RESURRECCIÓN
Y ASCENSIÓN
DE JESUCRISTO
DE JESUCRISTO
Pronunciada
en Jerusalén, sobre lo de «resucitó al tercer día y ascendió a los cielos,
y está sentado a la derecha del Padre». El texto de partida es I Cor 15,1-4:
«Os recuerdo, hermanos, el Evangelio que os prediqué... y que resucitó al
tercer día según las Escrituras...»1.
La
alegría de la resurrección RS/ALEGRIA
1.
«Alégrate, Jerusalén y regocijaos con ella todos los que la amáis» (Is 66,
10a) pues Jesús ha resucitado. «Llenaos de alegría por ella todos los que por
ella hacíais duelo»2, al conocer los crímenes y delitos de los judíos. Pues
el que fue deshonrado por ellos en estos parajes ha sido devuelto de nuevo a la
vida. Y así como la conmemoración de la cruz aportó algo de tristeza, así la
fausta noticia de la resurrección debe alegrar a los aquí presentes. «Has
trocado mi lamento en una danza, me has quitado el sayal y me has ceñido de
alegría» (Sal 30,12); «mi boca está repleta de tu alabanza y de tu gloria
todo el día» (71,8), por causa del que, después de su resurrección, dijo;
«Alegraos» (Mt 28,9). Sé que en los días pasados los que aman a Cristo
estaban tristes cuando, al terminar nuestro discurso sobre la muerte y la
sepultura, y sin hacer un anuncio de la resurrección, el ánimo estaba
expectante para oír lo que deseaba. Pero aquél, después de muerto, resucitó
«libre entre los muertos» y como libertador de los muertos. El que
ignominiosamente fue coronado en su paciencia con corona de espinas, al
resucitar se ciñó con la diadema de la victoria sobre la muerte.
El
modo como se procederá
2.
Y al modo como hemos expuesto los testimonios relativos a su cruz, ahora
mostraremos con claridad la resurrección. Partimos de lo que el apóstol dice:
«...que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras»
(1 Cor 15,4). Así pues, puesto que el Apóstol nos remite a los testimonios de
las Escrituras, lo mejor será examinar en qué se apoya la esperanza de nuestra
salvación y comprobar, en primer lugar, si las Escrituras nos hablan con
precisión del tiempo de su resurrección: si ha tenido lugar en verano o en
otoño o después del invierno, o en qué lugar resucitó el Salvador, y cuál
es el nombre que en los profetas, hombres admirables, se atribuye al lugar de la
resurrección. O si las mujeres, que lo buscaban sin encontrarlo, de nuevo se
alegraron al encontrarlo de nuevo. De este modo, al leer los evangelios, sus
narraciones no se considerarán como fábulas ni como poemas épicos3.
La
previsión bíblica de la sepultura y resurrección de Jesús
3.
Que Jesús fue, pues, sepultado lo oísteis abiertamente en la catequesis
anterior4. Dice Isaías; «Cuando ante la desgracia es arrebatado el justo, se
va en paz» (Is 57, 1-2)5. Pues su sepultura pacificó el cielo y la tierra6,
acercando a los pecadores a Dios. Además: «Del rostro de la iniquidad es
arrebatado el justo» (Is 57,1 LXX) y «se puso su sepultura entre los
malvados» (Is 53,9). También está la profecía de Jacob,que dice en la
Escritura: «Se recuesta, se echa cual león, o cual leona, ¿quién le hará
alzarse? (Gén. 49,9b). Y es semejante este testimonio del libro de los
Números: «Se agacha, se acuesta, como león, como leona, ¿quién le hará
levantar?» (Núm 24,9)7. Y a menudo oísteis el salmo, que dice: «Tú me sumes
en el polvo de la muerte» (22,16). Y también hemos mencionado «Reparad en la
peña de donde fuisteis tallados» (Is 51,1) refiriéndonos al lugar8. Después
relacionamos los testimonios de la misma resurrección.
La
resurrección en Sal 16 (Hech. 2,25 as) y Sal 30
4.
En primer lugar, pues, en el Salmo 12 dice: «por la opresión de los humildes,
por el gemido de los pobres, ahora me alzo yo, dice Yahvé» (12,6). Pero este
testimonio es para algunos todavía dudoso, pues a menudo se levanta airado para
tomar venganza de los enemigos (cf. 7,7). Acércate entonces al Salmo 16, que
claramente dice: «Guárdame, oh Dios, en ti está mi refugio» (16,1). Y, más
abajo: «yo jamás derramaré sus libámenes de sangre, jamás tomaré sus
nombres en mis labios» (16,4), puesto que, renegando de mí, hicieron del
César su rey9. Y, más abajo: «Pongo a Yahvé ante mí sin cesar; porque él
está a mi diestra, no vacilo» (16,8). Y, a continuación: «Por eso se me
alegra el corazón, mis entrañas retozan». Y después: «Pues no has de
abandonar mi alma al sheol, ni dejarás a tu amigo ver la fosa» (16,9a.10)19.
No ha dicho «ni dejarás a tu amigo ver la muerte», pues en ese caso no
habría muerto, sino «la corrupción»11, puesto que no permaneceré en la
muerte. «Me enseñarás el camino de la vida» (16,11): claramente se anuncia
la vida después de la muerte. Ven ahora al Salmo 30: «Yo te ensalzo, Yahvé,
porque me has levantado; no dejaste reírse de mí a mis enemigos» (Sal 30,1).
¿Qué ha sucedido? ¿Has sido liberado de los enemigos o has sido soltado para
que te golpeasen? Lo dice con toda claridad: «Tú has sacado, Yahvé, mi alma
del sheol» (Sal 30,4). Decía proféticamente: «No dejarás...» (cf.
16,9.10). Pero aquí, hablando del futuro como cosa ya realizada, dice: «...has
sacado mi alma... me has recobrado de entre los que bajan a la fosa» (30,4).
¿En qué tiempo sucederá esto?: «Por la tarde, visita de lágrimas y, por la
mañana, gritos de alborozo» (30,6). Por la tarde estaban de luto los
discípulos, y por la mañana se alegraron de la resurrección.
El
lugar de la resurrección
5.
¿Quieres conocer también el lugar? Es en el Cantar de los Cantares donde dice:
«Al nogueral había yo bajado» (Cant 6,11). «En el lugar donde había sido
crucificado había un huerto» (Jn 19,41). Y aunque ahora, gracias a la
generosidad del emperador, se encuentra magníficamente embellecid012, antes era
sólo un huerto del que quedan sus vestigios y restos. «Huerto, cerrado, fuente
sellada» (Cant 4,12), precisamente por los judíos, que dijeron: «Recordamos
que ese impostor dijo cuando aún vivía: "A los tres días
resucitaré". Manda, pues, que quede asegurado el sepulcro...» (Mt
27,63-64). Y poco después: «Ellos fueron y aseguraron el sepulcro, sellando la
piedra y poniendo la guardia» (27,66). A ellos se les dice hermosamente: «Lo(s)
juzgarás en el descanso» Job 7,18 LXX). Pero ¿quién es la «fuente sellada»
(Cant 4,12) o la «fuente de los huertos, pozo de aguas vivas» (4,15)? Es el
Salvador, del cual está escrito: «En ti está la fuente de la vida» (Sal
36,9).
La
resurrección de Cristo como «testimonio»
6.
¿Y qué es lo que sofonías dice a los discípulos acerca de la persona de
Cristo? «Dispónte, levántate de mañana, pues su racimo se ha podrido» (Sof
3,7 LXX). Se trata del de los judíos, en los que no queda uva ni racimo de
salvación, pues se ha arrancado su viña. Mira cómo habla a los discípulos:
«Prepárate, levántate temprano. Espera de mañana la resurrección». Y
después, según lo que sigue y el tenor mismo de la Escritura, dice: «Por eso,
esperadme—dice el Señor—hasta el día de mi resurrección como testimonio»
(Sof 3,8 LXX). Ves también que el profeta previó el lugar del testimonio, que
había de llamarse «martyrion»13. Pues ¿por qué razón este lugar del
Gólgota y de la resurrección no se llama «iglesia» como los demás, sino «Martyrion»?
Es tal vez a causa de lo que dijo el profeta: «el día de mi resurrección como
testimonio».
También
los hijos de Dios dispersos aceptarán la resurrección y sus señales
7.
¿Quién es el que resucita y cuáles son sus signos? Lo dice con evidencia
continuando el mismo texto profético? «Convertiré entonces la lengua de los
pueblos» (Sof 3,9) como quiera que después de la resurrección tras el envío
del Espíritu Santo, se dio el don de lenguas (Hech 2,4), «para que invoquen
todos el nombre de Yahvé y le sirvan bajo un mismo yugo» (Sof 3,9). ¿Y qué
otro símbolo se añade, en el mismo profeta, de que servirán al Señor «bajo
un mismo yugo?» «Desde allende los ríos de Etiopía, mis suplicantes, mi
Dispersión, me traerán mi ofrenda» (3,10). Ves que eso está escrito en los
Hechos cuando el eunuco etíope llega desde los confines de los ríos de
Etiopía (Hech 8,27). Las Escrituras señalan, por tanto, el momento y las
circunstancias de tiempo y lugar, además de los signos que siguieron a la
resurrección. Ten, pues, una fe firme en la resurrección y que nadie te aparte
de confesar a Cristo resucitado de entre los muertos.
Valor
profético de Sal 88
8.
Recibe también otro testimonio del salmo 88, cuando es Cristo el que
proféticamente dicen: «Yahvé Dios de mi salvación, ante ti estoy clamando
día y noche» (Sal 88,2) y, poco después: «Soy como un hombre acabado:
relegado entre los muertos» (88,5-ó). No dice «soy un hombre acabado», sino
«como un hombre acabado»: no ha sido crucificado porque le falten fuerzas,
sino voluntariarnente. Ni tampoco le llegó la muerte por una debilidad
involuntaria. «Me has echado en lo profundo de la fosa» (v. 7). Y, ¿cuál fue
la señal de esto?: «Has alejado de mí a mis conocidos»9. De hecho, huyeron
sus discípulos (Mt 26,56). «¿Acaso para los muertos haces maravillas?» (Sal
88,11). Y, poco después: «Mas yo grito hacia ti, Yahvé, de madrugada va a tu
encuentro mi oración» (v. 14). ¿Es que no ves cómo también se aclaran las
circunstancias de tiempo tanto de la pasión como de la resurrección?
El
lugar te la resurrección, en la parte exterior de la ciudad
9.
¿Pero desde qué lugar resucitó El Salvador? Dice en el Cantar de los
Cantares: «Levántate, amada mía, hermosa mía y vente» (Cant 2,10). Y en lo
que sigue: «En la grieta de la roca» (2,14). Habla de la grieta de la roca, la
entrada que entonces había antes de la puerta del sepulcro del Salvador15 y que
estaba excavada en la misma roca, como suele hacerse en las entradas de los
sepulcros. Ya no se puede ver actualmente porque, al colocar toda la
ornamentación actual, se suprimió aquel abrigo. Anteriormente a la actual
estructura del monumento, de magnificiencia regia, había una cavidad antes de
la roca. Pero ¿dónde está la roca en la que se encontraba esa cavidad?
¿Está tal vez en medio de la ciudad o próxima a las murallas y a los
extremos? ¿O en las antiguas murallas o en los antemurales? Pues dice en el
Cantar de los Cantares: «En la cavidad de la roca junto al muro exterior» (Cant
2,14 LXX).
Tuvo
lugar en el tiempo de la Pascua
10.
¿En qué época resucitó el Salvador? ¿En la estación de verano o en otra?
También en el Cantar de los cantares, muy próximo a lo que se acaba de citar,
dice: «Porque, mira, ha pasado ya el invierno, han cesado las lluvias y se han
ido. Aparecen las flores en la tierra, el tiempo de la poda ha llegado» (Cant
2,11-12a LXX). ¿Es que la tierra está ahora llena de flores y se podan las
viñas? Te das cuenta de cómo dijo que el invierno había pasado. Pues cuando
llega el mes Xántico16, inmediatamente viene la primavera. Pero en esta época
cae el primer mes del calendario hebreo y en él se celebra la fiesta de la
Pascua, que antes era en imagen y en figura, y ahora es la verdadera. Esta es la
época de la creación, pues es entonces cuando dijo Dios: «produzca la tierra
vegetación: hierbas que den semillas y árboles frutales que den fruto, de su
especie, con su semilla dentro, sobre la tierra» (Gén I, I I ). Y ahora, como
ves, germina ya toda clase de hierba. Y del mismo modo que cuando entonces hizo
Dios el sol y la luna, distribuyó entre ambos el curso de los días y las
noches, así pocos días antes era el tiempo del equinoccio. Y entonces dijo
Dios: «hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra» (Gén
1,26). Y realmente lo que recibió fue a imagen y semejanza de Dios, pero lo
oscureció y entenebreció por la desobediencia. Pero en el mismo momento en que
sufrió esta pérdida, tuvo también lugar la reparación. Después de ser
creado el hombre, fue expulsado del paraíso por su desobediencia, pero en el
mismo momento el que creyó fue introducido en él por la obediencia17. La
salvación fue a la vez que la caída. Cuando «aparecen las flores... y el
tiempo de la poda ha llegado» (cf. Cant 2,12 LXX).
Sepultado
después de muerto, se aparece Jesús a los discípulos
11.
El lugar de la sepultura era un huerto, y había plantada una vid. El había
dicho: «Yo soy la vid» Jn 15,1. Está colocada en la tierra para que quedase
erradicada la maldición que se introdujo por causa de Adán. La tierra estaba
condenada a producir espinas y abrojos. Pero de la tierra se alzó la vid
verdadera para que se cumpliese lo dicho: «La verdad brotará de la tierra, y
de los cielos se asomará la justicia (Sal 85,12). ¿Y que habrá de decir el
que está sepultado en el huerto?: «He tomado mi mirra con mi bálsamo» (Cant
5,1). Y también: «Mirra y áloe, con los mejores bálsamos» (4,14). Pero
estos son los símbolos de la sepultura, y en los Evangelios se dice: «Fueron
(las mujeres) al sepulcro llevando los aromas que habían preparado» (Lc 24,1).
«Fue también Nicodemo... con una mezcla de mirra y áloe» (}n 19,39). Y
también se dicen a continuación: «He comido mi pan con mi miel» (Cant 5,1
LXX). Lo amargo, antes de la pasión, y lo dulce después de la resurrección.
Después, vuelto a la vida, entró por unas puertas que estaban cerradas (Juan
20,19). Pero se resistían a creer, pues creían ver un espíritu (Lc 24,37).
Pero él les dijo: «Palpadme y ved» (Lc 24,39; cf. 37-41). «Meted los dedos
en el agujero de los clavos» como exigía Tomás (Jn 20,24-29). Y «como ellos
no acabasen de creerlo a causa de la alegría y estuviesen asombrados, les dijo:
"¿Tenéis aquí algo de comer?" Ellos le ofrecieron parte de un pez
asado» (Lc 24,41-42). Ahí se ve cómo se ha cumplido lo que se ha dicho: «He
comido mi pan con mi miel».
Las
mujeres, rápidas al sepulcro
12.
Pero antes de entrar por las puertas cerradas, lo estaban buscando a él, esposo
y médico de las almas, aquellas mujeres buenísimas y dotadas de una fortaleza
viril. Llegaron aquellas bienaventuradas al sepulcro y buscaban al que ya había
resucitado (cf. Mt 28,1-6). Las lágrimas les brotaban de los ojos cuando en
realidad era ya momento de alegrarse y de cantar a coro por el resucitado. Vino
María buscándolo, como está en el Evangelio (Jn 20,1 ss) y no lo encontró;
lo oyó después de boca de los ángeles y finalmente vio a Cristo (20,11-18) .
¿Acaso no constaban ya estas cosas por escrito? Pues se dice en el Cantar de
los Cantares: «En mi lecho he buscado al amor de mi alma». Pero ¿en qué
momento?: «En mi lecho, por las noches, he buscado al amor de mi alma».
María, dice, llegó «cuando todavía estaba oscuro» (Jn 20,1). «En mi lecho,
por las noches, he buscado al amor de mi alma. Lo busqué y no lo hallé» (Cant
3,1). Y en los evangelios es también María la que dice: «Se han llevado a mi
Señor, y no se dónde lo han puesto» (Jn 20,13). Pero los ángeles presentes
deshicieron esta ignorancia diciendo: «¿Por qué buscáis entre los muertos al
que está vivo?» (Lc 24,5). No resucitó solo, sino llevando consigo a otros
muertos. Pero ella no lo sabía. En referencia a ella cuando se dirige a los
ángeles, dice el Cantar de los Cantares: «"Habéis visto al amor de mi
alma?». Apenas habíamos pasado—es decir, a los dos ángeles—, cuando
encontré al amor de mi alma. Lo aprehendí y no lo soltaré» (3,3-4).
Aparición
a las mujeres
13.
Después de la visión de los ángeles fue Jesús el que se anunció a sí
mismo. Dice el Evangelio: «En esto, Jesús les salió al encuentro y les dijo:
'¡Dios os guarde!'. Y ellas, acercándose, se asieron a sus pies» (Mt 28,9).
Lo asieron para que se cumpliese aquello: «Lo aprehendí y no lo soltaré» (Cant
3,4). La mujer era de cuerpo débil, pero de ánimo viril. Las aguas no apagaron
el amor ni lo anegaron los ríos (cf. Cant 8,7). Al que se buscaba estaba
muerto, pero no se había apagado la esperanza de la resurrección. Y el ángel
les dijo de nuevo: «Vosotras no temáis» (Mt 28,5). No digo que no temáis a
los soldados, sino que no estéis temerosas. Sientan ellos temor, para que,
instruidos por la experiencia, den testimonio y digan: «Verdaderamente éste
era Hijo de Dios» (Mt 27,54). Pero vosotros no debéis temer, pues «el amor
perfecto expulsa el temor» (I Jn 4,18) . «Y ahora id enseguida a decir a sus
discípulos», etc. (Mt 28,7). «Ellas partieron a toda prisa del sepulcro, con
miedo y gran gozo» (28,8). ¿También esto está escrito? Dice, en efecto, el
salmo segundo, enunciando la pasión de Cristo: «Servid a Yahvé con temor y
regocijaos en estremecimiento ante él» (Sal 2,11 LXX). «Regocijaos», por el
Señor que ha resucitado, pero «en estremecimiento» por causa del terremoto y
del ángel que apareció con el fulgor de un relámpago.
Jesús
resucita, aunque el sepulcro estaba sellado y vigilado
14.
Los príncipes de los sacerdotes y los fariseos sellaron el sepulcro tras
advertírselo a Pilato, pero las mujeres vieron al Resucitado. E Isaías, que
conocía, por una parte, la futilidad de los sumos sacerdotes y, de otro lado,
la fortaleza de fe de las mujeres, dice: «Mujeres, que venís de la visión,
daos prisa, pues no hay un pueblo que tenga inteligencia» (Is 27,11 LXX). Los
sumos sacerdotes están desprovistos de inteligencia, y las mujeres están
mirando con sus mismos ojos19. Y cuando fueron a aquellos los soldados
comunicándoles todo lo que había sucedido (Mt 28,11), les advirtieron:
«Decid: "Sus discípulos vinieron de noche y lo robaron mientras nosotros
dormíamos"» (28,13). Correctamente lo predijo esto también Isaías
hablando como por ellos: «Habladnos cosas halagüeñas, contemplad ilusiones»
(Is 30,11). Pero él ha resucitado y se ha alzado, mas ellos con donativos en
dinero sobornan a los soldados (28,15). Pero los soldados no necesitan convencer
ahora a los actuales emperadores. Pues los soldados de entonces traicionaron a
la verdad con dinero, pero los actuales emperadores edificaron esta santa
Iglesia de la Resurrección de Dios Salvador, en la cual estamos y a la que
embellecieron con plata y oro, ornamentándola a base de altares también con
oro, plata y piedras preciosas. «Y si la cosa llega a oídos del procurador,
nosotros le convenceremos y os evitaremos complicación» (Mt 28,14). A él le
persuadieron, pero no al mundo entero. ¿Y cómo es que, al salir Pedro de la
cárcel, fueron condenados sus guardianes (Hech 12,19), mientras que no
sufrieron castigo los que custodiaban a Jesús? En realidad, la pena a aquellos
les fue impuesta por Herodes, pues no tenían excusa por ignorancia, pero estos
otros, que supieron la verdad y la ocultaron por dinero, fueron respetados por
los sumos sacerdotes (cf. Mt 28,15). Unos pocos judíos creyeron entonces la
fábula, pero en la verdad creyó el orbe entero. Los que ocultaron la verdad
quedaron sepultados en el olvido, pero los que la acogieron aparecieron a la luz
pública movidos por la fuerza del Salvador. Este no sólo se alzó de entre los
muertos, sino que llevó consigo también a otros muertos, de cuya persona dice
claramente el profeta Oseas: «Dentro de dos días nos dará la vida, al tercer
día nos hará resurgir y en su presencia viviremos» (Os 6,2)20.
Los
apóstoles, testigos de la resurrección, son también hebreos
15.
Al no convencer las Sagradas Escrituras a los judíos, que no obedecen, y al
contradecir ellos mismos la resurrección de Jesús, lo mejor sería hablarles
así: ¿Por qué, mientras afirmáis que Eliseo y Elías han resucitado a
muertos (cf. 2 Re 4,20 se; 1 Re 17,17-24) os obcecáis en contra de la
resurrección de nuestro Salvador? ¿O es que a los que actualmente vivimos no
nos valen los testigos de entonces? Buscad, pues, vosotros testigos de aquella
época21. Si lo de aquella época está escrito, también esto está escrito.
¿Por qué aceptáis una de las cosas y rechazáis la otra? los hebreos pusieron
por escrito aquellos hechos anteriores. Pero todos los apóstoles fueron
también hebreos. ¿Por qué, si son judíos, no les creéis? Mateo, al escribir
su evangelio, lo hizo en lengua hebrea22. Pablo, el predicador era «hebreo e
hijo de hebreos» (Flp 3,5). Y los doce apóstoles eran todos hebreos.
Posteriormente, los quince obispos de Jerusalén han sido, en sucesión
ininterrumpida, también todos hebreos. ¿Por qué razón, pues, mientras
admitís lo vuestro, creéis que se ha de rechazar lo nuestro, que ha sido
puesto por escrito por hebreos de vuestra raza?
La
resurrección de Jesús es mayor milagro que las obradas por Ellas y Eliseo
16.
Pero es imposible, dirá alguno, resucitar muertos. Pero Eliseo obró una y otra
vez resurrecciones, tanto estando en vida (2 Re 4,20 ss) como después de su
muerte (2 Re 13,21). Si creemos que un cadáver arrojado al suelo resucitó al
contacto con Eliseo, que yacía allí muerto ¿no resucitó Cristo de entre los
muertos? Además, resucitó aquel que estaba muerto y tocó a Eliseo, pero el
que lo hizo alzarse permaneció, sin embargo, muerto, como ya estaba antes. Pero
el muerto del que nosotros hablamos resucitó y resucitaron otros muchos muertos
que a él ni siquiera le habían tocado: «Muchos cuerpos de santos difuntos
resucitaron. Y, saliendo de los sepulcros después de la resurrección de él,
entraron en la Ciudad Santa—claramente se trata de la ciudad en la que
estamos23—y se aparecieron a muchos» (Mt 27,52-53). Eliseo hizo ciertamente
resucitar a un muerto, pero no consiguió dominar el orbe; Elías resucitó a un
muerto, pero los demonios no se sometieron en nombre de Elías. Sin embargo, no
hacemos de menos a los profetas, sino que celebramos con mayor magnificencia a
quien es Señor de ellos. En realidad, no ensalzamos lo nuestro empequeñeciendo
aquello, pues también aquello es nuestro. Más bien conciliamos la fe en lo
nuestro con las cosas de ellos24.
Jonás,
imagen de la muerte y resurrección de Jesús
17.
Pero dicen insistentemente: Es un muerto recientemente difunto que ha sido
resucitado por un vivo, pero mostradnos que es posible que resucite un muerto de
tres días y que sea llamado de nuevo a la vida un hombre que esté ya tres
días sepultado. Pero, si buscamos una tal prueba, nos la suministra el Señor
Jesús en los evangelios al decir: «Porque de la misma manera que Jonás estuvo
en el vientre del cetáceo tres días y tres noches, así también el Hijo del
hombre estará en el seno de la tierra tres días y tres noches» (Mt 12,40;
cf.Jon 2,1). Y cuando indagamos con cuidado la historia de Jonás, es grande la
semejanza con lo nuestro. Jesús fue enviado a predicar la conversión: también
Jonás (1,2 es) fue enviado (a lo mismo). Pero éste, al no saber el futuro,
huye: aquél, en cambio, accedió a anunciar la penitencia de salvación. Jonás
dormía en la nave, y lo hacía profundamente (1,5) mientras el mar estaba
encrespado por la tempestad: también, cuando Jesús se encontraba durmiendo, se
encrespó el mar por determinados designios (Mt 8,24-25), para que después se
reconociese el poder del que estaba durmiendo (8,27). Aquellos decían: «¿Qué
haces aquí dormido? ¡Levántate e invoca a tu Dios! Quizás Dios se preocupe
de nosotros y no perezcamos» (Jon 1,6). Y aquí dicen al Señor: «¡Señor,
sálvanos!» (Mt 8,25). Allí decían: «¡Invoca a tu Dios!». Y aquí;
«¡sálvanos!». Aquél dice: «Agarradme y tiradme al mar, y el mar se os
calmará» (Jn 1,12). Este, «increpó a los vientos y al mar, y sobrevino una
gran bonanza» (Mt 8,26). Aquél fue a parar al vientre de la ballena (Jon 2,1),
pero éste descendió por su propia voluntad al lugar donde la muerte tragaba a
los hombres. Descendió voluntariamente para que la muerte vomitase a aquellos
que se había tragado, según aquello que está escrito: «De la garra del sheol
los libraré, de la muerte los rescataré» (Os 13,14).
18.
Llegados a esta parte del discurso, consideremos si es más dificil que un
hombre sepultado salga del suelo. ¿O acaso no se deshace y se corrompe un
hombre en el vientre de un cetáceo, tragado en las vísceras cálidas de un ser
vivo? ¿Quién ignora que es tanto el calor que hay en el vientre que deshace
incluso los huesos que se devoran? Y Jonás, tras habitar tres días y otras
tantas noches en el vientre de la ballena, ¿no estaría corrompido y deshecho?
Siendo idéntica la naturaleza de todos los hombres, y no pudiendo vivir sin
respirar el aire, ¿cómo pudo vivir tres días sin él? Responden los judíos y
dicen: Juntamente con Jonás, cuando se agitaba en el sheol, descendió el poder
de Dios. Dios daba así vida a su siervo otorgándole su poder. ¿Y no podía
Dios darse ese poder a sí mismo? Si aquello era creíble, también esto lo es;
y si esto no se puede creer, tampoco aquello. A mí ambas cosas me parecen
igualmente creíbles. Creo que Jonás fue protegido, pues «para Dios todo es
posible» (Mt 19,26). También creo que Cristo resucitó de entre los muertos.
Tengo múltiples testimonios de esta realidad, tanto de las Sagradas Escrituras
como del mismo Resucitado, todos válidos hasta el día de hoy: el que
descendió a los infiernos solo volvió acompañado de muchos25, pues descendió
a la muerte y muchos cuerpos de los santos que habían muerto fueron resucitados
por él (Mt 27,52).
En
el abismo, la victoria sobre la muerte
19.
La muerte quedó aterrorizada al ver que descendía al infierno alguien distinto
que no estaba sujeto por las cadenas de este lugar (cf. Hech 2,24). ¿Por qué
razón, guardianes del infierno, os llenasteis de pavor al verlo? (cf. Job 38,17
LXX). ¿Os invadió un temor descarado? Huyó la muerte y esa fuga delataba su
temor. Acudieron los santos profetas. Moisés el legislador, Abraham, Isaac y
Jacob, David y Samuel, Isaías y Juan Bautista, que dice y testifica: «¿Eres
tu el que ha de venir, o debemos esperar a otro?» (Mt 11,3). Han sido redimidos
todos los santos que la muerte se había tragado. Lo que debía ser es que el
Rey que había sido predicado fuese en realidad el libertador de los mejores
augurios. Por eso ha dicho alguno entre los justos: «¿Dónde está, oh muerte,
tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?» (1 Cor 15,55). Es el
autor de la victoria el que nos ha liberado26.
Más
datos sobre Jonás como imagen de Cristo muerto y resucitado
20.
Jonás fue figura de este nuestro Salvador orando desde el vientre del cetáceo
diciendo: «Desde mi angutia clamé a Yahvé y él me respondió: desde el seno
del sheol grité, y tu oíste mi voz» (Jan 2,3). Estaba en el interior de la
ballena, pero dice que estaba en el infierno: era figura de Cristo, que en su
momento habría de descender a los infiernos27. Y poco después, hablando
proféticamente con toda claridad acerca de la persona de Cristo, dice; «A las
raíces de los montes descendí» (2,7). ¿De qué montes hablas si estás en el
vientre de la ballena? Es que sé -dice- que soy imagen de aquél que será
colocado en el sepulcro excavado en piedra. Cuando Jonás se encontraba en el
mar, dice: «Descendí a la tierra» (2,7 LXX), siendo así imagen de Cristo,
que descendió hasta las entrañas de la tierra (Mt 12,39-40)28. Previó
también el fraude de los judíos induciendo a los soldados a mentir y
diciéndoles: «Decid que lo robaron» (cf. Mt 28,13). Lo previó diciendo:
«Observando cosas vanas y falsas, abandonan la misericordia para con ellos» (Jan
2,9, mejor LXX). De hecho, vino quien se compadecía de ellos, y fue crucificado
y resucitó tras haber dado el don de su preciosa sangre en favor de judíos y
gentiles. Ellos, sin embargo, dicen: «Decid que lo robaron», haciendo así
observancia de cosas vanas y de falsedadess. De su resurrección dice también
Isaías: «El que sacó de entre los muertos al gran pastor de las ovejas, en la
sangre de una alianza eterna» (Is 63,11)29. Añadió lo de «grande» para que
no fuese contado entre los pastores de la categoría de los anteriores.
Las
apariciones del Resucitado
21.
Con todos estos datos proféticos, despiértese en nosotros la fe. Caigan los
que caen por infidelidad según su capricho. Tú, en cambio, te has mantenido
firme sobre la roca de la fe en la resurrección: que ningún hereje te arrastre
nunca a infamar la resurrección. Pues, hasta el día de hoy, los maniqueos
dicen que la resurrección del Salvador fue simulada y no verdadera. Tenemos,
además, a Pablo, que escribe30: «Nacido del linaje de David según la carne»
(Rm 1,3); y continúa: «...por su resurrección de entre los muertos» (1,4)31.
Y, por otra parte, dirige contra ellos sus palabras diciendo: «No digas en tu
corazón "¿quién subirá al cielo?" es decir: para hacer bajar a
Cristo; o bien: "¿quien bajará al abismo?", es decir: para hacer
subir a Cristo de entre los muertos» (Rm 10,6-7). Igualmente, en otro lugar,
previniéndonos, escribe: «Acuérdate de Jesucristo, resucitado de entre los
muertos» (2 Tim 2,8). Y también: «Y si no resucitó Cristo, vacía es nuestra
predicación, vacía también vuestra fe. Y somos convictos de falsos testigos
de Dios porque hemos atestiguado contra Dios que resucitó a Cristo, a quien no
resucitó» (1 Cor 15,14-15). Y, en lo que sigue dice: «¡Pero no! Cristo
resucitó de entre los muertos como primicias de los que durmieron» (15,20).
«Se apareció a Cefas y luego a los Doce» (15,5). Si no aceptas la fe de uno
sólo, tienes ahí doce testigos. «Después se aparecidas a más de quinientos
hermanos a la vez» (15,6). Si a aquellos doce tampoco les creían, que hagan
caso a estos quinientos. «Luego se apareció a Santiago» (15,7), su hermano33,
primer obispo de esta parroquia34. Si este obispo tan importante vio a
Jesucristo resucitado, no reniegues de la fe tú que eres discípulo suyo. Pero
si dices que Santiago dio testimonio por ser hermano suyo, «en último término
se me apareció también a mí» (15,8), Pablo, su enemigo. ¿Cómo poner en
duda el testimonio de uno que ha sido su enemigo y ahora lo anuncia? Antes fui
perseguidor (cf. I Tim 1,13) y ahora anuncio la resurrección.
Personas
y objetos materiales, testigos de la resurrección
22.
Muchos son los testigos de la resurrección del Salvador. Era la noche y había
luna llena, la decimosexta noche35. La roca del sepulcro que acogió a Cristo y
la piedra que resistió en su cara a los judíos: esa piedra vio al Señor, la
piedra que fue removida de su sitio (Mt 28,2), ella da testimonio de la
resurrección estando allí tirada hasta el día de hoy. Los ángeles de Dios,
allí presentes, dieron testimonio de la resurrección del Unigénito (Lc 24,4
ss). Pedro y Juan, Tomás y todos los demás apóstoles, algunos de los cuales
corrieron hasta el sepulcro (Jn 20,4) y vieron los lienzos de la sepultura en
los que había estado envuelto y que habían quedado allí después de la
resurrección (20,6-7). Otros tocaron sus manos y sus pies y contemplaron las
señales de los clavos (20,27). Y todos recibieron a la vez el soplo del
Salvador y la potestad de perdonar los pecados en virtud del Espíritu Santo
(20,22-23). Las mujeres que se asieron a sus pies observaron la magnitud del
terremoto y el fulgor del ángel que allí estaba (28,2-5), así como los
lienzos que le envolvían y que, al resucitar, abandonó allí. Son testigos
también los soldados y el dinero que se les dio (Mt 28,15), el lugar, que
todavía puede verse, y el santo edificio de esta Iglesia, edificada, por amor a
Cristo, por el emperador Constantino, de feliz memoria, y que, como ves, está
tan embellecida.
Otros
testimonios de la resurrección y la ascensión
23.
También la que fue resucitada en su nombre, Tabita, es testigo de la
resurrección (cf. Hech 9,40). Pues, ¿quién dejará de creer en la
resurrección de Cristo, cuando su mismo nombre hizo resucitar a muertos?
También el mar, como ya oíste36, es testigo de la resurrección de Jesús.
Testigos son la captura de los peces, las brasas encendidas y las viandas
preparadas (Jn 21,6.9). También da testimonio Pedro, que antes le había negado
tres veces, pero después le confesó otras tres veces, recibiendo el encargo de
apacentar las ovejas espirituales (21,15-17). Hasta el día de hoy existe el
Monte de los Olivos, que muestra a los ojos de los fieles quién es el que
ascendió sobre la nube y que es la puerta de la ascensión a los cielos. En
Belén había descendido de los cielos, pero ascendió a los cielos desde el
monte de los Olivos. Desde allí vino hasta los hombres para entablar su combate
y es aquí donde es coronado tras su lucha. Tienes, pues, numerosos testigos,
tienes este mismo lugar de la resurrección y tienes el lugar de la ascensión,
situado, desde nuestra posición, al Oriente. Tienes como testigos a los
ángeles que allí testificaron y a la nube que se elevó. Y asimismo a los
discípulos que desde allí bajaron (cf. Hech 1,9.12).
La
ascensión37
24.
El ordenamiento de la doctrina de la fe ya nos advertía de que habláramos
también sobre la ascensión, pero la gracia de Dios dispuso las cosas de manera
que ayer, que era domingo, oyeses, en la medida de nuestras fuerzas, hablar de
esto. Fue porque, por gracia de Dios, las lecturas de la reunión litúrgica
contenían lo referente a la ascensión de nuestro Salvador a los cielos. Lo que
dijimos fue de cara a todas las personas y por causa de la multitud de fieles
reunidos. Pero, sobre todo, ayer hablamos de esto pensando en ti. Queremos ver
ahora si atendiste a lo que se dijo. Pues sabes que la fe enseña que creas en
aquel «que resucitó al tercer día, y ascendió a los cielos y está sentado a
la derecha del Padre». Creo que recordarás lo que expusimos, aunque, sin
demasiada insistencia, te haré memoria de lo que dijimos. Acuérdate de que en
los Salmos está escrito claramente; «Sube Dios entre aclamaciones» (Sal
47,6). Las Potestades divinas clamaban unas a otras: «Puertas, levantad
vuestros dinteles» (Sal 24,7), etc. Téngase en la mente el otro salmo: «Tú
has subido a la altura, conduciendo cautivos» (Sal 68,19)33. Y acuérdate del
profeta, que dice: «El que edifica en los cielos sus aletas moradas» (Am
9,ó). Y todas las demás cosas que ayer se dijeron a causa de las
contradicciones de los judíos.
Argumentos
a favor de la posibilidad de la Ascensión
25.
Pues cuando se han opuesto, juzgándola imposible, a la ascensión del Salvador,
acuérdate de lo que se dice de la traslación de Habacuc (Dan 14,33-39). Pues
si Habacuc fue transportado por el ángel cogiéndolo por los pelos de la
cabeza, mucho más el Señor de los profetas y de los ángeles, subiendo en una
nube desde el Monte de los Olivos, pudo preparar su ida a los cielos y por su
propio poder. Retén también en tu mente otras cosas semejantes, teniendo en
cuenta que la grandeza es del Señor, que hace tales maravillas: aquellos eran
llevados y éste es el que «todo lo sostiene» (cf. Hebr 1,3). Recuerdas que
Henoc fue trasladado (Gén 5,24), pera Jesús ascendió. Recuerda las cosas que
ayer se dijeron de Elías: que Elías fue tomado en un carro de fuego (2 Re
2,11), pero el carro de Cristo fueron «los carros de Dios, por millares de
miríadas»; y que Elías fue tomado al Este del Jordán (2,1 1.14-15) mientras
que Cristo ascendió al Este del torrente Cedrón; que aquél ascendió «como
hacia el cielo» (2 Re 2, 11 LXX) pero Jesús lo hizo «al cielo»; y que el
primero había dicho a su discípulo que le daría dos partes de su espíritu39,
pero Cristo ha concedido a sus discípulos una participación tan grande en la
gracia del Espíritu Santo que no lo posean sólo para ellos, sino que también
por la imposición de las manos lo otorguen a los que creen en él (Hech
8,14-17).
La
gloria supereminente de Cristo
26.
Cuando hayas luchado contra los judíos y los hayas vencido con estas
comparaciones, acércate entonces a la supereminente gloria del Salvador:
mientras ellos son siervos, él es Hijo de Dios. Verás cuánto sobresale él al
pensar que el Siervo de Cristo40 fue llevado hasta el tercer cielo. Pues si
Elías llegó hasta el primer cielo y Pablo hasta el tercero (2 Cor 12,2)41, es
evidente que este último consiguió una mayor dignidad. No te avergüences de
tus apóstoles. No son menos dignos que Moisés ni inferiores a los profetas,
sino que son buenos con los buenos y mejores que los buenos. Pues Elías fue
verdaderamente tomado al cielo, pero Pedro tiene las llaves del reino de los
cielos después de oír aquello: «Todo lo que desatares sobre la tierra,
quedará desatado en los cielos» (Mt 16,19). Elías fue llevado al cielo, pero
Pablo al cielo y al paraíso (era bueno que los discípulos de Jesús recibiesen
una gracia más abundante): «Oyó palabras inefables que el hombre no puede
pronunciar (2 Cor 12,4). Pero Pablo descendió de nuevo, y no porque fuese
indigno de habitar en el tercer cielo, sino—tras recibir unos dones que
superan la condición humana—abandonando aquel honor y tras anunciar a Cristo,
para sufrir la muerte por él y conseguir la corona del martirio. El resto de
esta argumentación, que ayer sostuve en la asamblea dominical, lo he pasado
ahora por alto, pues para unos oyentes con inteligencia basta esta sola
mención.
El
Hijo está sentado desde la eternidad junto al Padre
27.
Acuérdate también de las cosas que muchas veces he dicho sobre el Hijo sentado
a la derecha del Padre. Es lo que se contiene en la secuencia de las
afirmaciones de la fe: «ascendió a los cielos y está sentado a la derecha del
Padre». No nos preguntemos tanto por la «razón» de este estar sentado, pues
supera nuestra inteligencia. Ni nos apoyemos en aquellos que perversamente
sostienen que, después de la cruz, la resurrección y la vuelta a los cielos,
entonces comenzó el Hijo a estar sentado a la derecha del Padre. Pues
«sentarse» no fue para él una adquisición, sino que está sentado junto al
Padre por aquello que es42. El profeta Isaías, al contemplar este trono antes
de la venida en carne del Salvador, afirma: «Vi al Señor sentado en un trono
excelso y elevado», etc. (6,1). Pues al Padre «nadie lo ha visto jamás» (Jn
1,18; cf. I Tim 6,16)43. A quien el profeta vio entonces era el Hijo. Y el
salmista dice: «Desde el principio tu trono está fijado, desde siempre existes
tú» (Sal 93,2)44. Como hay muchos testimonios de todo esto (el trono es
evidentemente eterno) baste, por lo avanzado de la hora, con lo dicho.
Importancia
de Sal 110.1: «Dijo el Señor a mi Señor...». Otros testimonios
28.
/Sal/109/110/01/Cirilo: Intentaremos resumiros algunas de las cosas dichas sobre
este tema de que el Hijo está sentado a la derecha del Padre. El Salmo 110 dice
abiertamente: «Dice el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha, hasta que
ponga a tus enemigos como escabel de tus pies» (110,1). Cuando el Salvador
confirma esto en los evangelios, señala que David no dijo estas cosas por sí
mismo, sino que lo dijo por inspiración del Espíritu de Dios. Lo dice (Jesús)
con estas palabras: «Pues ¿cómo David, movido por el Espíritu, le llama
Señor, cuando dice: "Dijo el Señor a mi Señor, siéntate a mi
diestra..."» (Mt 22,43-44). Y en los Hechos de los Apóstoles, el día de
Pentecostés, estando en pie Pedro con los once, y hablando a los israelitas,
recuerda con las mismas palabras este testimonio del salmo 110 (Hech 2,34).
29.
Hay que traer también a la memoria algunos otros testimonios semejantes sobre
el estar sentado el Hijo a la derecha del Padre. En el evangelio según San
Mateo está escrito: «Os declaro que a partir de ahora veréis al Hijo del
hombre sentado a la diestra del Poder...» (Mt 26,64). El apóstol Pedro escribe
cosas acordes con esto, al mencionar: «...por medio de la Resurrección de
Jesucristo, que, habiendo ido al cielo, está a la diestra de Dios...» (1 Pe
3,21,22). Y el apóstol Pablo escribe a los Romanos diciendo: «Cristo Jesús,
el que murió; más aún el que resucitó, el que está a la derecha de
Dios...» (Rm 8,34). Y, escribiendo a los Efesios, se expresa de este modo:
«...conforme a la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo,
resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su diestra en los cielos» (Ef
1,19-20), además de lo que sigue. A los Colosenses les instruía de este modo:
«Así pues, si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde
está Cristo sentado a la derecha de Dios». Y en la epístola a los Hebreos
dice: «Después de llevar a cabo la purificación de los pecados, se sentó a
la diestra de la Majestad en las alturas» (Hebr 1,3). Y por otra parte: «¿A
qué ángel dijo alguna vez: "Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus
enemigos por escabel de tus pies"» (1,13; cf. Sal 110,1). Además: «El,
por el contrario, habiendo ofrecido por los pecados un sólo sacrificio, se
sentó a la diestra de Dios para siempre45, esperando desde entonces hasta que
sus enemigos sean puestos por escabel de sus pies» (Hebr 10,12-13)46. Y de
nuevo: «Fijos los ojos en Jesús, el que inicia y consuma la fe, el cual, en
lugar del gozo que se le proponía, soportó la cruz sin miedo a la ignominia, y
está sentado a la diestra del trono de Dios» (12,2)
Conclusión:
esperamos a Cristo
30.
Y aunque hay otros muchísimos testimonios acerca de que el Unigénito está
sentado a la derecha de Dios, estos nos son suficientes en este momento. Pero
repetimos de nuevo la advertencias47 de que no ha conseguido esta prerrogativa
de «estar sentado» tras su venida en la carne, sino que antes de todos los
siglos el Hijo unigénito de Dios, nuestro Señor Jesucristo, posee desde la
eternidad este trono a la derecha del Padre. Y el mismo Dios de todas las cosas,
Padre de Cristo, y nuestro Señor Jesucristo, que descendió y ascendió (cf.
Ef4,10)48 y está sentado junto al Padre, guarden vuestras almas; conserven
inconmovible e inmutable vuestra esperanza en aquel que resucitó; que os
levanten de vuestros pecados ya muertos hasta su don celestial; os hagan dignos
de que seáis «arrebatados en nubes... al encuentro del Señor en los aires» (cf.
I Tes 4,17) en el tiempo oportuno. Y mientras llega el tiempo de su segunda y
gloriosa venida, inscriba los nombres de todos vosotros en el libro de los vivos
sin que nunca borre después lo escrito una vez (son borrados los nombres de
muchos que caen) (cf. Apoc 3,5 con Sal 69,29). Os conceda a todos vosotros creer
en el que resucitó, y esperar al que bajó y de nuevo volverá sentado en lo
alto (pero no vendrá de la tierra: protégete a ti mismo, oh hombre, de los
impostores que habrán de sobrevenir). El está aquí junto a nosotros,
fortaleciendo las actitudes de cada uno y la firmeza de su fe. Pues no debes
pensar que lo que ahora no está presente en carne está por ello ausente en
espíritu (cf. Col 2,5). Está aquí en medio oyendo lo que se dice de él y
viendo lo que piensas en tu interior, escrutando corazones y entrañas (cf. Sal
7, 11,20: Apoc 2,23). Los que ahora estén preparados acérquense al bautismo, y
todos vosotros presentaos al Padre en el Espíritu Santo y decid: «Aquí
estamos yo y los hijos que Dios me ha dado» (Is 8,18; cf. Hebr 2,13). A él sea
la gloria por los siglos. Amén.
........................
1.
El tema de la catequesis es la resurrección de Jesucristo. Sólo al final, muy
brevemente, se tocan la ascensión y el «está sentado a la derecha del
Padre». En general, la presente catequesis tiene un marcadísimo carácter
apologético frente a los judíos, pero también frente a maniqueos y otros. De
ahí se explica la insistencia en numerosos detalles relativos a personas,
lugares, momentos y otras circunstancias. Para un lector actual es muy
importante atender a la concepción cristiana del hombre que explícita o
implícitamente se deriva de las palabras de Cirilo. Diversas cuestiones se
irán comentando en las notas al texto. PG 33,823 VII, de cuenta de los códices
utilizados.
2.
Is 66,10 y su contexto se refieren primariamente a Jerusalén, dentro de un tono
apocalíptico que sugiere claras actitudes de alegría y esperanza.
Naturalmente, todo esto tiene mucho más sentido desde la realidad de la
resurrección de Jesucristo.
3.
El fuerte carácter apologético de la catequesis, señalado en la nota I, es
también una defensa de carácter bastante positivo: se intenta defender, muy
especialmente frente a los judíos, la realidad de Jesucristo resucitado, pero
la impresión que el lector recibe no es simplemente la de que se está a la
defensiva como quien está asediado por multitud de razonamientos en contra.
Más bien se trata, en conjunto, de un imponente muestrario de textos bíblicos.
El objetivo no es un cosido artificioso de unos textos con otros, sino hacer ver
que múltiples estratos de la Escritura apuntan hacia la resurrección de
Cristo, incluso en detalles nimios. Es algo parecido a lo que, por ejemplo,
pretende el evangelio de Mateo cuando tantas veces señala aquello de «para que
se cumpliese lo dicho por la Escritura» (o se dice lo mismo con otras
expresiones semejantes). En último término, subyace aquí también la idea
general -en este caso moviéndose, sin embargo, en el ámbito de la
resurrección- de que la EscrItura encuentra su cumplimiento y su plenitud en
Cristo, en quien todas las afirmaciones bíblicas se llenan de sentido.
4.
Cat. 13, núm. 34.
5.
La versión de los LXX favorece una interpretación más centrada en el hecho de
la sepultura de Jesús.
6.
Posible alusión a Col 1,20: «...pacificando, mediante la sangre de su cruz, lo
que hay en la tierra y en los cielos».
7.
Núm 24,9 pertenece al oráculo de Balaam, llamado por el Rey Balaq, de Moab,
para maldecir a los israelitas que pasan por su territorio. La interpretación
del versículo (sorprendentemente de redacción muy semejante a Gén 49,9 aunque
es dificil identificar con seguridad una fuente redaccional común) la realiza
Cirilo en referencia clara a la resurrección: «levantar», «alzarse».
8.
Es decir, refiriendo Is 51,1 a la roca en que estaba excavado el sepulcro de
Jesús (Mt 27,60).
9.
Alusión a Jn 19,15, cuando en la acusación contra Jesús la gente grita: «No
tenemos más rey que el César». Las palabras de Sal 16,4 las interpreta Cirilo
como pronunciadas por Cristo -es muy frecuente en la tradición patrística
entender numerosos salmos como dichos en primer lugar por Cristo, con lo que
frecuentemente adquieren un sentido profético más acentuado. Así, en este
caso, al señalar los acusadores de Jesús que su rey es el César romano
-cuando, en realidad, odiaban la ocupación imperial- están renegando de
Jesús. Es esto lo que proféticamente habría quedado dicho en Sal 16,4.
10.
La Biblia de Jerusalén comenta: «El salmista ha elegido a Yahvé. El realismo
de su fe y las exigencias de su vida mística piden una intimidad indisoluble
con él: necesita, pues, escapar a la muerte que le separaría de él. Sal 6,6,
cf. Sal, 49, 16 ss. Esperanza imprecisa aún, que preludia la fe en la
resurrección...». En cuanto a Sal 16, 9-10, citado en el texto, es conveniente
señalar, con respecto a su interpretación profética y cristológica, la
mención que de él se hace en Hech 2,25-28 dentro del primer anuncio de la
resurrección que recogen los Hechos, el día de Pentecostés. Con ello, la
interpretación dada del salmo viene avalada por el mismo Nuevo Testamento.
11.
O «la fosa» en el texto original del salmo.
12.
Cirilo tiene presente aquí la basílica de la Resurrección, que con el aspecto
con que podia contemplarse en la época de las catequesis provenía del
emperador Constantino, que había muerto unos diez años antes.
13.
«Martyrion» o «Martyrium» es, en las antiguas catacumbas romanas, el lugar
que contenía los restos de los mártires allí enterrados. El juego de palabras
que hace Cirilo se explica por el sentido de mártir y martirio, que
etimológicamente significan «testigo» y «testimonio». El nombre se aplica
aquí también al sepulcro de Jesús.
14.
Cirilo añade aquí entre paréntesis: «pues el que entonces hablaba es el que
más tarde estuvo presente». PG 33,831, nota 87, remite a Is 52,6: «Por eso mi
pueblo conocerá mi nombre en aquel día y comprenderá que yo soy el que decia:
"Aquí estoy"». Sobre esta interpretación cristocéntrica de los
salmos y otros textos veterotestamentarios, cf. la anterior nota 9.
15.
Puesto que antes de entrar al lugar propiamente de la sepultura, existía una
antecámara o vestíbulo.
16.
Marzo.
17.
Cf. la comparación entre la desobediencia y la obediencia del primero y del
último Adán en cat. 15, núm. 31.
18.
Se refiere de nuevo al Cantar de los Cantares.
19.
La frase parece estar tomada de la ya mencionada homilía de Cirilo Sobre el
paralítico.
20.
Probablemente el texto más claro del Nuevo Testamento sobre que Jesús, en su
resurrección, «arrastró», es decir, hizo vivir la resurrección a otros
muchos con ella, es Ef 4, 7-11, especialmente por la utilización que se hace de
Sal 68,19:
7«A
cada uno de nosotros le ha sido concedido el favor divino a la medida de los
dones de Cristo
8Por
eso dice: "Subiendo a la altura, llevó cautivos y dio dones a los
hombres" (Sal 68,19).
9¿Qué
quiere decir "subió" sino que también bajó a las regiones
inferiores de la tierra?
10Este
que bajó es el mismo que subió por encima de todos los cielos, para llenarlo
todo.
11
El mismo 'dió' a unos el ser apóstoles; a otros profetas; a otros,
evangelizadores; a otros, pastores y maestros...».
El
descenso «a las regiones inferiores de la tierra» es el descenso a los
infiernos del que ya se ha hablado. Pero aquí interesa la idea de la «subida»
(vv. 9 y 10) argumentada mediante la cita de Sal 68,19, cuyo contexto histórico
es otro, pero que aquí se aplica a la victoria de Cristo en: «Subiendo a la
altura, llevó cautivos». Es la idea que litúrgicamente se expresa como que
«en la muerte de Cristo nuestra muerte ha sido vencida y en su resurrección
hemos resucitado todos» (Prefacio Pascual, Il). Al vencer la muerte y alzarse
de nuevo hasta el Padre, Cristo ha llevado libres consigo a todos los cautivos
del pecado y de la muerte haciendo de ellos hombres nuevos. Es el efecto de la
«justificación» del pecador (cf. Rom 4,25, que describe a Cristo como «quien
fue entregado por nuestros pecados (Is 53,6), y fue resucitado para nuestra
justificación». Las ideas paulinas sobre «fe», «resurrección»,
«justificación» son plenamente pertinentes en todo este contexto para
completar concepciones a veces simplemente apologéticas de la resurrección.
Debe tenerse además en cuenta que la resurrección deJesús no es sólo su
recuperación como «redivivo». Se trata de un Jesús que posee un nuevo
principio vital y al cual todos los cristianos están llamados a ser asociados:
«...Sabiendo que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere
más, y que la muerte no tiene ya señorío sobre él» (Rm 6,9). El componente
ético que de aquí resulta para el cristiano en la vida ordinaria es, mucho
más que una consecuencia lógica, una liberación del pecado y unas actitudes
éticas posibilitadas por la acción de Jesucristo resucitado en el hombre (6,
11; para las explicaciones detalladas de Pablo, cf. I Cor 15).
21.
La argumentación es: A nosotros nos valen los testigos de la resurrección de
Jesús si a vosotros os valen los testimonios de las resurrecciones que se
operaron por medio de Elías y Eliseo.
22.
El original del evangelio de Mateo fue escrito en realidad en arameo. Pero ésta
era la lengua usualmente hablada y utilizada en tiempos de Jesús.
23.
Esta observación añadida por Cirilo da a entender que se trataba de la entrada
en la ciudad de Jerusalén, aunque no, como otros han interpretado a veces, de
la entrada en la Jerusalén celeste tras una resurrección definitiva.
24.
Cuando la catequesis afirma que Eliseo «no consiguió dominar el orbe» o que
«los demonios no se sometieron en nombre de Elías» pese a los hechos de
resurrección narrados, se está implícitamente diciendo algo esencial: la
resurrección de Cristo no es sólo, como ya se ha indicado, «volver a vivir».
Cf. la anterior nota 20. En este sentido, la resurrección de Jesús es
cualitativamente diferente de lo que son las resurrecciones de la hija de Jairo
(Mt 9,18-19, 23-26 par), del hijo de la viuda de Naim (Lc 7,11-17) o de Lázaro
(Jn 11,1-44), puesto que la resurrección de Cristo es definitiva y marca el
comienzo de una nueva humanidad.
25.
Vid. la anterior nota 20 en lo relativo a Ef 4,7-11.
26.
I Pe 3,18-22 es tal vez el texto que expresa de manera más bella que el rescate
de Cristo tiene como destinatarios a los hombres de todas las épocas: «En el
espíritu fue también a predicar a los espíritus encarcelados, en otro tiempo
incrédulos, cuando les esperaba la paciencia de Dios» (19-20a). Los vv. 20b-21
utilizan el arca de Noé como imagen del bautismo, en el que el hombre se salva
de ser engullido por las aguas de la muerte. El tema del «descenso a los
infiernos» sigue así, vivo en el pensamiento de Cirilo.
27.
Como añadidura a lo dicho sobre el descenso a los infiernos, cf H.U von
BALTHASAR El misterio pascual en: Mysterium Salutis (eds. J. FEINER y M. LÖHRER),
t. III, Madrid 2ª, 1980, 738-760 («Entre los muertos (Sábado Santo)»).
28.
Cf. las notas de la Biblia de Jerusalén a estos versículos.
29.
La cita se transcribe según los Setenta, pero según también el estado de
algunos códices de la catequesis (cf PG 33,849, nota 3). Por otra parte, la
concordancia es así perfecta con el texto aludido a continuación, Hebr 13,20:
«...el Dios de la paz que suscitó de entre los muertos a nuestro Señor
Jesús, el gran Pastor de las ovejas en virtud de la sangre de una Alianza
eterna».
30.
Aceca del Hijo de Dios.
31.
Rom 1,3-4 es importante para una comprensión en síntesis de la realidad de
Jesucristo. Habla Pablo, al comienzo de la epístola, del Evangelio «3 acerca
de su Hijo, nacido del linaje de David según la carne, 4 constituido Hijo de
Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por su resurrección de entre
los muertos». En el contexto de la catequesis interesa subrayar aquí que la
vida y la actividad ministerial de Jesús son un camino o proceso en el que él
alcanza la plena manifestación de su poder como Hijo de Dios cuando llega a la
Resurrección («constituido Hijo de Dios con poder») en la unión con «el
Espiritu de santidad», en la unidad con el cual y con el Padre tiene sentido
toda su existencia, que sólo en cuanto a la debilidad creatural puede ser
entendida en su humanidad («nacido del linaje de David, según la carne»).
Naturalmente esto no obsta a que el Hijo de Dios ha tenido siempre la misma
dignidad por generación eterna del Padre.
32.
En los momentos decisivos en que se habla de que, después de su resurrección
«se apareció» Jesús a los apóstoles o a otros el verbo es «ophthe» que,
por ser aoristo pasivo, se debe traducir por «fue hecho ver» y, en este caso,
«se hizo ver» o «se dejó ver». Esta ligera apreciación lingüística hace
ver algo importante: la iniciativa de dejarse encontrar y, en definitiva de
«aparecerse» corresponde exclusivamente al Resucitado. H.U. von BALTHASAR,
utilizando palabras de H. SCHLIER (que aquí se transcribirán entre comillas)
lo expresó perfectamente: «Unánimemente se habla de encuentros con el Cristo
vivo. "El encuentro que viven los testigos procede de él. Ese encuentro
-palabra y signo, saludo y bendición, llamada, interpelación y enseñanza,
consuelo e instrucción y misión, fundación de una comunidad nueva- es puro
don" (hasta aquí Schlier). Como en los encuentros humanos, entran en éste
también en juego los sentidos de quienes lo viven: ven y oyen, tocan e incluso
degustan... Pero el acento no recae en las experiencias sensibles, sino
únicamente en el objeto. Y éste, el Cristo vivo, se muestra por sí desde sí.
Este es el significado del «ophthe» que aparece en textos decisivos (I Cor
15,3 ss: cuatro veces; Lc 24,34 en el encuentro con Simón; Hech 13,31; a
propósito de las apariciones a Pablo, Hech 9,17, 16,9, 21,16)» (H.U. von
BALTHASAR. op. cit., en nota 27, 780).
33.
Primo, pariente, próximo...
34.
Naturalmente «parroquia» se refiere aquí a la sede episcopal de Jerusalén.
La palabra ha pasado por sentidos de mayor o menor amplitud a lo largo de la
historia de la Iglesia, especialmente en la época antigua.
35.
Del mes de Nisán.
36.
En esta misma catequesis, a propósito de Jonás, núms. 17-18.
37.
Al comienzo del presente párrafo se menciona que la catequesis fue pronunciada
el día siguiente a un domingo, en el que las lecturas reflejaron la Ascensión.
Se da esto como razón de que la Ascensión sólo se mencione brevemente cuando
la catequesis entra en su sección final.
38.
Cf. Ef 4,8. Sobre algunas implicaciones de estos pasajes cf., anteriormente, la
nota 20.
39.
Según la petición de 2 Re 2,9.
40.
Se refiere a San Pablo. La comparación fisica de las «alturas» de los cielos
sólo se entiende desde una imagen antigua del firmamento.
41.
2 Cor 12,2 «Sé de un hombre en Cristo, el cual hace catorce años -si en el
cuerpo o fuera del cuerpo no lo sé, Dios lo sabe- fue arrebatado hasta el
tercer cielo...». La expresión hasta el tercer cielo significa simplemente
«hasta lo más alto de los cielos» y da fe de experiencias espirituales de
Pablo. Es evidente que la ascensión de Jesús debe entenderse desde otras
categorías: es la vuelta al Padre, de quien Jesús nunca había dejado de estar
viviendo. Recuérdese la trascendencia de la expresión Abba. Pero Jesús ha
vivido en la tierra «en estado de humillación», mientras ahora—y son
expresiones de la antigua teología—entra «en estado de exaltación». La
descripción de los momentos descendente (la kenosis) y ascendente, (ascensión,
exaltación, glorificación) en la persona de Jesucristo alcanza en el Nuevo
Testamento uno de los momentos más brillantes en Flp 2,5-11. Cf. ibid. los vv.
9-11 en cuanto a la glorificación de Cristo.
42.
De nuevo se defiende Cirilo frente a una concepción «evolutiva» de la persona
de Jesucristo. Cf. la nota 31.
43.
La afirmación, completa, de Jn 1,18: «A Dios nadie lo ha visto jamás; el Hijo
único, que está en el seno del Padre, él lo ha contado». Colocado este
versículo, además, al final del «prólogo» del cuarto evangelio, hace ver
perfectamente que el cristianismo es una concepción de Dios esencialmente
cristocéntrica. El cristiano encuentra a Dios a través de Jesucristo, aunque
eso no excluya otras posibilidades, a distintos niveles, de encontrar a Dios.
44.
Todo el salmo puede entenderse también en sentido cristológico.
45.
La expresión es equivalente al ya comentado «ephápax» (por ej. en 10,10 y,
antes, en 7,27, en el contexto del valor definitivo del sacrificio de Cristo:
«esto lo realizó de una vez para siempre, ofreciéndose a si mismo»). El
sacrificio y la muerte de Cristo, la resurrección y la glorificación junto al
Padre tras la ascensión son realidades que han sucedido «de una vez por
todas» porque es definitiva la victoria de Cristo sobre la muerte.
46.
Se alude una vez más a Sal 110,1, insistiendo de nuevo en su interpretación
cristológica.
47.
Cf. supra, núm. 27.
48.
Para detalles, cf. supra, nota 20.
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