LA
META DIVINA Y LA VIDA CONFORME A LA VERDAD (1)
A LOS
ASCETAS QUE LO HABÍAN INTERROGADO
Esbozo
(hypotypose) sobre el fin de la piedad, sobre la vida común y sobre la carrera
para correr en común.
PRIMERA PARTE: LA META DIVINA
-El principio de la vida cristiana: fe y bautismo
-"La edad perfecta" del cristiano es la obra del Espíritu y del alma que se hizo libre
-La "voluntad perfecta" de Dios
-La libertad del alma librada de la vergüenza.
-El alma se vuelve la esposa de Cristo, se asimila a El
-La regla de la verdad: "Aquel que ve en lo secreto"
-Quien busca las alabanzas no tiene fe
-La "ley del pecado"
-Nadie puede servir a dos maestros
-La oración obtiene todo
-Los dones del Espíritu
-El camino supereminente
-La nueva criatura
-El cristiano perfecto: "el mayor mandamiento"
-El cristiano perfecto: "que renuncie a sí mismo y cargue con su cruz"
-"Tendidos hacia lo que está adelante"
-El amor sin medida
SEGUNDA PARTE: LA VIDA COMÚN
-La pobreza perfecta
-El servicio humilde y gratuito
-Los superiores son más servidores que todos los demás
-El orden de la caridad
-El testimonio del Espíritu
-Los ojos siempre hacia Dios
-El sacrificio aceptado
-Las virtudes están relacionadas
-La cumbre de las virtudes: la oración
-La oración de uno es bendición para todos
-La alegría
-La cumbre de la alegría: participar de la Pasión de Cristo
-Seremos juzgados en el amor
-La gloria que está cerca del Padre
-El principio de la vida cristiana: fe y bautismo
-"La edad perfecta" del cristiano es la obra del Espíritu y del alma que se hizo libre
-La "voluntad perfecta" de Dios
-La libertad del alma librada de la vergüenza.
-El alma se vuelve la esposa de Cristo, se asimila a El
-La regla de la verdad: "Aquel que ve en lo secreto"
-Quien busca las alabanzas no tiene fe
-La "ley del pecado"
-Nadie puede servir a dos maestros
-La oración obtiene todo
-Los dones del Espíritu
-El camino supereminente
-La nueva criatura
-El cristiano perfecto: "el mayor mandamiento"
-El cristiano perfecto: "que renuncie a sí mismo y cargue con su cruz"
-"Tendidos hacia lo que está adelante"
-El amor sin medida
SEGUNDA PARTE: LA VIDA COMÚN
-La pobreza perfecta
-El servicio humilde y gratuito
-Los superiores son más servidores que todos los demás
-El orden de la caridad
-El testimonio del Espíritu
-Los ojos siempre hacia Dios
-El sacrificio aceptado
-Las virtudes están relacionadas
-La cumbre de las virtudes: la oración
-La oración de uno es bendición para todos
-La alegría
-La cumbre de la alegría: participar de la Pasión de Cristo
-Seremos juzgados en el amor
-La gloria que está cerca del Padre
* * * * *
PRIMERA
PARTE: LA META DIVINA
Si
alguien aleja un poco del cuerpo la facultad de conocer, si se libera de la
servidumbre de sus impresiones irracionales, y mira su alma desde arriba por
medio de una reflexión sincera y pura, ése verá claramente en su misma
naturaleza la caridad de Dios para con nosotros, y la voluntad del Creador hacia
nosotros. En efecto, por medio de esta reflexión encontrará que existe en el
hombre el impulso connatural e innato de un deseo que lo lleva hacia lo bello y
lo excelente; y que existe en su naturaleza el amor impasible y feliz de esta
"Imagen" inteligible y bienaventurada cuya imitación es el hombre.
Pero
si el alma está despreocupada y no se mantiene en guardia contra sus
distracciones, una carrera errante, de una a otra de las cosas visibles y
efímeras va a seducirla y a encantarla. Con una pasión descabellada y un
amargo placer la arrastrará hacia un mal temible, que nace de las
voluptuosidades de la vida, y que engendra la muerte para cualquiera que se
prenda de ellas.
Ahora
bien, la gracia de nuestro Salvador concede, a aquellos que la reciben con un
ardiente deseo, un remedio salvífico para sus almas: el conocimiento de la
verdad. Por ella, la carrera errante que encantaba al hombre termina; el sentido
menospreciable de la carne se apaga; el alma es conducida hacia lo divino y
hacia su propia salvación por medio de la luz de la verdad: recibe la
revelación del conocimiento.
Con
magnanimidad, ustedes se decidieron a recibir este conocimiento. Con
generosidad, ustedes dan riendas sueltas al amor de Dios, según la misma
naturaleza que Dios quiso atribuir al alma. En sus actos ustedes cumplen en
común lo que es propio a la "vida apostólica". Desean de nosotros
una palabra que les guíe y les conduzca sin rodeos en el viaje de la vida,
mostrándoles con precisión cuál es la meta de esta vida para aquellos que
participan de ella - cuál es la voluntad de Dios, buena, favorable y perfecta
-; cuál es el camino hacia esta meta, y cómo deben comportarse los unos hacia
los otros que la recorren - cómo los superiores deben dirigir el "coro
filosófico" -; y que trabajos deben asumir aquellos que quieren alcanzar
la cumbre de la virtud y preparar dignamente su alma para la venida del
Espíritu.
Puesto
que ustedes nos reclaman esta palabra, y la quieren no sólo oral sino por
escrito, a fin de guardar estas líneas como una bodega de la memoria y poder
sacar de ella con oportunidad lo que les será útil, trataremos de responder a
sus deseos dejándonos llevar por la gracia del Espíritu.
El
principio de la vida cristiana: fe y bautismo
Sabemos
muy bien que entre ustedes la regla de la piedad está establecida en la recta
doctrina. Ustedes creen firmemente que hay una sola Deidad en bienaventurada y
eterna Trinidad. Esta Deidad no sufre absolutamente ningún cambio, sino que
debe ser pensada y adorada en una sola esencia, una sola gloria y una voluntad
idéntica en sus tres hipóstasis. Hemos recibido esta confesión de muchos
testigos, y la proclamamos nosotros también, para gloria del Espíritu que nos
lavó en la fuente del sacramento.
Sabemos
que esta profesión de fe, piadosa y sin error, firmemente establecida en el
fondo del alma, la tenemos en común con ustedes; y conocemos el impulso de
ustedes y la ascensión de sus actos hacia el bien y la beatitud; por eso nos
limitaremos a escribirles algunos breves principios de instrucción. Los
elegimos entre los escritos que nos dio el Espíritu, y en muchos lugares
mencionamos las mismas palabras de la Escritura, para apoyar lo que decimos
sobre su autoridad y para manifestar que le estamos subordinado. Así no
tendremos la impresión de abandonar la gracia de arriba para producir nosotros
mismos las elucubraciones ilegítimas de un pensamiento bajo y sin valor, ni de
forzar con las filosofías del exterior nuestros ejemplos de piedad, para
introducirlos subrepticiamente en la Escritura después de haberlos hecho brotar
de una vana presunción.
Pues,
aquel que quiere conducir hacia Dios su alma y su cuerpo siguiendo la ley de la
piedad y devolverle "el culto incruento y puro", estableciendo como
guía de su vida esta fe piadosa que las palabras de los santos nos hacen
entender a través de toda la Escritura, aquél debe ofrecer a la carrera de la
virtud un alma dócil y bien dispuesta: que se aparte con toda pureza de las
trabas de esta vida, y de todas las servidumbres con relación a las cosas bajas
y vanas. En resumen, que pertenezca todo entero, por su fe y su vida, a Dios
sólo.
El
sabe perfectamente que allí donde está la fe piadosa y una vida irreprochable,
allí también está el poder de Cristo; y que allí donde está el poder de
Cristo, allí también está la derrota de todo mal, y de la muerte que nos roba
la vida.
Porque
los vicios no tienen en sí un poder suficientemente grande como para poner
obstáculo al poder soberano; sino que se desarrollan naturalmente en la
desobediencia a los mandamientos. Es lo que experimentó en otros tiempos el
primer hombre, y lo que experimentan ahora todos aquellos que imitan su
desobediencia con una elección deliberada.
Al
contrario, aquellos que se acercan al Espíritu con una disposición recta, y
guardan la fe con una certeza plena, son purificados por el mismo poder del
Espíritu, no permaneciendo en su conciencia ninguna mancha. Lo afirma el
Apóstol: nuestro evangelio no les fue manifestado sólo con palabras, sino
también con el poder y en el Espíritu Santo, y con plena certeza (1 Ts 1,5),
como ustedes bien lo saben. Y también: que el espíritu de ustedes, su alma y
cuerpo, sean guardados irreprochables para el advenimiento de nuestro Señor
Jesucristo (1 Ts 5,23), quien por el bautismo ha conseguido la prenda de la
resurrección a aquellos que él hace dignos, a fin de que el talento confiado a
cada uno le obtenga por su labor la riqueza invisible.
"La
edad perfecta" del cristiano es la obra del Espíritu y del alma que se
hizo libre
Porque,
hermanos míos, el santo bautismo es grande: suficientemente grande para
procurar a aquellos que lo reciben con temor la posesión de las realidades
inteligibles. El Espíritu es rico y no es envidioso de sus dones: se vierte
siempre como un torrente en aquellos que reciben la gracia; y los Apóstoles
colmados de esta gracia, han manifestado a las Iglesias de Cristo los frutos de
su plenitud. En aquellos que reciben ese don con toda rectitud, el Espíritu
permanece; según la medida de la fe de cada uno, él es su huésped; él opera
con ellos y construye en cada uno el bien, según la proporción del celo del
alma en las obras de la fe.
El
Señor lo dijo a propósito de la mina: la gracia del Espíritu Santo se da a
cada uno en vista a su trabajo, es decir, para el progreso y crecimiento de
aquel que lo recibe. Porque es necesario que el alma regenerada sea alimentada
por el poder de Dios hasta la medida de la edad del conocimiento en el
Espíritu; está, pues, irrigada con generosidad por la savia de la virtud y el
enriquecimiento de la gracia (ver Lc 19,23 ss).
El
alma que ha sido regenerada por la potencia de Dios debe nutrirse del Espíritu
hasta el límite de la edad intelectual, irrigada continuamente por el sudor de
la virtud y por la abundancia de la gracia.
El
cuerpo del niño recién nacido no permanece mucho tiempo en la edad más
tierna, sino que es fortificado por los alimentos corporales, crece según la
ley de la naturaleza, hasta la medida que le es dada. Algo parecido se produce
en el alma que recién renació: su participación en el Espíritu anula la
enfermedad que había entrado con la desobediencia, y renueva la belleza
primitiva de la naturaleza. El alma así renacida no permanece siempre niña,
incapaz, inmóvil, dormida en el estado en el cual estaba en su nacimiento; sino
que se nutre con los alimentos que le son propios, y hace crecer su estatura por
medio de diversos ejercicios y virtudes, según las exigencias de su naturaleza.
Por el poder del Espíritu y mediante su propia virtud, se volverá inexpugnable
para los ladrones invisibles que lanzan contra las almas sus innumerables
invenciones.
Es
necesario pues, progresar siempre hacia el "hombre perfecto", según
estas palabras del Apóstol: Hasta que alcancemos todos la unidad de la fe y del
conocimiento del Hijo de Dios, al "hombre perfecto", a la medida de la
edad de la plenitud de Cristo; a fin de que no seamos más niños, sacudidos y
llevados por cualquier viento de doctrina según los artífices del error; sino
viviendo según la verdad, crezcamos en todas las cosas hacia Aquel que es la
cabeza, Cristo (/Ef/04/13-15). Y en otro lugar el mismo Apóstol dice: No se
conformen al mundo presente, sino transfórmense renovando su mente, a fin de
discernir cuál es la voluntad de Dios, lo que es bueno, lo que le agrada, lo
perfecto (Rm 12,2).
La
"voluntad perfecta" de Dios
Lo
que el Apóstol entiende por "la voluntad perfecta" es que el alma
tome la forma de la piedad, en la medida que la gracia del Espíritu la hace
florecer hasta la belleza suprema, trabajando con el hombre que sufre en su
transformación.
El
crecimiento del cuerpo no depende de nosotros, porque no es según el juicio del
hombre ni según su agrado que la naturaleza mide su estatura: ella sigue su
propia tendencia y necesidad. Por el contrario, en el orden del nuevo
nacimiento, la medida y la belleza del alma - dadas por la gracia del Espíritu,
que pasa por el celo de aquel que la recibe - crecen según nuestra
disposición. Mientras más extiendas tu combate en favor de la piedad, también
más se extenderá la estatura de tu alma, por medio de estas luchas y estos
trabajos a los cuales nuestro Señor nos invita diciendo: Luchen por entrar por
la puerta estrecha (Lc 13,24; ver Mt 7,13), y también: ¡Háganse violencia!
Son los violentos quienes arrebatan el reino de los cielos (ver Mt 11,12). Y
también: Aquel que persevere hasta el fin, ése se salvará (Mt 10,22). Y: Por
su perseverancia tomarán posesión de sus almas (Mc 13,12). A su vez dice el
Apóstol: Por la paciencia, corramos la carrera que se nos propone (Hb 12,1), y
también: Corran de manera que ganen el premio (1 Co 9,24), y de nuevo: Como
servidores de Dios por medio de una paciencia incansable (2 Co 6,4), etc.
Nos
invita pues a correr, y a dirigir todo nuestro esfuerzo a estos combates, puesto
que el don de la gracia está proporcionado a los esfuerzos de aquel que la
recibe.
Porque
es la gracia del Espíritu la que concede la vida eterna y la alegría inefable
en los cielos; y es el amor el que por la fe acompañada de las obras, gana el
premio, atrae los dones y hace gozar de la gracia. La gracia del Espíritu Santo
y la obra buena concurrente al mismo fin colman con esta vida bienaventurada el
alma en la que ellas se reúnen.
Al
contrario, separadas, no procurarían al alma ningún beneficio. Porque la
gracia de Dios es de tal naturaleza que no puede visitar a las almas que
rehúsan la salvación; y el poder de la virtud humana no basta por sí solo
para elevar hasta la forma de la vida celestial a las almas que no participan de
la gracia. Si el Señor no edifica la casa ni guarda la ciudad, dice la
Escritura, en vano vigila el guardián y trabaja el que construye (Sal 126,1). Y
también: No son sus espadas las que conquistaron la tierra, no son sus brazos
los que los salvaron - aun si los brazos y las espadas han servido en el combate
- sino tu mano y tu brazo (oh Señor), y la luz de tu rostro (Sal 43,4).
¿Qué
quiere decir esto? Que desde arriba el Señor lucha con los que luchan - y que
la corona no depende solamente del trabajo de los hombres ni tampoco de sus
esfuerzos -. Las esperanzas descansan finalmente sobre la voluntad de Dios.
Es
necesario, pues, saber en primer lugar cuál es la voluntad de Dios; mirarla
dirigiendo hacia ella todos nuestros esfuerzos; y, tendidos hacia la vida
bienaventurada por el deseo, disponer en vista a esta vida nuestra propia
existencia.
La
"voluntad perfecta" de Dios consiste en purificar el alma de toda
mancha por la gracia, elevarla por encima de los placeres del cuerpo, y que se
ofrezca a Dios, pura, tendida por el deseo, y hecha capaz de ver la luz
inteligible e inefable.
Entonces
el Señor declara al hombre "bienaventurado": Bienaventurados los
corazones puros, porque verán a Dios (Mt 5,8). Y en otra parte ordena: Sean
perfectos como su Padre del cielo es perfecto (Mt 5,48).
El
Apóstol exhorta a correr hacia esta perfección cuando dice: Para llevar a
todos los hombres hasta la perfección en Cristo, me fatigo luchando (Col 1,28).
La
libertad del alma librada de la vergüenza.
Para
los que desean una vida auténticamente filosófica, David, hablando en el
Espíritu, enseña el camino de la verdadera filosofía -el camino que deben
tomar para llegar a la meta perfecta-, los bienes que deben pedir a Aquel que
da: Que mi corazón, dice, se vuelva inmaculado en tu justicia, a fin de que no
pase vergüenza (Sal 118,80). Diciendo esto, invita a aquellos que por sus malas
acciones se han cubierto de vergüenza, a temer esta vergüenza y a
desembarazarse de ella como de un vestido manchado, un vestido de infamia.
Dice
también: No tendré vergüenza si escudriño todos tus mandamientos (Sal
118,6). Observa cómo el Espíritu pone en el cumplimiento de los mandamientos
la "libertad" del alma.
David
dice también: Construye en mí, oh Dios, un corazón puro; establece en mi seno
un espíritu nuevo y recto; afiánzame con el Espíritu soberano (Sal 50,12).
En
otra parte pregunta: ¿Quién subirá a la montaña del Señor? (Sal 23,3).
Entonces responde: El hombre de manos inocentes, y puro corazón (Sal 23,4).
He
aquí quien subirá a la montaña del Señor: aquel que es puro en todas las
cosas, quien por el pensamiento, el conocimiento o los actos, no manchó su alma
hasta el fondo obstinándose en el mal; aquel que habiendo recibido el
"Espíritu soberano", reconstruyó con obras y con buenos pensamientos
su corazón, que había sido destruido por el mal.
El
alma se vuelve la esposa de Cristo, se asimila a El
El
Santo Apóstol, hablando a los que decidieron vivir en la virginidad, describe
cual debe ser este género de vida: La virgen, dice, piensa en las cosas del
Señor, cómo ser santa en el cuerpo y en el espíritu (1 Co 7,34), queriendo
significar con esto cómo purificarse en cuanto al alma y a la carne. Y exhorta
a huir de todo pecado -visible o escondido- es decir, a abstenerse enteramente
de las faltas que se cometen con las acciones y de las que se cumplen en el
pensamiento. Porque la meta para el alma honrada con la virginidad consiste en
acercarse a Dios y hacerse la esposa de Cristo.
Aquel
que desea unirse con alguien debe, por supuesto, adoptar su manera de ser,
imitándolo. Es pues una necesidad para el alma que desea convertirse en esposa
de Cristo, hacerse conforme a la belleza de Cristo, por medio de la virtud,
según el poder del Espíritu. Porque no es posible que se una a la luz aquel
que no brilla con el reflejo de esta luz. Y he aprendido del Apóstol Juan:
Cualquiera que tiene esta esperanza se santifica, como Cristo mismo es santo (1
Jn 3,3). El Apóstol Pablo escribe también: Sean mis imitadores como yo lo soy
de Cristo (1 Co 11,1).
El
alma que quiere levantar vuelo hacia lo divino y adherirse fuertemente a Cristo,
debe pues alejar de sí toda falta; las que se cumplen visiblemente con las
acciones: quiero decir, el robo, la rapiña, el adulterio, la avaricia, la
fornicación, el vicio de la lengua, en resumen, todos los géneros de faltas
visibles; y también los males que se introducen subrepticiamente en las almas,
y que permaneciendo escondidos para la gente del exterior, devoran al hombre de
una manera cruel: es decir, la envidia, la incredulidad, la malignidad, el
fraude, el deseo de lo que no conviene, el odio, el fingimiento, la vanagloria,
y todo el enjambre engañador de estos vicios que la Escritura odia, que rechaza
con disgusto al igual que los pecados visibles, como si fueran de la misma ralea
y generados del mismo mal.
Porque
¿de quién el Señor dispersará los huesos? ¿No es acaso de aquellos que
quieren agradar a los hombres? ¿A quién el Señor rechazará como maldito y
asesino? ¿No es acaso al hombre engañador y pérfido? ¡El hombre de sangre y
de fraude, el Señor lo maldice! (Sal 5,7). ¿Y David no condena abiertamente a
aquellos que dicen "Paz" a su prójimo pero cuyo corazón está lleno
de maldad (Sal 27,3) gritando hacia Dios: En sus corazones ustedes hacen la
injusticia sobre la tierra (Sal 105,39)?.
La
regla de la verdad: "Aquel que ve en lo secreto"
Dios
llama, pues, "obra de pecado" al movimiento del corazón que se
produjo en secreto (Sal 57,3). En consecuencia, exhorta a no buscar alabanzas de
los hombres, y a no enrojecerse por sus menosprecios. Porque la Escritura
declara privados de recompensa en el cielo a aquellos que socorren al pobre con
ostentación, y que se glorifican de sus limosnas en la tierra. Si, en efecto,
buscas agradar a los hombres, y das para ser alabado, el salario de tu buena
acción te está pagado por las alabanzas humanas en vista de las cuales has
mostrado beneficencia. No busques, pues, más recompensa en el cielo, tú que
colocas tus trabajos aquí abajo; y no esperes honores cerca de Dios, tú que
los has recibido de los hombres.
¿Deseas
una gloria inmortal? Muestra tu vida en lo secreto, a Aquel que es
suficientemente poderoso para procurar la gloria que deseas. ¿Temes una
vergüenza eterna? Teme a Aquel que desvelará tu vergüenza en el día del
juicio.
¿Pero
cómo entonces el Señor dijo: que la luz de ustedes brille delante de los
hombres, para que vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre de ustedes que
está en los cielos (Mt 5,16)? Es que anima al hombre que cumple los
mandamientos de Dios para hacer todas sus acciones mirando hacia Dios -a agradar
a Dios solo, sin correr detrás de cualquier gloria que viene de los hombres-; a
huir más bien de sus elogios, así como de la ostentación; a hacerse conocer
por todos por su vida y sus obras, de tal manera que los espectadores -no dijo:
"admiraran la demostración"-, sino glorifiquen al Padre de ustedes
que está en los cielos (ibíd.).
Lo
que ordena aquí es referir toda la gloria al Padre, y cumplir toda acción en
vistas a la voluntad del Padre. Y así estará cerca del Padre, en quien se
encuentra la recompensa de las obras de virtud.
El
Señor te invita a huir del elogio que viene de los hombres y de la tierra y de
desviarte de él. Porque no solamente aquel que lo busca y lo atrae se priva de
la gloria de la vida eterna, sino que puede desde ahora esperar el castigo.
Pobres de ustedes, dice el Señor, cuando los hombres hablen bien de ustedes
(ver Lc 6,26).
Huye,
entonces, de todo honor humano, cuyo fin es la vergüenza y la confusión
eternas, y tiende hacia las alabanzas de arriba, de las cuales David canta: Mi
alabanza está cerca de ti (Sal 21,26), y: Mi alma se gloría en el Señor (Sal
33,3).
Aun
cuando se trate simplemente del comer, el bienaventurado Apóstol recomienda no
tomar de cualquier manera la comida que se encuentra preparada, sino dar gloria
en primer lugar a Aquel que da los medios para sostener la vida. Es, pues, en
todas las cosas que ordena menospreciar la gloria de los hombres y buscar sólo
la gloria de Dios.
Quien
busca las alabanzas no tiene fe
ALABANZAS/FALTA-FE:
Aquel que busca la gloria de Dios, el mismo Señor lo llama "fiel";
mientras que junta con los "infieles" a aquel que ambiciona los
honores de aquí abajo. ¿Cómo podrían creer - dice - ustedes que reciben
gloria los unos de los otros, y no buscan la gloria que viene sólo de Dios? (/Jn/05/44).
¡Y
el odio! Aprende del Apóstol Juan lo que es: Aquel que odia a su hermano es un
homicida - dice - y ustedes saben que ningún homicida tiene la vida eterna (1
Jn 3,15). Rechaza pues de la vida eterna a aquel que tiene odio contra su
hermano como si fuera un homicida; o más bien dice abiertamente que el odio es
un homicidio. Porque aquel que suprime y destruye el amor del prójimo, y que en
lugar de amigo se vuelve enemigo, puede ser considerado verdaderamente como
quien entretiene contra su prójimo el odio escondido que alimentan los
homicidas hacia las víctimas que se proponen derribar.
Que
no hay ninguna diferencia entre las faltas escondidas en el interior y las que
se ven y aparecen, el Apóstol lo muestra con sagacidad reuniéndolas y
colocándolas sobre el mismo plano: Como no juzgaron bueno guardar el
conocimiento de Dios, Dios los abandonó a sus inteligencias depravadas, de tal
manera que hacen lo que no hay que hacer, llenos de iniquidad, de malicias, de
fornicación, de avaricia, de maldad, llenos de envidia, de homicidios, de
querellas, de fraude, de maleficencia; maldicientes, detractores, detestables
para Dios, despreciativos, orgullosos, altaneros, inventores de calamidades,
desobedientes a sus padres, insensatos, desordenados, sin afectos, sin lealtad,
sin misericordia. Ellos no conocen la justicia de Dios -y sabiendo que aquellos
que hacen estas cosas son dignos de muerte- no solamente las hacen, sino que
aprueban a los que las hacen (Rm 1, 28-32).
¿Ves
cómo flagela la maldad, el orgullo, el engaño y los demás vicios escondidos,
al mismo tiempo que el asesinato, la avaricia y todos los crímenes de esta
naturaleza? En cuanto el mismo Señor, proclama: lo que está elevado entre los
hombres es abominación delante de Dios (ver Lc 16,5b); y: Aquel que se eleva
será abajado, aquel que se abaja, será elevado (Lc 14,11). La Sabiduría dice
también: Un corazón que se eleva es impuro delante de Dios (Pr 16,5).
La
"ley del pecado"
También
en otros libros de las Escrituras se podrían encontrar muchos otros textos que
condenan las faltas escondidas en las almas. Estos vicios son malos y difíciles
para sanar: se fortifican en la profundidad del alma, hasta el punto que no es
posible extirparlos y arrancarlos por la sola fuerza y celo del hombre. Se lo
alcanza sólo atrayendo por la oración el poder del Espíritu, para combatir
juntos; entonces uno se hace dueño de este mal, que es un tirano interior. El
Espíritu nos lo enseña por medio de la voz de David: Purifícame de mis
pecados ocultos; preserva a tu servidor de los vicios que están en él como
extranjeros (Sal 18, 13-14).
Es
necesario, pues, vigilar de cerca, volviéndose con frecuencia hacia el alma
como el jefe de guerra que grita y manda: Hombre, guarda tu corazón con toda
vigilancia, porque de él procede la vida (Pr 4,23). Ahora bien, la guarda del
alma es el juicio de la piedad, fortificado por el temor de Dios, la gracia del
Espíritu y las obras de la virtud. Aquel que arma su alma con ellos desvía con
facilidad los asaltos del tirano, quiero decir, el fraude y la codicia, el
orgullo y la cólera, la envidia y todos los movimientos perversos del mal que
se forman en el interior del hombre.
Nadie
puede servir a dos maestros
El
cultivador de la virtud debe ser, pues, un hombre franco y firme, sabiendo
cultivar los únicos frutos de la piedad; que no extravíe nunca su vida sobre
los caminos del mal; que nunca aleje de la fe el juicio de la piedad, sino que
sea alguien simple y derecho.
Que
ignore los sentimientos extraños a su propio camino. Porque el camino abrazado
por el hombre solo y aquel que pasa por la unión con una mujer no podrían
conseguir el mismo salario de vida.
El
bienaventurado Moisés dijo: No engancharás juntos en tu arado animales de
distintas especies tales como un buey y un asno; sino que trillarás tu grano
poniendo bajo el yugo a los animales de una misma especie. No tejerás lino con
lana ni lana con lino en un mismo vestido. En el suelo de la tierra no
sembrarás dos semillas distintas, la una sobre la otra ni el mismo año. No
aparearás dos animales de especies distintas, sino que juntarás aquellos de la
misma especie (ver /Dt/22/10 y /Lv/19/19).
¿Qué
quieren decir estos enigmas para el santo? Que no se debe sembrar en la misma
alma el vicio y la virtud, compartir su vida entre contrarios, cultivando al
mismo tiempo las espinas y el trigo. La esposa de Cristo no debe cometer el
adulterio con los enemigos de Cristo: no puede engendrar por una parte la luz y
por otra las tinieblas.
Porque
estas cosas no están hechas para caminar juntas, ni tampoco las partes de la
virtud con las del vicio. ¿Qué tipo de amistad podría establecerse entre la
moderación y la intemperancia? ¿Qué acuerdo entre la justicia y la
injusticia? ¿Qué sociedad entre la luz y las tinieblas? ¿No sucederá de
manera infalible que el uno perderá el terreno en favor del otro y no deseará
permanecer frente al asaltante?
Es
necesario que el sabio agricultor desparrame, como de una fuente buena para
beber, las aguas puras de la vida, sin mezcla de ningún lodazal; porque debe
conocer sólo las únicas cosechas de Dios, y trabajar en ellas con
perseverancia durante toda su vida. Entonces, incluso si un pensamiento extraño
aparece bajo la cobertura de los frutos de la virtud, Aquel que lo ve todo
mirará tus trabajos; y con prontitud, por medio de su propio poder, cortará
esta raíz de malos pensamientos, falsa y escondida, antes de que brote. Porque
si alguien persevera en los trabajos de la virtud, la gracia del Espíritu lo
acompaña destruyendo cuanto antes las semillas del vicio. Y es imposible que
aquel que se adhiera siempre a Dios pierda la esperanza o sea dejado sin
defensa.
La
oración obtiene todo
Has
leído en el Evangelio la historia de esta viuda que expone a un juez inicuo una
gran injusticia. Mucho tiempo y perseverancia en su requerimiento triunfan de
las costumbres del juez y la lleva a sacar venganza del injusto agresor. Pues
bien, tú también no te desanimes cuando reces. Porque si la audacia de esta
mujer llegó a quebrar la arbitrariedad de un juez sin piedad, ¿cómo podría
ser posible desesperar de la solicitud de Dios, de quien sabemos que la
misericordia previene a menudo a aquellos que lo invocan? Por otra parte, el
mismo Señor espera la perseverancia de nuestras oraciones en esta parábola. El
nos exhorta a insistir: Vean, explica, lo que dice el juez inicuo. ¿Y Dios no
hará justicia a los que gritan a él día y noche? Yo les digo: les hará
justicia y pronto (Lc 18, 6-8).
Los
dones del Espíritu
El
Apóstol, sabiendo que muchos esfuerzos y combates esperan a los discípulos de
la piedad en sus progresos hacia la perfección, proponiendo a todos la meta
verdadera, escribe: ...corrigiendo a todos los hombres e instruyéndolos con
toda sabiduría, a fin de que cada uno llegue a la perfección en Cristo. Por
eso me fatigo luchando (Col 1, 28-29). Además, pide que aquellos que por el
bautismo se hicieron dignos de recibir el sello del Espíritu, adquieran el
crecimiento de "la edad del conocimiento" (edad espiritual) bajo la
conducción del Espíritu: Habiendo tenido noticia de la fe de ustedes, y de la
caridad que tienen para con todos los santos, no ceso de orar por ustedes y de
pedir que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, les de el
Espíritu de sabiduría y de revelación en su conocimiento: que los ojos de su
corazón sean iluminados para que sepan cuál es la esperanza de su llamado y la
riqueza de la gloria de su herencia entre los santos, y cuál es la grandeza
supereminente de su poder, a favor nuestro, para nosotros los creyentes (Ef 1,
16-19).
Después
habla del modo de participación del Espíritu: según la operación de su
potencia, que él obró en Cristo resucitándolo de entre los muertos (ibíd.,
1,19). Se expresa claramente sobre la participación con el Espíritu y sobre la
acción de éste en favor de aquellos que lo reciben: ... para que ustedes
también reciban de la misma manera su plenitud.
Un
poco más lejos en la misma epístola, implora para ellos algo mejor, pidiendo
que baje sobre ellos el perfecto poder del Espíritu: Por eso doblo las rodillas
ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo, de quien toma su nombre toda familia
en los cielos y en la tierra, para que según la riqueza de su gloria, les
conceda ser poderosamente fortalecidos en el hombre interior por su Espíritu;
que Cristo habite por la fe en sus corazones, que arraigados y fundados en la
caridad, puedan comprender, en unión con todos los santos, cuál es la anchura,
la longitud, la altura y la profundidad, y conocer la caridad de Cristo, que
supera toda ciencia, para que sean llenos de toda plenitud de Dios (Ef 3,
14-19).
El
camino supereminente
Ya en
otra epístola habla a sus discípulos de las mismas realidades, revelándoles
el tesoro del Espíritu, y exhortándolos a participar de él: Aspiren a los
mejores dones. Pero quiero mostrarles un camino mejor. Si yo hablara las lenguas
de los hombres y de los ángeles, si no tengo caridad, soy como un bronce que
suena o un címbalo que retiñe. Y si tuviera el don de profecía y conociera
todos los misterios y toda la ciencia, y tuviera una fe que trasladara
montañas, si no tengo caridad, no soy nada. Y si repartiera todos mis bienes y
entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo caridad, para nada me aprovecha (1
Co 13, 1-3).
¿Pero,
qué es pues la superioridad de la caridad y cuáles son sus frutos? ¿De qué
males aleja a aquel que la posee, y qué bienes procura? El Apóstol lo muestra
con sabiduría con estas palabras: La caridad es longánima, es benigna, no es
envidiosa, no es jactanciosa, no se hincha; no es descortés, no busca lo suyo,
no se irrita, no piensa mal; no se alegra de la injusticia, se complace en la
verdad; todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo tolera. La caridad
jamás terminar (1 Co 13, 4-8).
Esto
es hablar con una perfecta sabiduría y exactitud. La caridad jamás terminará.
¿Qué significa esto? Si alguien consigue estos carismas que el Espíritu
concede -quiero decir las lenguas de los ángeles, la profecía, la ciencia, el
don de sanación- pero no está aun plenamente liberado, por la caridad del
Espíritu, de las pasiones que lo perturban desde el interior, y no recibió aun
en su alma el perfecto remedio de la salvación, ése permanece en el temor de
una caída, porque no tiene la caridad que funda y confirma en la estabilidad de
la virtud.
No te
quedes pues en los dones. ¡Y no pienses que con la gracia rica y generosa del
Espíritu, nada te falta para la perfección!, sino que cuando afluyan hacia ti
esta profusión de dones, entonces hazte pobre de espíritu. Acurrucado bajo el
temor de Dios y contando solo con la caridad como fundamento del tesoro de la
gracia para el alma, sigue combatiendo toda impresión descabellada antes de
haber alcanzado la cumbre de la meta de la piedad: el mismo Apóstol te
precedió, y trae allí a sus discípulos por su oración y por su doctrina,
mostrincircuncisión, lo que vale es ser una nueva criatura. Y a todos los que
siguen esta norma, paz y misericordia, así como al Israel de Dios (Ga 6,
15-16).
La
nueva criatura
Dice
también: Si alguien es de Cristo, se ha hecho criatura nueva, y lo viejo pasó
(2 Co 5,17). Ser "nueva criatura" es la regla apostólica: regla que
el Apóstol en otra epístola expresa con penetración:... a fin de
presentársela a sí gloriosa, sin mancha o arruga o cosa semejante, sino santa
e inmaculada (Ef 5,27).
Llama
pues "nueva creación" la inhabitación del Espíritu Santo en el alma
pura y sin mancha, alejada de toda malicia, perversidad o torpeza. Cuando el
alma, en efecto, haya alcanzado el odio al pecado, y se haya entregado a Dios
según sus fuerzas por medio del gobierno de la virtud, cuando reciba la gracia
del Espíritu y se encuentre transformada por la divina gracia, será
enteramente nueva y recreada. La advertencia: Purifíquense de la vieja levadura
para transformarse en una masa nueva (1 Co 5,7) expresa la misma enseñanza.
Así también: Celebremos este banquete, no con la vieja levadura, sino con los
ázimos de pureza y de verdad (1 Co 5,8).
Puesto
que el enemigo tiende sus trampas al alma por todos lados lanzando hacia ella su
maleficencia, y que las fuerzas humanas son por sí mismas inferiores en
semejante combate, el Apóstol nos ordena armar nuestro miembros con las armas
celestiales: nos invita a revestirnos con la coraza de la justicia, a calzar
nuestros pies con la preparación de la paz, a ceñirnos con la verdad, tomando
por encima de todo eso el escudo de la fe con que poder apagar los encendidos
dardos del maligno (ver Ef 6, 14-16). Los dardos encendidos son las pasiones no
reprimidas. Nos exhorta también a tomar el casco de la salvación y la espada
santa del Espíritu. Por la espada santa se entiende la Palabra poderosa de
Dios. El alma debe armar su mano derecha con ella para rechazar las
maquinaciones del enemigo.
Pero,
¿cómo podemos tomar estas armas? Apréndelo del mismo Apóstol: Por la
oración continua y la súplica -dice-. Recen en el Espíritu en todo tiempo.
Por eso vigilen en todo tiempo y con perseverancia (Ef 6,18). Y ora por todos
con estas palabras: Que la gracia de nuestro Señor Jesucristo, y la caridad de
Dios y la comunión del Espíritu Santo esté con todos ustedes (2 Co 13,13). Y
también: Que el espíritu de ustedes, alma y cuerpo, se conserve entero, sin
mancha para la venida de nuestro Señor Jesucristo (1 Ts 5,23).
El
cristiano perfecto: "el mayor mandamiento"
¿Ves
cuántos medios de salvación te mostró? Y todos tienden hacia el único camino
y la única meta, que es la de ser un cristiano perfecto. Es el fin hacia el
cual deben apurarse, por medio de una fe robusta y una esperanza constante,
aquellos que están prendados por la verdad y que se adelantan con alegría, con
pleno fervor en lo más fuerte de la lucha. Para ellos la carrera de la vida se
cumple con facilidad hasta la cumbre de estos mandamientos de donde se desprende
toda la Ley y los profetas. ¿Qué mandamientos? Amarás al Señor tu Dios con
todo tu corazón y con toda tu alma y con todo tu pensamiento, y a tu prójimo
como a ti mismo (Dt 6,5).
Tal
es la meta de la piedad, que el mismo Señor y los Apóstoles por él formados
nos han transmitido. ¡Y si con algunas digresiones prolongamos un poco nuestro
discurso, preocupados por establecer la verdad más que de economizar las
palabras, ¡no se nos censure! Porque una vez conocidas las reglas de la
filosofía, conociendo así claramente el trabajo del viaje y el fin de la
carrera, todos repudiarán la presunción y la gloria que inspiran los éxitos
alcanzados. Para una vida eterna renunciarán a sus almas, como dice la
Escritura, y mirarán hacia una sola riqueza: la que Dios propone a los que lo
aman, como el premio ganado por su amor a Cristo, porque llama a ello a todos
aquellos que se ofrecen con prontitud para sostener la lucha, a todos aquellos
para quienes la cruz de Cristo basta como viático en el país de esta vida.
El
cristiano perfecto: "que renuncie a sí mismo y cargue con su cruz"
Con
alegría y buena esperanza deben, llevando su cruz, seguir al Dios Salvador. Que
adopten como ley y como itinerario de su vida la economía divina, como lo dice
el mismo Apóstol: Sean mis imitadores como yo lo soy de Cristo (1 Co 11,1). Y
también: Por la paciencia corramos el combate que se nos ofrece, puestos los
ojos en Jesús, que es el autor y consumador de la fe: el cual, en vez del gozo
que se le ofrecía, soportó la cruz, sin hacer caso de la ignominia, y está
sentado a la diestra del trono de Dios (Hb 12, 1-2).
Es de
temer, en efecto, que transportados por los dones del Espíritu, encontremos en
nuestros pequeños éxitos de virtud un motivo para enorgullecernos y
gloriarnos; entonces caeríamos de nuestro impulso antes de alcanzar el término
de nuestra esperanza. Todo el trabajo ya hecho se volvería inútil, y
aparecería que somos indignos de la perfección hacia la cual la gracia del
Espíritu nos arrastra.
"Tendidos
hacia lo que está adelante"
No
debemos, pues, bajo ningún pretexto aflojar la intensidad de nuestro esfuerzo,
ni dejar el combate que nos espera, ni ocupar nuestro espíritu con lo que está
atrás -si algo bueno se hizo-, sino olvidar todo eso y con el ejemplo del
Apóstol: tender hacia lo que nos precede (Flp 3,13).
Mientras
nuestro corazón se rompe bajo la tensión del esfuerzo, con un deseo insaciable
de justicia -porque sólo de ella deben tener hambre y sed aquellos que buscan
alcanzar la perfección-, nos volveremos humildes, y compenetrados por el temor
de Dios, viendo que estamos lejos de las promesas, y exiliados de la perfecta
caridad de Cristo. Porque aquel que ama esta caridad y que mira hacia arriba,
hacia la promesa, no se exalta con los éxitos logrados, ni cuando ayuna, ni
cuando vigila, ni cuando aplica su celo a otras formas de virtud; sino lleno del
deseo de Dios, y mirando con intensidad hacia Aquel que lo llama, considera todo
lo que hace por alcanzarlo como poca cosa y como indigno de recompensa. Mientras
dura esta vida, se sobrepasa continuamente a sí mismo, acumulando trabajos
sobre trabajos y virtudes sobre virtudes, hasta que esté frente a Dios,
precioso por sus obras, pero no teniendo conciencia de haberse hecho digno de
El.
El
amor sin medida
Porque
acá reside la cumbre de la "filosofía": que aquel que es grande por
las obras se abaje en su corazón y condene su vida con temor de Dios haciendo
caer la opinión que tiene de sí mismo.
Así
gozará de la promesa en la medida en que creyó y en que amó, no en la medida
en que trabajó y se cansó.
Porque
los dones son muy grandes para que pueda encontrar trabajos dignos de ellos. Lo
que hace falta es una gran fe y una gran esperanza; entonces la recompensa se
medirá en base a estas dos virtudes, y no a los ejercicios. El soporte de la fe
es la pobreza según el Espíritu, y el amor de Dios sin medida.
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