Este
ensayo trata de la relación entre la libertad que disfrutan los
individuos en una sociedad y la forma de organización económica
adoptada por esa sociedad. Su tesis es que la organización del
grueso de la actividad económica a través de empresas privadas en un
mercado libre -una forma de organización que llamaré capitalismo
competitivo- es una condición necesaria de la libertad individual.
Aunque necesario para la libertad, el capitalismo sólo no es
suficiente para garantizara. Tiene que estar acompañado por un
conjunto de valores y de instituciones políticas favorables a la
libertad; estas condiciones adicionales no serán consideradas en este
ensayo.
El
sistema económico juega un papel dual en la promoción de la
libertad. En primer lugar, la libertad económica en, en si misma,
un componente esencial de la libertad en general. El
capitalismo competitivo, como el sistema más favorable a la libertad
económica, es por esta razón un fin en sí mismo. En segundo lugar, la
libertad económica es un medio para la libertad civil o política.
Al permitir una efectiva separación entre el poder económico y el
político, reduce los costos de la idiosincrasia política y
proporciona numerosos centros independientes de potencial oposición a
la supresión de la libertad. La experiencia histórica y el análisis
lógico apoyan por igual esta tesis.
El
crecimiento y propagación de la libertad civil en Occidente coincidió
claramente con la difusión del capitalismo como el sistema dominante
de organización económica. No conozco ningún ejemplo de sociedad,
en ninguna época o lugar, definible como sociedad libre, que no usara
un sistema de mercado privado para organizar sus actividades económicas.
Es igualmente claro que el capitalismo por si solo no ha sido
suficiente para garantizar la libertad. El Japón, por lo menos antes
de la II Guerra Mundial, y Rusia antes de la I Guerra Mundial, eran
sociedades capitalistas y, sin embargo, esencialmente autocráticas en
su estructura política. La Italia fascista y la España de Franco son
ejemplos adicionales aunque un poco menos claros; en ambos el estado
ha jugado un papel tan amplio en el control y desarrollo de los
asuntos económicos que quizás fuera mejor describirlos como
sociedades socialistas o colectivistas que como capitalistas. Y esto
ciertamente es válido para la Alemania Nacional Socialista.
Con
todo, merece la pena observar que inclusive en estos países- con la
sola excepción de la Alemania nazi- nunca la supresión de la
libertad individual ha llegado tan lejos como en los modernos estados
totalitarios de Rusia y China, donde el colectivismo económico se
combina con el autoritarismo político y donde apenas sobreviven
algunos vestigios del capitalismo. La razón parece clara. Por poco
que fuera el capitalismo existente, proporcionaba algunas fuentes de
poder parcialmente independiente de la autoridad política. Además,
por supuesto, el capitalismo significó alguna medida de libertad económica
y hasta los vasallos de la Rusia zarista podían cambiar de trabajo
sin permiso de ningún organismo estatal.
La
relación entre la libertad económica y la libertad política es
compleja y en ningún sentido unilateral. En la Inglaterra de
principios del siglo XIX, los radicales filosóficos y sus aliados
consideraban la reforma política fundamentalmente como un medio para
la libertad económica. Los seguidores de Adam Smith, Ricardo y
Bentham, creían que una reducción en la intervención estatal en la
economía, una amplia medida de laissez
faire, era el principal requisito de un rápido progreso económico
así como de la amplia distribución de sus frutos entre las masas.
Dicho sea de paso, la experiencia subsiguiente deja pocas dudas sobre
lo correcto de esa opinión (ver Indice de la libertad económica).
Estos tempranos liberales veían los intereses creados de los políticamente
poderosos, particularmente los terratenientes, como el principal obstáculo
de esa política. La reforma política le daría el poder al pueblo y
el pueblo, naturalmente, legislaría en su propio interés, es decir,
legislaría laissez faire.
Desde
el fin del siglo XIX hasta el día de hoy, los principales escritores
liberales –hombres como Dicey, Mises, Hayek y Simons, por sólo
citar unos pocos- subrayaron la relación inversa: la libertad económica
como medio para la libertad política. El triunfo del liberalismo
benthamita en la Inglaterra del siglo XIX fue seguido por la
intervención gubernamental en los asuntos económicos y esta
tendencia hacia el colectivismo se vio muy acelerada tanto en Gran
Bretaña como en el resto del mundo por dos guerras mundiales. En los
países democráticos, fue el bienestar social más bien que la
libertad lo que se convirtió en el factor determinante. Reconociendo
la implícita amenaza al individualismo, estos autores temían que un
continuo movimiento hacia el control centralizado de la actividad económica
demostrara ser El Camino de la Servidumbre, como tituló Hayek su
penetrante estudio sobre el proceso (ver
El Camino de la servidumbre).
Los
acontecimientos desde el fin de la Segunda Guerra Mundial presentan
una relación de nuevo diferente entre la libertad económica y la política.
La planificación económica colectivista ha interferido con la
libertad individual. Sin embargo, por lo menos en algunos países, el
resultado no ha sido la supresión de la libertad sino el cambio de la
política económica. Nuevamente Inglaterra brinda el ejemplo más
llamativo. El punto de viraje es, quizás, la orden de “control de
compromisos” que, pese a muchas reservas, el Partido Laborista
encontró necesario imponer para poder realizar su política económica.
Plenamente ejecutada, la ley hubiera implicado la asignación
centralizada del empleo. Pero esto chocaba tan abiertamente con la
libertad personal que fue llevada a la práctica en un número
insignificante de casos y rescindida tras haber estado en vigor por un
breve período. Su cancelación introdujo un franco cambio de política
económica, una reducción del apoyo en los “planes” y
“programas” centralizados, el desmantelamiento de muchos controles
y un creciente énfasis en el mercado privado. Un cambio similar de
política ocurrió en la mayor parte de los demás países democráticos
(ver
Los Puestos de Mando).
La
razón última de estos cambios de política está en el limitado éxito
o completo fracaso de la planificación centralizada para conseguir
sus objetivos. Sin embargo, este fracaso debe atribuirse, por lo menos
en alguna medida, a las implicaciones políticas de la planificación
centralizada y a la falta de voluntad de seguir su lógica cuando
hacerlo requiere pisotear estimados derechos privados. Bien pudiera
ser que el cambio sólo sea una momentánea interrupción de la
tendencia colectivista de este siglo. Aun así, ilustra de manera
llamativa la estrecha relación entre la libertad política y las
disposiciones económicas.
Adam
Smith vio claramente que la utilización efectiva de los recursos económicos
requiere la coordinación de un gran número de personas. Como él
dijera, “la división del trabajo está limitada por la extensión
del mercado.” El aumento de la población y el progreso tecnológico
desde que escribiera han ampliado continuamente la escala en que se
requiere la coordinación para poder aprovechar al máximo la ciencia
moderna. Es obvio que literalmente millones de personas están
implicadas en brindarse mutuamente su pan cotidiano, por no hablar de
sus automóviles. El desafío para el creyente en la libertad es
reconciliar la creciente interdependencia con la libertad individual.
Fundamentalmente,
sólo hay dos formas de coordinar las actividades económicas de
millones de personas. Una es la dirección centralizada que implica el
uso de la coerción -la técnica del moderno estado totalitario. La
otra es la cooperación voluntaria de los individuos -la técnica del
mercado.
La
posibilidad de coordinación a través de la cooperación voluntaria
se apoya en la proposición elemental –y, sin embargo,
frecuentemente negada- de que ambas partes de una transacción económica
se benefician siempre que la transacción sea bilateralmente
voluntaria e informada. Por consiguiente, el intercambio puede
significar coordinación sin coerción. Un modelo de sociedad
organizada a través del intercambio voluntario es una economía de
libre empresa privada, lo que hemos llamado capitalismo competitivo.
Es
su forma más simple, semejante sociedad consiste en un número de
familias independientes- una colección de Robinson Crusoes, por
decirlo así. Cada familia usa los recursos que controla para producir
bienes y servicios que intercambia por bienes y servicios producidos
por otras familia en términos mutuamente aceptables para ambas
partes. Por consiguiente, cada familia está capacitada para
satisfacer sus necesidades indirectamente al producir bienes y
servicios que utilizarán otras casas, mas bien que produciendo bienes
para su propio consumo inmediato. El incentivo usado para adoptar la vía
indirecta es, por supuesto, el incremente de productividad que hacen
posible la división del trabajo y la especialización de funciones.
En consecuencia, ambas partes pueden beneficiarse de cada intercambio.
Puesto
que cada familia siempre tiene la alternativa de producir directamente
para si misma, no tiene que entrar en ningún intercambio a no ser que
realmente se beneficie. De esa fomra, no ocurrirá ningún intercambio
a no ser que ambas partes se beneficien del mismo. De esa forma, se
consigue la cooperación sin coerción.
En
una economía de intercambio simple, en la que una familia es la mayor
unidad productiva y en la que los productos finales son intercambiados
contra productos finales, la división del trabajo y la especialización
de funciones no pueden ir más allá, Para ampliar la magnitud de la
división del trabajo, la unidad productiva en las economías de
mercado existentes se halla en gran medida separada de la unidad de
consumo. Toma la forma de una empresa que sirve como intermediaria
entre el uso de los recursos de algunas familias para producir
productos, y la adquisición de los productos por la misma u otra
familia. La introducción de semejante intermediario permite la
cooperación productiva en un área mucho más amplia y hace posibles
complejas cadenas de intercambio y formas indirectas de utilizar los
recursos. La elaboración de arreglos cooperativos se ve facilitada
todavía más por el uso de “dinero”, o medio generalizado de
compra, para hacer transacciones mas bien que intercambiando bienes o
servicios directamente.
Pese
al importante papel de la empresa y del dinero en nuestra economía
actual, y pese a los numerosos y complejos problemas que suscita, la
característica central de la técnica de mercado para conseguir
coordinación se ve plenamente desplegada en una simple economía de
intercambio aunque no tenga ni empresas ni dinero.
Como
en el modelo simple, también en la empresa compleja y la economía de
intercambio monetario, la cooperación es estrictamente individual y
voluntaria, siempre que (a) esas empresas sean privadas, para que las
partes contratantes en última instancia sean individuos y (b) que los
individuos sean efectivamente libres para entrar o no entrar en
cualquier intercambio particular, para que cualquier transacción sea
estrictamente voluntaria.
Es
mucho más fácil formular estas condiciones en términos generales
que especificarlas en detalle, o precisar los arreglos institucionales
más favorables a su mantenimiento. En realidad, gran parte de la
literatura económica técnica está justamente preocupada con estas
cuestiones. El requisito básico es el mantenimiento de la ley y el
orden para evitar la coerción y poner en vigor los contratos
voluntarios, dándole así contenido a “privado” ( ver
La evolución del estado de derecho). Aparte de esto, quizás
el problema más difícil se derive del “monopolio” –que inhibe
la libertad efectiva al negarle a los individuos las alternativas al
intercambio particular- y de los “efectos de vecindario”- efectos
sobre terceras personas para los que no resulta factible ni pagar ni
cobrar.
Aunque
aquí no es posible una discusión amplia, el espectro de los
problemas implicados queda sugerido por las diferentes significaciones
atribuidas a “libre” como un adjetivo que modifica a una empresa.
Un significado, el que se le ha dado generalmente en la Europa
continental, es que las “empresas” serán libres de hacer lo que
quieran, incluyendo fijar precios, dividir mercados y adoptar
cualquier otra técnica para dejar fuera a potenciales competidores.
Otra, inherente al pensamiento británico y a la ley y la tradición
norteamericana, es que cualquiera será “libre” para establecer
una empresa, lo que significa que las empresas existentes no son
“libres” para dejar fuera a los competidores a no ser vendiendo un
mejor producto al mismo precio o el mismo producto a un precio más
bajo. El concepto europeo es una derivación natural de una sociedad
de “status”; la norteamericana, de una sociedad democrática e
igualitaria. Y, a su vez, las diferentes concepciones reaccionan sobre
el carácter de la sociedad; la concepción europea promueve una
economía estructurada, “clases” económicas, y una aristocracia
industrial para complementar su aristocracia social; la concepción
norteamericana promueve la movilidad económica, la ausencia de clases
y la democracia económica para complementar su democracia social.
Mientras
se mantenga la efectiva libertad de intercambio, el elemento central
de la organización de mercado de la actividad económica consiste en
que impide que una persona interfiera con la mayoría de las
actividades de otra. El consumidor está protegido de la coerción del
vendedor gracias a la presencia de otros vendedores con los que puede
tratar. El vendedor está protegido de la coerción de los
consumidores gracias a los otros consumidores a los que puede vender.
El empleado está protegido de la coerción del empleador gracias a
los otros empleadores para los que pudiera trabajar, y así
sucesivamente. Y el mercado hace esto impersonalmente y sin ninguna
autoridad centralizada.
En
realidad, una gran fuente de objeciones a una economía libre es
precisamente lo bien que hace su trabajo. Le da a la gente lo que
quiere en vez de lo que un grupo particular piensa que debería de
querer. Subyacente a la mayoría de los argumentos contra el mercado
libre está la falta de confianza en la libertad misma.
Las
libertades económicas que proporciona el mercado incluyen la libertad
de morirse de hambre, para usar una frase muy querida por los enemigos
del mercado. El mercado le garantiza al individuo la libertad de
aprovechar al máximo los recursos que están a su disposición,
siempre que no interfiera con la libertad de los demás de hacer lo
mismo. Pero no garantiza que tendrá los mismos recursos que otro. Los
recursos que pueda tener reflejan, en gran medida, los accidentes de
nacimiento, herencia y previa buena o mala fortuna. Y no hay nada que
pueda evitar que conduzcan a una gran disparidades en riquezas e
ingresos. Para muchas personas, estas disparidades son moralmente
repugnantes y plantean difíciles problemas éticos que no pueden
explorarse aquí. También sirven funciones muy reales, una de las
cuales mencionaremos más adelante.
En
la medida en que las disparidades se derivan de un monopolio y de
otras imperfecciones del mercado, se pudieran reducir acercándose más
al mercado libre ideal. Pero hay que reconocer que inclusive un
mercado libre ideal es perfectamente coherente con una gran
desigualdad. Fuera de la caridad individual, no hay forma de eliminar
esas desigualdades de riqueza que permanecerían inclusive en un
mercado libre ideal, excepto mediante la interferencia con la libertad
de los más afortunados. Es una observación banal, aunque
desagradable, que la libertad y el igualitarismo pueden ser objetivos
contradictorios. Afortunadamente, en la práctica, han demostrado que
no lo son. Históricamente, un mercado libre ha producido menos
desigualdad, una distribución de la riqueza más amplia, y menos
pobreza que cualquier otra forma de organización económica. Hay
menos desigualdad en los países capitalistas avanzados, como Estados
Unidos, que en países subdesarrollados como la India.
Aunque
la escasez de la información hace difícil estar seguro, también
parece haber menos desigualdad en los países capitalistas en general
que en los colectivistas como Rusia y China. En principio, las
sociedades colectivistas pudieran conseguir una igualdad substancial,
aunque sacrificando la producción total. No lo han hecho. Ni siquiera
lo han intentado.
Por
supuesto, la existencia de un mercado libre no elimina la necesidad de
un gobierno. Por el contrario, como hemos dicho, el gobierno es
esencial como foro para determinar “las reglas del juego” y como
árbitro para aplicar las reglas que se decidan. Lo que el mercado
hace es reducir mucho el espectro de problemas que hay que decidir políticamente
y, por consiguiente, minimiza la medida en la que el gobierno tiene
que participar directamente en el juego. El rasgo característico
de la acción política es que tiende a requerir, o poner en vigor,
una sustancial conformidad. La gran ventaja del mercado, por otra
parte, consiste en que permite una gran diversidad. En términos
políticos es un sistema de representación proporcional. Cada persona
puede votar, por decirlo así, por lo que quiere y conseguirlo. No
necesita saber qué quiere la mayoría y luego, si está en la minoría,
someterse.
Es
esta característica del mercado a la que nos referimos cuando decimos
que el mercado proporciona libertad económica. Pero esta característica
también tiene implicaciones que van mucho más allá de lo
estrechamente económico. La libertad política significa la ausencia
de coerción de un hombre por otro. La amenaza fundamental a la
libertad es el poder de coaccionar, ya esté en manos de un monarca,
de un dictador, de un oligarca o de una momentánea mayoría. La
preservación de la libertad requiere la eliminación de esa
concentración de poder en la mayor medida posible y la dispersión y
distribución de cualquier poder que no pueda eliminarse –un sistema
de checks and balances. Al
sustraer la organización de la actividad económica del control de la
autoridad política, el mercado elimina esta fuente de poder
coercitivo. Le permite al poder económico ser un balance contra el
poder político en vez de un refuerzo.
El
poder económico puede ser ampliamente diseminado, porque no hay
ninguna necesidad de que el crecimiento de nuevos centros de poder
económico se produzca a costa de los ya existentes. Puede haber
muchos millonarios. El poder político, por otra parte, es mucho más
difícil de descentralizar. Su carácter personal impone algo más afín
a una ley de conservación del poder. Puede haber muchos pequeños
gobiernos independientes. Pero es mucho más difícil mantener
numerosos pequeños centros de poder político igualmente fuertes
dentro un gran gobierno que mantener numerosos centros de poderío
económico dentro de una gran economía. Por consiguiente, si la
fuerza económica se une a la fuerza política, la concentración
parece casi inevitable.
Quizás
pueda demostrarse mejor la fuerza de este argumento abstracto con un
ejemplo. Un rasgo de una sociedad libre es la libertad de los
individuos para defender y propagar abiertamente un cambio radical en
la estructura de la sociedad, mientras esa defensa esté limitada a la
persuasión y no incluya la fuerza u otras formas de coerción. Es una
característica de la libertad política en una sociedad capitalista
que los hombres pueden defender y trabajar abiertamente a favor del
socialismo. Igualmente, la libertad política en una sociedad
socialista requeriría que los hombres tuvieran la libertad de
defender la introducción del capitalismo. ¿Cómo puede preservarse y
protegerse la libertad para defender el capitalismo en una sociedad
socialista?
Para
que los hombres puedan defender algo en primer lugar tienen que poder
ganarse la vida. Esto ya plantea un problema en la sociedad
socialista, puesto que todos los empleos están bajo el control
directo de las autoridades políticas. Haría falta un acto de
autolimitación gubernamental cuya dificultad está subrayada por la
experiencia de Estados Unidos después de la II Guerra Mundial con el
problema de la “seguridad” entre los empleados federales. Para un
gobierno socialista permitirle a sus empleados defender políticas
directamente contrarias a la doctrina oficial.
Pero
supongamos que se consiga este acto de auto-negación. Para que la
defensa del capitalismo signifique algo, sus proponentes tienen que
poder financiar su causa, tienen que tener reuniones públicas,
publicar panfletos, comprar tiempo en la radio, editar periódicos y
revistas, y así sucesivamente. ¿Cómo podrán recaudar los fondos
necesarios? Pudiera haber hombres en la sociedad socialista con
grandes ingresos, quizás en forma de bonos del gobierno y cosas por
el estilo, pero tendrían que ser altos funcionarios. Es posible
concebir algunos funcionarios socialistas de menor rango manteniendo
su cargo pese a defender el capitalismo. Es prácticamente imposible
imaginar que algunos altos funcionarios socialistas vayan a
subvencionar semejantes “actividades subversivas’’.
El
único recurso para buscar fondos sería recaudar pequeñas cantidades
de un gran número de funcionarios menores. Pero esta no es una
respuesta realista. Para llegar a conseguir estos recursos, habría
que persuadir a mucha gente y nuestro problema consiste, precisamente,
en cómo iniciar y financiar una campaña para poder hacerlo. Los
movimientos radicales en una sociedad capitalista nunca se han
financiado de esa manera. Típicamente han sido subvencionados por
unos cuantos individuos ricos que han sido convencidos por un
Frederick Vanderbilt, una Anita Blaine McCormick o un Corliss Lamont,
por mencionar unos cuantos nombres recientemente destacados, o por
Federico Engels para ir más para atrás. Este es un papel de la
desigualdad de riqueza para preservar la libertad política que casi
nunca se subraya – el papel del patrón.
En
una sociedad capitalista, sólo hace falta persuadir a unos cuantos
ricos para lanzar cualquier idea, por extraña que sea, y hay muchas
de esas personas, muchas fuentes independientes de apoyo. Y, en
realidad, ni siquiera es necesario persuadir a nadie sobre la validez
de la idea. Sólo es necesario persuadirlos de que su propagación
puede ser financieramente exitosa; que el periódico o revista o libro
o lo que sea pude ser rentable. El editor competitivo, por ejemplo, no
puede permitirse publicar solamente los escritos con que esté
personalmente de acuerdo; le basta con la probabilidad de que el
mercado le dé un rendimiento satisfactorio a su inversión.
De
esta forma, el mercado rompe el círculo vicioso y hace posible
financiar con pequeñas cantidades de muchas personas sin tener que
persuadirlas primero. En una sociedad socialista no existe esa
posibilidad. Sólo existe el estado todopoderoso.
Hagamos
un esfuerzo de imaginación y supongamos que un gobierno socialista
que está consciente de este problema y compuesto por personas que
quieran preservar la libertad. ¿Pudiera suministrar los fondos? Quizás,
pero es difícil ver cómo. Pudiera establecer una oficina para
subsidiar la propaganda subversiva. Pero ¿cómo podría seleccionar a
quién apoyar? Si le diera a todos lo que piden, pronto se vería sin
fondos porque el socialismo no puede cancelar la elemental ley económica
de que un precio lo suficientemente alto creará una gran oferta. Si
usted hace la defensa de una causa radical lo suficientemente
remunerativa, el suministro de sus partidarios será ilimitado.
Además,
la libertad para defender causas impopulares no requiere que esa
defensa sea gratuita. Por el contrario, ninguna sociedad podría ser
estable si la defensa de las causas radicales fuera gratuita, mucho
menos subsidiada. Es enteramente apropiado que los hombres hagan
sacrificios para defender causas en las que creen. En realidad, es
importante preservar la libertad sólo para gente desinteresada porque
de otra forma la libertad degeneraría en libertinaje e
irresponsabilidad. Lo que es esencial en que el costo de defender
causas impopulares sea tolerable y no prohibitivo.
Pero
no hemos terminado todavía. En una sociedad de libre mercado,
basta con tener fondos. Los proveedores de papel están tan
dispuestos a venderle al Daily Worker como al Wall Street Journal. En
una sociedad socialista, no sería suficiente tener los fondos.
Nuestro hipotético órgano capitalista tendría que persuadir a la fábrica
de papel del gobierno para que le vendiera, a la imprenta del gobierno
para que le imprimiera, etc.
Otro
ejemplo del papel del mercado en la preservación de la libertad política,
y uno que más cercano de nosotros, se reveló con el macarthysmo.
Aparte de los temas de fondo, y de los méritos de las acusaciones
hechas, ¿qué protección tenían los individuos y, en particular,
los empleados del gobierno, contra acusaciones irresponsables e
investigaciones que iban contra su consciencia revelar? Su recurso a
la Quinta Enmienda hubiera sido una burla sin una alternativa al
empleo en el gobierno.
Su
protección fundamental era la existencia de una economía de mercado
privada en la que pudieran ganarse la vida. Aquí nuevamente, la
protección no era absoluta. Muchos empleados privados potenciales
eran, correcta o incorrectamente, renuentes a contratar a los
criticados. Bien pudiera ser que hubiera mucho menos justificación
para los costos impuestos en muchas de las personas implicadas que
para los costos generalmente impuestos en las personas que defienden
causas impopulares. Pero el punto importante es que los costos eran
limitados y no prohibitivos, como hubieran sido si el empleo en el
gobierno hubiera sido la única posibilidad.
Es de interés notar
que una fracción desproporcionadamente grande de las personas
implicadas aparentemente nunca entró en los sectores más
competitivos de la economía –pequeños negocios, comercio,
agricultura- donde el mercado se acerca más de cerca al ideal del
libre mercado. Nadie que compre pan sabe si el trigo del que está
hecho fue cultivado por un comunista o un republicano, por un demócrata
o un fascista, por un negro o un blanco. Esto ilustra cómo un mercado
impersonal separa las actividades económicas de los puntos de vista
políticos y protege a los hombres en sus actividades económicas
contra todo lo que no tenga que ver con su productividad.
Como
sugiere este ejemplo, los grupos que tienen más en juego en nuestra
sociedad en la preservación y fortalecimiento del capitalismo
competitivo son esos grupos minoritarios que más fácilmente pueden
convertirse en el objeto de la desconfianza o enemistad de la mayoría
–los judíos, los extranjeros, por solo mencionar los más obvios.
Con todo, paradójicamente, los enemigos del libre mercado –los
socialistas, los comunistas- han sido reclutados en un número
desproporcionadamente alto precisamente en estos grupos. En vez de
reconocer la protección que les brinda el mercado, le atribuyen erróneamente
cualquier discriminación residual.
Traducción
y subrayados por AR
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