La realidad futura, cumplimiento del designio divino, se llama en los
evangelios “el reinado de Dios”; para evitar la mención del nombre según
la costumbre judía, san Mateo la llama de ordinario “el reino de los
cielos”.
En su plenitud, el reino de Dios es una realidad futura. Desde el futuro tira del presente, lo orienta y le da sentido. Dios había intervenido en la historia para ir realizando su designio, y Juan Bautista anuncia la intervención decisiva: “Ya llega el reinado de Dios” (Mt 3,2); se ha acercado tanto, que está presente y actúa en la persona de Jesús (Mt 12,28), y coloca al hombre ante la necesidad ineludible de la decisión. Ese reinado es la vida (Mt 7,14), la nueva edad del mundo (12,32).
Los judíos contemporáneos de Jesús concebían el reinado de Dios como un alzamiento que vindicaría los derechos de Israel y expulsaría al invasor. Jesús rechazó tan violentamente este modo de ver, que en la tercera tentación (Mt 4,8-10) lo calificó de diabólico. Para él no consiste el reinado de Dios en una insurrección política, sino en que la voluntad de Dios, Padre de todos los hombres, se cumpla en la tierra (Mt 6,9; 13,43).
En el evangelio de Juan, el reinado de Dios, revelado por Jesús el Mesías, es un poder espiritual cuyas armas son la verdad y el amor; avanza manifestando a los hombres el amor creador de Dios; sus criaturas son hombres nuevos, nacidos de lo alto.
La creación del mundo y el envío de los profetas habían sido signos de ese amor; pero su manifestación plena se verifica con Jesús el Mesías. Y para los que reciben lo que Dios ofrece en Cristo, se hace posible una vida nueva, sustentada por Dios, que es vida eterna. En ella, el mandamiento es uno: “Amaos unos a otros como yo os he amado” (Jn 15,12).
En su plenitud, el reino de Dios es una realidad futura. Desde el futuro tira del presente, lo orienta y le da sentido. Dios había intervenido en la historia para ir realizando su designio, y Juan Bautista anuncia la intervención decisiva: “Ya llega el reinado de Dios” (Mt 3,2); se ha acercado tanto, que está presente y actúa en la persona de Jesús (Mt 12,28), y coloca al hombre ante la necesidad ineludible de la decisión. Ese reinado es la vida (Mt 7,14), la nueva edad del mundo (12,32).
Los judíos contemporáneos de Jesús concebían el reinado de Dios como un alzamiento que vindicaría los derechos de Israel y expulsaría al invasor. Jesús rechazó tan violentamente este modo de ver, que en la tercera tentación (Mt 4,8-10) lo calificó de diabólico. Para él no consiste el reinado de Dios en una insurrección política, sino en que la voluntad de Dios, Padre de todos los hombres, se cumpla en la tierra (Mt 6,9; 13,43).
En el evangelio de Juan, el reinado de Dios, revelado por Jesús el Mesías, es un poder espiritual cuyas armas son la verdad y el amor; avanza manifestando a los hombres el amor creador de Dios; sus criaturas son hombres nuevos, nacidos de lo alto.
La creación del mundo y el envío de los profetas habían sido signos de ese amor; pero su manifestación plena se verifica con Jesús el Mesías. Y para los que reciben lo que Dios ofrece en Cristo, se hace posible una vida nueva, sustentada por Dios, que es vida eterna. En ella, el mandamiento es uno: “Amaos unos a otros como yo os he amado” (Jn 15,12).
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