tiende o aspira a algo más allá de sí mismo; siempre que experimenta y
acepta nacer a través del dolor, el trabajo con su fatiga, la muerte con su
tristeza; siempre que, tras satisfacer sus propias aspiraciones, siente
nostalgia de alguna otra cosa, todo ello se realiza ya dentro de la dimensión
de la salvación y, por tanto, de la esperanza. Consiguientemente, la Iglesia no
aparece ya tanto como el lugar de la salvación contrapuesto al mundo en cuanto
lugar de perdición, sino más bien como la comunidad de los que predican y
celebran la acción de Dios en el mundo. Esta concepción integral nos permite
evitar que los marxistas enseñen una historia sin esperanza y los cristianos
una esperanza sin historia, y que lleguemos a un mundo sin iglesia y a una
iglesia sin mundo.
IV.
Los destinatarios del apostolado
El
evangelio no es una ideologia que queramos imponer a los demás, sino un mensaje
que les ofrecemos; no porque deseemos tener "éxito", sino porque los
demás lo necesitan en lo más profundo de su intimidad. Estos
"demás" son simplemente todos los hombres, subdivididos por la EN en
los grupos siguientes:
Los
lejanos: son los que aún no conocen a
Cristo y su evangelio, aquellos a quienes se dirige la actividad misionera de la
Iglesia (AG 8; EN 51). Con toda la reserva que se requiere en el establecimiento
de listas de prioridad en el apostolado (dado que la Iglesia no puede excluir a
ningún grupo de su solicitud), no hay duda de que la primera predicación que
ha de hacerse a los hombres de religiones no cristianas presenta una prioridad
absoluta. Esta es la tarea auténtica y primera de la Iglesia (Mt 28,19). En
1985, los no cristianos eran 2.272 millones; para el año dos mil se calcula que
serán 4.214 millones (debido a la fuerte explosión demográfica de los países
no cristianos). Estas enormes cifras son para la Iglesia un desafio inaudito.
Ella se siente siempre tentada a ocuparse demasiado de sí misma, en vez de
concentrarse valerosamente en la evangelización hacia fuera, en vez de
"alcanzar a aquellos a los que aún no ha alcanzado" '° y extenderse
de esta manera más allá de si misma.
En
este contexto debemos decir unas palabras sobre las religiones no cristianas.
Mientras que en otro tiempo las velamos establecidas sólo en la "sombra de
la muerte", el Vat. II ha reconocido sus puntos luminosos y sus valores, y
ha admitido que los hombres que viven en ellas pueden salvarse (NA; EN 53). La
ulterior aclaración del valor salvifico verdadero y propio de las religiones no
cristianas en cuanto tales es una tarea que se ha confiado a los teólogos. La
cuestión suena concretamente así: ¿Pueden esos hombres salvarse graciasa su
religión o a pesar de su religión? Gran número de teólogos reconoce hoy al
menos un valor salv(fico parcial a las religiones, lo cual no elimina en
absoluto el sentido y el deber de la evangelización '°. Hay que ofrecer
"a los misioneros de hoy y de mañana nuevos horizontes en sus contactos
con las religiones no cristianas"; mas esto no puede representar en modo
alguno para la Iglesia una invitación a "silenciar frente a los no
cristianos el anuncio de Jesucristo" (EN 53).
Los
descristianizados: son los que han sido
bautizados y que viven completamente fuera de la esfera y de la vida cristiana,
ya se trate de personas sencillas que no saben nada de la fe, ya de
intelectuales anquilosados en las nociones religiosas que les fueron impartidas
durante sus años de infancia (EN 52).
Los
fieles: son las 99 ovejas que viven en
el redil, de las cuales la Iglesia se ha ocupado
demasiado hasta ahora, sin pensar en la medida suficiente en las muchas que
están fuera. Naturalmente, hoy, los fieles tienen más necesidad que antes de
ser ayudados de manera particular, a fin de "profundizar, consolidar,
nutrir y hacer cada vez más madura" su fe. Esta, en efecto, se encuentra
hoy "expuesta a pruebas y amenazas; más aún, (es) una fe asediada y
combatida" (EN 54). Se trata de ayudarse recíprocamente en la fe. l.a
prueba de la fe no se les escatima ni siquiera a los sacerdotes y a los obispos.
Hoy todo cristiano debe ser para los otros un Pedro que, gracias a la oración
del Señor, no vacila en la fe y tiene la misión de confirmar a su vez a los
hermanos (Lc 22,32).
Los
no creyentes: éstos constituyen el
gran peso de la Iglesia en los paises "cristianos". La alarma sonó
por primera vez en Francia, al ser declarado este país "tierra de
misión" y necesitado de ser renovado con "método misionero" °I.
Una situación por el estilo se ha ido creando luego en la mayor parte de los
restantes paises a causa de la oleada de secularismo. La exhortación EN no
habla tanto de "secularización", consistente en el hecho de hacerse
mundano el mundo, "esfuerzo en sí mismo justo y legitimo, no incompatible
con la fe y la religión, por descubrir en la creación, en cada cosa o en cada
acontecimiento del universo, las leyes que los rigen con una cierta
autonomía... El reciente concilio afirmó, en este sentido, la legitima
autonomía de la cultura y, particularmente, de las ciencias" (GS 59).
"Nosotros (en cambio) tratamos aquí del verdadero secularismo: una
concepción del mundo según la cual éste último se explica por sí mismo sin
que sea necesario recurrir a Dios; Dios resultaría, pues superfluo y hasta un
obstáculo" (EN 55). Así piensan los ateos y los agnósticos militantes o
prácticos.
Los
no practicantes: se trata de "una
muchedumbre... de bautizados que, en gran medida, no han renegado formalmente de
su bautismo, pero están totalmente al margen del mismo y no lo viven... Tratan
de explicar y justificar su posición en nombre de una religión interior, de
una autonomía o de una autenticidad personales" (EN 58).
La
evangelización frente a todos estos grupos de la "cultura no
cristiana" no resulta fácil, aunque no carece de esperanza. Naturalmente
hay que encontrar nuevas vías y un lenguaje nuevo. A pesar de todo su progreso,
el hombre en el fondo no llega nunca a la
perfección propia. Permanece siempre como alguien que pide, que busca, que mira
más allá de sí. La contingencia y la experiencia de los límites del propio
ser (tanto en la alegría como en el dolor) claman siempre por algo más. Ese
más, que satisface plenamente, no puede ser "cualquier cosa", sino
"alguien". Para salir del vacío interior, de la frustración y de la
"nostalgia infernal"'2, sentida por tantos hombres, sólo existe un
camino: el camino que lleva a Dios. En este sentido podemos decir que el mundo
moderno clama poderosamente, y al ntismo tiempo de manera trágica, por ser
evangelizado (EN 55). Los evangelizadores deben estar cerca de esos hombres y
pronunciar en su vida la palabra justa en el momento justo y del modo justo.
V.
Los operarlos de la evangelización
Si
la Iglesia en cuanto tal tiene la misión de evangelizar Isupra, I],
todos cuantos viven en su seno han de tomar parte en ella, si bien en un orden y
según una prioridad determinados.
La
jerarquía: el Papa, los obispos y los
sacerdotes [Ministerio pastoral] ocupan una posición preeminente en virtud de
su consagración y de su ministerio; son los maestros de la fe. Así se ha
subrayado siempre, y es cierto ahora como antes (EN 67s). Esta tarea se
contempla como "servicio" que ha de prestarse al pueblo de Dios (LG
18). A fin de que la jerarquía hable en la lengua deseada, capaz de ser
entendida por los hombres de hoy, debe, por así decirlo, amalgamarse no sólo
con estas personas, "sino también con las aspiraciones, las riquezas, los
limites, las maneras de orar, de amar, de considerar la vida y el mundo que
distinguen a tal o cual conjunto humano" (EN 83); en una palabra, debe
dialogar con el pueblo de Dios y participar concretamente de su vida.
Los
religiosos [Vida consagrada]: deben
desarrollar una doble función específica al servicio de la evangelización;
ante todo, gracias a su "total disponibilidad para con Dios y la
Iglesia" (EN 69), han tenido en el curso de la historia humana "la
mayor parte en la evangelización del mundo" (AG 40,27). Por otra parte, y
sobre todo "por una más intima consagración a Dios, hecha en la
Iglesia", expresan claramente "la intima naturaleza de la vocación
cristiana" (AG 18; LG 31,44). "A
través de su ser más íntimo, se sitúan dentro del dinamismo de la Iglesia,
sedienta de lo Absoluto de Dios, llamada a la santidad. De esta santidad ellos
dan testimonio" (EN 89). Por eso su contribución más importante no está
en los pequeños servicios que prestan acá y allá en las parroquias, sino en
su vida según el evangelio, que con renovado y continuo esfuerzo deben vivir de
manera creible (PC).
Los
laicos.si en otro tiempo se subrayaba
sobre todo la dependencia de los laicos de la jerarquía^ el Vat. II dice que su
apostolado se funda en su misma vocación cristiana, que ellos participan de
manera específica y necesaria en la misión de la Iglesia, que la nueva
conciencia que tienen de su propia responsabilidad es fruto de la acción
innegable del Espíritu Santo (AA 1,3).
Este
apostolado suyo se desarrolla en dos campos: "El campo propio de su
actividad evangelizadora es el mundo vasto y complejo de la política, de lo
social, de la economía y también de la cultura, de las ciencias y de las
artes, de la vida internacional, de los medios de comunicación de masas, así
como de otras realidades abiertas ala evangelización, como el amor, la familia,
la educación de los niños y jóvenes, el trabajo profesional, el sufrimiento,
etc. Cuantos más seglares haya impregnados del evangelio, responsables de estas
realidades y claramente comprometidos en ellas... tanto más estas realidades,
sin perder o sacrificar nada de su coeficiente humano, al contrario,
manifestando una dimensión transcendente frecuentemente desconocida, estarán
al servicio... de la salvación en Cristo Jesús" (EN 70). Aquí se nos
indica el camino para superarla dicotomía entre sagrado y profano [ supra, 111,
2].
Además
de esto, los laicos pueden sentirse o ser llamados a colaborar en el servicio de
la comunidad eclesial. En este campo pueden asumir diversas funciones
ministeriales; por ejemplo, trabajar como catequistas, como guías en la
oración comunitaria, como responsables de la caritas eclesial, en los
movimientos apostólicos o en los grupos de base. La EN da las gracias a todos
los laicos que dedican parte de su tiempo a estas tareas y anima a los obispos a
tomar en serio la preparación correspondiente a tales mansiones, a fin de
aumentar en ellas la "seguridad indispensable, y también el entusiasmo
para anunciar hoy día a Cristo" (n. 73).
La
juventud [ Jóvenes]: a ella se le
dedica una atención particular; todos saben a cuántos peligros está hoy
expuesta; por otra parte, se subraya el hecho de que los jóvenes han de
convertirse en apóstoles en medio de la juventud (EN 72). De este modo se
alumbra un cambio que ya se había comprobado durante el Sínodo de los Obispos
de 1974: inicialmente se habló de los grupos que había que evangelizar;
en cambio, en la segunda mitad, de los grupos evangelizadores. Los destinatarios
de la evangelización se convierten en sus protagonistas; en otras palabras,
sólo los que han sido evangelizados pueden evangelizar a su vez; pero también
es cierto lo contrario: evangelizando, uno es evangelizado.
La
evangelización no se realiza tanto a través de los individuos cuanto en el
seno de la comunidad. La EN pone de relieve de manera particular dos lugares
privilegiados de evangelización:
La
familia: aquí se busca ante todo el
"espacio donde el evangelio es transmitido y desde donde éste se
irradia" (EN 71). La familia como "iglesia doméstica" (LG 11) se
hace cada vez más importante, ya que en muchos países las estructuras de la
Iglesia han sido destruidas o se les impide desarrollar su actividad.
Las
comunidades eclesiales de base: este
fenómeno, que ha aparecido en el cielo eclesial como un signo de esperanza, ha
dado sus frutos más tangibles en América Latina. Allí son innumerables los
grupos de personas, las más de las veces sencillas, que se reúnen para leer la
Biblia, para meditar y plasmar mejor su vida concreta en una búsqueda común a
la luz de la palabra de Dios. También en Europa han surgido grupos por el
estilo obedeciendo alas más diversas motivaciones, sobre todo por la necesidad
de superar el anonimato de la parroquia tradicional y de constituir una genuina
comunidad de fe °s. Siempre que permanezcan en la linea del evangelio y de la
Iglesia, se les reconoce un gran papel en la renovación de ésta (EN 58)
[Comunidad de vida VIII, 2].
VI.
La evangelización en el contexto de las
culturas
1.
EL POSTULADO - La evangelización no consiste sólo en convertir a éste o al
otro, sino en un proceso mucho más amplio,
a saber, en convertir, "por la sola fuerza divina del mensaje... la
conciencia personal y colectiva de los hombres, la actividad en la que ellos
están comprometidos, su vida y ambiente concretos..., los criterios de juicio,
los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento,
las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad" (EN 18,19).
En otras palabras, consiste en evangelizar de manera vital y en profundidad las
culturas de la humanidad: "la ruptura entre evangelio y cultura es sin duda
alguna el drama de nuestro tiempo... De ahí que hay que hacer todos los
esfuerzos con vistas a una generosa evangelización de la cultura o, más
exactamente, de las culturas" (EN 20).
2.
SU REALIZACIÓN EN LAS IGLESIAS DE LARGA TRADICIÓN - En los países
occidentales, caracterizados por un cristianismo secular, la Iglesia se
encuentra ante situaciones nuevas y muy diversas entre si, situaciones que debe
tomar muy en serio, a fin de predicar el mensaje a los hombres de hoy en un
lenguaje actual. Las lineas fundamentales de las culturas modernas pueden
indicarse de la siguiente manera: se trata de una cultura técnico-científica,
laica, atea o fuertemente secularizada, de cuño marxista o liberal; existe una
cultura, hecha de f religiosidad popular, rica todavía en valores, pero
mezclada no rara vez con magia, superstición y espiritismo, y que por lo mismo
hay que purificar y desmitizar; nos encontramos ante una civilización de la
imagen (cine-televisión) con sus correspondientes sugestiones, sus
posibilidades educativas, por un lado, y sus peligros, por otro; se advierte una
sensibilidad para la discusión teológica, que hoy interesa a muchos
cristianos, pero que a menudo termina también por desorientarlos9°. Ante
semejantes situaciones no es ya posible predicar una teología tradicional,
monótona, metafísica. Debemos confrontar la teología con la realidad
empírica de las diversas culturas y elaborarla en su seno. Se hace así
necesario, dentro de la entera unidad de la fe, un pluralismo de teologías que
responda a la grandeza y a la transcendencia de Cristo mismo y que nos haga
presagiar de nuevo en mayor medida la amplitud sin limites y el misterio
inconcebible del mundo de la fe 2'.
3.
SU REALIZACIÓN EN LAS IGLESIAS JÓVENES - Muchas de las situaciones que acabamos
de mencionar existen también en las iglesias jóvenes. Estas se encuentran
aún, sin embargo, en una condición caracterizada por estos hechos: los
cristianos las más de las veces no pasan de ser una minoría; en su día se les
predicó un "cristianismo europeo" que les convirtió culturalmente en
extraños dentro de su propia tierra; hoy comienzan a descubrirse en tales
iglesias los genuinos valores de las religiones y de las culturas no cristianas,
despreciados durante mucho tiempo, y se ve necesario implantar el cristianismo
en tales valores y no junto a ellos. "Después de haber cristianizado a
Africa, es preciso ahora africanizar el cristianismo" decían los obispos
africanos en el Sínodo de 1974. En una declaración común, emitida al término
de tal asamblea, afirmaban ellos que hasta ahora se ha hablado de adaptación
del cristianismo, o sea, de adecuación en cosas exteriores insignificantes,
pero que en adelante habrá que tratar de encarnarlo y, por tanto, de predicar
el evangelio dentro de aquellas culturas, de permitirle tomar de ellas su propia
forma y su propia carne y tener una historia propia °s. La propuesta es
formulada y reconocida también en la EN. Esperemos que su realización concreta
no choque con una oposición demasiado grande por parte de aquellos círculos
que identifican la unidad de la Iglesia con la uniformidad.
W
Bühlmann
VII.
Espiritualidad apostólica
La
nueva conciencia de la dimensión misionera de la Iglesia influye eficazmente en
la elaboración de una espiritualidad apostólica, válida no sólo para los
misioneros y los operarios de pastoral, sino también para todos los cristianos
de nuestro tiempo. Las modernas adquisiciones de la teología y de las ciencias
humanas han suscitado cambios en el modo de enfocar la misión y de vivir la
espiritualidad. Se han establecido las distancias precisas frente a un proselitismo
poco respetuoso con la libertad de la religión, frente al descuido de
los valores culturales de los pueblos y frente ala occidentalización impuesta
del anuncio cristiano'. Por su parte, la espiritualidad ha vivido un tránsito
de una impostación ascética e individualista a una mística de la comunidad,
de la huida del mundo a la presencia en el mismo, de la desconfianza en la
acción a una valorización de la misma como expresión de amor, de una
concepción de apostolado-trasvase a la de apostolado-espacio de encuentro con
Dios, fuente de contemplación y estimulo de perfección. Algunas orientaciones
entran ya a formar parte de la espiritualidad cristiana, especificando su
carácter esencialmente apostólico en una forma actual.
1.
EL SENTIDO TRINITARIO DEL ENVÍO - El
apostolado se entendió a veces como vocación excepcional o acto de generosidad
derivado de un impulso personal, o participación en la misión de la autoridad
eclesiástica. En cambio, el Vat. II vincula el apostolado de los fieles
inmediatamente al bautismo, por el que participan ellos de la misión
sacerdotal, profética y real de Cristo (LG 31; AA 2-3) y, en última instancia,
del mandato misionero que Jesús recibió del Padre y transmitió a los
discípulos para que fuese cumplido en el Espíritu (Jn 20,21-22. Mt 28,19-20.
Cf LG 17). De este modo la misión apostólica de los cristianos "se
origina y se apoya, a través de la mediación histórica de Cristo, en la
riqueza transcendente del misterio trinitario"°. El cristiano, pues, no
puede considerarse como un ser lanzado a la existencia, sino como un hijo
enviado por el Padre al mundo, para que lleve a efecto en él la salvación.
Debe extraer el sentido de su existencia misionera de una referencia estrecha y
vital a la Trinidad, y ello a partir de una íntima relación con cristo:
"Cristo, enviado por el Padre, es la fuente y el origen de todo el
apostolado de la iglesia. Es, por ello, evidente que la fecundidad del
apostolado seglar depende de la unión vital de los seglares con Cristo. Lo
afirma el Señor: "El que permanece en ml y yo en él, ése da mucho fruto,
porque sin mi no podéis hacer nada" (Jn 15,5) (AA 4). De Cristo, apóstol
y mensajero del Padre (Heb 3,2; Jn 8.29), el cristiano ha de recoger y hacer
propio el auténtico espíritu misionero tal como se expresó en la vida y en
las enseñanzas del Señor: la intimidad con el Padre, la búsqueda de los
hombres, en particular de los pecadores y los oprimidos, la superación de las
crisis, la veracidad en la proclamación del reino de Dios contra toda
deformación religiosa, y sobre todo el amor hasta el don supremo de sí. Entre
las palabras de Jesús asumen importancia paradigmática los discursos de
misión (Le 9,1-5; 10,1-20), que, más allá de referencias a situaciones
históricas particulares, muestran las características de los verdaderos
discípulos de Jesús: inerme mansedumbre, pobreza, entrega total a la misión,
neutralización de las fuerzas del mal, anuncio urgente e instauración del
reino de Dios.
Si
la Iglesia "es, por su naturaleza, misionera, puesto que toma su origen de
la misión del Hijo y de la misión del Espíritu Santo, según el propósito de
Dios Padre" (AG 2), el cristiano sólo vive apostólicamente si se inserta
de manera consciente en la dinámica fontal del amor trinitario. ¿Cómo podría
el cristiano encerrarse en su propio yo, cuando vibra en él el amor del Padre
por el mundo que hay que salvar (Jn 3,18-17)? ¿Cómo podría limitar su
horizonte si resuena en él el mandato de Cristo: "Id por todo el
mundo" (Me 18,15)? ¿Cómo, en fin, podría permanecer indiferente ante los
hermanos, si es templo del Espíritu Santo, fuerza que proyecta hasta los
confines de la tierra (He 1,8)?
El
diálogo de amor con las tres Personas divinas es fundamental para que el
cristiano desarrolle su cometido apostólico según el plan divino de
salvación, cuyas lineas esenciales están fijadas en el testimonio bíblico.
Sólo de este venero podrá el cristiano sacar un sentido renovado del envío,
el universalismo superador de toda barrera discriminatoria, la transparencia con
que transmite la Palabra, la fidelidad de su compromiso, la iniciativa y la
oportunidad, la certeza de la corona de justicia y sobre todo el sentido
trinitario del envío, que unifica la existencia dándole el significado de una
misión recibida de Dios para que se difunda su gloria en el mundo
[,-"Eucaristía II, 2].
2.
EL SÍ A DIOS Y AL MUNDO - El criStiano no puede desarrollar con tranquilidad de
espíritu su misión apostólica si no resuelve el clásico problema de la
unidad que se ha de alcanzar en la vida espiritual para solucionar la división
del corazón, solicitado siempre por el yugo de los dos señores. La aspiración
a unificar la vida espiritual constituye a veces para el apóstol un verdadero
drama; en las capas más profundas de su ser "se engendra en verdad un
flujo y reflujo contrarios debidos a la atracción de dos astros rivales...:
Dios y el mundo" °. La ascética tradicional ha resuelto a veces
la tensión eliminando casi el mundo o absorbiéndolo en el amor de Dios [ f Ascesis].
El tema de la "huida del mundo", que recorre la literatura cristiana,
se funda en una visión pesimista de las criaturas, consideradas ocasión de
pecado u obstáculo a la unión con Dios. San Bernardo propone la vida
monástica como ideal al que tender: "Huid de Babilonia y salvad vuestras
almas, corred a las ciudades de refugio (los monasterios), donde podéis hacer
penitencia por el pasado, obtener la gracia en el presente y prometeros de nuevo
la gloria futura"'. La Imitación de Cristo valora negativamente la
convivencia humana cuando afirma: "Los mayores santos evitaban cuanto
podían la compañía de los hombres y elegían vivir para Dios en su retiro.
Uno dijo: 'Cuantas veces estuve entre los hombres volví menos hombre'... Por
eso, al que quiere llegar a las cosas interiores y espirituales, le conviene
apartarse con Jesús de la gente... El que se aparta de sus amigos y conocidos,
estará más cerca de Dios y de sus santos ángeles"'. Un ejemplo típico
de la misma mentalidad lo constituye J.-J. Surin (t 1885), el cual unifica la
vida espiritual en el solo amor de Dios, es decir, transfiriendo todo afecto de
las criaturas al Creador. Puesto que "Dios no soporta que dividamos nuestro
amor entre él y las criaturas", es necesario realizar un
"desasimiento absoluto del mundo y de todas las criaturas" hasta
romper el contacto "con todas las personas, incluso con nuestros amigos
más íntimos".
Nuestro
siglo ha abandonado ya esta cultura de sabor maniqueo para recuperar el valor de
la creación y, sobre todo, el centro del mensaje cristiano: el amor al prójimo
(Gál 8,2; 1 Cor 12,31; 14,1; 1 Jn 3,11). La antropología teológica ha
aclarado que Dios no es rival del hombre y que -según las intuiciones de
Teilhard de Chardin- apasionarse por las realidades terrestres y por su máxima
valoración no sólo no se opone al amor de Dios, sino que es un medio de unión
con EV. De esto se sigue que "el amor a Dios y el amor a las criaturas no
deben concebirse como si compitieran entre si, de forma que al aumentar uno
disminuiría necesariamente el otro. El amor a Dios ha de convertirse en el alma
de todos los demás afectos y, lejos de impedirlos, debe más bien potenciarlos.
El amor al mundo compromete el amor a Dios sólo cuando uno no ama al mundo como
un valor finito, participación del valor supremo, sino que lo pone en el mismo
plano de Dios"'.
Sin
duda, el cristiano no ignora las consignas restrictivas de la Escritura, que
invitan a no conformarse a la mentalidad del siglo (Rom 12,2) o incluso a odiar
al mundo (1 Jn 2,15) y a no pensar en las cosas de la tierra (Col 3,2). No
obstante, la interpretación de estos pasajes está lejos del desprecio del
mundo y de las realidades terrenas; se limitan a poner en guardia contra las
costumbres paganas y contra el mundo en su acepción peyorativa, a saber, 9a
humanidad en rebeldía contra Dios, el conjunto de la realidad humana en cuanto
caracterizada por esta rebeldía y abocada al juicio"°. Similarmente,
"las cosas de la tierra", de las que Pablo nos invita a no ocuparnos,
no son los trabajos temporales o profesionales, sino los pecados y los vicios en
general y la pleonexía en particular, que consiste en querer tener cada
vez más y que es el origen de los desórdenes sociales`. Por eso el Apóstol
enuncia por tres veces el principio: "Proceda cada cual conforme al estado
que le asignó Dios, conforme ha sido llamado" (1 Cor 7,17.20.24).
Pero
la Escritura contiene otros pasajes en los que la relación con el mundo se
contempla en términos positivos. Contamos con la afirmación clara de que Dios
ama al mundo (Jn 3,18); Cristo ora no para que sus discípulos sean sacados del
ambiente humano, sino para que sean guardados del mal (Jn 17,15). A diferencia
de Qumran, Jesús no enseña ninguna segregación sociológica: "El no vive
en un monasterio ni en el desierto... Actúa en público, en los pueblos y las
ciudades, en medio de los hombres. Mantiene contacto hasta con los de mala
reputación social, con los 'impuros' según la Ley"". Por lo demás,
la importancia central que tiene el amor fraterno en el NT (Col 3,14; Rom 13,10;
Jn 13,35; Mt 23,34-48) prueba la necesidad del contacto con los hombres, so pena
de incumplir esta obligación esencial y la misión evangelizadora recibida del
Señor. Por eso el cristiano, con Pablo, elige la opción fundamental del
prójimo, prefiriendo seguir en la tierra para ayudarle a progresar en una fe
gozosa antes que alcanzar a Cristo en la vida dichosa (F7p 1,23-24).
Si
en otro tiempo se concibió el reino de Dios como realidad ultraterrena o
ultramundana, hoy se comprende que "Jesús exige del hombre que se ocupe
tan totalmente de la causa del reino de Dios
en el mundo, que frente a ella la preocupación por sí mismo y por los bienes
propios ha de pasar a segunda linea" 'Q. Toda espiritualidad que acepte el
mensaje de Jesús sobre el reino de Dios y el amor del prójimo ha de ser una
espiritualidad orientada al mundo. Precisamente el Vat. ll, al situarse en una
perspectiva pastoral, desea que los fieles "vivan en muy estrecha unión
con los demás hombres de su tiempo" (GS 82); es más, considera que existe
un lazo tan profundo entre consagración y misión, que exige una vida en medio
de los hombres: "Los presbíteros del NT... son en realidad segregados, en
cierto modo, en el seno del pueblo de Dios; pero no para estar separados ni del
pueblo mismo ni de hombre alguno, sino para consagrarse totalmente a la obra
para que el Señor los llama" (PO 3).
En
síntesis, el cristiano no puede separar el amor de Dios del si al mundo, porque
precisamente este sí es querido por Dios y lo puso en práctica Cristo.
"La Iglesia -concluye el Vat. 11-, para poder ofrecer a todos el misterio
de la salvación... debe insertarse en todos estos grupos (humanos) con el mismo
afecto con que Cristo se unió por su encarnación a las determinadas
condiciones sociales y culturales de los hombres con quienes convivió" (AG
10). El encarnacionismo misionero debe llevar a considerar el mundo como lugar
de encuentro con Dios y ambiente adecuado para una experiencia del amor creador
y redentor de Dios.
3.
EL VALOR DE LA ACCIÓN - Junto a la desconfianza frente al mundo, otra postura
amenaza a la espiritualidad apostólica: la desvalorización del apostolado
mismo. Ya antes de la reacción contra el activismo o la llamada "herejía
de la acción", se había impuesto entre los autores espirituales una
concepción unilateral e intimista de la vida cristiana; se consideraba a ésta
esencialmente como vida interior, contemplativa, dirigida al perfeccionamiento
propio y nutrida por prácticas de piedad. Todo el resto, comprendidas las obras
de celo o el trabajo profesional, se estimaba como acción exterior, que se
admitía, toleraba o condenaba según su relación con la vida interior.
"Debemos tener -afirma Lallemant-, ante todo dentro de nosotros y para
nosotros mismos, una vida perfectísima a través de una continua aplicación de
nuestra mente y de nuestra voluntad a Dios.
Luego, podremos salir para el servicio del prójimo sin perjuicio de nuestra
vida interior... Nuestra principal ocupación será siempre la vida
interior". Se supone en este contexto que el apostolado constituye una
excepción o un riesgo, del que se debe huir apenas es posible para volver a la
quietud interior de la unión con Dios: "Debemos ser como el águila, que
se aleja por el aire apenas ha cogido la presa. Así nosotros debemos retirarnos
a la oración después de haber cumplido nuestras funciones para con el
prójimo, sin ingerirnos nunca en ellas a menos de ser destinados a ello por la
obediencia"". Semejante orientación anula o reduce la entrega al
prójimo, rozando el egoísmo espiritual: "Debéis dar más a vuestra alma
que a todos los pobres del mundo -dice un director espiritual del siglo xvtt-...
La caridad bien regulada quiere que prefiráis no sólo vuestra salvación, sino
también vuestra perfección espiritual, al alivio, al consuelo y a la
satisfacción de todos los hombres"'S.
El
Vat. II supera esta dicotomía entre vida espiritual y apostolado afirmando
claramente que el segundo es parte esencial de la primera: "La vocación
cristiana es, por su misma naturaleza, vocación también al apostolado" (AA
2). Aparece aquí una visión dinámica de la existencia cristiana, porque la
misión "no aparece ya como mera actividad exterior que se añade a manera
de accidente al ser cristiano que descansa en si ndsmo, sino que el ser
cristiano mismo es, como tal, un movimiento hacia fuera. Está marcado en su
esencia con el sello misionero y debe, por tanto, producir necesariamente una
actividad exterior como realización de su más profunda esencia en todo tiempo
y en cualquier cristiano que viva de verdad su cristianismo"". Si
dedicarse a procurar la gloria de Dios y el advenimiento de su reino entra de
pleno derecho en la vida cristiana, no hay razón para ejercer el apostolado con
inquietud, como si se robase el tiempo reservado a Dios. La actividad
apostólica es un modo de realizar la unión con Dios, como se hace a través de
la oración, puesto que se lleva a cabo precisamente para cumplir la voluntad
divina. El apostolado, además de consecuencia del amor cristiano y de la
contemplación del Dios de la salvación, es también meditación privilegiada
de santidad en cuanto que promueve directamente el reino
de Dios y es continuación de la actividad redentora de Cristo; es comunión con
Dios, acto de culto y forma de participación en el dinamismo divino de la
historia (1 Cor 3,9; 1 Tim 3,2; 2 Tim 4,2; Rom 1,9).
Se
comprende, pues, la insistencia de los documentos conciliares en el valor de la
acción en orden ala vida espiritual. Lo primero que deben hacer los laicos no
es alcanzar un alto grado de perfección para ser lanzados luego al apostolado,
ya que se les exhorta "a verlo, a juzgarlo y a hacerlo todo a la luz de la
fe, a formarse y perfeccionarse a sí mismos por la acción con los demás y a
entrar así en el servicio activo de la Iglesia" (AA 29). A los religiosos
consagrados al apostolado se les recuerda que "la acción apostólica y
benéfica pertenece a la naturaleza misma de la vida religiosa, ya que el
sagrado ministerio y la obra propia de la caridad les han sido encomendados por
la Iglesia..." (PC 8). Los sacerdotes, al igual que los obispos, deben
considerar su ministerio como un excelente medio de santificación: "Las
preocupaciones apostólicas, los peligros y contratiempos, no sólo no les sean
un obstáculo, antes bien asciendan por ellos a una más alta santidad" (LG
41). Ellos saben, por tanto, que, para armonizar la vida interior con la acción
externa, para alcanzar su unidad de vida, no bastan "ni la mera ordenación
exterior de las obras del ministerio, ni, por mucho que contribuya a fomentarla,
la sola práctica de los ejercicios de piedad. Pueden, sin embargo, construirla
los presbíteros si en el cumplimiento de su ministerio siguieren el ejemplo de
Cristo, cuya comida era hacer la voluntad de Aquel que lo envió para llevar a
cabo su obra" (PO 14).
Para
comunicar en Cristo con la voluntad del Padre, el cristiano ha de ser dócil a
los impulsos del Espíritu, aumentar su caridad en el encuentro sacramental con
el Señor, discernir los,-Ysignos de los tiempos, o sea, leer la historia en una
dimensión religiosa. Es necesario hoy añadir a la meditación tradicional de
los misterios divinos, revelados en la Biblia, la que se define
"meditación a ojos abiertos" y que "encuentra a Dios no
abandonando el mundo..., sino dirigiéndose con amor y respeto a las cosas del
mundo" ". Se trata de volver a vincularse a la gran tradición
bíblica, que concebía la oración como una celebración de los acontecimientos
de la historia de la salvación: asombro del alma ante las obras de Dios, mirada
de fe penetradora de los acontecimientos y atenta alear los signos de la
presencia y de la acción divina en el mundo, y voluntad de cooperación en la
alianza a través de la propia inserción en el surco del designio salvírico.
4.
EL TESTIMONIO DE LA VIDA - Examinando el mandato misionero de Cristo, advertimos
que la expresión: "Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda
criatura" (Me 18,15) coincide con la otra: "Seréis mis testigos...
hasta los confines de la tierra" (He 1,8). Es decir, existe una
equivalencia o un nexo entre evangelización y testimonio, en cuanto que
aquélla no es transmisión de ideas, sino difusión de "un mensaje de
salvación, es decir, de un conjunto de valores destinados a dar sentido a la
vida. Y los valores se transmiten por el testimonio".
Hoy
de modo particular se tiene alergia a creer en palabras no apoyadas y
garantizadas por la vida de quien las pronuncia; no se distingue entre la
predicación y el predicador, se los acepta o rechaza a la vez. El testimonio de
la vida es el signo más importante de credibilidad, ya que atestigua la
sinceridad del apóstol y la presencia de la fuerza divina transformadora de la
existencia. El cristiano asume una grave responsabilidad cuando con su vida es
ocasión de escándalo e incluso de ateísmo, al no revelar y si ocultar el
verdadero rostro de Dios y de la religión (GS 19). La historia demuestra que
cuando ha faltado la santidad en los evangelizadores, se ha comprometido la
conversión de los pueblos al cristianismo. Refiriéndose a la predicación a
los indios en el siglo xvi, observaba e1 teólogo De Vitoria: "No he oído
hablar de ningún signo o milagro ni de ejemplos de vida religiosa; más bien,
al contrario, de numerosos escándalos, de horrendos delitos y de muchas
impiedades. Por eso no parece que se haya predicado de manera adecuada y piadosa
la religión cristiana para que aquéllos (los indios) se sientan obligados a
aceptarla" `.
Indudablemente
no ha de exagerarse la eficacia del testimonio: "Pues, por una parte, el
testimonio en la vida presente no podrá jamás gozar de total transparencia,
por el hecho de que la Iglesia cobija a la vez a justos y a pecadores, y sólo
en la fase escatológica podrá resplandecer con perfecta pureza.
Por
otra parte, hay que notar que ni siquiera un testimonio perfectísimo confiere
eficacia absoluta a la evangelización, y Cristo Señor será siempre signo de
contradicción" ». Sin embargo, a pesar de estos límites, los cristianos
han de esforzarse por seguir el ejemplo de Cristo, "el testigo fiel" (Ap
1,5; 3,14), dando a su vez testimonio de coherencia evangélica: "Todos los
cristianos, dondequiera que vivan, están obligados a manifestar con el ejemplo
de su vida y el testimonio de la palabra el hombre nuevo de que se revistieron
por el bautismo, y la virtud del Espíritu Santo, por quien han sido
fortalecidos con la confirmación, de tal forma que todos los demás, al
contemplar sus buenas obras, glorifiquen al Padre..." (AG I1).
En
particular, la espiritualidad apostólica incluye un conjunto de disposiciones y
de virtudes, en las que insisten con frecuencia las cartas paulinas: la parresta
o valor para anunciar el evangelio con libertad de palabra (1 Tes 2,2; 1 Cor
3,12; 2 Cor 3,12; Ef 8,19-20), la aceptación de las pruebas y persecuciones que
acompañan a cuantos quieren vivir en Cristo y dar testimonio de él (2 Tim
3.12; 1 Cor 4,9-13; 2 Cor 4,7-11), el servicio de la palabra (Rom 15,18; Col
1,23; F'lp 2,22). Lo que sobre todo caracteriza al apóstol es una dinámica de
amor en busca de comunicación (2 Cor 5,14-15), que asume tonos maternales:
"Como una madre cuida cariñosamente a sus hijos, así fue llena nuestra
ternura hacia vosotros" (1 Tes 2,7). Y como el apóstol busca la
regeneración en Cristo, "la Iglesia se lija con razón en aquella que
engendró a Cristo... La Virgen fue en su vida ejemplo de aquel amor maternal
con que es necesario que estén animados todos aquellos que en la misión
apostólica de la Iglesia cooperan a la regeneración de los hombres" (LG
85). La referencia a,-Y'María, además de recordar el fin esencial y el
carácter maternal del apostolado°', ofrece el paradigma de la unidad de vida
del cristiano, puesto que la Virgen, "mientras vivió en este mundo una
vida igual a la de los demás, llena de preocupaciones familiares y de trabajos,
estaba constantemente unida con su Hijo y cooperó de modo singularísimo a la
obra del Salvador" (AA 4). El amor al prójimo se expresa hoy trabajando
por la justicia y participando en la transformación del mundo; quizá es el
testimonio que más se estima y se pide en nuestro tiempo, el signo de
credibilidad de que el anuncio de¡ reino de Dios encuentra correspondencia en
la transformación de la realidad.
S.
De Fiores
DicES
DicES
BIBL---AA.
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