(Selección)
Los Cinco Discursos Teológicos. Ed.
Ciudad Nueva, Madrid 1995.
Introducción, Traducción y Notas: José Ramón Díaz Sánchez-Cid. págs. 93-101
Introducción, Traducción y Notas: José Ramón Díaz Sánchez-Cid. págs. 93-101
DISCURSO 28
SOBRE LA TEOLOGÍA
1.
Puesto que con nuestro discurso hemos purificado al teólogo, exponiendo
cómo debe ser, con quiénes, cuándo y hasta dónde se debe discutir con
personas puras en su grado máximo, a fin de que la luz sea asida por la
luz, y con las más atentas, para que la palabra no sea estéril por caer en
tierra estéril; cuando tengamos serenidad interior, lejos del bullicio de
fuera, de modo que no se nos corte el aliento como a los que se enfurecen,
y, finalmente, hasta qué comprendamos o seamos comprendidos. Puesto que
esto es así y puesto que hemos arado los barbechos divinos en
nosotros mismos para no sembrar sobre espinas y hemos allanado
la faz de la tierra, modelándonos y modelando a los demás con la
Escritura, demos un paso más y vengamos ahora al discurso de la
teología.
Pongamos
a la cabeza de este discurso al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, que
son su objeto, de modo que el primero nos sea propicio, el segundo nos
asista y el tercero nos inspire, o mejor, que de la única divinidad brote
una única iluminación, distinta en la unidad y conjunta en la distinción.
¡Esto es lo extraordinario!
2.
Yo me dispongo a subir diligentemente a la montaña o, para decir la
verdad, con diligencia y al mismo tiempo con angustia –lo uno, en razón de
mi esperanza; lo otro, por causa de mi debilidad–, para entrar en el
interior de la nube y encontrarme con Dios, pues Dios así lo manda. Si hay
algún Aarón, que suba conmigo y se mantenga cercano, aunque tenga que
permanecer fuera de la nube. Si hay algún Nadab o Abiud o cualquiera de
los ancianos, que suba, pero que se mantenga a distancia, según el grado
de su purificación. Y si hay alguno de la multitud, es decir, alguno de
los que son indignos de tal altura y contemplación, si es totalmente
impuro, que no se acerque siquiera a la montaña, pues no está seguro; pero
si está al menos momentáneamente purificado, que se quede abajo, oiga la
voz y la trompeta, esto es, las simples palabras de la religión, y mire la
montaña humeante y relampagueante, amenaza y maravilla al mismo tiempo
para los que no pueden subir a ella. Y si alguno es una bestia malvada y
cruel y absolutamente incapaz de acoger las palabras de la contemplación y
de la teología, que no se esconda malévolamente en la espesura para saltar
de repente y apoderarse de alguna doctrina o palabra y desgarrar con
calumnias las palabras sanas, sino que se quede aún más lejos y no
se acerque a la montaña si no quiere ser apedreado y molido y perecer
miserablemente, el malvado, porque las palabras verdaderas y
sólidas son piedras para los hombres salvajes. Si es un leopardo,
que muera con sus manchas; lo mismo cabe decir si es un león
rapaz y rugiente, que anda buscando a quien devorar de entre
nuestras almas o expresiones; o si es un cerdo que pisotea las
hermosas y brillantes piedras preciosas de la verdad, o un lobo
de Arabia o de otra procedencia, o aún más mordaz que estos por sus
sofismas; o si es una zorra, es decir, un alma astuta y pérfida que
adopta formas diversas según las circunstancias y las necesidades y que se
alimenta de cuerpos muertos y hediondos o de pequeñas viñas, porque
las grandes se le substraen; o si es cualquier otro de los animales
carnívoros que son rechazados por la Ley y considerados impuros para la
comida y el uso. Nuestro discurso, en efecto, manteniéndose a distancia de
ellos, quiere estar escrito sobre tablas duras y de piedra y, además,
sobre sus dos caras, entendiendo por tales lo manifiesto y lo oculto de la
Ley: una es para la muchedumbre de los que se quedan abajo, y la otra,
para los pocos que llegan arriba.
Sólo las "espaldas de Dios"
3.
¿Cómo he experimentado esto, oh amigos, iniciados en los misterios y
prendados conmigo de la verdad? Yo corrí como el que deseaba alcanzar a
Dios y así subí a la montaña y penetré en la nube, metiéndome en su
interior, lejos de la materia y de las cosas materiales, y concentrándome
en mí mismo cuanto me era posible. Y cuando miré, apenas puede ver las
espaldas de Dios, y eso a pesar de que yo estaba todavía protegido por la
roca, es decir, por el Logos hecho carne por nosotros.
Inclinándome un poco vi no la naturaleza primera y sin mezcla, tal como
ella se conoce a sí misma –me refiero evidentemente a la Trinidad–, y todo
lo que queda detrás del primer velo y se encuentra cubierto por los
querubines, sino lo que está al final y llega hasta nosotros. Tal es, por
cuanto yo conozco, la grandeza de Dios en las criaturas y en las cosas
producidas y gobernadas por él o, como dice el mismo David, su
magnificencia; pues espalda de Dios es todo lo que se
puede conocer de él tras su paso, como las sombras del sol sobre las aguas
y las imágenes que representan al sol para los ojos enfermos, puesto que a
él mismo no es posible mirarlo, dado que la pureza de su luz sobrepuja
nuestros sentidos.
Así debes
hacer teología, aunque seas un Moisés y un Dios para el faraón,
aunque hayas llegado, como Pablo, hasta el tercer cielo y hayas
oído palabras inefables, aunque estés por encima de él, en una
situación y rango de ángel o de arcángel. Porque todo ser celeste o
supraceleste, aun estando mucho más alto que nosotros por naturaleza y
mucho más cerca de Dios, está sin embargo más lejos de Dios y de su
comprensión perfecta que de nosotros, que somos mezcla compuesta, humilde
e inclinada hacia abajo.
La incomprensibilidad de Dios
4.
Debemos empezar, pues, una vez más como sigue: entender a Dios es difícil,
pero expresarlo es imposible, como enseñó, no sin habilidad –creo yo–, uno
de los "teólogos" griegos. Parecía haber entendido lo difícil que es
hablar de Dios y evitaba al mismo tiempo toda refutación para con lo que
había definido previamente como inexpresable. Yo pienso que hablar de Dios
es imposible, y entenderlo, más imposible todavía. Porque lo que se ha
entendido, tal vez podría ser explicado por la palabra, si no
suficientemente, sí al menos de una manera oscura, al que no ha viciado
totalmente sus oídos ni ha vuelto indolente su inteligencia. Pero alcanzar
con el entendimiento esta realidad es absolutamente imposible e
irrealizable, no sólo para los que se dejan llevar por la indolencia y se
inclinan hacia abajo, sino incluso para los más elevados y amantes de
Dios; es igualmente imposible para toda naturaleza engendrada, es decir,
para quienes estas tinieblas y esta espesura carnal interceptan el
conocimiento de la verdad. No sé siquiera si lo será también para las
naturalezas más altas y espirituales, que, por estar más cerca de Dios y
ser iluminadas por la luz plena, podrían ser esclarecidas, si no
enteramente, al menos más completa y nítidamente que nosotros, unas más y
otras menos, en proporción a su rango.
5.
Quede, pues, aquí esta cuestión. Por lo que concierne a nuestro tema, no
es sólo la paz de Dios, que sobrepasa toda inteligencia y
todo conocimiento, ni cuanto está reservado a los justos en las promesas:
lo que ni puede ser visto con los ojos, ni oído con los oídos, ni
contemplado con el entendimiento, sino un poco; tampoco es el conocimiento
exacto de la creación, pues estoy convencido de que cuando oyes decir:
Veré los cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas, sólo
obtienes las sombras y la razón firme que se encuentra en todo esto;
porque ahora no ves, pero algún día verás. Mucho antes que estas cosas
está la naturaleza inasible e incomprensible que las sobrepasa y de la
cual proceden –me estoy refiriendo no a su existencia, sino a su esencia;
pues nuestra predicación no es vana, ni vana es nuestra
fe, ni ésta es la doctrina que nosotros profesamos. Por tanto, no
interpretes nuestra sinceridad como un principio de "ateísmo" y de
"sofisma", y no te envalentones ante nosotros por haber reconocido nuestra
ignorancia; porque una cosa es estar seguro de que algo existe y otra muy
distinta saber lo que ese algo es.
Dios es el Creador del universo
6.
En efecto, que Dios sea la causa eficiente y conservadora de todas las
cosas nos lo enseñan tanto los ojos como la ley natural: los ojos,
aplicándose a las cosas visibles, que son perfectamente estables y móviles
al mismo tiempo, es decir, que son como movidas y llevadas en la
inmovilidad; la ley natural, deduciendo por medio de las cosas visibles y
ordenadas al autor de las mismas. Porque ¿cómo hubiera podido existir y
subsistir este universo si Dios no le hubiese dado la sustancia y le
hubiese mantenido ? Si uno ve una cítara ornamentada con extrema belleza,
su armonía y buena disposición, u oye el sonido de la misma, no podrá sino
pensar en el artesano de la cítara y en el citarista; se remontará hacia
ellos con el pensamiento, aunque no les conozca de vista. Así también se
nos muestra el artífice de las cosas y el que mueve y conserva lo que ha
hecho, aunque no sea comprendido por el entendimiento. El que no avanza
espontáneamente hasta aquí y no sigue las indicaciones dadas por la
naturaleza es necio en grado sumo. Con todo, yo no digo que Dios sea lo
que nosotros imaginamos o nos representamos, o lo que esbozó nuestra
razón.
Y aunque
alguien haya llegado a una cierta comprensión de este ser, ¿cómo podrá
mostrarla? ¿Quién ha alcanzado así el último grado de la sabiduría? ¿Quién
ha sido hallado digno alguna vez de semejante don? ¿ Quién ha
abierto de este modo la boca de su inteligencia y ha
aspirado el Espíritu, para que, por medio de este Espíritu que
escruta todas las cosas y conoce hasta las profundidades de
Dios, pueda entender a Dios y no tenga necesidad de ir más allá al
poseer ya su último objeto deseable, aquel hacia el cual tiende toda la
vida y todo el pensamiento del hombre elevado?
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Procura comentar con libertad y con respeto. Este blog es gratuito, no hacemos publicidad y está puesto totalmente a vuestra disposición. Pero pedimos todo el respeto del mundo a todo el mundo. Gracias.