I. CONSIDERACIONES
HISTÓRICAS. En 1486, Pico de la
Mirandola publica Oratio (llamada luego Manifiesto del Humanismo),
donde revela claramente el nuevo ethos renacentista: «El hombre está en
el centro de todo lo que acontece. Cuando todo hubo sido creado, y el mundo
estaba completo, emergió el hombre, y Dios le dijo: no te he fijado lugar
alguno, ni tarea, ni plan; de manera que puedes emprender cualquier empresa y
ocupar el lugar que desees. Todo lo demás que existe estará sometido a las leyes
que ordenes. Tú serás el único capaz de determinar lo que eres».
El origen de este
nuevo modo de ser en el mundo tuvo lugar entre aquellos que los señores feudales
denominaban, despreciativamente,
habitantes del burgo,
es decir, burgueses. Junto al
castillo, el palacio episcopal y la catedral -símbolos de la sociedad feudal- se
levantan los mercados, los ayuntamientos y casas comerciales que preanuncian y
simbolizan el poder burgués. Como lo han mostrado Sombart y Scheler, fue en los
burgos, luego ciudades, en donde se gestó la cultura del Renacimiento,
produciéndose el tránsito del Medievo a la
modernidad, con una visión del mundo y de las cosas que informa la vida del
hombre y, al mismo tiempo, influye de manera decisiva en la formación del
capitalismo. El espíritu de empresa era lo esencialmente nuevo. Los
arquetipos de hombre medieval fueron el Caballero y el monje cristiano.
Ahora la actividad económica ordenada es el motivo y el principio de la conducta
del burgués (->burguesía); su arquetipo es el empresario.
En el siglo XVIII,
dueña ya de la economía y de la cultura, la burguesía se constituye como una
clase poderosa y dinámica: ella llevará a cabo la Revolución Francesa y todas
las revoluciones de los siglos XVIII y XIX. Dos autores nada sospechosos, Marx y
Engels, escribían en 1848: «La burguesía ha desempeñado en el trascurso de la
historia un papel verdaderamente revolucionario... Hasta que ella no lo reveló,
no supimos de cuánto es capaz la actividad humana. Ha realizado maravillas
superiores a las pirámides de Egipto, los acueductos romanos o las catedrales en
la clase soberana, y ya ha creado fuerzas productivas cuyo número prodigioso y
colosal potencia supera cuanto han sabido hacer las generaciones anteriores»
(Manifiesto comunista).
II.
GÉNESIS DEL CAPITALISMO. Una sociedad
fundamentalmente agrícola y una organización artesanal caracterizaron al mundo
de producción medieval. Con la 'Ilustración se configura el marco
ideológico-cultural que servirá de fundamento al sistema de liberalismo que
tiene dos puntos de apoyo: la riqueza y el mercado. Es decir, riqueza y
propiedad realizados en el marco del libre juego de la oferta y la demanda -el
mercado-, como el eje de la vida económica. El plano político conduce al Estado
liberal, opuesto a toda intervención del Estado en la vida económica. La
conciliación entre los intereses generales y los individuales se realizará
automáticamente.
1. La revolución
científico-tecnológica y el desarrollo capitalista. La familia deja de ser
la unidad básica de producción y consumo y aparece la fábrica, en la que un
conjunto de disciplinados obreros trabaja para el propietario de los medios de
producción. Durante siglos los cambios en la vida económica se habían producido
lentamente; pero a partir de la introducción de la ->técnica en el proceso
productivo, la tecnología se transforma en el principal motor de la economía
moderna. Con la siderurgia se ponen las bases de la industria moderna, y con la
construcción de las redes ferroviarias aparece la primera tendencia a la
concentración de capitales: la empresa familiar no puede atender inversiones tan
elevadas y da paso a las sociedades anónimas y a las grandes entidades
bancarias. La lucha contra la
clase obrera, que empieza a organizarse,
es dura. Los dirigentes del
naciente sindicalismo son perseguidos,
encarcelados y hasta ejecutados. Sin
ninguna duda, el capitalismo del siglo XIX fue un capitalismo salvaje. En
1871, por primera vez, después de la Revolución Francesa, se reconoce en
una
constitución -la belga- el derecho a asociarse. La ley Pitt (en
Inglaterra) y la Chepelier (en Francia) condenaban con la horca ese
derecho.
2. De la libre
concurrencia a los oligopolios y monopolios. A finales del siglo XIX
comienza a perfilarse un nuevo rasgo del capitalismo: el sistema de libre
concurrencia y el carácter competitivo es atenuado por la concentración
empresarial, que da paso al surgimiento de oligopolios y monopolios. Y cubiertos
los mercados nacionales interiores, el paso siguiente es la expansión a escala
mundial, denominada como la última fase del capitalismo, expresada en lo que
todos conocen como imperialismo.
Inglaterra,
arquetipo de sociedad liberal, pasa de potencia colonialista a país
imperialista, de la que son dependientes, además de sus ex-colonias, otros
países. A lo largo de la segunda mitad del siglo XIX, los países capitalistas
inician una política de expansión imperialista que condujo, por una parte, al
pillaje de los países del Tercer Mundo, y por otra, a las guerras mundiales del
siglo XX. Es en esta época cuando aparecen nuevas ramas industriales como la
química. Se inventa el modo de inventar y la ciencia, la tecnología y la
industria constituyen una sola trama. El Estado liberal-burgués comienza a
desmoronarse ante la fuerza de los hechos. La libre competencia elimina buena
parte de las pequeñas y medianas empresas. Y se concentran en pocas manos no
sólo grandes cantidades de dinero, sino
también el poder social y político. Y la realidad pone en evidencia que no son
las leyes naturales de la oferta y la demanda las que dominan el mercado, sino
los monopolios.
Al producirse la
Gran Depresión del año 1929, el paro generalizado, el bajo nivel de empleo y una
economía trabada en su funcionamiento, desembocan en el desmoronamiento
definitivo de los dogmas que constituyeron el fundamento del Estado liberal,
pues los hechos ponen de manifiesto que el mercado no restablece espontáneamente
el equilibrio, que la mano invisible de Adam Smith es una falacia. Es
entonces cuando Keynes reformula la teoría clásica y establece una correlación
entre ahorro, inversión, consumo y pleno empleo. Es el Estado, hasta ese momento
ajeno a la vida éconómica, quien se convierte en instrumento de regulación de la
misma. Es decir: la producción no puede funcionar sin una instancia superior que
es la del Estado.
3. Tránsito al
neocapitalismo. Quizás el libro que claramente marque el quicio alrededor
del cual se pasa la página correspondiente al capitalismo y se puede empezar a
hablar ya de neo-capitalismo sea el Nuevo Estado Industrial de John
Kenneth Galbraith. El final del capítulo VI dice así: «No existe un nombre para
designar a ese grupo de todos los que participan en la elaboración de
decisiones, para indicar la organización que forman. Propongo llamar a esa
organización tecnoestructura».
Y en dos autores, y
en dos de sus libros, podemos representar y simbolizar esas dos realidades, tan
unidas y tan distintas, como son el capitalismo y el
neo-capitalismo: Adam Smith, con su clásico libro La riqueza de las naciones,
y Robert B. Reich -actual ministro norteamericano de Trabajo-, con su
penetrante libro El trabajo de las naciones.
Aunque el
neocapitalismo es heredero del capitalismo constituye una realidad distinta de
este. Se trata de otro orden económico y de otra estructura social. Existen
diferencias muy acusadas entre el sistema capitalista y el neo-capitalista, pero
quizás sea la más importante la siguiente: el capitalismo explota; el
neo-capitalismo domina. Es decir: el capitalismo -dice Francisco Díez del
Corral en su espléndida obra Liberación o barbarie- ha ido
transformándose de sistema de explotación en sistema de dominación.
Una dominación que, desbordando a la sola producción, se ha extendido al
consumo y a la información. La estrategia reformista de las fuerzas
anticapitalistas ha sido superada por la revolucionaria estrategia
neo-capitalista de la integración. Y así, cuando los sociólogos estudian los
sindicatos en la actualidad, los colocan bajo el epígrafe de aliviadero de
tensión.
La sociedad
engendrada por el neocapitalismo unifica a todos sus miembros en insolidarios
consumidores, porque el consumo deja de ser una consecuencia de la productividad
para convertirse en su palanca. Más que producirse para el consumo se consume
para la producción. Y desde el punto de vista político, el sistema
neocapitalista tiende a la integración de las fuerzas opositoras,'aglutinadas en
estructuras neoliberales que, como decía Marcuse, puede acabar consolidando la
dominación más
fuertemente que el
absolutismo. Pues la mecánica neocapitalista no conduce tanto al enfrentamiento
capital-trabajo como a la creación, por una parte, de una oligarquía
tecnoburocrática y, por otra, a la marginación participativa y decisional de
grandes masas de población, reducidas a un papel de simples ejecutantes de las
decisiones de otros y separados de su propia gestión. De
tal modo, que podemos decir que la palabra ->autogestión
ha
sido borrada, no ya del lenguaje común, sino también, lo que es más grave, del
mismo lenguaje sindical. Por esto el análisis del orden neocapitalista no sólo
debe plantearse en términos económicos y de clase, sino también en términos de
organización del poder y su ejercicio por elites especializadas: la
tecnoburocracia. Es decir, en vez de analizar la sociedad como lugar donde se
enfrentan la burguesía y el proletariado, como sostenía Marx, reflexionando
sobre el capitalismo, es más adecuado comprender la sociedad como una realidad
mucho más compleja, que genera oligarquías del poder y la riqueza, por un lado,
y por otro, una masificada población consumidora y, al mismo tiempo, consumida,
en cuanto objeto social manipulado, alienado y utilizado como simple ejecutante
de las decisiones de los otros. Y la repetida experiencia nos permite ya la
observación, reiteradamente verificada, de que el consumo realiza una función
ideológica de una potencia integradora -tanto mayor cuanto más insolidaridad
humana crea- y antirrevolucionaria, hasta este momento desconocida.
III. EL NEOCAPITALISMO: RASGOS Y
CARACTERÍSTICAS.
Existen algunos rasgos
generales o elementos típicos que caracterizan al neocapitalismo actual:
1. Democratización
del consumo. A la clase trabajadora, considerada hasta mediados
del siglo XX como productora, ahora lo central es convertirla y hacerla
consumidora.
2. La ciencia y la
tecnología constituyen un elemento
fundamental y se necesitan personas cualificadas que formen una nueva casta de
importancia central en la nueva sociedad: la tecnoestructura o tecnoburocracia.
La fuerza de ->trabajo simple se va sustituyendo por fuerzas de trabajo
especializado.
3. En los Estados
Unidos de Norteamérica -centro hegemónico e imperialista del presente- se ha
constituido un complejo militar-industrial y se ha acuñado, para nombrar
a sus dirigentes, la expresión
clase pentagonal.
4. Difusión de los
medios de comunicación
como forma de poder legitimar el sistema y de
manipulación de las masas.
5. Democracias
controladas (Suiza,
EE.UU., etc.) por la policía y los servicios de inteligencia computerizados.
6. Las
Multinacionales,
que aparecen en la fase superior del Imperialismo y
que, en la práctica, están hasta por encima de los Estados políticos. Ellas
constituyen la columna vertebral del sistema neocapitalista.
IV. UN NUEVO TIPO DE
HOMBRE. En definitiva, el
capitalismo no sólo es un modo de producción,
sino también
un estilo de vida, y este estilo de vida es la expresión de un nuevo tipo de
hombre. Este hombre y esta civilización, que serán
la matriz del capitalismo, están regidos -como ha explicado R. Garaudy- por tres
postulados básicos:
1. La primacía de
la acción y del trabajo.
Es, a la vez, una tradición burguesa y una
concepción socialista.
2. La primacía de
la razón.
Se sostiene, supersticiosamente -como decía
E. Husserl-, que la razón puede resolver todos los problemas. Este positivismo
ha engendrado el cientificismo y la tecnocracia, que se cuestionan sobre el
cómo, pero jamás sobre el porqué. El espíritu queda reducido a la
mera razón instrumental (M. Weber). Ni el ->amor, ni la ->fe, ni la poesía
tienen lugar en él.
3. El infinito
puramente cuantitativo.
Se ha podido creer en un aumento sin fin del crecimiento, y este se mide como
puramente cuantitativo en relación con la producción y el consumo. La sociedad
funciona como si todo lo que es técnicamente posible fuera deseable y necesario.
El ideal consiste
en tener más dinero, disponer de más bienes, lograr más consumo, confort,
bienestar, seguridad y ser propietario de cuanto más, mejor. Y la tragedia de
nuestra sociedad es que ese es también el ideal de muchos que proclaman valores
religiosos y espirituales, así como de otros muchos que pretenden ser
revolucionarios. El peor mal de la sociedad capitalista-burguesa «no es el hacer
morir de hambre a los hombres, sino el ahogar en la mayor parte de ellos, o por
la miseria o por el ideal pequeño-burgués, la probabilidad y aún el gusto de ser
persona» (Mounier). Esto significa que la ideología que constituye el
neocapitalismo se ha instalado, entrando a saco, en las
conciencias de muchos de nosotros. El capitalismo
salvaje
del siglo pasado hacía evidente la injusticia: el trabajo de los niños, las
jornadas laborales interminables, la carencia de subsidios ante la enfermedad,
la vejez, los accidentes laborales, etc.; en definitiva, el capitalismo
explota. Pero hoy el neocapitalismo campa a sus anchas en el interior de
muchos de nosotros, imposibilitando a menudo la percepción de su injusticia; el
neocapitalismo domina anónimamente. Pero, además del peligro que ha
denunciado Mounier, los frutos del actual desorden internacional que ha
originado el neocapitalismo en relación a los pueblos y personas del Sur son
también evidentes. Por eso podemos hacer nuestras las palabras de N. Greinacher:
«No queda duda alguna de que la economía internacional de libre mercado
constituye un sistema que lleva al hambre a 800 millones de personas. No se
puede llamar orden a lo que comporta que los ricos obliguen a los pobres
mediante ->violencia estructural a tener -> hambre o morir. Los pueblos
oprimidos del Tercer Mundo no tienen quien abogue por ellos en nuestra sociedad
europea. Su influencia es nula ante el enorme poder de los intereses económicos,
y sobre todo de las empresas multinacionales».
Toda persona que
quiera seguir siendo digna éticamente deberá alzar su voz para conseguir que
este desorden establecido, cada vez más desorden y cada vez más establecido
-estructuralmente y también en nuestras conciencias y hábitos de conducta-,sea
considerado como un fin de la historia (F. Fukuyama). Desde el personalismo
comunitario hemos de ser conscientes de que «el neoliberalismo económico, el
libre mercado y la democracia formal son el fin de la historia personal para la
mayoría de las personas de la humanidad; es decir, algunas de las principales
causas de su pobreza y su opresión» (M. Moreno Villa).
VER:
Dependencia y desarrollo, Estado, Marxismo y persona, Política,
Sindicalismo, Socialismo.
BIBL.: AA.VV.,
La crisis del desarrollismo y la nueva dependencia, Amorrortu, Buenos
Aires 1969; BONAVIA P.-GALDONA J., Neoliberalismo y fe cristiana, Acción
Cultural Cristiana, Madrid 1995; BUJARIN N. I.,
La
economía mundial y el imperialismo, Cuadernos de-Pasado y Presente, México
1977°; CAPILLA L., La
Comisión Trilateral. El gobierno del mundo en la sombra, Acción Cultural
Cristiana, 1993; GARCÍA R., Entre la justicia y el mercado, Acción
Cultural Cristiana, Madrid 1992; GREINACHER N., Theologie der Befreiung als
Herausforderung für die Kirchen in der Ersten Welt, ThQuar 160 (Tubinga
1980) 242-256; GONZÁLEZ FAUS J. I., El engaño de un capitalismo aceptable,
Sal Terrae, Santander 1983; MARDONES J. M., Capitalismo y religión. La
religión política neoconservadora, Sal Terrae, Santander 1991; MORENO VILLA
M., La opción fundamental del ideario personalista y comunitario, Acontecimiento 36 (Madrid 1995) 30-35.
L. Capilla
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