(340 – 397)
Hijo
de un prefecto de pretorio de las Galias, Ambrosio
pertenecía a una familia cristiana. Sin embargo, conforme a una costumbre de la
época, en vigor sobre todo en las grandes familias, según la cual se retardaba
e; bautismo hasta la edad adulta y aun hasta la víspera de la muerte,el niño no
fue bautizado.
Huérfano muy
pronto, sin embargo pudo, gracias a la solicitud de sus tutores, hacer en Roma
serios estudios de gramática, de retórica y familiarizarse con los autores
griegos.
Habiendo entrado en
la administración imperial, se le asignó Milán, con el título de “Consular” de
la provincia de Liguria-Emilia.
En el ejercito de
sus funciones tuvo que intervenir para el mantenimiento del orden, a la hora de
la elección del sucesor del Obispo Auxencio. En efecto, el difunto era un
mantenedor del arrianismo; y aunque tenía sus partidarios, el colegio de
electores y el conjunto de los fieles, en mayoría, habían permanecido fieles a
la ortodoxia. Valentiniano l había aconsejado “escoger un hombre cuya vida
pudiese servir de ejemplo”. La sesión era agitada. Y al hablar en favor de la
paz, Ambrosio se mostró tan persuasivo que se vio en él, ya no al funcionario
encargado de lograr la calma momentánea, sino al Pontífice capaz de restablecer
definitivamente la concordia. Se escuchó una voz que gritó: “¡Ambrosio
Obispo!”, y la muchedumbre la repitió con entusiasmo delirante. “Vox populi,
voz Dei” . . . La elección por aclamación fue ratificada por el emperador
Valentiniano. En el transcurso de algunos días, de algunas semanas a lo más, el
recién electo recibió todos los sacramentos, desde el bautismo hasta el
Episcopado. Esto ocurría en el año 374. Ambrosio tenía alrededor de 34 años.
Pero este obispo
improvisado carecía aun de los primeros rudimentos de la teología. ¡Qué
responsabilidad la del cargo de unstruir a los demás siendo uno mismo ignorante!
Consciente de la importancia de esta misión, Ambrosio se arrojó con avidez sobre
la Sagrada Escritura, luego sobre los aotores cristianos de los dos siglos
precedentes, en particular sobre los griegos. Sin embargo, enseñar es la mejor
manera de aprender: él mismo se comprenetraba de la doctrina cristiana al
exponerla a su pueblo de manera familiar, en parábolas y alegorías, como el
Evangelio.
Predicando todavía
más con el ejemplo, se despojó de su patrimonio en favor de los pobres, y no
temió llegar hasta vender los vasos preciosos de su Iglesia para rescatar
cautivos. Su eloguencia y su prestigio se ganaron la confianza y vencieron las
últimas vacilaciones de un joven retórico recién instalado en Milán: Agustín, el
futuro obispo de Hipona.
Muy pronto se
extendió su fama, y su influencia se ejerció mucho más allá de su diócesis. En
el año 381 estuvo en el Concilio de Aquilea, que destituyó a varios obispos
arrianos; luego se reunía con los obispos del Vicariato de Italia para condenar
el apolinarismo; y en el Concilio de Roma de 382 su nombre figura en las actas
inmediatamente después del nombre del Papa San Dámaso, antes de los de San
Epifanio de Salamina y San Paulino de Antioquía.
Doctor en constante
ejercicio por la enseñanza de las verdades de la Fe, Ambrosio tenía que ser al
mismo tiempo el defensor de la ortodoxia. Lo fue, hasta enfrentarse, cuando se
ofreció el caso, a la insolencia de la herejía y a las descaradas
manifestaciones del paganismo expirante. La Emperatriz Justina trata de
restaurar el arrianismo en Milán y de concederle una de las basílicas: el obispo
desbarata hábilmente la maniobra. En el año 382, el Emperador Graciano manda
demostrar la estatua de la Victoria que desde el reinado de Augusto estaba
entronizada en el Senado. Los senadores paganos se amotinan, Graciano es
asesinado, y ellos explotan la debilidad de su sucesor, Valentiniano ll, un niño
de l2 años, para volver a la carga. Su delegado, el fogoso Símaco, pronincia un
discurso inflamado. La respuesta de Ambrosio echa por tierra toda su
argumentación: aquella estatua no volverá a su antiguo lugar.
En 388, en
Calinicum, en la lejana Provincia de Osroene, en el curso de enardecidos
enfrentamientos, una sinagoga judía fue quemada por monjes. El Emperador
Teodosio resuelve que sea reconstruida a costa del obispo, a quien se considera
como responsable. ¿Medida de tolerancia y aun de justicia, diríamos ahora?
¿Pensaba Ambrosio que los judíos eran los primeros fautores de perturbaciones y
que la comprención concedida los haría todavía más arrogantes y nefastos? El
caso es que en plena ceremonia, no temió apostrofar públicamente al Emperador
exigiéndole que anulase su orden. ¡Júzguese por esto del extraordinario
ascendiente del obispo sobre la mayor autoridad del mundo a la sazón! “El
Emperador está dentro de la Iglesia; no está por encima de ella”, exclamó sin
temor el Pontífice.
Eso mismo se hizo
todavía más notable cuando ocurrióla matanza de Tesalónica en 390. Habiendo sido
muertos algunos funcionarios durante un motín, el emperador había ordenado
terribles represalias. Llamada al circo so pretexto de una representación, la
población fue exterminada en masa, sin distinción de inocentes y culpables; y a
la traición del procedimiento se agregó todavía el herror del crimen. “Si los
reyes delinquen, los obispos no deben dejar de corregirlos con justas
amonestaciones”. El obispo excomulgó al emperador. Y cuando éste, para excusarse
si no para justificarse, invocó el ejemplo del Rey David que había hecho matar a
Urías, le respondió el Prelado: “Bien: si lo habéis imitado en el crimen,
imitadlo ahora en la penitencia”. La penitencia fue terrible, penitencia pública
y prolongada conforme a las costumbres de la época. El príncipe, dominado,
subyugado, sufrió esos riesgos y la humillación ante los ojos de su pueblo,
rindiéndole además a su vencedor este testimonio: “Entre todos los que yo he
conocido solamente Ambrosio merece verdaderamente el ser llamado Obispo”.
OBRAS
Este Doctor es un
pastor más que un retórico. Lo cual quiere decir que su enseñanza es más
práctica que especulativa. Su cátedra no es la de la Iniversidad sino la de su
catedral. Y sus lecciones están más impregnadas de Psicología que de Metafísica.
Por lo demás, su
gran cultura literaria siembra sus escritos de citas, o al menos de giros
tomados tanto de los autores cristianos como de los profanos, griegos y latinos.
“San Ambrisio, dice Fenelon, sigue la moda de su tiempo: le da a su discurso los
ornamentos que en su época eran de gran estima”. . . “En él late la tradición de
la antigüedad. Los dos escritores cuya imitación es más notable y a menudo
demasiado marcada en el genio de Ambrosio son Tito-Livio y Virgilio. Creo poder
agregar a Cicerón y Séneca. . . Hay bellos reflejos de la antigüedad en el
desigual estilo de su discípulo cristiano. Y lo que hace falta en la forma está
compensado por la excelencia del fondo” (Villemain, St. Ambroise, en
Biographie universelle). “Aun en los pasajes más austeros hay locuciones que
parecen venir de Lucano, de Terencio y aun de Marcial y Ovidio” (B. Thamin,
St. Ambroise et la morale chrétienne au lVe siècle, c. Vll).
En cuanto a los
escritores aclesiásticos, sus antepasados o sus contemporáneos, Ambrosio conoce
sobre todo a Clemente de Alejandría, Orígenes, Dídimo, San Basilio. Una obra
exegética primeramente, el Hexamerón, seis libros de homilías
sobre episodios del Antiguo Testamento que le proporcionan los temas de
exposiciones dogmáticas o de exhortaciones morales: El Paraíso terrenal, Caín
y Abel, los Patriarcas, Noé, Abraham, Isaac, Jacob, José, los profetas y
santos personajes, Elías, Tobías, Job, David sobre todo, cuya apología
hace, y del que luego comenta doce salmos, particularmente el ll8. En
cuanto al Nuevo Testamento no se posee de él sino un Comentario del Evangelio
según San Lucas, en l0 libros.
A ejemplo de Filón,
Ambrosio ve en los Patriarcas “las leyes vivas y razonables”, que los cristianos
no solamente deben admirar y alabar, sino sobre todo seguir. Nada hay, aun sus
faltas, incluidas en el relato bíblico, que no se juzgue con una extrema
indulgencia, pues se presentan como “misterios” más que como actos culpables.
En el dominio
doctrinal, San Ambrosio se dedica sobre todo a combatir al arrianismo. El
tratado “Sobre el Espíritu Santo”, en tres libros, y en fin “El
misterio de la Encarnación del Señor” son refutaciones de la herejía al
mismo tiempo que exposiciones dogmáticas.
El libro “de los
Misterios” y el otro “de los Sacramentos” son lecciones de catecismo
sobre el Bautismo, la Confirmación, la Eucaristía, la Penitencia, dedicados a
los recién bautizados.
A propósito de los
“Deberes de los ministros”, libro calcado sobre el “De oficiis” de
Cicerón en cuanto al método, pero de una inspiración auténticamente evangélica,
después de dirigirse primeramente a los clérigos, San Ambrosio trata ampliamente
de los principales puntos de la moral cristiana.
“Lo que separa
profundamente la moral del Padre de la Igleisa de la del moralista pagano es la
noción justa del fin último y la certeza de una vida futura en que la virtud
será recompensada y el vicio castigado. De aquí, como consecuencia inmediata, el
desprecio de los bienes terrenales, pero un desprecio racional, acompañado de
inefables esperanzas y que no rompe, como la apatía estoica, los resosrtes del
alma” (R. P. Charles Daniel: La morale philosophique avant et après
l’Evangile).
En su tratado sobre
“La Fe”, dedicado al emperador Graciano, San Ambrosio expone claramente
sus intenciones y el modo que caracterizan sus escritos: “ En el momento de
partir para la guerra, oh piadoso emperador, me pides un tratado sobre la Fe
cristiana. . . Yo quisiera mejor exortar a la Fe que discutir sobre la Fe.
Exortar a la Fe es hacer de ella una ferviente profesión; discutir es un acto de
presunción. Y tú no tienes necesidad de ser exhortado, y yo mismo, ante un
piadoso deber que cumplir, no me sustraigo de él: puesto que la ocasión de ello
se me ofrece a mí, voy a emprender, con una modesta seguridad, una discusión en
que se entremezclarán algunos razonamientos y muchos textos escriturarios”.
Vienen en seguida
varios opúsculos sobre las Vírgenes y la Virginidad, de los que uno está
dedicado especialmente a su hemana Marcelina; otro está destinado a las viudas.
Tres oraciones
fúnebres, las de los emperadores Valentiniano y Teodosio, luego la de su propio
hermano Satyrus, verdadero grito de dolor y de amor fraterno. Un vehemente
discurso contra el obispo arriano de Milán, Auxencio.
En cuanto a los
himnos compuestos por San Ambrosio, aunque siempre expresan alguna verdad de fe,
evidentemente no son tratados doctrinales, sino más bien exhortaciones y
arranques poéticos o sentimentales que quieren sobre todo traducir y excitar la
piedad popular, que para esto le ofrecen fórmulas fáciles de retener y de
cantar, mucho más que buscar el rigor teológico: por ejemplo los himnos “Deus
creator omnium”, “Aeterne rerum Conditior”. Aunque no lo inventó, San Ambrosio
al menos adoptó y generalizó el canto alternado de dos coros, la “Salmodia
antifónica”. En uno de sus salmos el obispo de Milán exaltó este método: “¿Se
dice que yo encanto al pueblo con los himnos? No niego que éste sea un
encantamiento. ¿Qué cosa en efecto más conmovedora que la confesión de la
Trinidad repetida diariamente por la boca de todo un pueblo, cuando las voces de
la muchedumbre, hombres mujeres y niños, con flujo y reflujo, se elevan en un
estrépito, semejante al de la mar, de grandes oleadas que se entrechocan y se
rompen?”.
Federico Ozanam los
juzgaba así: “Plenos de elegancia y de belleza, de un carácter todavía
totalmente romano por su gravedad, con un no sé qué de varonil en medio de las
tiernas efusiones de la piedad cristiana” (La civilisation au Vle siècle).
A despecho de una
traadición quince veces secular y de una rúbrica siempre mantenida en la
Liturgia, la crítica contemporánea califica de leyenda la inspiración que a la
hora del bautismo del joven Agustín haría brotar espontáneamente en un canto
alternado, del pecho del venerable pontífice y de la gargarta del ferviente
neófito, el canto del “Te Deum”. Sin embargo nadie puede con
verosomilitud atribuir su paternidad a otro Doctor.
A sus talentos de
escritos San Ambrosio agrega el de delicioso cultivador del género epistolar.
Gustaba de sostener una correspondencia íntima para contarles a su hermana, a
sus amigos, los episodios tanto gozosos como dolorosos de su vida de obispo. Y
esta era también la ocasión de hacer precisiones exegéticas, dogmáticas o
morales. Se dejaba llebar en fin a elevaciones espirituales que entregaban los
tesoros ocultos de su alma de pastor a almas particularmente queridas.
Pero, llegado el
caso, era el jefe que intervenía para reivindicar la justicia y derrotar a la
inquidad. Prueba de ello es la requisitoria que dirigió al emperador Teodosio:
“Se cometió en la ciudad de Tesalónica un atentado sin ejemplo en la historia.
No estuvo en mi mano el impedirlo, pero me apresuro a manifestar cuán horrible
fue. . . Contra vos no tengo ninguna malquerencia; pero me hacéis experimentar
una especie de terror. Yo no me atrevería a ofrecer el divino sacrificio en
vuestra presencia: la sangre de un solo hombre injustamentevertida me lo
impediría, ¿y cómo podría permitírmelo la sangre de tantas víctimas inocentes?.
Es cierto que no
está reunida en tratados didácticos la teología de San Ambrosio; pero no por
ello es menos segura y completa, fundada sobre la Sagrada Escritura, que el gran
Doctor consultaba sin cesar e interpretaba en consonancia escrupulosa con las
decisiones de los Concilios. Reprochaba con vehemencia, por el contrario, a los
herejes el alterarla con sus lucubraciones.
Su doctrina de la
Trinidad, de la Encarnación, de la divinidad de Cristo, de la doble voluntad,
divina y humana en la Persona del Salvador, fue conservada e invocada como una
autoridad en el Concilio de Calcedonia, luego en la enseñanza de soberanos
pontífices tales como San León Magno y San Agatón. Por otra parte, afirma
decididamente la maternidad divina y la perpetua virginidad de María.
Acerca de la
condición humana, San Ambrosio ve claramente la causa de la decadencia en el
pecado original, luego la posibilidad de resurgimiento en la Gracia, fruto de la
Sangre redentora de Jesucristo y ofrecida a la iniversalidad de los humanos.
A San Ambrosio
debemos también maravillosas precisiones concernientes a los Sacramentos. El
Bautismo, por ejemplo, es necesario, y únicamente el que es administrado por
la Iglesia. Pero la eficacia del bautismo no depende de la virtud del ministro;
por otra parte, en el caso de que sea imposible la recepción del sacramento, el
martirio puede supliiiirlo, y aun el solo deseo sincero. La Eucaristía no
es solamente un sacramento sino un sacrificio en que el Divino Salvador renueva
mediante las manos del sacerdote la inmolación que hizo de Sí mismo en la Cruz.
“Es el Señor Jesús
quien proclama: ----Esto es mi cuerpo----. Antes de estas palabras celestiales,
existe otra substancia; después de la consagración el cuerpo de Cristo está
presente”. La Penitencia se establece para la reconciliación de los
pecadores, a condición de que éstos tengan la lealtad de confesar aun sus faltas
secretas.---En fin, aunque exaltando la Virginidad, el Obispo de Milán subraya
la alta dignidad del matrimonio cristiano, cuya indisolubilidad recuerda, y
aparta a sus fieles de enlaces con los paganos y con los herejes.
En esta época el
magisterio supremo de la Iglesia aún no dirimía algunas cuestiones oscuras
concernientes a la escatología y a los fines últimos. Por lo cual en sus
primeros escritos, refiriéndose al cuarto libro de Esdras que él consideraba
como auténtico, ¿San Ambrosio parese decir que las almas separadas de sus
cuerpos permanecen como en suspenso en una situación indecisa hasta que su
suerte definitiva se fije en el Juicio final? Por otra parte, ¿deja entender que
todos los fieles, cualesquiera que hayan sido sus caídas en el curso de la vida,
serán finalmente salvos? Por el contrario, en sus últimas obras enseña
categóricamente la eternidad de las penas del infirno; y no exceptúa de éste a
los cristianos prevaricadores. Pero las almas justas que ya no tienen nada que
expiar entran, sin dilación, en posesión de la visión beatífica. Y la oración
por los muertos podr 160 ayudar eficazmente a las almas cuya expiación no haya
sido completa.
En fin San Ambrosio
es uno de los primeros y de los más ilustres camperones de la autoridad y de la
unidad de la Iglesia: “Donde está Pedro allí está la Iglesia; donde está la
Iglesia no hay muerte, sino la Vida eterna” (Sobre el Salmo 40, V,
30).---“No se puede tener parte en la herencia de Pedro sino con la condición de
permanecer adherido a su Sede” (De la Penitencia, I, l, cap. Vll). “Es
necesario creer lo que dice el símbolo de los Apóstoles que la Iglesia romana
conserva siempre y nos propone” (Epístola 42, 5). “La Iglesia es la única
guardiana de la Escritura y de la tradición; Ella es la Ciudad de Dios”
(Sobre el Salmo ll8, ssermón l5). No hay salvación paraa los que se separan
de la Iglesia, en particular para los herejes que la irreformable autoridad de
la Iglesia ha condenado y rechazado conforme al Concilio de Nicea.
Con cuánto vigor
también, tanto por sus actitudes como por sus declaraciones, supo restablecer
San Ambrosio ante los Emperadores la distinción de los dos poderes, el temporal
y el espiritual, y reivindicar la primacía del espiritual.
Nació
hacia el año 340 en Tréveris, donde su padre era prefecto de las Galias. Muy
pronto, a la muerte de su padre, se trasladó a Roma, donde realizó estudios
humanísticos y jurídicos. Hacia el año 370 fue nombrado gobernador de Liguria y
Emilia, y se instaló en Milán, la capital.
En el
año 374 murió Auxencio, obispo arriano de Milán, que ocupaba la sede
ilegítimamente: San Dionisio, obispo legítimo, había muerto en el destierro.
Ambrosio, como responsable del orden público, debió mediar en el conflicto
desencadenado entre católicos y arrianos. El resultado fue su unánime elección
como obispo. En el espacio de pocos días, recibió el Bautismo—pues aún era
catecúmeno—la Confirmación y la consagración episcopal. Más tarde, bajo la guía
constante del presbítero Simpliciano, completó su formación doctrinal.
El
estudio sistemático de la Biblia, de cuya intensidad y asiduidad fue testigo San
Agustín, y la meditación de la Palabra de Dios, fueron la fuente de su
incansable actividad como pastor y predicador. Su labor al frente de la diócesis
de Milán fue muy fecunda. Tuvo que hacer frente a tres asuntos principales: la
herejía arriana, la expansión del cristianismo entre los paganos del norte de
Italia, y la intromisión del poder temporal en materia religiosa. Murió en Milán
en el año 397. Sus restos descansan en la catedral de Milán.
San
Ambrosio nos ha dejado una abundante producción literaria, con obras de carácter
exegético, ascético, moral, y dogmático, y otras —cartas, himnos, discursos...—,
aunque prácticamente todas responden a necesidades pastorales. Las obras
exegéticas son colecciones de sermones predicados y, posteriormente, revisados.
Su método se inspira en Orígenes. No comentó libros enteros (a excepción del
evangelio de San Lucas), pues prefería la exégesis de pasajes que permitieran
extraer consecuencias morales.
LOARTE
* * * * *
SAN AMBROSIO DE MILÁN nació, probablemente en el 339, en
Tréveris, donde su padre era prefecto del pretorio de las Galias. Poco después,
fallecido su padre, su madre regresó a Roma, donde Ambrosio recibió una
educación orientada hacia el derecho. Alrededor del 370 fue constituido
gobernador de la Liguria y la Emilia, con residencia en Milán. En el 374, a la
muerte del obispo de Milán, que era pro arriano, la elección del sucesor se
presentaba difícil a causa de las luchas entre arrianos y católicos; y Ambrosio,
que como gobernador asistía para garantizar el orden, fue impensadamente elegido
por unos y por otros, aunque todavía era sólo catecúmeno; poco después recibió
el bautismo y fue consagrado obispo, y, enseguida, distribuyó sus bienes a los
pobres. Luego, en busca de una instrucción más profunda, acudió al presbítero
Simpliciano, que después le sucedería en su sede; en esta instrucción, centrada
en el estudio de las Escrituras, tuvo mucha importancia la lectura de los padres
griegos, especialmente de Orígenes. Ambrosio fue un excelente pastor de almas,
que combinó la predicación e instrucción de los fieles con la defensa interna y
externa de la fe.
Ambrosio
mantuvo una lucha firme contra el paganismo,
consiguiendo por ejemplo que no se restituyera a su antiguo lugar en el
Senado
la estatua pagana de la Victoria; y contra el arrianismo, por ejemplo
resistiendo al poder imperial cuando la emperatriz quería ceder una
iglesia de
Milán a los arrianos. Fue también firme en su actitud con el emperador
católico
Teodosio, a quien exigió en una ocasión que hiciera penitencia pública,
pronto
debidamente cumplida, por unas matanzas que había ordenado en Tesalónica
(se
habló de siete mil muertos) en represalia a unos levantamientos
ocurridos allí;
el orden de la sociedad civil, decía, corresponde a la potestad civil, y
a ella se someten también los obispos; pero el cuidado del
pueblo cristiano corresponde a sus pastores, y también a ellos
corresponde el
juicio moral de las decisiones políticas que toma un cristiano. Sus
relaciones
con el emperador, que en más de una ocasión le pidió consejo, fueron sin
embargo
buenas. Ambrosio murió en el 397.
SAN AMBROSIO, a pesar de su actividad
incesante, escribió muchas obras; lo cual se comprende mejor al comprobar que
muchas de ellas son sermones predicados para la edificación de los fieles y
publicados como tales o, después de corregidos, como tratados.
Esto ocurre especialmente con sus obras sobre la
Escritura, que ocupan la mitad de su producción literaria. Ambrosio
sigue el
método alegórico de Orígenes, en busca del sentido espiritual, y con la
intención de edificar al pueblo. La mayor parte de sus tratados y
sermones son sobre escenas o personajes del Viejo Testamento, y entre
ellos destacan sus seis libros Sobre el Hexamerón, la obra de la
creación, en la que sigue de cerca la obra del mismo nombre de San Basilio.
Sobre el Nuevo Testamento tiene sólo un escrito, el Comentario al evangelio
de San Lucas, que es el más largo de los suyos y comprende unas 25 homilías
y algunos tratados breves.
Algunas de sus obras dogmáticas están motivadas por
los problemas que el arrianismo, aunque en franca disminución, seguía planteando
en Milán; dos de ellas están dirigidas al emperador Graciano: Sobre la fe, a
Graciano y Sobre el Espíritu Santo. Otra versa Sobre el sacramento de la
encarnación del Señor. Otras dos tratan sobre los sacramentos, en concreto
sobre el bautismo, la confirmación y la Eucaristía; son Sobre los misterios y
Sobre los sacramentos, en que además explica el padrenuestro. En otra,
Sobre la penitencia, insiste en que el poder de perdonar lo tiene sólo la
Iglesia católica, y también en que el rigorismo de los novacianos está
equivocado. La Exposición de la fe se conserva sólo en parte.
Obras morales y ascéticas son, por una parte, los tres
libros Sobre los deberes de los ministros, dirigidos a sus clérigos;
constituyen el primer tratado sistemático de ética cristiana, en el que sigue la
pauta de la obra de Cicerón que lleva el mismo nombre. Por otra parte, tiene
varios escritos dedicados a ensalzar la virginidad y el estado de las vírgenes y
viudas consagradas a Dios.
Habría que añadir aún a esta lista varios sermones de
circunstancias y" un gran número de cartas: de entre las que él mismo
publicó sobreviven unas 90; tienen un interés grande para la historia de la
época. Además, Ambrosio compuso muchos himnos, aunque no todos los que se
le atribuyen, que se comenzaron a utilizar entonces en la liturgia; para algunos
de estos himnos, él mismo había compuesto la música.
A Ambrosio se le había atribuido una obra que desde el siglo xvi se sabe que no es suya y cuyo autor,
desconocido, recibe desde entonces el nombre de AMBROSIASTER o pseudo Ambrosio.
Esta obra pertenece a la época de Ambrosio y tiene mucho interés, por lo que la
hemos de mencionar aquí. Se trata del Comentario a trece epístolas de San
Pablo (no se incluye la carta a los Hebreos), con una exégesis profunda y
que se inclina mucho más por el método histórico que por el alegórico, aunque
sin excluir del todo este último.
Al Ambrosiaster se atribuyen también las Cuestiones del
Viejo y del Nuevo Testamento, donde se exponen un gran número de cuestiones
exegéticas y dogmáticas; existen dos redacciones de esta obra, al parecer hechas
sucesivamente por el mismo autor, una con 127 cuestiones y otra con 150, muchas
de las cuales son las mismas.
En todas estas obras del Ambrosiaster se encuentran algunos
elementos sobre el pecado original y la gracia que sugieren algunos de los que
luego tratará San Agustín.
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