1. BREVE ESBOZO
HISTÓRICO.
Al pensar en
el concepto burguesía es frecuente entenderlo en el sentido que ha
cobrado desde el ->marxismo, a saber, esa clase social opuesta al proletariado y
que Engels caracterizó como «la clase de los capitalistas modernos, propietarios
de los medios de producción y que explota a los trabajadores asalariados». La
cuestión, sin embargo, es más compleja, pues amén de no haber poseído siempre
ese significado, al quedar configurada a lo largo del tiempo por grupos humanos
muy diversos, habría que cuestionarse también si debe asociarse sin más con
capitalismo. De modo que un repaso a su historia nos dará la medida aproximada
de sus avatares, significado y funciones. En dicha historia cabe señalar dos
grandes períodos, originados por esa especie de cesura que fue la Revolución
Francesa, en cada uno de los cuales cobran cuerpo unos tipos de burguesía que
difieren entre sí cualitativamente. De una manera general, podemos caracterizar
a los burgueses del primero de esos períodos por el hecho de tratarse de una
clase de hombres libres e independientes, que al estar desligados de la tierra,
y asumir como base el
trabajo personal y el dinero, se separan del sistema de relaciones que configura
el régimen feudoseñorial. En cambio -alcanzado el poder político y económico, y
asegurada la total ->libertad de mercado-, caracteriza a los burgueses
del segundo periodo, el impulso y ->desarrollo dado a la Revolución industrial,
así como la consolidación de sus conquistas.
¿Cuándo se inicia y
cómo se desarrolla la burguesía en el primero de esos períodos y qué nota cabe
señalar como caracterizadora de la misma? A finales del siglo X aparecen en las
ciudades o burgos -origen de nuestra voz- grupos humanos cuya forma de
vida no depende ya de la tierra, sino que, al ejercer como artesanos y
comerciantes, se asegura en el trabajo personal y en el dinero. Este doble hecho
convierte a los burgueses en una clase social de hombres jurídicamente libres y
económicamente independientes, dentro, eso sí, del rígido organigrama feudal.
Por eso, cuando siglo y medio después el comercio prospere, y a su socaire la
burguesía adquiera riqueza y fuerza, no sólo su libertad jurídica le permitirá
organizarse con autonomía, sino monopolizar el gobierno de las ciudades,
garantizando de este modo el ejercicio sin cortapisas de su actividad dentro del
marco corporativo propio de una sociedad estamental. Aunque tardíamente, logrará
así la burguesía que nobleza y clero la reconozcan como un grupo diferente del
campesinado, con el que todavía estaba confundida, dando lugar en el ocaso de la
Edad Media al nacimiento de la burguesía moderna de cuño capitalista (Sombart).
Nada tiene de
extraño, pues, que el patriciado urbano o minoría burguesa dirigente apoyara al
Rey en su afán por imponer su ->autoridad a la aristocracia, con el claro
propósito de favorecer el desarrollo del capitalismo. Tres serán los hechos que
se le ofrezcan a la burguesía para el logro de ese objetivo: primero, el poder
alcanzado por la monarquía autoritaria, con la que está en connivencia; segundo,
la explotación de las minas de metales preciosos, que dará lugar a un
considerable aumento de la circulación monetaria; y tercero, al comercio
colonial y sus enormes posibilidades de enriquecimiento, al traer a primer plano
toda una serie de aspectos genuinamente burgueses como empresa, trabajo,
organización y, en particular, su convicción de que el objetivo humano es la
ganancia. Podemos, en consecuencia, decir que la nota que tipifica a la
burguesía antes de la Revolución Francesa es su carácter mercantil estamental.
Ahora bien, pronto
la estructura del Viejo Régimen detendrá ese progreso, tanto desde el punto de
vista económico -ineficacia estatal- como desde el político -la nobleza de
sangre acapara los altos cargos-, lo que condujo a la burguesía a idear una
reforma de la sociedad y del Estado y erigirse a sí misma en punta de lanza de
la lucha contra el Absolutismo. Ambos aspectos se materializarán a lo largo del
siglo XVIII en las revoluciones Inglesa -a comienzos del mismo-, que dará lugar
a la monarquía constitucional, y a la Francesa -a finales-, que destruirá la
organización sociopolítica de dicho Viejo Régimen.
Después de la Revolución Francesa, la burguesía
asumirá un carácter industrial. De hecho -no se olvide- fueron las innovaciones
técnicas del maquinismo, con las posibilidades de enriquecimiento que traían
aparejadas, así como los liberalismos intelectual y económico, responsables en
buena medida del movimiento revolucionario burgués de clase que condujo a 1789.
La burguesía logró con ese triunfo la máxima libertad para producir y comerciar,
dando lugar a la Revolución industrial, cuyo auge enmarida la historia de la
burguesía y la del capitalismo. Y así fue. Tan pronto como la burguesía se hizo
con el poder, dio por alcanzados sus propósitos, de modo que no encontró otra
tarea que hacer sino la de consolidarlos, sacando con ello a la luz el carácter
mistificador de la ->ideología liberal, que hacía de sus conquistas privilegio
tan sólo de unos pocos, no de todos, al verificarse de facto la igualdad
universal ante la ley, únicamente en aquellos que poseían dinero.
Ese estado de cosas
será lo que justamente dé lugar a la maduración de la conciencia social de la
clase obrera y a su liberación de la hegemonía política burguesa. Como
consecuencia de esta separación, emerge un nuevo concepto de burguesía, que
abarca tan sólo a quienes poseen los instrumentos de trabajo o un capital que
les permita, cuando menos, la independencia económica. Aparece así un enconado
antagonismo entre burguesía y proletariado; estos, los proletarios, auspiciando
una lucha de clases como única posibilidad de lograr trasformar la realidad
social; y aquellos, los burgueses, hablando de una sociedad sin clases cerradas
o, lo que es igual, en la
que el ascenso social dependa tan sólo del esfuerzo y de los méritos
individuales.
II. REFLEXIÓN
SISTEMÁTICA. Leyendo por debajo de la historia que acabamos de delinear, puede
observarse cómo trabajo y ahorro, sobre todo, aparecen como los grandes valores
de la burguesía estamental, a la vez que un afán de seguridad anima no tanto a
mejorar cuanto a mantener la situación de que gozan sus miembros. Empero frente
a ella -y sin que esto suponga una contradicción- la burguesía industrial -la
burguesía como clase-, asumirá los valores del ocio y consumo, así como el
riesgo propio del espíritu de empresa (lucha, competencia, mercado), unido al
afán de una ganancia sin límites.
Fue la Ilustración
la que proporcionó a la burguesía la base ideológica para el logro, por esta,
del poder político, social y económico, con la proclamación de una serie de
principios universales de igualdad y ->libertad. Claro que estos pronto
mostrarían su carácter mistificador al introducirse en el plano operativo una
escisión entre el ciudadano universal, que teóricamente proclama la igualdad de
naturaleza, y el hombre propietario, que fácticamente la niega. Así nos
explicamos, por un lado, el hecho de que, si bien la igualdad de todos los
ciudadanos era universalmente reconocida ante la ley, lo mismo que también la
libertad de empresa y otras libertades, a la hora de la verdad únicamente
quienes poseían dinero, es decir, la burguesía, tenían la posibilidad real de
crear industrias y realizar negocios; e igualmente nos explicamos también, por
el otro, que, aunque la ocupación de
puestos de gobierno no estuviera limitada por rango o nacimiento, tan sólo los
ricos podían de hecho ostentarlos. La burguesía, de esta manera, terminará
identificándose con el capitalismo, con esa concepción del mundo basada en el
dinero y en la utilidad, y asumiendo una actitud individualista que el
->personalismo criticará y rechazará, por considerarla uno de los más perversos
modos de anulación de la persona, pues «el capitalismo ha envilecido al hombre
en la mediocridad del dinero. El obrero (...) es un instrumento intercambiable
al servicio del capital» (Mounier). De ahí que la burguesía tratara de
asegurarse en una ética basada sobre los tres principios de la producción, el
dinero y el provecho, lo que tampoco debe sorprender desde que M. Weber aclarará
la conexión existente entre las motivaciones religiosas del calvinismo y el
desarrollo del capitalismo.
Pero, como no podía
ser de otro modo, lo que la burguesía obtuvo fue una ética del egoísmo, que
acabaría por configurar una sociedad también egoísta, al quedar estructurada
sobre las coordenadas del dominio del hombre por el hombre y la
despersonalización de todos sus miembros. A esa ética egoísta del hombre burgués
o poseedor, atenido a la máxima del «se es en tanto que se tiene y en esa misma
medida», le opondrá el personalismo su ética amorosa, una ética esta no
tanto de normas como de actitudes, donde lo característico es la apertura, pues
al basarse en el amor un ->amor que da sin esperar nada, dirigido a los menos
amados, de acción-testimonio y no excluyente- y ser este de suyo difusivo, no
impone más ley que el querer al otro desde
la libertad.
Empero al asumir la
burguesía la idea de una jerarquización natural, como consecuencia de
proclamar un tipo de sociedad sin clases cerradas, además de negarse a sí misma
como clase social, permite hablar de clases medias, dando con ello
muestras de una gran flexibilidad al proporcionar no sólo una forma de
estabilidad social, sino abortar de una vez por todas la posibilidad de esa
especie de Ley del Talión que es la revolución violenta. Tampoco el personalismo
está por la violencia, sino por la paz. Por eso propugna una revolución que no
engendre tiranía alguna, antes bien, que quede sometida al principio de
necesariedad del tú para el ->yo,
es decir,
una revolución que sea interna y externa a
la vez o, lo que es igual, capaz de
cambiar simultáneamente el corazón de los hombres y las circunstancias externas
en que viven.
Sin embargo, hemos
de reconocer que la asunción de una sociedad sin clases cerradas ha conducido a
una peligrosa mesocracia que ha terminado casi por universalizar el ideal
burgués, hasta el punto de ser asumido, al decir del mismo Mounier, por muchos
trabajadores y pobres como ideal de sus vidas. Estos, al igual que aquellos,
desean una conquista individual de la riqueza desde actitudes claramente
insolidarias, o bien poseer sobre los demás ese poder que ahora ellos mismos
están padeciendo.
III. CONCLUSIONES
PARA LA VIDA PRÁCTICA. El espíritu burgués ha calado de tal manera en la cultura
contemporánea, que no lo agotamos adjetivando como burguesas determinadas políticas,
sistemas axiológicos, estilos de vida actuales, sino que cabe aplicar tal
calificativo también a toda nuestra sociedad. Por eso, caídos los grandes
relatos, hechas añicos las ideologías, el sentido de la inmediatez y del
presente se nos impone sin más soporte que el del pragmatismo de un
neocapitalismo cada vez más duro -propuesto, irrisoriamente además, como el
fin de la historia por F. Fukuyama-.
Y, a decir verdad,
tampoco se entrevén fórmulas lo suficientemente eficaces para sacarnos de este
impás. Muy por el contrario, en nuestras actuales sociedades burguesas, la
diferencia entre los hombres se reafirma y profundiza, día tras día, en medida
proporcional a la que alcanzan las cotas de estandarización a que nos vemos
sometidos como efecto de un riguroso control racional, llevado a cabo desde el
poder y auxiliado por la
medioklatura. Tales hechos nos muestran con
nitidez la verificación de la escala burguesa de valores y de su sociedad
homóloga, conjugados en esas dos alternativas dialécticas de
seguridad-libertad y
planificaciónprogreso.
Sin embargo, las
consecuencias que se siguen de esos dos binomios que la sociedad burguesa
siempre trató de conjugar, a saber, una aurea mediocritas -que permita la
realización de los ciudadanos desde la estabilidad- y una producción
ininterrumpida -que exige la destrucción ingente de cantidades de energía-,
están conduciendo al vacío humano y a la devastación ecológica, dos peligrosas
consecuencias que es necesario evitar, ya que ponen en juego el ,sentido mismo
de la vida humana y la seguridad de nuestro planeta Tierra.
VER:
Contractualismo, Ilustración, Medios de comunicación social, Modernidad,
Política.
BIBL.:
DAHRENDORF R., Las clases sociales y su conflicto en la sociedad industrial,
Rialp, Madrid 1962; LARRAÑETA R., El capitalismo actual y la ética del
beneficio, Revista de Filosofía, Y época,
vol. VI (1993) 9, Complutense, Madrid; MORAZE C.,
El apogeo de la burguesía, Labor, Barcelona 1965; PIRENNE H., Les villes et les
institutions urbaines, Librairie Felix Alcan, París 19366;
SOMBART W., El Burgués. Contribución a la historia espiritual del hombre
económico moderno, Alianza, Madrid 1972; ID, Lujo y capitalismo, Alianza, Madrid
1979; WEBER M., La ética protestante y el espíritu del capitalismo, Sarpe,
Madrid 1984.
M. Sánchez Cuesta
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