Bernardo de Claraval fue, junto con
Santo Tomás de Aquino y San Francisco de Asís, uno de los grandes santos de los siglos XII y XIII, Y tal vez el más influyente de
los tres tanto en terreno religioso como en el social.
Bernardo pertenecía a una familia
noble de Dijon y en 1112 pidió ser admitido en la orden cisterciense. Estos monjes, desgajados de la observancia de Cluny iban a
conseguir, bajo la reforma de Bernardo, ser una de las Órdenes más poderosas de Europa. En apenas
cuarenta años, los monjes blancos tenían unas 343 abadías esparcidas por todo el
continente y su fuerza moral era tan grande que ocupaban los mejores puestos
como teólogos, obispos y cardenales y hasta hubo un Papa que perteneció al Císter.
Este éxito tan grande se debió a
que los planteamientos de Bernardo se basaban en una vuelta a la regla que San
Benito hubiera impuesto hacía ya 600 años, buscando el sacrificio, el silencio,
la pobreza absoluta y la entrega al trabajo y a la comunidad. El famoso ora y
labora, impuesto con severidad por Bernardo despertó la admiración de todos los
estamentos sociales y abrió las puertas a campesinos, menestrales y artesanos.
Su personalidad era extraordinaria
y su elocuencia convencía a todos por igual y fueron muchos los príncipes, reyes
y nobles guerreros que se sintieron fascinados por sus prédicas dominadas por la pasión y el convencimiento en lo que decía. Su opinión era
requerida para todos los asuntos divinos y mundanos y pocos se resistían a su poder de
convicción, en ocasiones incluso demasiado fulminante o soberbio.
Sólo a él se debe que el ideal del
Císter alcanzase tal reputación y jamás se conoció en la Iglesia, ni antes ni
después de él, un abad que tuviera tanto poder.
Este hombre poderoso, sin embargo, estaba
lastrado por una dolorosa enfermedad, una enfermedad denigrante para un santo y
un místico, alejado de las miserias de la carne. Sufría una serie de trastornos gástricos y digestivos que apenas le permitían asimilar
los alimentos por lo que se tuvo que cavar un receptáculo en el suelo, bajo el
asiento del coro que él ocupaba, pues según comía, "descomía", en
medio de un hedor que poco tenía de divino. Incluso, algunas temporadas, tuvo
que vivir aislado y en habitaciones alejadas de sus compañeros de Orden porque
su sola presencia resultaba repelente. Pero fue, sin duda, la fuerza de su espíritu
lo que hizo de él un trabajador infatigable y un escritor notable. Su obra los Sermones
sobre el Cantar de los Cantares es un libro magistral de la literatura mística.
A los 20 años de su muerte, ya
subió a los altares, lo que nos puede dar una idea del concepto de santidad de
que gozó Bernardo en su vida y tras su muerte.
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