En verdad os digo que algunos de los aquí presentes no gustarán la muerte 1.
«En verdad os digo». Esto es un juramento de Cristo y debemos creer a Cristo que jura.
Como en el Antiguo Testamento se dice: «Vivo yo, dice el Señor», así en el Nuevo
Testamento se dice: «En verdad, en verdad os digo». Amén, amén significa en verdad, en
verdad. La Verdad dice la verdad para vencer la mentira.
«En verdad os digo que algunos de los aquí presentes...» Me dirijo a vosotros,
mis discípulos —viene a decir el Señor—, no hablo a los judíos, que tienen
los oídos cerrados y mi palabra no puede penetrar en ellos... Que algunos de los aquí
presentes no gustarán la muerte, hasta que vean el Reino de Dios. Hermosamente dice el
Señor de los que están en pie, que no gustarán la muerte, pues quien está en pie, por
el hecho de mantenerse en pie, no gusta de la muerte. También Moisés dice en el
Deuteronomio: «Durante cuarenta días y cuarenta noches estuve de pie en el monte con
Dios» 2. Durante cuarenta días estuvo en pie Moisés solo y, por ello, mereció recibir
la ley. Esta se da a los que están en pie, no a los que yacen. Analicemos cada una de las
palabras, para poder penetrar en los misterios del texto sagrado. Si los vestíbulos son
tan hermosos, ¡cuánto más lo será la misma casa! «No gustarán la muerte» Hay
distintos géneros de muerte: unos gustan la muerte, otros la ven, otros la comen, algunos
quedan saturados, otros reconfortados. Pero los apóstoles, porque estaban en pie, y
porque eran apóstoles, por ello mismo, no gustaron la muerte. De momento hemos dicho esto
en sentido alegórico, de acuerdo con aquellas palabras: «¿Quién es el hombre que viva
y no vea la muerte?»3. Al preguntar ¿quién?, quiere decir —el salmista— que
es imposible o que es difícil. El Señor dice: «No gustarán la muerte». Por tanto, hay
algunos que no gustarán la muerte; mas que no vean la muerte, esto es difícil. Aquí, de
todos modos, debemos entender que se trata de la muerte por el pecado: «Pues el alma, que
pecare, morirá»4. Difícil es, por tanto, que alguien viva y no vea la muerte. Ahora
bien, entre ver y gustar hay diferencia: el que ve, ve ciertamente, pero no gusta,
mientras que el que gusta, necesariamente ve.
Veamos qué cosa es gustar y qué cosa es ver la muerte. Por ejemplo, he visto
una mujer hermosa y mi alma quiso desearla, pero el temor de Dios arroja este deseo. He
aquí un ejemplo de que he visto la muerte, pero no la he gustado. Mas en caso de que la
haya visto y la haya deseado, ya he adulterado en mi corazón, en cuyo caso he gustado la
muerte. Esto es gustar la muerte: no comerla, no quedar reconfortado, sino algo así como
degustarla un poco con el alma. Los apóstoles, en cuanto apóstoles, no gustaron
ciertamente la muerte. Pero si yo pecara una y otra vez y fornicara con frecuencia, ya no
sólo habría gustado la muerte, sino que incluso habría quedado saturado de ella. Fijaos
bien en lo que dice el profeta. No dice: «¿Quién es el hombre que viva y no guste la
muerte?», sino: «¿Quién es el hombre que viva y no vea la muerte?» Pues es difícil
que haya alguien, a quien no tiente la concupiscencia, a quien no agiten las tentaciones.
Cuanto hemos dicho hasta el momento ha sido en consonancia con una
interpretación más sublime. Hablemos ahora del relato histórico. El Señor dijo a los
discípulos que son muchos los aquí presentes que no gustarán la muerte, hasta que vean
venir el reino de Dios en todo su poder. Lo que dice exactamente es esto: no morirán
antes de que me hayan visto a mí reinar. Éste es el sentido histórico de lo que dice
Jesús.
Y sigue el evangelista: Seis días después, toma Jesús consigo a Pedro,
Santiago y Juan, y los lleva, a ellos solos, aparte, a un monte alto, y se transfiguró
delante de ellos 5. Lo que equivale a decir que los apóstoles vieron a Cristo tal como
tenía que reinar. Viéndole transfigurado en el monte, lo vieron transfigurado en su
propia gloria, tal como tenía que reinar.
Así pues, a esto se refieren las palabras «no gustarán la muerte, hasta que
vean el reino de Dios»: a lo que ocurrió seis días después 6.
En el Evangelio según San Mateo se dice «Y sucedió el día octavo» 7. Parece,
por tanto, que hay una diferencia desde el punto de vista literal: Mateo dice ocho días y
Marcos seis. Pero hemos de tener en cuenta que Mateo incluye el primero y el último de
los ocho días, mientras que Marcos cuenta sólo los seis que median entre uno y otro 8.
Esto es lo que dice literalmente el Evangelio: que subió al monte, que se
transfiguró, que aparecieron Moisés y Elías coloquiando con él, que Pedro, encantado
por aquella visión tan hermosa, le dijo: Señor, ¿quieres que hagamos tres tiendas, una
para ti, otra para Moisés, y otra para Elías? 9 y dice en seguida el evangelista: pues
no sabían qué decir, ya que estaban atemorizados 10. Y a continuación dice que se
formó una nube, y que esta misma nube, que era blanca, les cubría con su sombra, y que
vino una voz del cielo, que decía: «Este es mi hijo amado, escuchadle». Y de pronto,
mirando en derredor, no vieron a nadie más que a Jesús 11. Éste es el contenido
histórico del relato. En él se fijan los que aman la historia, los que aceptan solamente
la opinión judaica, los que siguen la letra que mata, y no el espíritu que vivifica.
Nosotros no negamos la historia, sino que preferimos el sentido espiritual del
texto. Por lo demás, esta interpretación no es propiamente nuestra: seguimos la
interpretación de los apóstoles, sobre todo la del «vaso de elección» 12, que a
aquellas palabras, a las que los judíos daban un sentido que conduce a la muerte, supo
él dar otro sentido que conduce a la vida, es decir, el apóstol que enseña que Sara y
Agar simbolizan las dos alianzas, la del monte Sinaí y la del monte Sión. En efecto,
como referencia a las dos alianzas interpreta esto el apóstol: «Estas mujeres son las
dos alianzas»'3. ¿Acaso no existió Agar? ¿Acaso no existió Sara? ¿Acaso no existe el
monte Sinaí? ¿Acaso no existe el monte Sión? El apóstol no niega la historia, sino que
descubre los misterios, y no dice simplemente que «las dos mujeres representan las dos
alianzas», sino que «ellas son las dos alianzas».
«Y seis días después toma Jesús consigo a Pedro, Santiago y Juan». «Seis
días después». Pedid al Señor que estas cosas sean explicadas según el mismo
Espíritu, por quien han sido dictadas. «Y sucedió seis días después». ¿Por qué no
nueve, o diez, o veinte, o cuatro, o cinco días después? ¿Por qué no se toma ningún
número anterior o posterior, sino que se elige precisamente el seis? «Y sucedió, dice
el Evangelio, seis días después». Éstos que están con Jesús —al menos se dice
de algunos de los que están allí—: éstos no verán el reino de Dios, hasta
después de seis días. Es decir, que hasta que no haya pasado este mundo representado en
los seis días, no aparecerá el reino verdadero. Cuando hayan pasado los seis días,
quien fuere Pedro, es decir, quien, como Pedro de la piedra, haya recibido de Cristo el
nombre, merecerá ver el reino. Pues así como de Cristo nos llamamos cristianos, de la
piedra es llamado Pedro, o sea, petrinos. Y si alguien de entre nosotros fuera un petrinos
tal, esto es, tuviera una fe tan grande que sobre él se edificase la Iglesia de Cristo;
si alguien fuera como Santiago y Juan, hermanos no tanto por la sangre cuanto por el
espíritu; si alguien fuera Santiago, esto es, el que derriba, y Juan, esto es, gracia del
Señor (pues cuando hayamos derribado a nuestros enemigos, entonces mereceremos la gracia
de Cristo); si alguien estuviera en posesión de las verdades más sublimes y del
conocimiento más excelente, y mereciera ser llamado hijo del trueno, aún entonces es
necesario que sea llevado por Jesús al monte.
Observad al mismo tiempo que Jesús no se transfigura mientras está abajo: sube
y entonces se transfigura. Y los lleva a ellos solos, aparte a un monte alto, y se
transfiguró delante de ellos, y sus vestidos se volvieron resplandecientes y
blanquísimos 14. Incluso hoy en día Jesús está abajo para algunos, y arriba para
otros. Los que están abajo tienen también abajo a Jesús y son las turbas que no pueden
subir al monte —al monte suben tan sólo los discípulos, las turbas se quedan
abajo—; si alguien, por tanto, está abajo y es de la turba, no puede ver a Jesús en
vestidos blancos, sino en vestidos sucios. Si alguien sigue la letra y está totalmente
abajo y mira la tierra a la manera de los brutos animales, éste no puede ver a Jesús en
su vestidura blanca. Sin embargo, quien sigue la palabra de Dios y sube al monte, es
decir, a lo excelso, para éste Jesús se transfigura al instante y sus vestidos se hacen
blanquísimos.
Si esto, que hemos leído, lo interpretamos literalmente, ¿Qué tiene en sí de
radiante, de espléndido, de sublime? Mas, si lo interpretamos espiritualmente, las
Sagradas Escrituras, esto es, los vestidos de la Palabra, se transfiguran al instante y se
hacen blancos como la nieve, tanto que ningún batanero en la tierra seria capaz de hacer
15. Toma cualquier texto de los profetas, o cualquier parábola evangélica: si lo
interpretas literalmente, no tiene en sí nada de espléndido, nada de radiante. Mas, si
sigues a los apóstoles y lo interpretas espiritualmente, al instante se transforman los
vestidos de la parábola y se hacen blancos: y Jesús se transfigura totalmente en el
monte y sus vestidos se hacen muy blancos, como la nieve, tanto que ningún batanero en la
tierra sería capaz de blanquearlos de ese modo. Quien está en la tierra, quien está
abajo, no puede blanquear los vestidos, pero quien sube al monte con Jesús y, por así
decir, deja la tierra abajo y se dispone a ascender a regiones altas y celestes, éste
puede blanquear los vestidos como ningún batanero en la tierra sería capaz de hacerlo.
Alguien podría decirme o, aunque no lo diga, podría pensar para sus adentros:
has explicado qué es el monte y has dicho qué es la palabra de Dios. Has dicho también
que los vestidos son las Sagradas Escrituras, dime quiénes son esos bataneros que no son
capaces de dejar unos vestidos tan blancos como los de Jesús. El trabajo de los bataneros
consiste en blanquear lo que está sucio, cosa que no pueden llevar a cabo sin esfuerzo,
pues es necesario estrujar la ropa, lavarla, y tenderla al sol. Si no es con mucho trabajo
no llegan a adquirir el color blanco los vestidos sucios. Platón, Aristóteles, Zenón,
el principal de los estoicos 16, y Epicuro, defensor del placer, quisieron blanquear sus
sórdidas teorías, por así decir, con blancas palabras, pero no pudieron conseguir unos
vestidos tan blancos como los que posee Jesús en el monte. Porque estaban en la tierra y
discutían solamente de cosas terrenas. Por ello, pues, ningún batanero, esto es, ningún
maestro de la literatura mundana pudo blanquear tanto los vestidos como los tenía Jesús
en el monte.
Y se les aparecieron Elías y Moisés, y conversaban con Jesús 17. Si no
hubiesen visto a Jesús transfigurado, si no hubiesen visto sus vestidos blancos, no
hubieran podido ver a Elías y Moisés, que conversaban con Jesús. Mientras pensemos como
los judíos y sigamos con la letra que mata, Moisés y Elías no hablan con Jesús y
desconocen el Evangelio. Ahora bien, si ellos hubieran seguido a Jesús, hubieran merecido
ver al Señor transfigurado y ver sus vestidos blancos, y entender espiritualmente todas
las Escrituras, y entonces hubieran venido inmediatamente Moisés y Elías, esto es, la
ley y los profetas, y hubieran conversado con el Evangelio.
«Y se les aparecieron Elías y Moisés y conversaban con Jesús.» En el
Evangelio según San Lucas se añade esto: «Y le anunciaban de qué modo iba a padecer en
Jerusalén.»18 Esto es lo que dicen Moisés y Elías, y se lo dicen a Jesús, es decir,
al Evangelio. «Y le anunciaban de qué modo iba a padecer en Jerusalén.» Por tanto, la
ley y los profetas anuncian la pasión de Cristo ¿Véis cómo es provechoso para nuestro
alma la interpretación espiritual? Los mismos Moisés y Elías son vistos con vestiduras
blancas, vestiduras blancas, que no poseen, mientras no están con Jesús. Si lees la ley,
esto es, a Moisés, y si lees a los profetas, esto es, a Elías, y no los entiendes en
Cristo, tampoco entenderás cómo Moisés habla con Jesús y cómo Elías habla con
Jesús. Mas, si interpretas a Moisés sin Jesús y a Elías sin Jesús, tampoco le
anuncian ellos consiguientemente la pasión, ni suben al monte con él, ni tienen sus
vestiduras blancas, sino totalmente sucias. Ahora bien, si sigues la letra, como hacen los
judíos, ¿de qué te aprovecha leer que Judá se acostó con su nuera Tamar, que Noé se
emborrachó y se desnudó o que Onán, hijo de Judá, hizo una cosa tan torpe que me
avergüenzo de decir? ¿De qué, repito, te aprovecha esto? Mas si, por el contrario, lo
interpretas espiritualmente, verás cómo los vestidos de Moisés se hacen blancos.
Así, pues, Pedro, Santiago y Juan, que habían visto a Moisés y Elías sin
Jesús, precisamente porque vieron que conversaban con Jesús y que tenían los vestidos
blancos, se dan cuenta de que están en el monte. Realmente estamos en el monte, cuando
entendemos las Escrituras espiritualmente. Si leo el Génesis, o el Éxodo, o el
Levítico, o los Números, o el Deuteronomio, mientras leo carnalmente, me veo abajo, mas,
si entiendo espiritualmente, subo al monte. Te darás cuenta cómo Pedro, Santiago y Juan,
viendo que estaban en el monte, esto es, en la comprensión espiritual, desprecian las
cosas bajas y humanas y desean las cosas excelsas y divinas: no quieren descender a la
tierra, sino detenerse enteramente en las cosas espirituales.
Y tomando la palabra, dice Pedro a Jesús: «Rabbí, bueno es estarnos aquí.»
19 También yo mismo, cuando leo las Escrituras y entiendo espiritualmente algo más
excelso, no quiero descender de allí, no quiero descender a cosa más bajas: quiero hacer
en mi pecho una tienda para Cristo, para la ley y para los profetas. Por lo demás,
Jesús, que ha venido a salvar lo que estaba perdido, que no ha venido a salvar a los que
son santos sino a los que se encuentran mal, él sabe que si el género humano estuviera
en el monte, no se salvaría, a no ser que descendiera a tierra.
Rabbí, bueno es estarnos aquí. Hagamos tres tiendas, una para ti, otra para
Moisés y otra para Elías 20. ¿Había acaso árboles en aquel monte? Y aún en el caso
de que hubiese habido árboles y telas, ¿podemos pensar que es esto lo que Pedro quería
hacer, es decir, hacerles unas tiendas, para que habitasen allí, y que es esto todo lo
que Pedro pretendía? Quiere hacer tres tiendas, una para Jesús, otra para Moisés, y
otra para Elías, es decir, quiere separar la ley, los profetas, y el Evangelio, cosas que
no pueden separarse. De todos modos, esto es lo que dice: «Hagamos tres tiendas, una para
ti, otra para Moisés, y otra para Elías.» ¡Oh Pedro, aunque hayas subido al monte,
aunque estés viendo a Jesús transfigurado, aunque veas sus vestidos blancos, sin
embargo, porque Cristo aún no ha muerto por ti, todavía no puedes conocer la verdad! Que
alguien diga: «Hagamos tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías»,
esto es como decirle al Señor: «Voy a hacer una tienda para ti, y otras semejantes para
tus siervos. » Cuando se tributa el mismo honor a personas de distinto rango, se hace
injuria a la de rango superior. «Hagamos tres tiendas.» Tres eran los apóstoles que
había en el monte. Estaba Pedro, estaba Santiago y estaba Juan, y lo que Pedro pretende
es que cada uno de los tres personajes (Jesús, Moisés y Elías) tomen consigo a uno de
los tres apóstoles. No sabía, pues, lo que decía, al tributar el mismo honor al Señor
y a los siervos 21. En realidad hay una sola tienda para el Evangelio, para la ley, y para
los profetas. Si no habitan juntamente, no puede haber concordia entre ellos.
Y se formó una nube, que les cubrí con su sombra 22. La nube, según Mateo, era
luminosa 23. A mí me parece que esta nube era la gracia del Espíritu Santo. Una tienda
ciertamente cubre y protege con su sombra a los que están dentro de ella. Pues bien,
esto, que ordinariamente hacen las tiendas, lo hizo la nube. ¡Oh Pedro, que quieres hacer
tres tiendas, mira la tienda del Espíritu Santo, que a todos nosotros igualmente nos
protege! Si tú hubieses hecho estas tiendas, las hubieras hecho ciertamente humanas, esto
es, las hubieses hecho de modo que dejaran fuera la luz y acogieran dentro la sombra. Esta
nube, sin embargo, es lúcida y cubre al mismo tiempo; esta es la única tienda, que no
excluye, sino que incluye el sol de justicia. Y además el Padre te dirá: «¿Por qué
haces tres tiendas? Aquí tienes la verdadera tienda.» Mira también el misterio de la
Trinidad, al menos según mi manera de entenderlo, pues yo todo lo que soy capaz de
entender, no lo quiero entender sin Cristo, el Espíritu Santo, y el Padre. Nada de ello
puede serme agradable, si no lo entiendo en la Trinidad, que me ha de salvar.
Se formó una nube lúcida, y vino una voz desde la nube, que decía: «Éste es
mi Hijo amadísimo, escuchadle.»24 Lo que viene a decir el Evangelio es esto: ¡oh Pedro,
qué dices: «Os haré tres tiendas, una para ti, otra para Moisés, y otra para Elías»,
no quiero que hagas tres tiendas! He aquí que yo os he dado la tienda, que os protege. No
hagas tiendas igualmente para el Señor y para los siervos. «Éste es mi Hijo amadísimo,
escuchadle.» Éste es mi Hijo: no Moisés, no Elías. Ellos son siervos, éste es Hijo.
Éste es mi Hijo, es decir, de mi naturaleza, de mi sustancia, Hijo, que permanece en mi y
es totalmente lo que yo soy. «Éste es mi Hijo amadísimo». También aquellos son
ciertamente amados, pero éste es amadísimo: a éste, por tanto, escuchadle. Aquellos lo
anuncian, mas vosotros a éste tenéis que escuchar: Él es el Señor, aquéllos son
siervos como vosotros. Moisés y Elías hablan de Cristo, son siervos como vosotros. El es
el Señor, escuchadle. No honréis a los siervos del mismo modo que al Señor: escuchad
sólo al Hijo de Dios.
Mientras habla el Padre de este modo y dice: «Éste es mi Hijo amadísimo,
escuchadle», no aparece el que habla. Habla una nube y se oía la voz, que decía:
«Éste es mi Hijo amadísimo, escuchadle.» Hubiera podido suceder que Pedro dijese:
está hablando de Moisés o de Elías. Pues bien, para que no les cupiera ninguna duda,
mientras habla el Padre, a aquellos dos (Moisés y Elías) se les hace desaparecer, y
permanece Cristo solo. «Éste es mi Hijo amadísimo, escuchadle.» Se pregunta Pedro en
su corazón: ¿quién es su Hijo? Yo veo a tres, ¿de quién está hablando? Y mientras
trata de averiguar quién es, ve a uno solo. Y de pronto, mirando en derredor, buscando a
los tres, encuentra solamente a uno. Es más, perdiendo a los tres, encuentra a uno. O
mejor aun: en uno descubren a los tres. Pues mejor se descubre a Moisés y Elías, si se
les inserta en Cristo.
Y de pronto, mirando en derredor, ya no vieron a nadie 25. Yo, cuando leo el
Evangelio y descubro allí el testimonio de la ley y los profetas, pongo mi atención
solamente en Cristo: veo a Moisés y veo a los profetas, de manera que los comprendo, en
tanto en cuanto hablan de Cristo. Al final, cuando llegue al esplendor de Cristo y lo vea
como luz brillantísima de claro sol, entonces no podré ver la luz de una lámpara.
¿Acaso una lámpara puede iluminar, si se enciende de día? Si luce el sol, la luz de la
lámpara no se percibe: de este mismo modo, estando Cristo presente, no se perciben a su
lado en absoluto la ley y los profetas. No pretendo minusvalorar la ley y los profetas, al
contrario, hago de ellos una alabanza, porque anuncian a Cristo, pero yo leo la ley y los
profetas, no para quedarme en ellos, sino para, a través de ellos, llegar a Cristo.
1 Mc 8, 39.
2 Dt 10, 10.
3 Sal 88, 49.
4 Ez 18, 4.
5 Mc 9, 2.
6 Habiendo hablado anteriormente el evangelista de la venida
gloriosa del «hijo del hombre» en el juicio final, profetizada por Jesús, por
asociación parece aquí referirse a otro dicho de Jesús relativo a la venida del reino
de Dios sobre las ruinas del judaísmo, es decir, sobre el final de Jerusalén. Algunos de
los presentes en el discurso de Jesús no habrían muerto antes de aquel acontecimiento.
Las aplicaciones de San Jerónimo aquí son llevadas a un plano de exégesis oratoria, que
se prestaba más fácilmente a consideraciones morales.
7 Mt 17, 1. Aquí San Jerónimo, tal vez en el ardor de la
oratoria, cita a Mateo, que en realidad, concuerda con Marcos en lo de seis días, en vez
de Lucas, que habla de ocho días de intervalo entre un acontecimiento y otro, y no de
seis (Lc 9, 28).
8 Cf. Jerón., In Matth. 17, 1.
9 Mc 9, 5.
10 Mc 9, 6.
11 Mc 9, 7-8.
12 «Vas electionis» es San Pablo.
13 Gal 4, 24.
14 Mc 9, 2-3.
15 Ibid.
16 Cf Jerón., Epist. 133, 1.
17 Mc 9, 4.
18 Lc 9. 31.
19 Mc 9, 5.
20 Ibid.
21 Cf Jerón., In Matth. 17, 4.
22 Mc 9, 7.
23 M7 17, 5.
24 Mc 9, 7.
25 Mc 9, 8.
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