"¡Oh
Señor!, no se ha engreído mi corazón, ni se han ensoberbecido mis ojos".
1.
Este breve Salmo, que exige un tratamiento analítico más que un tratamiento
homilético. Nos enseña la lección de la humildad y la mansedumbre. Ahora,
dado que hemos hablado muchas veces acerca de la humildad, no hay necesidad de
repetir las mismas cosas aquí. Por supuesto que estamos obligados a tener en
cuenta la gran necesidad que tenemos de que nuestra fe permanezca en humildad
cuando escuchamos al Profeta que la entiende como equivalente al desempeño de
los trabajos más altos: ¡Oh Señor!, mi corazón no está exaltado. Pues un
corazón contrito es el más noble sacrificio a los ojos de Dios. El corazón,
por lo tanto, no debe inflarse por la prosperidad, sino que debe guardarse
humildemente en los límites de la mansedumbre, mediante el temor de Dios.
2.
"Ni se han ensoberbecido mis ojos". El sentido estricto del griego
aquí transmite un significado diferente. Oude emetewrisqhsan oi ofqalmoi; esto
es, que no han sido elevados de un objeto para mirar a otro. Pero los ojos deben
elevarse en obediencia a las palabras del profeta: "Eleva tus ojos y mira
quién ha desplegado todas estas cosas"[1]. Y el Señor dice en el
Evangelio: "Eleva tus ojos, y mira los campos, que están blancos hasta la
cosecha"[2]. Los ojos están, entonces, para ser elevados. No para poner su
mirada en cualquier parte, sino para permanecer fijos de manera definitiva sobre
todo aquello para lo que han sido elevados.
3.
Y continua así: "No he andado entre grandezas, ni en cosas maravillosas
que me sobrepasan". Es muy peligroso andar entre cosas malas, y no quedarse
entre las cosas maravillosas. Las obras de Dios son grandes; Él, en Sí mismo,
es maravilloso en todo lo alto: ¿cómo puede entonces enorgullecerse el
salmista como si fuera una obra buena no andar entre grandezas y maravillas? La
adición de las palabras, "que me sobrepasan", nos muestra de que se
está hablando de caminar entre cosas distintas a las que los hombres
comúnmente consideran como grandes y maravillosas. Pues David, que fue profeta
y rey, también fue humilde y despreciado e indigno de sentarse a la mesa de su
padre; pero encontró el favor de Dios, fue ungido rey, e inspirado para
profetizar. Su reino no lo hizo altivo, no lo motivaban malas intenciones: amó
a quienes lo persiguieron, rindió honores a sus enemigos muertos, perdonó a
sus hijos incestuosos y asesinos. Fue despreciado en su soberanía; como padre,
fue herido; como profeta, fue afligido; y aun así no reclamó venganza como
podría hacerlo un profeta, ni infligió castigo como lo haría un padre, ni
correspondió a los insultos como lo haría un soberano. De este modo no anduvo
entre grandezas y maravillas que le sobrepasaban.
4.
Veamos lo que sigue: "Si no humillaba mis pensamientos y en cambio he
elevado mi alma". ¡Qué inconsecuencia de parte del Profeta! No eleva su
corazón: pero sí eleva su alma. No camina entre grandezas y maravillas que le
sobrepasan; pero sus pensamientos no son bajos. Su inteligencia se exalta, pero
su corazón se apoca. Es humilde en su proceder: pero no es humilde en su
pensamiento. Su alma se eleva a las alturas porque su pensamiento aspira
alcanzar el cielo. Pero su corazón, "del que proceden —según el
Evangelio— pensamientos perversos, asesinatos, adulterios, fornicaciones,
robos, falsos testimonios, insultos"[3], es humilde, apremiado bajo el
suave yugo de la mansedumbre. Nosotros debemos definir el justo medio, entonces,
entre la humildad y la exaltación, para que podamos ser humildes de corazón
pero elevados de alma y pensamiento.
Después
continúa: "Como el niño destetado en los brazos de su madre, así
recompensarás mi alma". Nos es dicho que cuando Isaac fue destetado,
Abraham celebró una fiesta, porque ahora que era destetado, cruzaba el umbral
de la niñez y pasaba más allá del alimento de leche. El Apóstol alimenta a
todos los que son imperfectos en la fe, inclusive a niños en las cosas de Dios,
con la leche del conocimiento. De este modo dejar de necesitar leche marca el
mayor avance posible. Abraham proclamó mediante una alegre fiesta que su hijo
pasaba a la edad de comer carne, y el Apóstol rehusa el pan a los de mentalidad
carnal y a aquellos que son niños en Cristo. Y así, el Profeta pide a Dios
que, ya que no ha ensoberbecido su corazón, ni ha caminado en medio de
grandezas y maravillas que le sobrepasan; ya que no ha humillado sus
pensamientos sino que ha elevado su alma, que premie a su alma recostándose
como un niño destetado sobre su madre: es decir, que sea considerado digno de
la recompensa del Pan perfecto, celestial y vivo, basado en que por razón de
sus reconocidos trabajos ahora ya ha terminado la etapa de lactancia.
6.
Pero él no pide este Pan vivo del cielo sólo para sí mismo. Él alienta a
toda la humanidad a expectar este Pan, proclamando: "Que Israel espere en
el Señor, desde ahora y por siglos". Él no pone límite temporal a
nuestra esperanza, sino que nos invita a proyectarnos hasta el infinito en
nuestra fiel expectación. Nosotros debemos esperar por siempre, ganando la
esperanza de la vida futura mediante la esperanza de nuestra vida presente, que
la tenemos en Cristo Jesús nuestro Señor, que es bendito por los siglos de los
siglos. Amén
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1 Is 11,26.
2 Jn 55,35. 3 Mt 15,19.
1 Is 11,26.
2 Jn 55,35. 3 Mt 15,19.
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