Dios creó el mundo y le salió muy bien; pasó en revista todo lo que
había hecho y vio que era muy bueno (Gn 1,31). En aquel mundo armonioso
el pecado introduce la división: odio, injusticia, guerra, muerte. Tal
es la explicación que ofrece el Génesis de la presencia del mal en el
mundo; y en varias escenas va mostrando la marca creciente del pecado:
Caín, el asesino, Lamec, el vengativo, la humanidad corrompida, que
perece en el diluvio.
El género humano comienza de nuevo con Noé y su familia, pero el pecado no duerme; sigue corrompiendo al hombre y creando división (torre de Babel), derramando sangre y envenenando las relaciones humanas. Es la historia que ha llegado hasta nosotros.
Este panorama desolador enseña, sin embargo, que el pecado no es ingrediente de la naturaleza humana: es defección, no defecto ingénito; virus, no cromosoma. Ahí residen la posibilidad y esperanza de su curación.
El género humano comienza de nuevo con Noé y su familia, pero el pecado no duerme; sigue corrompiendo al hombre y creando división (torre de Babel), derramando sangre y envenenando las relaciones humanas. Es la historia que ha llegado hasta nosotros.
Este panorama desolador enseña, sin embargo, que el pecado no es ingrediente de la naturaleza humana: es defección, no defecto ingénito; virus, no cromosoma. Ahí residen la posibilidad y esperanza de su curación.
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