San Ignacio (+ 110 d.C. aprox.), segundo sucesor de San Pedro en la sede de
Antioquía, fue martirizado durante el reinado del emperador Trajano (98-117 d.C.). En
camino a Roma, donde recibiría la corona del martirio, Ignacio escribió siete cartas que
constituyen un valiosísimo testimonio, tanto por su antigüedad como por su contenido.
San Ignacio de Antioquía es uno de los llamados «Padres Apostólicos», es decir,
aquellos escritores de la Iglesia primitiva que en algún modo conocieron o tuvieron trato
con alguno de los Apóstoles del Señor. La tradición atestigua que Ignacio fue oyente de
la predicación del apóstol Juan.
En la epístola dirigida a los efesios encontramos uno de los más antiguos
testimonios patrísticos sobre la virginidad de Santa María. Por otro lado, San Ignacio
es muy claro en su Cristología, afirmando la verdadera humanidad de Jesús así como su
verdadera divinidad, saliendo así al paso de la herejía docetista, que negaba la
verdadera humanidad de Jesús, y de los ebionitas, que negaban su divinidad.
* * * * *
Ignacio, llamado también Teóforo, a aquella que es grandemente bendecida en la
plenitud de Dios Padre, predestinada antes de los siglos a estar por siempre, para una
gloria que no pasa, inquebrantablemente unida y elegida en la pasión verdadera, por la
voluntad del Padre y de Jesucristo nuestro Dios, a la Iglesia digna de ser llamada
bienaventurada, que está en Éfeso de Asia, mi saludo en Jesucristo y en un gozo
irreprochable.
I. He acogido en Dios vuestro nombre bienamado, que habéis adquirido por vuestra
naturaleza justa, según la fe y la caridad en Cristo Jesús, nuestro Salvador; imitadores
de Dios, reanimados en la sangre de Dios, vosotros habéis llevado a la perfección la
obra que conviene a vuestra naturaleza. 2. Apenas habéis sabido en efecto que yo venía
de Siria encadenado por el Nombre y la esperanza que nos son comunes, esperando tener la
suerte, gracias a vuestras oraciones, de combatir contra las bestias en Roma, para poder,
si tengo esa suerte, ser discípulo; vosotros os apresurásteis en venir a verme. 3. Es
así que a toda vuestra comunidad he recibido, en el nombre de Dios, en Onésimo, varón
de una indecible caridad, vuestro obispo según la carne. Deseo que vosotros lo améis en
Jesucristo, y que todos os asemejéis a él. Bendito sea aquél que os a hecho la gracia,
a vosotros que habéis sido dignos, de tener tal obispo.
II. Para Burro, mi compañero de servicio, vuestro diácono según Dios, bendito
en todas las cosas, deseo que permanezca a mi lado para haceros honor a vosotros y a
vuestro obispo. En cuanto a Croco, digno de Dios y de vosotros, a quien he recibido como
una muestra de vuestra caridad, ha sido para mí consuelo en todas las cosas: quiera el
Padre de Jesucristo consolarlo también a él, junto con Onésimo, Burro, Euplo y
Frontón; en ellos es a todos vosotros a quienes he visto según la caridad. 2. Pueda yo
gozar de vosotros para siempre, si yo fuera digno de ello. Conviene, pues, glorificar en
toda forma a Jesucristo, que os ha glorificado a vosotros, a fin de que, reunidos en una
misma obediencia, sometidos al obispo y al presbiterio, vosotros seáis santificados en
todas las cosas.
III. Yo no os doy órdenes como si fuera alguien. Porque si yo estoy encadenado
por el Nombre, no soy aún perfecto en Jesucristo. Ahora, no he hecho más que comenzar a
instruirme, y os dirijo la palabra como a condiscípulos míos. Más bien, soy yo quien
tendrá necesidad de ser ungido por vosotros con fe, exhortaciones, paciencia,
longanimidad. 2. Pero ya que la caridad no me permite callar respecto a vosotros, es por
eso que he tomado la delantera para exhortaros a caminar de acuerdo con el pensamiento de
Dios. Porque Jesucristo, nuestra vida inseparable, es el pensamiento del Padre, como
también los obispos, establecidos hasta los confines de la tierra, están en el
pensamiento de Jesucristo.
IV. También conviene caminar de acuerdo con el pensamiento de vuestro obispo, lo
cual vosotros ya hacéis. Vuestro presbiterio, justamente reputado, digno de Dios, está
conforme con su obispo como las cuerdas a la cítara. Así en vuestro sinfónico y
armonioso amor es Jesucristo quien canta. 2. Que cada uno de vosotros también, se
convierta en coro, a fin de que, en la armonía de vuestra concordia, toméis el tono de
Dios en la unidad, cantéis a una sola voz por Jesucristo al Padre, a fin de que os
escuche y que os reconozca, por vuestras buenas obras, como los miembros de su Hijo. Es,
pues, provechoso para vosotros el ser una inseparable unidad, a fin de participar siempre
de Dios.
V. Si en efecto, yo mismo en tan poco tiempo he adquirido con vuestro obispo una
tal familiaridad, que no es humana sino espiritual, cuánto más os voy a felicitar de que
le estéis profundamente unidos, como la Iglesia lo está a Jesucristo, y Jesucristo al
Padre, a fin de que todas las cosas sean acordes en la unidad. 2. Que nadie se extravíe;
si alguno no está al interior del santuario, se priva del "pan de Dios"[1].
Pues si la oración de dos tiene tal fuerza, cuánto más la del obispo con la de toda la
Iglesia. 3. Aquél que no viene a la reunión común, ése ya es orgulloso y se juzga a
sí mismo, pues está escrito: "Dios resiste a los orgullosos"[2]. Pongamos,
pues, esmero en no resistir al obispo, para estar sometidos a Dios.
VI, I. Y mientras más vea uno al obispo guardar silencio, más se le debe
reverenciar; pues aquél a quien el Señor de la casa envía para administrar su casa,
debemos recibirlo como aquél mismo que lo ha enviado. Entonces está claro que debemos
ver al obispo como al Señor mismo. 2. Por otra parte, Onésimo mismo eleva muy alto
vuestra disciplina en Dios, expresando con sus alabanzas que todos vosotros vivís según
la verdad, y que ninguna herejía reside entre vosotros, sino que, por el contrario,
vosotros no escucháis a persona alguna que les hable de otra cosa que no sea de
Jesucristo en la verdad.
VII. Porque algunos hombres con perversa astucia tienen el hábito de tomar para
todo el Nombre, pero obrando de otro modo y de manera indigna de Dios; a aquellos, debéis
evitarlos como a las bestias salvajes. Son perros rabiosos, que muerden a escondidas.
Debéis estar en guardia, pues sus mordeduras esconden una enfermedad difícil de curar.
2. No hay más que un solo médico, carnal y espiritual, engendrado y no engendrado, Dios
venido en carne, en la muerte vida verdadera, Hijo de María e Hijo de Dios, primero
pasible y ahora impasible, Jesucristo Nuestro Señor.
VIII. Que nadie, pues, os engañe, como por otra parte, no os dejéis engañar,
siendo enteramente de Dios. Cuando sobre vosotros no se abata ninguna querella que pudiera
atormentaros, entonces quiere decir que verdaderamente vosotros vivís según Dios. Yo soy
vuestra víctima expiatoria, y por vuestra Iglesia yo me ofrezco en sacrificio, efesios,
Iglesia que es renombrada por los siglos. 2. Los carnales no pueden hacer las obras
espirituales, ni los espirituales las obras carnales, como tampoco la fe puede hacer las
obras de la infidelidad, ni la infidelidad las de la fe. Pero aquellas mismas obras que
vosotros hacéis en la carne son espirituales, pues es en Jesucristo que vosotros lo
hacéis todo.
IX,1. Yo he sabido que algunos venidos de allá han pasado por vosotros,
portadores de una mala doctrina, pero no les habéis permitido sembrarla entre vosotros,
tapasteis vuestros oídos para no recibir lo que ellos siembran, ya que vosotros sois
piedras del templo del Padre, preparados para la construcción de Dios Padre, elevados
hasta lo alto por la palanca de Jesucristo, que es la cruz, sirviendo como soga el
Espíritu Santo; vuestra fe os tira hacia lo alto, y la caridad es el camino que os eleva
hacia Dios. 2. Entonces todos vosotros sois también compañeros de ruta, portadores de
Dios y portadores del templo, portadores de Cristo, portadores de santidad, adornados en
todo de los preceptos de Jesucristo. Por mi parte, con vosotros me alegro porque he sido
juzgado digno de mantenerme con vosotros mediante esta carta y de regocijarme con vosotros
que vivís una vida nueva, no amando nada más que a Dios.
X. "Orad sin cesar"[3] por los otros hombres, porque hay en ellos
esperanza de arrepentirse, para que lleguen a Dios. Permitidles, pues, al menos por
vuestras obras, ser vuestros discípulos. 2. Frente a sus iras, vosotros sed mansos; a sus
jactancias, vosotros sed humildes; a sus blasfemias, vosotros mostrad vuestras oraciones;
a sus errores, vosotros sed "firmes en la fe"[4]; a su fiereza, vosotros sed
apacibles, sin buscar imitarlos. 3. Sed hermanos suyos por la bondad y buscad ser
imitadores del Señor: --¿quién ha sido objeto de mayor injusticia? ¿quién más
despojado? ¿quién más rechazado?-- para que ninguna hierba del diablo se encuentre
entre vosotros, sino que en toda pureza y templanza, vosotros permanezcáis en Jesucristo,
en la carne y el espíritu.
XI. Estos son los últimos tiempos; en adelante avergoncémonos y temamos que la
longanimidad de Dios no se torne en nuestra condenación. O bien temamos la "ira
venidera"[5], o bien amemos la gracia presente: o lo uno o lo otro. Solamente si
somos encontrados en Cristo Jesús entraremos en la vida verdadera. 2. Fuera de Él que
nada tenga valor para vosotros, sino Aquél por quien yo llevo mis cadenas, perlas
espirituales; quisiera resucitar con ellas, gracias a vuestra oración, de la que quisiera
ser siempre partícipe para ser hallado en la herencia de los cristianos de Éfeso, que
han estado siempre unidos a los apóstoles, por la fuerza de Jesucristo.
XII. Yo sé quién soy y a quién escribo: yo soy un condenado; vosotros, habéis
obtenido misericordia; yo estoy en el peligro; vosotros estáis seguros. Vosotros sois el
camino por donde pasan aquellos que son conducidos a la muerte para encontrar a Dios,
iniciados en los misterios con Pablo, el santo, quien ha recibido el martirio y es digno
de ser llamado bienaventurado. Pueda yo ser encontrado sobre sus huellas cuando alcance a
Dios; en todas sus cartas os recuerda en Jesucristo.
XIII. Poned, pues, empeño en reuniros más frecuentemente para rendir a Dios
acciones de gracia y alabanza. Porque cuando vosotros os reunís a menudo, las potestades
de Satanás son abatidas y su obra de ruina destruida por la concordia de vuestra fe. 2.
Nada es mejor que la paz, por la que se lleva a término toda guerra, tanto celeste como
terrestre.
XIV. Nada de todo eso os está oculto, si vosotros, por Jesucristo, tenéis a la
perfección la fe y la caridad, que son el principio y el fin de la vida: "el
principio es la fe, y el fin la caridad"[6]. Las dos reunidas, son Dios, y todo lo
demás que conduce a la santidad no hace más que seguirlas. 2. Nadie, si profesa la fe,
peca; nadie, si posee la caridad, aborrece. "Se conoce el árbol por sus
frutos"[7]: así aquellos que hacen profesión de ser de Cristo se reconocerán por
sus obras. Porque ahora la obra demandada no es la mera profesión de fe, sino el
mantenernos hasta el fin en la fuerza de la fe.
XV. Más vale callar y ser que hablar y no ser. Está bien enseñar, si aquél
que habla hace. No hay, pues, más que un solo maestro, aquél que "ha hablado y todo
ha sido hecho"[8] y las cosas que ha hecho en el silencio son dignas de su Padre. 2.
Aquél que posee en verdad la palabra de Jesús puede entender también su silencio, a fin
de ser perfecto, a fin de obrar por su palabra y hacerse conocido por su silencio. Nada es
oculto al Señor, sino que hasta nuestros mismos secretos están cerca de Él. 3. Hagamos,
pues, todo como aquellos en quienes Él habita, a fin de que seamos sus templos, y que Él
sea en nosotros nuestro Dios, como en efecto lo es, y se manifestará ante nuestro rostro
si lo amamos justamente.
XVI. No os equivoquéis, hermanos míos: aquellos que corrompen una familia
"no heredarán el Reino de Dios"[9]. 2. Así, si los que hacen eso son
condenados a muerte, [exclamdown]cuánto más aquél que corrompe por su mala doctrina la
fe de Dios, por la que Jesucristo ha sido crucificado! Aquél que así sea, irá al fuego
inextinguible y lo mismo aquél que lo escuchare.
XVII. Si el Señor ha recibido una unción sobre su cabeza, es a fin de exhalar
para su Iglesia un perfume de incorruptibilidad. No os dejéis, pues, ungir del mal olor
del príncipe de este mundo, para que él no os conduzca en cautividad lejos de la vida
que os espera. 2. ¿Por qué no nos hacemos todos sabios, al recibir el conocimiento de
Dios, que es Jesucristo? ¿Por qué perecemos tontamente, al desconocer el don que el
Señor nos ha enviado verdaderamente?
XVIII. Mi espíritu es víctima de la cruz, que es escándalo para los
incrédulos, pero para nosotros salvación y vida eterna[10]: "¿Dónde está el
sabio? ¿dónde el disputador?"[11], ¿dónde la vanidad de aquellos que llamamos
sabios? 2. Porque nuestro Dios, Jesucristo, ha sido llevado en el seno de María, según
la economía divina, nacido "del linaje de David"[12] y del Espíritu Santo. Él
nació y fue bautizado para purificar el agua por su pasión.
XIX. Al príncipe de este mundo le ha sido ocultada la virginidad de María, y su
alumbramiento, al igual que la muerte del Señor: tres misterios sonoros, que fueron
realizados en el silencio de Dios. 2. ¿Cómo, pues, fueron manifestados a los siglos? Un
astro brilló en el cielo más que todos los demás, y su luz era indecible, y su novedad
sorprendente, y todos los otros astros junto con el sol y la luna se formaron en coro
alrededor suyo y él proyectó su luz más que todos los astros. 2. Y ellos se turbaron
preguntándose de dónde venía esta novedad tan distinta de ellos mismos. 3. Entonces fue
destruida toda magia, y toda ligadura de malicia abolida, la ignorancia fue disipada, y el
antiguo reino arruinado, cuando Dios se manifestó hecho hombre, "para una novedad de
vida eterna"[13]. Y lo que había sido preparado por Dios se comenzó a realizar.
Desde entonces, todo se conmovió porque la destrucción de la muerte se preparaba.
XX. Si Jesucristo me concede la gracia, por vuestras oraciones, y si es su
voluntad, yo os explicaré en la segunda carta que debo escribiros la economía, de la que
he comenzado a tratar en lo concerniente al hombre nuevo, Jesucristo. Ella consiste en la
fe en Él y en el amor a Él, en su Pasión y su Resurrección. 2. Sobretodo si el Señor
me revela que cada uno en particular y todos juntos, en la gracia que viene de su Nombre,
os reunís en una misma fe, y en Jesucristo "del linaje de David según la
carne"[14], hijo del hombre e hijo de Dios, [os reunís] para obedecer al obispo y al
presbiterio en unidad de mente, rompiendo un mismo pan que es medicina de inmortalidad,
antídoto para no morir, y alimento para vivir en Jesucristo por siempre.
XXI. Yo soy vuestro rescate, por vosotros y por aquellos que, para honor de Dios,
habéis enviado a Esmirna, de donde os escribo, dando gracias al Señor, y amando a
Policarpo como os amo también a vosotros. Acordaos de mí así como Jesucristo se acuerda
de vosotros. 2. Rogad por la Iglesia que está en Siria, de donde soy conducido a Roma
encadenado, pues soy el último de los fieles de allá, y yo he sido juzgado digno de
servir al honor de Dios. Me despido en Dios Padre y en Jesucristo, nuestra común
esperanza.
........................
1. Jn 6, 33.
2. Prov 3,34; ver Stgo 4,6; 1Pe 5, 5.
3. 1Tes 5,17.
4. Col 1,23.
5. Mt 3,7.
6. 1Tim 1,5.
7. Mt 12,33.
8. Sal 32,9; 148,5.
9. 1 Cor 6,9-10.
10. Ver 1Cor 1,23-25
11. 1Cor 1,20.
12. Jn 7,42; Rom 1,3; 2Tim 2,8.
13. Rom 6,4.
14. Rom 1,3.
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