SUMARIO: I. Panorámica cultural y existencial - II. Etimología: 1. En la
latinidad clásica y cristiana; 2. En la literatura griega - III. La bendición en
el AT y en el NT: 1. En el AT: a) La bendición en su significado descendente,
b) La bendición en su significado ascendente, 2. En el NT: a) Premisa
terminológica, b) Primeros ejemplos neotestamentarios, c) La "bendita entre las
mujeres", d) Los discípulos, e) La actitud de Cristo, f)
Conclusión - IV. La bendición en la historia y en la vida de la iglesia: 1.
Bendición ascendente; 2. Bendición descendente; 3. El testimonio de la
tradición; 4. ¿Hacia una redefinición? - V. Para un redescubrimiento teológico
de la bendición: 1. El redescubrimiento del sentido bíblico de la bendición; 2.
La enseñanza de la iglesia hoy; 3. La praxis de la ekklesía que celebra:
a) Rito en la misa con el pueblo, b) Propio del tiempo, e) Propio
de los santos, d) Conclusión - VI. Implicaciones pastorales y
catequéticas: 1. Revaloración del dato bíblico; 2. En un contexto eclesial; 3.
Mediante una catequesis adecuada - VII. Conclusión.
I. Panorámica cultural y existencial
II. Etimología
III. La bendición en el AT y en el NT
IV. La bendición en la historia y en la vida de la iglesia
V. Para un redescubrimiento teológico de la bendición
VI. Implicaciones pastorales y catequéticas
VII. Conclusión
I. Panorámica cultural y existencial
El término
bendición, con su correspondiente verbo bendecir, significa una
particular postura religiosa; es decir, una relación entre el hombre y lo
sobrenatural —y viceversa— que se manifiesta en determinados contextos, entre sí
distintos, pero que tienden en definitiva a evidenciar una recíproca relación
entre el hombre y lo divino. Parece ésta una realidad común a todas las
religiones.
En cualquier
diccionario de lengua castellana uno de los primeros significados del
término es el de "invocar en favor de alguna persona o cosa la protección
divina", en ocasiones a través de un intermediario'. Se trata, pues, de una
relación-comunicación que implica al menos dos modalidades en la acción. Se
da ante todo un tipo de intervención que intenta el hombre
realizar dentro o fuera de los cánones rituales sobre personas, animales o cosas
en virtud de un poder positivo (o negativo) que procede en él "de su particular
investidura y posición..., o por los medios que utiliza..., o por su recurso al
orden de lo divino para que su acto... llegue a ser eficaz'''. Pero se da
también un tipo de intervención que parte del orden divino, capaz de
"determinar condiciones de prosperidad en el hombre o en el grupo humano
mediante una acción gratuita... de dicho orden divino, es decir, como
consecuencia del comportamiento humano valorado desde la perspectiva de las
observancias rituales y éticas"'. Tanto una como otra forma de intervención
implican una certeza: que la realidad humana, y hasta creatural, pueden
modificarse —positiva o negativamente-- en virtud de un poder sobre esa misma
realidad. "El que bendice —escribe De Nola— ... considera posible realizar una
modificación en el estado de la realidad, adecuándolo a las propias exigencias y
deseos'''.
Que existan seres y
potencias de los que proviene el bien, la fuerza, la vida, así como el mal y la
muerte, nos lo confirma la historia de las religiones. Se trata de una de las
creencias más antiguas, según la cual semejante forma de transmisión se
realiza mediante palabras y gestos, y cuyo efecto es irresistible, a no ser,
obviamente, que esté contrarrestado por fuerzas no menos eficaces. Se constata,
efectivamente, cómo aun en las manifestaciones más sencillas del sentimiento
religioso, con motivo del poder inherente a la palabra, la bendición
constituye una manera de procurar el bien para una persona o una cosa
precisamente mediante la palabra. Sobre este poder inherente a la palabra
pueden citarse dos ejemplos característicos. Al presentar la bendición de los
peregrinos, afirma Righetti que éstos, "como protección contra el peligro de
los enemigos y malhechores del camino se proveían de cartas, consideradas como
talismanes. Eran de origen irlandés y habían obtenido desde el s. vlll larga
difusión entre el pueblo sencillo"'; vale la pena conocer al menos uno de tales
textos: "Omnes inimici mei et adversarii fugiant ante conspectum maiestatis tuae
et per istos angelos corruant, sicut corruit Goliat ante conspectum pueri tui
David. Universos angelos deprecor, expellite, si quis immundus spiritus vel si
quis obligatio vel si quis maleficia hominum me nocere cupit. Si quis hanc
scripturam secum habuerit, non timebit a timore nocturno sive meridiano. Vide
ergo, Egipti, ne noceas servos neque antillas dei, non in mare, non in flumine,
non in esta, non in potu, non in somno, non extra somno nec in aliquo dolore
corporis ledere presumas..."' Una prueba, en sentido negativo, relativa a la
maldición, es la que nos ofrecen las defixionum tabellae utilizadas en el
mundo griego y romano entre los ss. Ill-v d.C.: la maldición contra un
adversario (y/o sus bienes) está sellada (= grabada, defixa) en planchas
metálicas' con la intención de aminorar o destruir sus facultades físicas o
morales.
En ese contexto, el
acto y el gesto constituyen una potenciación de la eficacia inherente a la misma
palabra. Es la situación que, aun con distintas connotaciones,
encontramos en el ámbito cristiano, donde el signo material que acompaña a la
palabra se convierte en medio, modo e instrumento de transmisión del poder
divino y, por tanto, de mediación salvífica.
Una visión como
ésta del fenómeno religioso provoca inevitablemente un interrogante:
¿tiene todavía sentido, en el contexto cultural de hoy, una consideración de esa
naturaleza, una consideración en la que la relación entre lo humano y lo divino
corre el peligro de confundirse con el de la magia, o al menos de situarse
dentro de un contexto similar? El clima de I secularización todavía en
marcha, aunque con modalidades diversas a las de los años de su aparición, ha
incidido hondamente en estas realidades, provocando en ellas una justa
purificación y selección, no precisamente
una eliminación. Ningún fenómeno de secularización ni de desacralización e,
por racional que sea, puede anular esa relación profunda entre natural y
sobrenatural, entre el hombre y Dios, que por su parte la bendición intenta
expresar y realizar.
Todo esto nos da ya una primera clave de lectura del hecho cristiano que,
aun variando las situaciones ambientales, locales e históricas, jamás ha
interrumpido esta comunicación
e invocación
de lo divino, ya que es un dato efectivo inherente a la historia misma de
la ecclesia, tanto en la nueva como en la antigua alianza: por lo que el
actuar de la una es incomprensible sin hacer referencia a la otra.
II. Etimología
Bendecir —de ahí bendición—deriva del latín
benedicere: un verbo compuesto de bene dicere, que significa
decir bien, y que dentro del latín clásico se utilizó en esta forma.
Efectivamente, la fusión no es originaria: tiene lugar en la tardía latinidad,
en la liturgia de la iglesia, al adoptar el término las connotaciones que
caracterizan al correspondiente euloghéó en los LXX
1. EN LA LATINIDAD CLÁSICA Y CRISTIANA.
El significado primero e inmediato de bene dicere es: decir buenas
palabras, hablar bien de alguien, exaltarlo, alabarlo; agradecer un bien
recibido, manifestar la propia gratitud y reconocimiento por personas, cosas o
acontecimientos. Forcellini apunta que "bene dicere Deum aut aliquem est laudare".
León Magno, en el tercer discurso sobre el ayuno del mes de septiembre, afirma:
"Magnum est in conspectu Domini... valdeque pretiosum... cum in operibus
servorum suorum glorificatur Deus, et totius pietatis auctori in multa
gratiarum actione benedicitur... "" Dentro de este contexto, benedictio,
presente sobre todo en los escritores eclesiásticos, indica: alabanza,
exaltación, praeconium, sobre todo cuando tiene por objeto a Dios. Y con
estas características es como se usa fundamentalmente el término en la
Escritura, como veremos más adelante.
El segundo significado, que llegaría después a ser característico y típico del
lenguaje religioso y cristiano, es: augurar cosas buenas y favorables, saludar,
invocar el favor del hombre, y particularmente el de Dios. Benedictio es
entonces la invocación y/o la donación de protección, de realidades
buenas y favorables, sobre personas o cosas; su santificación', por
obra de Dios o del hombre. Bendecir, entonces, es también la acción de
Dios, que manifiesta el propio favor, que concede una protección especial'° Este
es, pues, el significado más común en el uso y en el lenguaje de la iglesia, al
menos durante cierto período de su historia.
Por extensión, con benedictio se señala el voto, el deseo de prosperidad,
de bienestar, de buena suerte, que se pide al cielo. Es ésta la forma más
sencilla (que puede solamente pensarse, o desearse, o también expresarse
oralmente) de concretarse la bendición. "El augurio —escribe De Nola—
como expresión dirigida etimológicamente a procurar un incremento físico... es,
efectivamente, una bendición de carácter elemental que, a través de la palabra
(o también a través del pensamiento), tiende a proyectar para sí o para otros la
realización de una mejora en el estado actual, y de una potenciación del propio
ser, vinculados a veces a eventualidades y empresas específicas..."
2. EN LA LITERATURA GRIEGA.
El verbo euloghéó y el correspondiente sustantivo
euloghía aparecen en la literatura griega con el mismo significado
originario de la latina. Literalmente, euléghein significa: hablar bien,
usar un bello lenguaje, ya en cuanto al contenido, ya en cuanto a la forma; así,
la euloghía es la expresión bien construida, elegante, estéticamente
bella y armónica. Desde el punto de vista de su contenido, el verbo indica:
loar, celebrar, engrandecer, generalmente con un movimiento que va del hombre a
los dioses, pero que incluye igualmente a las personas y a las cosas. Solamente
en un caso son los dioses sujeto de euloghéin: en el uso del verbo para
expresar beneficios concedidos al hombre; ordinariamente, por el contrario, "es
el hombre el que glorifica a la divinidad"''. De esta manera no se excluye "el
papel de los dioses en su función de protectores y bienhechores del hombre"'",
pero sin dejar de estar todavía lejos de aquel concepto de bendecir y de
bendición que adoptará una forma más precisa y más libre de todo significado
mágico y mistérico con la aparición de los LXX.
III. La bendición en el AT y en el NT
El uso que de euloghéó harían los LXX (cerca
de cuatrocientas cincuenta veces) está ya indicando no sólo la frecuencia y la
importancia del concepto de bendición expresado por la raíz bārāk, sino
sobre todo cómo en el contexto cultural y cultual judaico ha recibido el término
una impronta definitiva con respecto a otras culturas del mundo oriental.
1. EN EL AT. Dos
son fundamentalmente los aspectos de la bendición que pueden descubrirse en el
ámbito de la praxis veterotestamentaria y que, conforme a su significado, pueden
calificarse con los adjetivos descendente y ascendente.
a) La bendición en
su significado descendente. El valor
fundamental de bārāk es dotar de virtud salvífica; tal significado
comprende al mismo tiempo el gesto de dar y el estado del don. En la bendición
se da, pues, originariamente un poder que actúa con autonomía, una fuerza de
salvación que puede transmitirse, así como hallamos por el lado opuesto el poder
de la maldición, que actúa destructivamente En efecto, el hebreo berakā
"no significa solamente el acto de bendecir o la palabra de bendición, sino
también el ser bendito, colmado de bendición, así como las bendiciones
que de ella proceden: fortuna, fuerza, etc." Esta fuerza que el hombre
puede transmitir constituye el contenido primordial de la bendición, que
implica, más en particular, una vida larga y vigorosa y una numerosa
descendencia; pero también paz, seguridad, felicidad, salvación. Es típico, a
este propósito, el relato del Gén 27,1-29 (en particular los vv. 27-29), donde
Isaac bendice a Jacob; del Gén 48,15-16 y de todo el c. 49 (particularmente los
vv. 25-26), donde Jacob bendice a José.
De tales textos se desprende inmediatamente, si bien en forma arcaica, que
sólo Dios es el depositario y el dispensador de toda bendición; es una
constatación que se va haciendo cada vez más certeza en todo el resto del AT,
comenzando por el c. 1 del Gén, donde es Dios mismo, en su misericordia y
libertad, el primero en pronunciar y en dar la bendición a las realidades
creadas: "Y Dios los bendijo diciendo: Creced, multiplicaos y llenad las
aguas del mar y multiplíquense las aves sobre la tierra..." (Gén 1,22); pero
sobre todo al hombre y a la mujer, como criaturas vivientes: "Y
Dios los bendijo diciendo: Sed prolífccos y multiplicaos, poblad la tierra y
sometedla; dominad sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre
cuantos animales se mueven sobre la tierra..."
(Gén 1,28); y al hombre en su actuar
histórico, a quien Dios garantiza su propia presencia: "...
Yo estaré contigo y te bendeciré..." (Gén
26,3); una presencia que se manifiesta concretamente en Adán, en Noé, en los
patriarcas y en Moisés, así como en tantos otros acontecimientos de la historia
de la salvación, y que en la plenitud de los tiempos culminará con la venida
misma del Hijo de Dios encarnado entre los hombres y revestido de su misma
naturaleza y condición. Con esta venida realizará Dios definitivamente cuanto se
había preanunciado y prefigurado en Gén 17,7: "Yo establezco mi alianza contigo
y con tu descendencia después de ti de generación en generación; una alianza
perpetua, para ser yo tu Dios y el de tu descendencia, que te seguirá después de
ti". La condición, pues, para entrar en el dinamismo de la bendición divina
queda determinada por la aceptación de su alianza y por la fidelidad a la misma:
"... sólo quienes guardan los mandamientos de Dios, los justos, los piadosos,
participan en los beneficios de su bendición"
como lo recuerda el Sal 24(23),4-5: "... Aquel
que tiene manos inocentes y puro corazón... logrará bendición del Señor, y
justicia del Dios su salvador".
Este particular modo de intervención de Dios en la creación, en la vida y en la
historia del hombre, va progresivamente encontrando en el culto sus
formas rituales. Hay quien afirma, como Beyer, que "el culto es tal vez la
fuente misma del concepto israelítico de bendición: en el culto el israelita...
está convencido de que lo sustancial de la fuerza de la bendición puede de
alguna manera reconocerse continuamente mediante actos sagrados..."
En principio, todos están autorizados a impartir bendiciones. Sin
embargo, es en el contexto del culto donde unos hombres particularmente
designados para ello (Aarón y Moisés: Lev 9,22-23; los levitas: Dt 10,8;
21,5; Aarón y los levitas: 1 Crón 23,13) invocan la bendición del Señor, que con
el tiempo vendrá a ser un privilegio sacerdotal incluso en la liturgia de la
sinagoga. El ejemplo más característico a este respecto nos lo ofrece Núm
6,23-27: se trata de la bendición aaronítica que aparece como fórmula fija de la
bendición sacerdotal y que se utilizará al final de toda celebración cultual,
sea en el templo 23, sea en la
sinagoga, donde a cada invocación responde la comunidad con el Amén. "...
He aquí cómo habréis de bendecir a los hijos de Israel...: Que el Señor te
bendiga y te guarde. Que el Señor haga resplandecer su faz sobre ti y te otorgue
su gracia. Que el Señor te vuelva su rostro y te traiga la paz. Así
invocarán mi nombre los hijos de Israel y yo los bendeciré". Es el texto que con
ligeras modificaciones ha adoptado el nuevo Misal Romano y repuesto en el
corpus de las bendiciones solemnes sobre el pueblo [-> infra, V, 3,
al".
Dos son los elementos que intervienen en la actuación del contenido de la
bendición: el primero es la palabra, una palabra cargada de poder divino,
acompañada siempre por un gesto —y es el segundo elemento , sobre todo la
imposición de la mano, que constituye la convalidación de lo anunciado con la
comunicación de una fuerza salvífica mediante una acción (de contacto). Son
éstos los elementos que quedarán después, en la liturgia cristiana, como
constitutivos de toda acción litúrgicosacramental.
b) La bendición en su significado ascendente. Hasta ahora se ha
clarificado un aspecto de la bendición, el propiamente descendente, que se
identifica con el favor divino tal como se manifiesta en las relaciones de toda
realidad creada. Pero el uso del término bārāk
implica también una segunda connotación paralela a la anterior, que
podríamos llamar de signo ascendente: no es solamente Dios quien bendice al
hombre; es también el hombre el que bendice a Dios. La certeza de
que la vida entera del hombre está en las manos de Dios impulsa al piadoso
israelita a euloghéin théon; es decir, a expresar la propia fe, la
gratitud y la esperanza tributando gloria y alabanza a Dios. El libro de
Daniel presenta al respecto uno de los ejemplos más típicos, ya en 3,26-27, ya
sobre todo en el cántico de los tres jóvenes (3,52-90), en donde el verbo
bendecir con este específico significado aparece claramente treinta y nueve
veces.
Tal connotación nos remite al significado originario adoptado por euloghéin
en el griego profano: alabar, ensalzar, engrandecer constituyen la actitud
del hombre al presentarse ante Dios, reconocido como creador, benigno,
misericordioso y justo, y como tal digno de alabanza y de agradecimiento.
Todas las oraciones que comienzan con una alabanza a Dios se denominan, incluso
en el judaísmo contemporáneo de Jesús, berakā
(plural: berakóth)25.
La oraciónprincipal es el Shemonéh-'esréh
berakóth que todo piadoso israelita reza tres veces al día, y que está
constituida por 18 (19) bendiciones": entre bendición y bendición, siempre
distintas, se va intercalando como estribillo: "Loado (bendito) seas, Señor..."
Con ésta, que es la principal, se van pronunciando otras muchas oraciones de
alabanza (berakóth), según las diversas circunstancias; pero sobre todo
antes, durante y después de las comidas, como puede constatarse en el ritual de
la cena pascual, de suerte que "para quien, agradecido, recibe los alimentos
como un don de Dios, toda la comida se convierte... en una euloghía". El
conjunto nos da, pues, una visión grandiosa: el hombre reconoce que cada uno de
los elementos de la creación es obra y, por tanto, propiedad absoluta de Dios;
solamente quien adopta gozoso una actitud de reconocimiento frente a cada una de
las realidades con que se beneficia llega a situarse en la forma debida. No
orientarse dentro de esta perspectiva es cometer un latrocinio, una infidelidad
en los encuentros con Dios", ya que sólo "del Señor es la tierra y cuanto
encierra..." (Sal 24,1). Bendecir a Dios es glorificarlo en todas y por todas
sus obras; es un agradecerle y darle gloria mediante la propia vida, sea con el
culto, sea con la oración personal, sea en familia. Y todo ello se convierte así
en actitud constante: lo que cambia son las ocasiones y las circunstancias que
provocan tal alabanza.
Y este momento de alabanza que bendice a Dios se convierte, a su
vez, en el lugar y el momento en que Dios mismo se revela como bendición
para el hombre, realizándose así aquel admirabile. commercium que,
actuándose plenamente en el paschale mysterium de Cristo, espera llegar a
su consumación en la vida de cada uno, en el hoy de la iglesia.
2. EN EL NT. La realidad
veterotestamentaria de la bendición sigue estando presente igualmente en el NT,
donde bendecir a Dios es alabarlo: loar su nombre sobre todo por su
misericordia y bondad, por todo cuanto acaece conforme a su voluntad. Todo lo
cual se expresa ya mediante verbos característicos en los LXX:
euloghéin, exomologhéin, eucharistéin.
a) Premisa terminológica. En
el conjunto del NT, el verbo euloghéin aparece cuarenta y dos veces con
el significado más ordinario de: loar, ensalzar, glorificar. Exomologhéin,
en el lenguaje extrabíblico, no tiene nunca el significado de loar;
en el NT aparece sólo diez veces, en las que, entre otras significaciones,
expresa también proclamar las obras de Dios, ensalzar en sumo grado, alabar,
confesar, dar gracias. Eucharistéin, en cambio, usado un total de treinta
y ocho veces, se reserva casi exclusivamente para expresar el agradecimiento
a Dios como una actitud fundamental y constante de la vida cristiana. "...
Eucharistéin —escribe Ligier—, sinónimo frecuente de euloghéin en
el NT, incluye el significado de este último. Como él, significa la simple
bendición que saluda, colma de honores y de augurios; pero, debido a su raíz
semítica, expresa en particular la confesión del Dios de la alianza, de sus
beneficios, así como también el agradecimiento que él merece..."" Pero el verbo
adopta igualmente el significado particular de oración de agradecimiento
antes, durante y después de la comida (cf Mc 8,6 y par.; He 27,35; Rom
14,6; 1 Cor 10,30; y sobre todo Lc 22,17.19; 1 Cor 11,24). Se trata de las
berakóth de la mesa, que se caracterizan fundamentalmente por la alabanza a
Dios a causa de sus beneficios. Así es como "los primitivos elementos de la
alabanza a Dios y de la simple conmemoración de sus beneficios (anámnesis)
tuvieron frecuentemente un particular desarrollo mediante la introducción de
una específica acción de gracias y una súplica. La bendición encontró amplio uso
en la liturgia de la sinagoga y en las comidas familiares de cada día..."" Nos
referiremos dentro de unos instantes a la relación entre esta particular fórmula
de bendición y lo que realizará Jesús especialmente en la última cena, con lo
que de ahí había de derivar para la praxis de la iglesia en todo tiempo y lugar.
Volviendo al significado común a euloghéin y eucharistéin (= alabanza,
agradecimiento a Dios), observemos cuáles son las personas que en el NT
bendicen o que son objeto de bendición.
b) Primeros ejemplos neotestamentarios. Los
primeros y más inmediatos ejemplos de bendición los encontramos en el
comportamiento y en las palabras de Zacarías, expresando la propia alabanza y
acción de gracias al Dios cuya acción poderosa ha experimentado de forma tan
directa y personal: "Bendito (euloghétós) el Señor Dios de Israel,
porque..." (Lc 1, 68ss).
También Simeón alaba a Dios por haberle concedido contemplar al Salvador
prometido: "...lo recibió en sus brazos y bendijo (eulóghésen) a Dios..."
(Lc 2,28).
c) La "bendita entre las mujeres":
Anillo de enlace entre la salvación anunciada y
prefigurada y su realización, María expresa su alabanza por lo que Dios
ha hechoen ella y por medio de ella: "Mi alma glorifica al Señor... porque me ha
hecho cosas grandes el Omnipotente..." (Lc 1,46ss). Ella misma, por
otra parte, viene a ser objeto de bendición, juntamente con el fruto de su
vientre: "Bendita (euloghéméné) tú entre las mujeres, y bendito (euloghéménos)
el fruto de tu vientre" (Lc 1,42). María es así la primera y más
extraordinaria bendición del Padre: es "bendita" porque "el Señor es contigo" (Lc
1,28); y, como en Abrahán, padre de muchas gentes, la bendición sobre María es
fecundidad (cf Lc 1,31).
d) Los discípulos. También los
discípulos bendicen a Dios. Lucas concluye su evangelio con la imagen de los
discípulos, que "estaban continuamente en el templo bendiciendo (eulogoúntes)
a Dios" (24,53). Así, la expresión "Bendito sea Dios..." aparece
frecuentemente en las cartas de Pablo (cf, por ejemplo, Rom 1,25; 2 Cor 1,3; Ef
1,3). Pero los discípulos deberán incluso bendecir a quienes los maldigan:
"Bendecid (eulogheite) a los que os maldicen..." (Lc 6,28); sólo así
podrán heredar la bendición de Dios: "... bendecid siempre (eulogoüntes),
pues para esto habéis sido llamados, para ser herederos de la bendición (euloghían)"(1
Pe 3,9).
e) La actitud de Cristo.
Como todo piadoso israelita, Jesús bendice a algunas personas, como
los niños: "...los bendijo imponiéndoles las manos (kateulóghei)"
(Mc 10,16), en línea con la actitud ordinaria de un padre de familia o de un
maestro; los enfermos; los discípulos en el día de la ascensión: "...
alzando las manos, los bendijo (eulóghésen). Y mientras, se alejaba de
ellos e iba subiendo al cielo..." (Lc 24,51). Comentando esta conclusión del
evangelio de Lucas,afirma Link: "Al despedirse, el Señor comunica a su comunidad
la fuerza de su bendición, en virtud de la cual queda él unido a la comunidad
misma. El contenido de la bendición es la presencia del Señor ensalzado por su
comunidad...
Pero sobre todo Jesús bendice (= da gracias) al Padre. Los
evangelios nos señalan algunas circunstancias: "Padre, te doy gracias (eucharistó)
porque me escuchaste..." (Jn 11,41); "Yo te alabo", Padre, Señor del cielo y
de la tierra, porque habiendo ocultado..." (Lc 10,21). Es interesante
observar cómo presenta Bouyer este texto a manera de una típica berakah,
ya por la forma, ya sobre todo por el tema: "el conocimiento de
Dios" como respuesta a su palabra. "La berakah mediante el conocimiento
llega en este texto a su plenitud, ya que, en Jesús, se manifiesta enteramente
Dios al hombre, suscitando inmediatamente la respuesta perfecta del hombre.
Simultáneamente, esta berakah por el conocimiento que el Padre tiene del
Hijo y por el conocimiento que el Hijo recibe del Padre se desarrolla en una
berakah por la comunicación de esta intimidad singular a los pobres,
en el sentido común en Israel, es decir, a los que viven solamente de la fe".
Este comportamiento de Jesús en sus relaciones con el Padre resulta todavía más
claro y ejemplar cuando, apropiándose las costumbres y los usos de su pueblo,
como todo cabeza de familia, toma el pan, pronuncia la acción de gracias
("Bendito sea Dios, que ha hecho germinar este pan de la tierra"; los presentes
responden: "Amén"), lo parte y lo distribuye...: es el ritual que observamos en
las dos multiplicaciones de los panes (cf Mc 6,41; 8,6 y par.).
Pero es durante la última cena
cuando destaca todo esto de manera más clara al tomar Jesús
el pan y pronunciar la bendición..., al tomar el cáliz y dar gracias... Todo el
movimiento de bendición y acción de gracias se realiza dentro de ese contexto
veterotestamentario que aparece bien sintetizado en Dt 8,10: "Comerás
hasta saciarte y bendecirás al Señor, tu Dios, en la dichosa tierra que te da".
Toda bendición antes y después de las comidas está siempre dirigida a Dios: es
una bendición y acción de gracias al Creador, que dispone de todo, que hace
brotar "el pan de la tierra", que crea "el fruto de la vid"...; y todos los
presentes ratifican la bendición con su Amén. "Terminada la comida, sigue
la comunitaria acción de gracias, la bendición por los alimentos...; el
jefe de la familia (o el huésped de más elevada categoría...) pronuncia la
oración convival, consistente en cuatro bendiciones..."
Lo que, dentro de nuestra particular argumentación, reclama su atención no es el
conjunto de lo que Jesús ha hecho en la última cena, sino el sentido de las
expresiones "pronunciada
la bendición" (euloghésas); "después de haber dado gracias"
(eucharistésas). En el contexto de la tradición judía, uno y otro verbo nos
dan la síntesis del doble movimiento ascendente y descendente propio de la
bendición. Y a este específico contexto se debe que el término eucharistia
—traducción greco-cristiana de berakah pasase a designar en la
tradición cristiana la celebración completa de la cena del Señor, tomada
como hecho que recapitula en sí mismo toda bendición divina en los encuentros
del pueblo de la alianza; que prefigura el cumplimiento de toda esperanza en
Cristo como suprema bendición del Padre, y que, conmemorando in mysteriotoda
la redención, la actualiza enteramente para la salvación del pueblo de la nueva
y definitiva alianza. Y la iglesia da gracias por todo ello bendiciendo a
su Señor.
f) Conclusión. Cuando, tanto en el AT como en el
NT, el término bendecir tiene como sujeto a Dios, significa su continua
comunicación salvífica, y por tanto el don de su amor, de su misericordia, de su
paz. Cuando el término tiene como sujeto al hombre, indica el comportamiento
(alabanza, adoración, invocación, acción de gracias) con que el hombre acoge la
comunicación que hace Dios de sí mismo, y se sitúa en la condición salvífica del
Exodo. Los dos aspectos aparecen admirablemente fundidos en Ef 1, 3-4, donde
Pablo, al presentar el plan divino de la salvación que proviene del Padre, que
se manifiesta y se realiza por el Hijo, que acontece en el Espíritu y que lo
reconduce todo al Padre, afirma: "Bendito sea Dios..., que nos bendijo
en Cristo con toda suerte de bendiciones espirituales...".
IV. La bendición en la historia y en la vida de la iglesia
Analizando la praxis litúrgica de la vida de la iglesia, nos encontramos con una
progresiva evolución —hasta identificarse con una verdadera y propia
transformación— del significado y del uso originario de la bendición. Podemos
distinguir dos líneas de desarrollo, que a veces se integran y entrecruzan: la
oración de bendición como alabanza y acción de gracias, y la bendición como
oración que se extiende progresivamente hasta los seres inanimados.
1. BENDICIÓN ASCENDENTE. Considerada en su movimiento ascendente, la bendición
entendida como acción de gracias en la tradición litúrgica irá
desapareciendo cada vez más de la conciencia y de la práctica de los fieles,
para identificarse casi por completo con la oración eucarística y encontrar en
el prefacio el momento más característico no sólo para expresar tal
actitud de alabanza en general, sino también para dar en ocasiones la motivación
de la misma: Se trata del contenido típico del embolismo, cuyo fin es dar razón
siempre de la particular acción de gracias que la asamblea dirige al Padre por
Cristo en el Espíritu. Las antiguas fuentes litúrgicas nos permiten constatar
esta riqueza y variedad de expresión, en parte reproducida por los nuevos /
libros litúrgicos, especialmente por el Misal Romano de Pablo VI.
En los primeros siglos, antes de acentuarse la evolución de la bendición desde
alabanza a Dios hasta santificación de las realidades creadas,
tenemos todavía algunos testimonios de costumbres conformes al espíritu y a la
praxis de la tradición hebraica. Ya Pablo en sus cartas nos ofrece una
interesante documentación al abrir su discurso con las distintas comunidades
bendiciendo (=dando gracias) a Dios Padre por lo que ha realizado en Cristo
Jesús, especialmente en su muerte y resurrección, y por lo que obra en todos
aquellos que acogen su palabra'°. Hipólito, en la Traditio apostolica ",
atestigua también esta costumbre al recomendar la oración de bendición (=
alabanza y acción de gracias) para las más diversas circunstancias: para la
ofrenda del aceite (n. 5), del queso y de las aceitunas (n. 6); para el oleum
gratiarum actionis aludido en la descripción del bautismo (n. 21); Y para la
leche y la miel (n. 21); para la luz (n. 25); para las primicias de los frutos y
para las flores (nn. 31-32); en una palabra: "Por todo lo que se toma (como
alimento), se darán gracias al Dios santo, tomándolo para su gloria" (n. 32).
2. BENDICIÓN DESCENDENTE. La acción del fiel que se dirige al Padre para
expresarle su propia acción de gracias constituye la respuesta a la intervención
de Dios en la historia misma y en la vida del hombre. Si el hombre responde,
es porque Dios se ha movido antes. Mas esta acción de Dios la pide e invoca
el hombre porque sabe que todo depende del mismo Dios.
En este movimiento, que podemos llamar descendente, Dios bendice
al hombre y las realidades creadas. Dentro de esta misma perspectiva, sabiéndose
investida de la autoridad de Cristo, la iglesia bendice con ritos particulares a
personas y cosas por medio de sus ministros. Así pues, cuando el hombre bendice
a alguien o algo, lo hace en nombre de Dios, el único que puede bendecir, es
decir, insertar en el flujo de la propia vida.
Esta praxis ha tenido a lo largo de los siglos" un extraordinario desarrollo en
la vida de la iglesia, hasta aparecer el término bendición con el casi
exclusivo sentido de "acción realizada por un hombre a quien la iglesia ha
conferido un poder divino con el fin de invocar, mediante la oración, el favor
divino sobre personas y cosas"".
3. EL TESTIMONIO DE LA TRADICIÓN. La praxis de la iglesia en cada una de sus
comunidades locales se orienta por el ejemplo de Cristo, que bendice a personas
y cosas: a los niños, a los apóstoles, los panes... Las fuentes litúrgicas
ofrecen una amplísima gama de. bendiciones que, sobre todo en el medievo,
alcanzaron su mayor desarrollo.
"Hacia los ss.
VIII y Ix —escribe Molien—, la vida cristiana en su conjunto aparece impregnada
de bendiciones cuyo uso, iniciado en los monasterios, se había de propagar
después entre todas las clases sociales"
De una manera general, pueden subdividirse así: bendiciones concernientes a
las personas: obispo, presbítero, diácono, lector, virgen, viuda, abad,
abadesa, penitente, catecúmeno, enfermo...; los objetos destinados al culto:
basílica, altar, cáliz, patena, baptisterio, fuente, óleo, cera, agua, sal,
cruz, incienso...; los elementos para la vida del hombre: semillas,
mieses, lluvia, primicias, animales, casa, pozo, vestido...
Franz adopta una división distinta en la obra que recoge las bendiciones de la
iglesia en el medievo: 1) el agua
bendita; 2) sal y pan; 3) la bendición del vino; 4) aceite; frutos del campo,
del jardín y yerbas (achicoria, ruda, yerbas medicinales...); 5) las bendiciones
en el día de la epifanía (oro, incienso y mirra; piedras preciosas); de las
candelas, el 2 de febrero; de san Blas; así como en otros tiempos; 6) las
bendiciones en cuaresma y en el tiempo pascual (ceniza, palmas, fuego, cirio
pascual, Agnus Dei en Roma, alimentos en el día de pascua); 7) casa,
granja, oficios (casas, fuentes nuevas o contaminadas, recipientes, objetos para
los oficios...); 8) bendiciones conventuales; 9) fenómenos de la naturaleza
(lluvia y sequía; temporales y demonios; oración por el tiempo...); 10) los
animales (ayuda y protección; defensa...); 11) matrimonio, madre y niño
(matrimonio y fertilidad; para la madre, antes, durante y después del parto; en
la niñez y juventud; en la escuela...); 12) en los peligros (viajes,
peregrinaciones, batallas, juicio de Dios, ordalías...);13) en las enfermedades
(fiebres, ojos...); 14) para la posesión diabólica.
Hoy, por lo general, el estudioso, así como el pastor, puede disponer de un
instrumento que le permite acceder a la mayor colección de bendiciones
pertenecientes a las numerosas tradiciones de la iglesia occidental. Se trata
del Corpus Benedictionum Pontificalium, cuyo autor —Moeller— recoge un
total de 2.093 bendiciones, siguiendo el orden alfabético de su incipit,
ofreciendo además un utilísimo índice de lectura según el Calendarium
liturgicum ". Las bendiciones aparecen según el calendario anterior a la
reforma litúrgica del Vat. II; pero señala también muy acertadamente el autor la
concordancia con el actual calendario. He aquí el orden de los capítulos: 1.
Proprium de Tempore; II. Commune benedictionum per annum; III. Proprium de
Sanctis; IV. Commune Sanctorum; V. Commune defunctorum et Benedictionum
votivarum, Ritualis et Pontificalis. También, en este contexto, es obligado
recordar la obra más reciente y accesible de E. Lodi, que en el Enchiridion
euchologicum recoge cerca de ochenta bendiciones.
Hemos creído útil hacer esta digresión, que puede incluso dar la impresión de
análisis histórico. Pero el conocimiento de la tradición, además del
enriquecimiento que implica, constituye una guía segura y una mina a la que el
agente pastoral debe saber acercarse con discernimiento e inteligencia. Una
mirada siempre atenta a la tradición, considerada globalmente, permite encontrar
sugerencias útiles también para las múltiples y tan variadas situaciones
pastorales del mundo contemporáneo.
Aun a la espera de que la reforma litúrgica ofrezca en el Ritual y en el
Pontifical o, mejor, en el -> Bendicional —así se denominaba el libro con los
textos de las bendiciones desde la reforma litúrgica llevada a cabo por san Pío
V—, una adecuada colección de bendiciones, el Misal Romano de Pablo VI nos
ofrece ya una lista de las mismas para la conclusión de la eucaristía en los
momentos más significativos del año litúrgico, así como para otros tiempos
litúrgico-sacramentales de la vida del cristiano °". El valor litúrgico y
pastoral de tales bendiciones es indiscutible: permiten solemnizar las
celebraciones y variar la fórmula estereotipada de la bendición final mediante
textos que brillan por su concisión y riqueza doctrinal y que expresan muy bien
el espíritu de la fiesta y el sentido del misterio que se ha celebrado.
4. ¿HACIA UNA
REDEFINICIÓN? Algunos padres nos
ofrecen definiciones de bendición que sintetizan muy bien la realidad inherente
a este gesto. He aquí dos ejemplos muy significativos. Basilio Magno, en
la carta 199 a Anfíloco, escribe que "... benedictio enim sanctificationis
communicatio est..." (PG 32, 723D). Ambrosio de Milán, en el c. II
de su obra De benedictionibus patriarcharum, al presentar la bendición de
Rubén más como una profecía que como verdadera y propia bendición,
afirma: "Prophetia enim annuntiatio futurorum est, benedictio autem
sanctificationis et gratiarum votiva collatio" (PL 14, 676A). El texto
define exactamente el objeto: la santificación, mediante el don de la
gracia; y el medio: la oración de la iglesia (votiva).
Nos encontramos, pues, ante un rito (= oración + gesto/ s) instituido por
la iglesia y realizado en su nombre por uno de sus ministros para
santificar a personas o cosas:para que las personas puedan disfrutar de los
frutos de la redención y las cosas lleguen a ser instrumento de gracia para
todos". "La bendición, en sentido litúrgico —escribe Righetti—, es el rito
realizado por un ministro sagrado y por el que se invoca a Dios, para que
derrame su favor sobre alguna persona o cosa, la cual adquiere por esto una
especie de carácter sagrado, o bien se pide un beneficio material o
espiritual... En el primer caso tenemos las llamadas Bendiciones
constitutivas..., cuya eficacia queda siempre asegurada por la oración de la
iglesia; en el otro tenemos las llamadas Bendiciones invocativas..., cuyo
efecto depende del fervor del que las recibe y de la voluntad de Dios". Las
primeras, en efecto, llamadas también consecrativas, dan a la persona o
al objeto un carácter sagrado que los arranca de todo uso puramente común (la ->
consagración de las vírgenes, la bendición de los vasos sagrados o de una
iglesia [-> Dedicación de iglesias], etc.); las segundas, por el
contrario, no cambian la naturaleza o la finalidad de un objeto (el pan bendito
se come; la persona bendita continúa viviendo su propia vida...), sino que piden
solamente un particular bien espiritual o temporal. Ordinariamente, el efecto
temporal o espiritual que se sigue de la bendición depende de las disposiciones
del sujeto y de la oración de la iglesia ("ex sua impetratione": cf can. 1144
del CDC de 1917), la cual envuelve la vida del hombre como en una atmósfera
sobrenatural para introducirla cada vez más en el misterio de Cristo, recordando
la afirmación de Pablo: "... todo es para vosotros: ... el mundo, la vida, la
muerte, el presente, el futuro, ,todo es vuestro, vosotros de Cristo,
y Cristo de Dios" (1 Cor 3,21-23).
V. Para un redescubrimiento teológico de la bendición
El nuevo Bendicional, como todos los libros litúrgicos de la reforma
promovida por el Vat. II, contiene en sus Praenotanda los elementos de
orden bíblico-teológicolitúrgico y pastoral que constituyen la base para una
recuperación del tema teológico. Un tema que viene exigido por la actual y la
futura praxis, en la medida en que se impone una refundamentación de los motivos
de la misma praxis en el contexto social y pastoral de nuestro tiempo. En espera
de esas indicaciones precisas, que constituirán la línea fundamental para el
desarrollo de dicho tema, podemos citar algunos elementos que, dada su perenne
validez, nos parecen constituir la base de todo. Es decir, se trata de descubrir
los elementos bíblicos que permitan recuperar el aspecto más genuino y más hondo
de la bendición, en la línea de la enseñanza de la iglesia y de su praxis.
Analicemos brevemente estos tres componentes.
1. EL
REDESCUBRIMIENTO DEL SENTIDO BÍBLICO DE LA BENDICIÓN.
Sin necesidad de repetir lo ya dicho más arriba [-> III],
creemos, sin embargo, que el fundamento teológico debe volver a moverse en esta
línea. Se trata sin duda de recuperar valores que la secular praxis de la
iglesia ha puesto en un segundo plano, pero que el nuevo acento de la dimensión
bíblica y litúrgica de la vida del cristiano está situando en primera línea.
Si analizamos la colección de bendiciones que el Pontifical y el Ritual han
mantenido en uso hasta nuestros días, es fácil observar cómo se establece en
esos textos un movimiento de bendición-súplica que, partiendo del simbolismo
dela vida ordinaria, trata de encontrar un empalme (o un paralelo, una
prefiguración, una alusión, un ejemplo...) en la historia de la salvación,
haciendo así que cada elemento de la creación sirva para la gloria de Dios y
para el bien inmediato del hombre.
Está todo ello determinado por el significado de la creación en la economía de
la salvación. Verdad es que "vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que
todo era bueno" (Gén 1,31); pero la realidad del pecado lo invirtió y
revolucionó todo. Escribe Vagaggini: "... rota, en cierto modo, la unidad entre
el hombre y Dios por el pecado, se rompió también, en cierto modo, la unidad
entre el hombre y la criatura inferior. Esta, en sus relaciones con el hombre,
sigue de alguna manera la suerte de las relaciones del hombre con Dios"". Ahora
bien, esta unidad entre el hombre y la criatura infrahumana encuentra el
comienzo de su recomposición y realización en la liturgia: particularmente en
los sacramentos, y subordinadamente en los sacramentales. "En la vida litúrgica
de los sacramentales... se concretizan y se ponen en obra las grandes realidades
de la doctrina y de la vida cristiana: 1) la unidad del cosmos; 2) la
universalidad cósmica de la caída y del imperio de Satanás; 3) la universalidad
cósmica de la redención en Cristo como liberación del imperio de Satanás; 4) el
hombre como microcosmos y nudo del universo; 5) el valor sagrado de las cosas
sensibles como don de Dios al hombre e instrumento del hombre para ir a Dios
Releyendo entonces en esta dirección la secular praxis de la iglesia, nos damos
cuenta de cómo la actitud que ella adopta, si bien aparentemente puede dar paso
a un juicio un tanto pesimista sobre lasrealidades de este mundo (cf, por
ejemplo, ciertos ! exorcismos...), sin embargo, y por otra parte, destaca sobre
todo su dimensión positiva: hacer que la redención de Cristo se extienda a todo
el cosmos. Tal es el sentido de la bendición de un objeto: que, una vez
purificado, sirva al bien material y espiritual del hombre. Así es como cada
elemento de la creación vuelve a contemplarse y situarse en la perspectiva que
se le había dado en los comienzos de la creación; y en el contexto de la nueva
alianza, vuelve a ser instrumento con que el hombre pueda alcanzar su salvación.
Sólo en esta perspectiva encuentran significado y, por tanto, lugar en la praxis
de la iglesia las bendiciones constitutivas e invocativas (-> supra, IV,
4).
Mas éste es sólo un primer aspecto, por lo demás parcial, de un segundo
movimiento, el ascendente, o de la alabanza y acción de gracias, que se eleva
desde lo creado hasta su Creador. Reconducir los elementos de la creación a su
función originaria comporta necesariamente el reconocimiento de la mens
de Dios en la obra misma de la creación; pero es también el punto de partida
para llevar la atención y la sensibilidad del hombre a bendecir a Dios
por toda realidad creada. Representa el restablecimiento de esa relación entre
el hombre y Dios que en la tradición. hebraica fue y sigue siendo
todavía vivísima mediante el uso de las berakóth. La evocación de algunos
ejemplos de dicha tradición ilumina mejor todavía el camino recorrido desde sus
orígenes por la iglesias': antes de comer los frutos: "Bendito seas,
Señor, Dios nuestro, rey del mundo, creador de los frutos del árbol"; al
respirar el perfume de una planta aromática: "Bendito... el que creó
los árboles (las yerbas) que danolor"; quien bebe agua para apagar la sed dice:
"Bendito... aquel por cuya palabra todo ha sido hecho" (o bien: "el que creó
tantísimos seres animados"); ante un hombre sabio: "Bendito aquel que ha hecho
partícipes de su sabiduría a quienes lo temen"; ante unas tumbas: "Bendito aquel
que conoce el número de todos vosotros y en el futuro os hará volver a la vida y
os hará subsistir; bendito aquel que resucita a los muertos"; frente a los
fenómenos meteorológicos: "Bendito aquel cuya fuerza y poderío llenan el mundo";
quien contempla el cielo límpido dice: "Bendito aquel que renueva la obra de la
creación".
Una profundización de los valores de la oración eucarística, que engloba toda
esta realidad, así como de los demás elementos de la oración de la iglesia,
especialmente los Salmos, no dejaría de contribuir a la revalorización tanto de
la actitud como de los contenidos propios del
bendecir a Dios.
2. LA ENSEÑANZA DE LA IGLESIA HOY.
Hasta hoy no se ha dado a nivel oficial una definición propiamente dicha
de bendición. Al insertar las bendiciones en el ámbito de los !
sacramentales s°, hemos reproducido [/ supra, IV, 4] alguna
definición descriptiva, cuyo contenido puede provechosamente adaptarse y
expresarse de nuevo con las palabras de Vagaggini: "... un sacramental, en el
sentido restringido de hoy, consiste inmediatamente y en primer lugar en una
oración de impetración por parte de la iglesia, y, mediatamente, es decir,
mediante esa oración de impetración, en una santificación que, tratándose del
alma, es una santificación formal, y tratándose del cuerpo o de cosas exteriores
es una protección especial o aceptación divina para el bien espiritual de quien
las posee y las usa con las debidas
disposiciones"
El Vat. II no alude explícitamente al significado ni al valor de las bendiciones.
Sin embargo, en el c. III de la constitución SC, al tratar de los
sacramentos (exceptuada la eucaristía) y de los sacramentales, presenta estos
últimos según su naturaleza, su valor y eficacia. Vale la pena recordar el
contenido de los nn. 60 y 61 en orden a una refundamentación teológica de la
bendición: "La santa madre iglesia instituyó... los sacramentales. Estos son
signos sagrados creados según el modelo de los sacramentos, por medio de los
cuales se expresan efectos, sobre todo de carácter espiritual, obtenidos por la
intercesión de la iglesia. Por ellos los hombres se disponen a recibir el efecto
principal de los sacramentos y se santifican las diversas circunstancias de la
vida. Por tanto, la liturgia de los sacramentos y de los sacramentales hace que,
en los fieles bien dispuestos, casi todos los actos de la vida sean santificados
por la gracia divina que emana del misterio pascual de la pasión, muerte y
resurrección de Cristo, del cual todos los sacramentos y sacramentales reciben
su poder, y hace también que el uso honesto de las cosas materiales pueda
ordenarse a la santificación del hombre y a la alabanza de Dios".
Podemos ver claramente en este texto una definición que, recordando el
significado y la eficacia del sacramental, muestra al mismo tiempo su
naturaleza: constituye una prolongación del simbolismo y de la realidad
sacramentaria. Pero, junto con la definición, lo que importa sobre todo es haber
reorientado todo este movimiento santificante hasta la fuente de donde dimana
toda intervención salvífica: el misterio pascual de Cristo. En esta dirección se
mueven ciertamente las indicaciones teológico-pastorales del nuevo Bendicional.
3. LA PRAXIS DE LA "EKKLESÍA" QUE CELEBRA. El tercer elemento para
una profundización teológico-litúrgica de la bendición brota del análisis de
aquellos textos que la iglesia utiliza hoy en diversas circunstancias.
Exceptuando todo el corpus praefationum y las plegarias eucarísticas,
consideremos, a título de ejemplo, algunos elementos que aparecen en el Misal
Romano de Pablo VI.
a) En el rito de la misa con el pueblo, tal como
aparece en la edición oficial castellana, encontramos un elemento eucológico
nuevo con respecto a toda la tradición anterior. Se trata de las dos
bendiciones para el pan y para el vino, que encontramos en el rito de la
presentación de los dones al comienzo de la liturgia eucarística. El texto para
el pan y el vino adopta y desarrolla la estructura y el contenido de la
berakah judaica, con la intención, sin embargo, claramente nueva de
reproducir los gestos y las palabras de Jesús en la última cena
57. La asamblea bendice a Dios, reconocido
como tal ("Señor"), como creador de todo ("Dios del universo"), como aquel que
hace brotar el pan de la tierra y el fruto de la vid. En tal reconocimiento —que
es alabanza, admiración, agradecimiento— se inscribe la breve respuesta de la
asamblea pidiendo que esos signos —con lo que implican: toda la actividad humana
en el universo— lleguen a ser signo de salvación ("pan de vida" y "bebida de
salvación"). Estas bendiciones, aun dentro de su brevedad, encierran el
movimiento interno tan típico de toda oracióncristiana, sobre todo de la
eucarística; movimiento sintetizable en el memores - offerimus - petimus.
Es también innegable su valor de ejemplaridad.
Como conclusión del rito de la misa propone el nuevo misal un corpus de
bendiciones solemnes y oraciones de bendición sobre el pueblo. También
ahora nos encontramos ante la feliz recuperación de un elemento de la tradición
que había caído en desuso durante los últimos siglos. Una recuperación
estimulada no sólo por la praxis de otras tradiciones litúrgicas, sino también
por la revalorización de la bendición atestiguada en el AT, cuyo ejemplo más
característico es la de Aarón (Núm 6,24-26) [1 supra III, 1, a].
Sobre este texto como pauta, el Misal Romano presenta veinte formularios de
bendición solemne para los distintos momentos del año litúrgico y
veintiséis oraciones de bendición sobre el pueblo. Mientras en el primer
grupo tienen ordinariamente los textos una estructura siempre tripartita (+ la
bendición final) y la asamblea responde a cada invocación con el Amén, en
el segundo nos hallamos ante una simple oración de súplica, con la que el
presidente de la asamblea invoca sobre la misma la bendición divina con todo lo
que ella comporta: salud del cuerpo y del espíritu, paz, victoria sobre el mal,
perdón y conversión, deseo de servir al Señor, disponibilidad en el servicio del
bien, etc.
Rito estrechamente ligado a la celebración
de la eucaristía es el de la aspersión dominical del agua bendita,
que el Misal Romano recoge como apéndice'''. Aquí, más que el rito en sí
mismo, lo que interesa es sobre todo la larga oración
bendicional del agua. Se invoca la dynamis, el poder
divino sobre el agua, a fin de que, así como ha sido siempre "un
signo de la... bondad" del Señor en el pueblo de la antigua y de la nueva
alianza (cf toda la tipología con que está entretejido el texto), siga siéndolo
de la protección divina sobre todos los bautizados en la pascua de Cristo,
nuestro Señor. El texto resume, pues, admirablemente la intervención de Dios en
lo humano, pero también el reconocimiento de tales intervenciones por parte del
hombre: un reconocimiento que lleva a la alabanza y a la gratitud, que, en el
domingo, se expresará dentro de la eucaristía, acción de gracias y memorial de
toda la obra salvífica.
b) En el propio del tiempo, al comienzo de la cuaresma, aparece la
bendición de la ceniza. El Misal Romano trae dos textos breves, de libre
elección, pero que tienen función y significado distintos. En el primer texto,
el presidente invoca la bendición del Señor sobre "estos siervos tuyos... para
que, fieles a las prácticas cuaresmales", se renueven espiritualmente
para poder celebrar dignamente la pascua del Señor. Con el segundo texto, en
cambio, se invoca la bendición de Dios sobre la ceniza, que recuerda la honda
condición humana y el camino de penitencia que debe recorrer el hombre para
alcanzar, "a imagen de tu Hijo resucitado, la vida nueva de tu reino".
Para la bendición de los ramos en la conmemoración de la entrada del Señor en
Jerusalén (= domingo de ramos), el Misal Romano ofrece dos textos de libre
elección. En el primero se invoca la bendición de Dios sobre los ramos, para que
los fieles que acompañan jubilosos a Cristo puedan "entrar en la Jerusalén del
cielo por medio de él". La segunda oración, en cambio, es una simple invocación
a Dios, a fin de que la asamblea produzca "frutos abundantes de buenas obras".
Para la bendición de los óleos sacramentales realizada por el obispo
durante la misa crismal, en la mañana del jueves santo, remitimos al nuevo texto
del Ritual de la bendición del óleo de los catecúmenos y enfermos y la
consagración del crisma (= RBO) b1 (se encuentra en el Ritual
de Ordenes, en castellano).
La vigilia pascual en la noche santa contiene varios elementos
bendicionales; nos atreveríamos a afirmar que, globalmente, pueden
considerarse como una gran bendición que la iglesia entera dirige a Dios Padre,
como lírico y gozoso memorial de lo que él ha realizado y sigue realizando en la
historia de la salvación. Profundizar en cada uno de los elementos es algo que
no nos compete aquí y ahora; nos limitamos simplemente a enumerar-los: bendición
del fuego; proclamación del anuncio pascual; bendición del agua bautismal;
bendición del agua lustral".
c) En el propio de los santos, el formulario de la
festividad de la presentación del Señor contiene la bendición de las candelas.
Después de una larga monición que resume el significado del misterio que se va a
celebrar, el Misal Romano ofrece dos oraciones de libre elección. En la primera
se invoca la bendición sobre los cirios, signos luminosos de aquella realidad
—la "luz eterna"— a la que los fieles se encaminan. En la segunda, en cambio, se
invoca a Dios, "dador... de la luz", a fin de que infunda en cada uno el
"esplendor" de su santidad como condición para el encuentro definitivo con
Cristo.
Para la bendición del cáliz y de la patena remitimos a la voz -> Objetos
litúrgicos/ Vestiduras II, 1, b.
d) Conclusión. Del conjunto de todos estos elementos, como porción viva
del patrimonio eucológico de la iglesia de nuestro tiempo, podemos concluir, con
palabras de Vagaggini, que todo sacramental —y eso son todas las bendiciones
anteriormente recordadas— es un signo demostrativo de la oración de la
iglesia y "de la oración de Cristo..., de la que la iglesia no es sino una
participación. Es, por tanto, también signo comprometido para quien
recita o acepta esta oración también en nombre propio. Es signo rememorativo
de las impetraciones de Cristo... (y de las) dirigidas a Dios después del
pecado de Adán..., que eran figuras de las que habían de hacer Cristo y la
iglesia. Es, finalmente, signo profético de la oración de la Jerusalén
celeste cuando la impetración sea cambiada... en la alabanza cósmica y eterna"".
VI. Implicaciones pastorales y catequéticas
Sin ocultar los aspectos críticos reales que durante estos años han surgido en
torno a la praxis de las bendiciones que, por lo demás, es conveniente
recordarlo, no constituyen la parte esencial de la -> liturgia
cristiana—, está fuera de toda duda que mantienen su notoria importancia en el
plano pastoral y catequético. El sentido de la unidad cósmica del reino de Dios
y la conciencia de cómo también la criatura infrahumana está de alguna manera
llamada a cooperar en ese reino, implican al hombre con su esperanza y con todo
cuanto le rodea. Descubrir entonces el genuino sentido de la bendición supone
recobrar los valores de la creación en su conjunto, reapropiarse ese sentido de
lo divino que envuelve todo lo creado y, sobre todo, un reconocimiento de
Dios como Señor y como Padre. El camino que el agente pastoral
está llamado a recorrer es sin duda largo y no exento de dificultades, pero
podrán superarse en la medida en que se tengan en cuenta los siguientes
elementos:
1. REVALORIZACIÓN
DEL DATO BÍBLICO. Como para los demás sectores de la / pastoral litúrgica, la
recuperación de las bendiciones como actitud permanente del cristiano sólo puede
llegar a ser realidad mediante un redescubrimiento de aquellos elementos que en
la biblia caracterizan la bendición: la alabanza y acción de gracias por todo
cuanto Dios ha hecho y sigue haciendo en la historia del hombre; el recuerdo
(memorial) de sus mirabilla, que orientan al fiel hacia una actitud de
oración y súplica. Situarse en esta perspectiva ayudará por igual a los pastores
y a los fieles a evitar tanto una supervaloración como una desvalorización de la
bendición en sí misma. Volverá así a aparecer como lo que realmente es: ni un
medio insignificante ni un medio infalible en orden a la salvación.
2. EN UN CONTEXTO
ECLESIAL. Una vez distinguidos los
elementos propios de la terminología (corriente entre nosotrds), que incluye a
veces en una categoría única bendición y consagración, es posible recuperar
los valores de la primera y de la segunda. "La bendición, que viene de
Dios y penetra con su fuerza divina todas las bendiciones pronunciadas
por el hombre, abarca lo sacro y lo profano"; en cambio, la consagración
implica "una invocación dirigida a Dios para obtener de su
misericordia los auxilios y gracias oportunos sobre las personas que se
consagran a él o sobre cuantos utilicen los objetos reservados al culto, a fin
de que su acción sea digna de los santos misterios y fructífera para cuantos
participan en los mismos"''.
Del contexto brota aún más clara la bendición como oración de cada uno,
pero sobre todo de la iglesia. Lo cual implica la presencia de todos los
elementos propios de una celebración comunitaria, como lo son la palabra y
algunos gestos que de ella reciben su significado, y, paralelamente,
la necesidad de unas disposiciones interiores a fin de que, con respecto al
signo, también la bendición sea signo de salvación. Se trata, pues, de un
momento litúrgico ordenado a la liturgia de la vida a través de la cual cada uno
y la comunidad intentan resituar toda realidad en el dinamismo de la creación,
que tiene como meta el designio de "recapitular todas las cosas en Cristo, las
de los cielos y las de la tierra" (Ef 1,10).
3. MEDIANTE UNA
/CATEQUESIS ADECUADA. La ley misma de una catequesis previa, concomitante y
subsiguiente a cada una de las acciones litúrgicas vale también para las demás
formas de culto y para las bendiciones. La oración bendicional constituye una
privilegiada oportunidad para la catequesis, ya que permite redescubrir un dato
bíblico fundamental: la actitud de alabanza que un fiel debe apropiarse cada vez
más como típico habitus de su coloquio con el Padre, por el Hijo, en el
Espíritu, y en comunión con la ekklesía. Una relectura frecuente de los
respectivos fragmentos del AT, de la literatura judaica, en particular de los
Salmos, y del NT constituirá la mejor acción pedagógica en este sentido.
Paralelamente al dato bíblico, deberá igualmente centrarse la atención en los
textos eucológicos. El contenido de estas fórmulas enseña a enmarcar el
gesto-actitud de la bendición —de suyo, limitado en el tiempo y en el espacio—
en un contexto más amplio del misterio de la salvación. Todo lo cual contribuirá
a la actuación cada vez más plena del misterio de Cristo, que lleva consigo una
ampliación de los valores propios de la esperanza cristiana —cuyo fundamento es
la confianza en la sabiduría y poder amoroso del Padre—, para proyectarlos hacia
la victoria definitiva sobre el mal. El nuevo Bendicional se adapta también a
esta perspectiva pastoral y catequética.
VII. Conclusión
En una antigua
oración de vísperas, según lo atestigua el sacramentario Gelasiano, la
asamblea pide ser, a través de la propia vida, una perenne alabanza al Padre:
"...ut nos omni tempore habeas laudatores" (n. 1594). El descubrimiento y uso de
la bendición nos orientan en esta dirección. Es Dios mismo —el Dios visible en
sus obras— quien suscita la respuesta de alabanza por parte de todo lo creado; y
en alabar al Señor reside la gloria y la salvación de todos aquellos "que él se
adquirió para alabanza de su gloria" (Ef 1,14).
M. Sodi
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