Benedicto XVI pasará a la historia como un Papa singular. Fiel a una
línea tradicional en la iglesia, postuló como imperiosa necesidad
dirigir sus fuerzas contra el avance de la secularización atea o
agnóstica de Europa, al punto de articular un discurso tildado por
muchos como “conservador” pero que estoy seguro, el tiempo se encargará
de comprenderlo de manera más justa al interior de un proyecto mayor: la
recuperación de la razón como una dimensión indesligable de la fe
cristiana.
Vivimos tiempos en que la espiritualidad se ve amenazada al entendérsela
como un fenómeno puramente sensible y colindante con lo “irracional”.
Esta misma idea es una falacia: se asume que el universo de la
experiencia sensible y corporal en el humano, tiene un funcionamiento
que excluye a la razón. De igual manera una caricatura de la experiencia
mística hizo de ella una vivencia meramente física y hasta “paranormal”
(¿qué se entiende por esta noción, dicho sea de paso?) cuando en
realidad lo propiamente sublime que se vive en la mística no puede darse
sin un correlato de sentido dado por la reflexividad. En el
cristianismo, el Misterio de lo insondable de lo divino no equivale a lo
irracional.
No sorprende pues, que Benedicto XVI llegue a postular la prioridad de
la razón en el discurso cristiano. El Evangelio de Juan lo dice con
claridad imbatible: En el principio era la Palabra. La Palabra, es
decir, el logos, el cosmos, es previa a la “creación” misma, es decir, a
lo que entendemos como “naturaleza”. El factum de la existencia en la
Revelación cristiana es resultado de una direccionalidad, de un “plan”
cuyo fin es un proceso en el que la Creación entera cobra conciencia de
sí en el Humano con el fin de hacer de éste el receptáculo de lo divino.
Así, el “fin” de la Creación es la Humanidad entera uniéndose a través
de su Naturaleza “creada” a lo divino “increado”.
Este camino es pues doble: lo Divino “sale de sí” en el proceso que
llamamos Creación y ésta se va trastocando en una “materia divinizada”
mediante la humanidad que hace conciencia de su rol trascendental. De
muchas formas los grandes pensadores del cristianismo lo han dicho:
Orígenes, Tertuliano, Máximo el Confesor, Agustín, Tomás de Aquino,
Teilhard de Chardin etc. y, a su manera, Benedicto XVI, mediante su
firme defensa del ejercicio racional humano como esencial en el destino
de la Creación.
Esto supone seguir repensando el estatuto epistemológico que damos a la
Razón. No es un mero ejercicio cognitivo o lógico que se encarga de
hacer inteligible el entorno de la “realidad”. La Razón es mucho más que
eso. Es el "instrumental" por el cual conferimos sentido y “re-creamos”
la realidad, conduciendo a la física y a la biología, hacia formas
trascendentes a las que llamamos Arte, Cultura, Espiritualidad y todo
aquello que aspira a esa dimensión que entendemos como sublime. El salto
de lo aparentemente azaroso a una armonía que termina por re-crear lo
que sino quedaría en el estado de una mera “materia prima”, como decía
Aristóteles.
La Razón es así, desde esta interpretación, un mecanismo por medio del
cual el Humano opera su conciencia para hacerla intencional, es decir,
con un objetivo: hacer del existir un camino que conduzca hacia la
construcción de una armonía de conjunto. La Razón postula finalidades,
sublima aquello que se presenta como pulsiones y energías que de otra
manera se desgastarían en círculos viciosos de la satisfacción de lo
inmediato. Es esta Razón la que crea aquello que llamamos lo humano.
Esta Razón es exactamente la misma que postula la fe en una existencia
que es apuesta, destino, Reino de posibilidades que trascienden incluso
los límites de mi propio existir. Es en ese sentido que la lucha de
Benedicto XVI así como la de tantos otros en la historia humana, es
aquella por la cual se postula como absurdo el divorcio entre la Fe y la
Razón. Desde su mismo germen, la Razón nace junto con la Fe y
viceversa.
Podremos cuestionar que en el proceso de forjación de la Iglesia
Católica muchas confusiones o incoherencias se dieron lugar hasta erigir
un sistema en el que se deslizaron los males propios del género humano:
envidias, ambición, enquistamiento y luchas por el poder, etc. Pero no
se puede negar algo que advierte Slavoj Zizek en uno de sus últimos
estudios de matices teológicos: la crisis de la Razón que hoy vivimos,
debemos leerla a la par con la crisis de la fe, extendida quizá sin
mayor auto-crítica por aquellos que enarbolan el estandarte del ateísmo.
¿No será que bajo el velo de una aparente “extrema racionalidad” que
acusa la postura atea, en realidad se oculta una radical irracionalidad
que no es sometida suficientemente a crítica? Quizá Benedicto XVI lo
entendió así. Ojalá que desde el Monasterio Mater Ecclesiae, Joseph
Ratzinger, desasido ya de la compleja tarea que le tocó cumplir,
continúe su batalla intelectual contra el oscurantismo y pueda seguir
dándonos pistas para hacer lo mismo de manera eficaz.
Juan Dejo Bendezú S.J.
Enlaces internos vinculados a Juan Dejo Bendezú S.J.
[1] Silex del divino amor.
[2] Antonio Ruiz de Montoya.
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[3] Blog Pneumatikos.
Selección de imágenes: José Gálvez Krüger
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