SUMARIO:
Introducción. - 1. En las raíces de la
historia: 1.1. El movimiento de Jesús. 1.2. Del movimiento de Jesús a la
Iglesia cristiana. Las "Iglesias domésticas': 1.3. Movimientos comunitarios
eclesiales en la historia de la Iglesia. - 2. Los movimientos comunitarios
eclesiales del siglo XX. Las comunidades eclesiales" de base: 2.1. Nuevos
movimientos eclesiales y nuevas comunidades. 2.2. Génesis de las
"comunidades de base" 2.3. Definición de las comunidades de base. 2.4.
Comunidades de base: Realización plural. a) De las comunidades de base" a
las comunidades eclesiales" de base en América Latina; b) De las comunidades
de base" a las comunidades eclesiales" de base en España. Dos direcciones: 1
° Las comunidades cristianas populares" de base. 2° Las pequeñas comunidades
eclesiales" o pequeñas comunidades cristianas"
(PCC). - 3. Hacia una pastoral de las
comunidades eclesiales" de base (CEB1 (=Pequeñas comunidades eclesiales o
cristianas, PCC). Conclusión.
Introducción
Corremos el
peligro, a veces, de considerar las diversas realidades que surgen en la
historia de la Iglesia, como mutaciones que ella misma va produciendo o
aceptando, ante las circunstancias socio-culturales cambiantes en las diversas
épocas históricas, para poder así ser fiel a su tarea evangelizadora recibida de
Cristo.
En esta
perspectiva, se subraya que el elemento primordial suscitador de las nuevas
realidades es la historia cambiante y la urgencia eclesial de adaptarse para
evangelizarla. La causa, por tanto, sería externa a la naturaleza de la misma
Iglesia, lo cual no es más que una parte modesta de la verdad.
En una perspectiva
eclesiológico-pastoral de conjunto, los elementos primordiales que activan y
promueven la renovación de la Iglesia son los componentes institucionales y
carismáticos que la configuran internamente, a la vez que la visibilizan: la
confesión de fe, los sacramentos, el ministerio jerárquico, los carismas y el
mandamiento nuevo, garantizados todos por la asistencia del Espíritu del Señor
Resucitado.
Efectivamente, el
Espíritu no reduce su función a garantizar la institución jerárquica,
sacramental y ministerial, sino que sigue empujando hacia delante a la
Iglesia ante los cambios socio-culturales de la historia. El Espíritu de Dios
otorga a su Iglesia, en los
momentos oportunos, fuertes carismas que dan vida a movimientos de
renovación y generan nuevas formas de vida comunitaria eclesial, para responder
a la transformación interna de la propia Iglesia y a su tarea de evangelización
del mundo.
Estos dones de
gracia, de hecho han irrumpido en la historia de la Iglesia, sobre todo en los
tiempos de profundas alteraciones socio-políticas y culturales que han puesto y
ponen en crisis la tradición cristiana. Son tiempos en los que se olvida el
acontecimiento pascual de Cristo Salvador, en los que la vida de la Iglesia
parece esclerotizarse y la propuesta cristiana apenas se irradia o lo hace de
forma poco incisiva. Estos carismas revitalizan, con todo su vigor, la Salvación
acontecida ya "en Cristo", convirtiéndose en fuente de energía, de entregas
evangélicas generosas, de renovación eclesial, de nuevas formas de inculturar el
Evangelio, de renovación del ministerio sacerdotal y de la tarea misionera, de
transformación cristiana de lo temporal, etc. (Cf F. GONZALEZ, Los
movimientos en las historia de la Iglesia, Ed. Encuentro, Madrid
1999, 7-20).
En este sentido,
los elementos sustantivos renovadores de la Iglesia surgen de ella misma,
estructurada y reactivada por el Espíritu de Jesús para "evangelizar a todas las
gentes" (Mt. 28,18-20), aunque el otro elemento inductor de los cambios sociales
son las realidades socio culturales de unas épocas más o menos ajenas o
contrarias a la propuesta evangélica, que actúan como revulsivo anticristiano.
Una de esas
realidades eclesiales surgidas en nuestros "tiempos recios", de fuerte crisis
religiosa, es el fenómeno de las pequeñas comunidades cristianas y, en
concreto, de las comunidades "eclesiales" de base, que abordamos
en este artículo.
La exposición tiene
un talante histórico-narrativo. En su primera parte (I) se buscan las
raíces de estas comunidades en la historia de la Iglesia. En la segunda (II) se
describen, con criterios eclesiales de discernimiento,
las comunidades "eclesiales" de base. Y en la tercera (111) se exponen
las líneas para una pastoral de las CEB.
1. En las raíces
de la historia
Los "sumarios" de
los Hechos de los Apóstoles nos proporcionan una visión idealizadora de la
caridad y de la fraternidad de la primera comunidad de Jerusalén. Lucas presenta
esta "edad de oro" como norma para la Iglesia de todos los tiempos. Pero, muchos
detalles del texto mismo de Lucas nos permite pensar que las cosas fueron
bastante diferentes. Es decir, la historia real del cristianismo en su
organización resulta más difusa y compleja, pero fecunda en consecuencias para
nuestra vida eclesial actual.
1.1. El
movimiento de Jesús
La Iglesia nace
sociológicamente como un movimiento, el movimiento de Jesús, es decir, como un
grupo carismático intrajudío de renovación que se reúne en Palestina en torno a
Jesús y que continúa hasta el año 70, el de la destrucción de Jerusalén.
Este movimiento de
Jesús tiene las características de los movimientos llamados, en terminología
sociológica, milenaristas o proféticos, es decir: 1) Nace en una Palestina en
crisis económica, política, cultural y religiosa, que cuestionaba la tradición
judía y su identidad. 2) No es un movimiento meramente de conversión individual,
pues Jesús anuncia el Reino de Dios, como expresión simbólica de un futuro
relativamente nuevo y próximo, que transforme la realidad social y dé como fruto
una humanidad buena y feliz, como obra de Dios; asimismo, cuestiona la autoridad
doctrinal (la Ley) y sacerdotal (el Templo), columna vertebral del sistema
social judío del siglo I. 3) Cuenta con su profeta carismático, Jesús, que
cataliza la situación, da voz a los sectores marginados y abrió nuevas
perspectivas de vida humana y religiosa. 4) Proporciona a las gentes pobres la
conciencia de una nueva identidad personal y grupal, esto es, la experiencia de
la conversión que hace "hombres nuevos". 5) Si, en principio, el movimiento
suele tener una corta duración, el de Jesús experimenta un proceso de
institucionalización y se convierte en la Iglesia cristiana.
En este contexto
crítico y profético, Jesús no predica el Reino de Dios para que se haga realidad
entre una minoría, como hacían los esenios; Jesús no deja nunca de dirigirse a
todo Israel, buscando su conversión.
El Dios del Reino,
por otra parte, es el Dios de los pobres, los hambrientos, las víctimas... Todos
los desgraciados están de enhorabuena porque el Reino de Dios comienza a hacerse
realidad entre ellos. El Dios del Reino se acerca, con Jesús, a los pecadores,
es decir, a los excluidos, que llevan el estigma de la discriminación religiosa,
que en Palestina significaba discriminación social. El Dios del Reino es el Dios
que establece una relación entre la situación histórica y la plenitud definitiva
de la salvación. Es una salvación de Dios que comienza en nuestra historia.
Mientras que por
los profetas apocalípticos el "mundo nuevo", salvado, viene tras la desaparición
de este mundo, para Jesús el "mundo nuevo" comienza en medio del viejo mundo y
ya se están manifestando sus signos, la "visita de Dios a su pueblo" (Lc 7,16).
El Dios del Reino anunciado por Jesús se manifiesta devolviendo su rostro humano
a la sociedad y ésta se humaniza en la medida en que se acerca al Dios
verdadero.
Efectivamente, el
Dios del Reino es el Dios de la misericordia. Su soberanía se afirma como amor,
amor gratuito, que invita a la gran mutación del peso del elitismo de los más
fuertes a la solidaridad con los más débiles. El Dios del Reino es el Padre de
Jesús, su Abba, expresión inusual que expresa confianza y entrega total a su
voluntad. Jesús, en el Padrenuestro nos enseña, nos introduce en su experiencia
religiosa y comparte con nosotros su vida y
su causa. Por eso, para convertirnos al Dios de Jesús, no basta con darle
nuestro corazón, hemos de mirar y ayudar a cambiar la realidad social en la que
vivimos y que aceptamos.
1.2. Del
movimiento de Jesús a la Iglesia cristiana
"¿Cómo es que lo
empezó siendo un movimiento carismático intrajudío, alternativo de la sociedad
[G. Lohfink] y éticamente muy radical, en poco tiempo llegó a ser una
institución religiosa autónoma, la Iglesia cristiana, que se acomodaba a
su sociedad y que fundamentalmente la legitimaba?" (R. Aguirre, pg. 65).
R. Aguirre, en su
obra Del movimiento de Jesús a la Iglesia cristiana (Sal Terrae,
Santander, 1987; en ella nos hemos inspirado para exponer estas primeras notas
históricas) afirma que la perspectiva privilegiada para estudiar la evolución
del cristianismo primitivo es descubrir las relaciones que éste establece con la
casa. La casa es la estructura básica de la sociedad en que el cristianismo
nació y se desarrolló, como lo es toda la sociedad sedentaria pre-industrial.
Para el cristianismo la relación con el mundo se planteó, en concreto y sobre
todo, como la actitud que adopta ante la casa: oikos y oikía,
términos flexibles y de gran capacidad evocadora que sirven para designar
indistintamente tanto el grupo familiar como el lugar de liberación.
En el N. testamento
se habla de la conversión de "casas enteras" (Jn 4,53, Hch 11,14; 16,15; 31,34;
1 Cor 1,16; Hch 18,8). Parece incluso que la casa era la forma básica de
organización de la Iglesia en sus inicios.
El autor de esta
obra muestra la realidad y los rasgos específicos de las iglesias
domésticas en el N. testamento, las sitúa histórica y socialmente e indica
las repercusiones de este fenómeno en el cristianismo primitivo. Estas se pueden
resumir en dos: 1) Las Iglesias domésticas expresan la opción por hacer
del cristianismo una realidad socialmente viable, esto es, la opción
por la encarnación aceptando las estructuras sociales existentes. Y 2)
Manifiestan la opción por hacer de la comunidad concreta, con relaciones
personales reales, el lugar donde se vive la fe y, por tanto, la estructura
base de la Iglesia. Hoy son las llamadas comunidades de base las que
pueden ejercer una función sociológica y teológica análoga a la que desarrolló
la Iglesia doméstica en el cristianismo primitivo. Ella es,
teológicamente hablando, no la sacralización de una estructura social —la casa/familiasino
una posibilidad social que se establezcan los vínculos de fraternidad y vida
nueva, que expresen la fe en Jesucristo (cf R. AGUIRRE, o.c., pp. 7-91).
1.3. "Movimientos comunitarios
eclesiales" en la historia de la Iglesia
En esta formación
de la iglesia primitiva, el Espíritu del Resucitado ha estado activamente
presente con sus impulsos y carismas como se detecta en los dieciséis años de
vida eclesial que abarcan los Hechos de los Apóstoles. Pues, lo mismo ha hecho
el Espíritu de Cristo Vivo en otras épocas críticas de la Iglesia.
En los siglos IV y
V, cuando el martirio se convierte en excepción y la vida de muchos
cristianos pierde la conciencia y vivacidad generada por el martirio, surgen los
carismas que quieren ser memoria del martirio y dan lugar al
movimiento monacal en diferentes lugares de oriente y occidente. Este, entre
otras consecuencias, promueve nuevas formas de vida sacerdotal y de
espiritualidad seglar y asociaciones eclesiales de diferentes estilos.
Occidente asiste al
nacimiento de una especie de "cenáculos monásticos" en medio de las ciudades en
las que actúan directamente con obras pastorales y caritativas. Algunos tienen
estructura semejante a la de los actuales institutos seculares. Es el deseo de
vivir —laicos y clérigos—"según el modelo de los Apóstoles".
Frente a las
invasiones de los bárbaros, eslavos, persas y árabes, entre los siglos V y
Vlll, la Iglesia se hace presente, sobre
todo con una propuesta misionera de comunión. El monacato
benedictino, en comunión real con los Papas, será la gran fuerza
misionera que salga al paso de las divisiones entre los pueblos
invasores, de las dificultades en su vinculación con Roma y de la
conmoción negativa en la vida del pueblo fiel. Los monjes occidentales
concebirán la superación del mundo no como una huída al desierto,
sino como un recogimiento comunitario en el monasterio,
considerado como la única forma de vivir capaz de generar una
propuesta misionera. En torno a bastantes monasterios, que hacen el
papel de "madres", se formaron también grupos de cristianos, de
clérigos y laicos, que participaban asiduamente en la liturgia. Las
comunidades monacales se daban cada vez más
a atender al pueblo cristiano y su estilo de vida siguió siendo un
punto de referencia para los laicos y también para el clero: modelo de
vida evangélica y de oración comunitaria.
Pero en
cada época, el Espíritu inspira a la Iglesia renovar su estilo
comunitario. El antiguo monacato, (además de los canónigos regulares y
las órdenes de caballería) de los siglos anteriores al XIII no
parece darse cuenta de que en este siglo ha cambiado el contexto
social. Estas "comunidades" ahora viven aisladas, alejadas del mundo
de las nuevas ciudades medievales nacidas para la actividad mercantil.
La Iglesia, carente de personas espiritualmente relevantes y con una
jerarquía en horas bajas, no vive un ideal evangélico pujante. Está
gestándose un "hombre nuevo": económico, literato y filósofo, y menos
sensible a la experiencia cristiana original de Europa.
Frente a
la burguesía, la pobreza extendida y el anticlericalismo de la
situación, las nuevas órdenes mendicantes son una oleada de
novedad que socorre a la Iglesia. Sus animadores Domingo de Guzmán y
Francisco de Asís. De nuevo la Iglesia primitiva ha sido el revulsivo:
mezclarse con los necesitados y amarlos compartiendo sus alegrías y
sufrimientos; amor a la pobreza
por Cristo pobre y una maravillosa capacidad para defender la verdad evangélica
con la palabra y el testimonio y atraer a las masas a la Iglesia Son dignas de
mención las Terceras órdenes dominicana y franciscana, formadas por laicos/as
hondamente cristianos, que potencian la vida cristiana y apostólica de muchas
personas.
Pasando varios
siglos, una de las realidades comunitarias más fecundas del siglo XVII es
-por no aludir a otras- el movimiento de las llamadas "Amistades", promovido por
la Compañía de Jesús en la Iglesia de Francia. De este movimiento de las
"Amistades", casi siempre formadas por laicos y clérigos, surgieron numerosas
iniciativas de renovación de la Iglesia francesa, tocada del racionalismo
anticristiano y del jansenismo semicismático. Una de sus iniciativas más
fecundas fue el movimiento misionero de la edad contemporánea. En
París se reunía una de esas "compañías de amigos". Un misionero jesuita les
transmitió su pasión misionera hasta el martirio y su pasión por la Iglesia.
Serán los fundadores de la Sociedad para las Misiones Extranjeras de París.
Uno de sus miembros escribía su ideal: "(Vivíamos) una unidad profunda entre
todos los amigos, cada uno de ellos estaba persuadido de que (teníamos) que
renovar la experiencia de amistad y fidelidad de los primeros cristianos..,
también ellos tenían el gran deseo en el corazón de ser 'un solo corazón y una
sola alma' (Hch 4,32)".
La época liberal
-inaugurada en Francia en 1789 y que se extiende toda la la
guerra mundial 1914-1918- es una época dramática: Progresiva
descristianización de la sociedad y separación de la Iglesia de la vida pública.
Estado laico, autárquico y autocrático, fruto del racionalismo filosófico. La
nueva sociedad tiene una nueva ética, en la que nada tienen que ver ni Dios ni
la Iglesia. Esta queda prácticamente excluida de la convivencia social. Pero la
Iglesia afronta esta situación con el nacimiento de
numerosos movimientos de vida
cristiana, de todo tipo de creyentes, que
den lugar a nuevas asociaciones eclesiales, nuevos institutos religiosos... El
siglo XIX es el "siglo del asociacionismo católico seglar", con una presencia
privilegiada de la mujer católica, y surge en ambientes hostiles o en lugares de
"frontera" misionera. Importante: "Estas realidades eclesiales se convierten
en un 'lugar' humano de encuentro, donde los cristianos se hallan 'como en
su casa' en el seguimiento de Cristo, y donde cualquiera puede tener ocasión de
encontrarse con Cristo" (F. GONZÁLEZ, o.c., p. 132).
2. Los
movimientos comunitarios eclesiales del siglo XX. Las comunidades "eclesiales"
de base
2.1. Nuevos
movimientos eclesiales y nuevas comunidades
Hemos visto,
siquiera sintéticamente, que los movimientos comunitarios en la Iglesia
son una realidad con que el Espíritu acompaña a la comunidad eclesial desde su
nacimiento. Estos movimientos comunitarios eclesiales, promovidos por
personas o grupos con carismas específicos con frecuencia no son miembros de la
jerarquía, pero siempre están en comunión con ella- se manifiestan también en el
siglo XX y son muy influyentes en la vida y en la actividad de la Iglesia.
Hay movimientos que
surgen en los primeros cuarenta años del siglo XX; otros lo hacen después de la
segunda guerra mundial (1945) hasta el Concilio (1965), y otros florecen después
del Concilio, impulsados por las grandes líneas eclesiológicas y espirituales
del propio Vaticano II (cf. Mons. Moreira Neves, 1980). Sobre todo, a partir del
Concilio, sería más exacto hablar de los nuevos movimientos eclesiales y
de las nuevas comunidades.
Estos nuevos
movimientos eclesiales y nuevas comunidades tienen cabida en el Pontificio
Consejo para los laicos (Pablo VI, 1967). Más aún,
con la participación activa de 60 laicos, representantes de diversas realidades
eclesiales de varios países, en el Sínodo Episcopal de 1987, la Iglesia
jerárquica parece aceptar el comienzo de una nueva etapa en el
reconocimiento de la corresponsabilidad de los laicos de la Iglesia e,
indirectamente, del papel que los nuevos movimientos eclesiales y las
nuevas comunidades juegan en la vida de la Iglesia. Esta dignidad y
corresponsabilidad eclesial y misionera se fundamenta en el bautismo y en la
incorporación eclesial de los laicos, cuyos dinamismos ha impulsado siempre a
los movimientos comunitarios a lo largo de la historia de la Iglesia.
Tras el Concilio,
la Iglesia se topa con las multitudes cada vez más alejadas del Evangelio en la
vieja Europa o en las complejas realidades de los otros continentes con sus
cargas de miserias, de dolor y de conflictos sociales (Asía, África,
Latinoamérica), y hasta con el peligro de secularización y difusión de las
sectas en regiones y países con unas tendencias de religiosidad popular
cristianas, pero poco cultivadas catequéticamente. Urge una "nueva
evangelización" ¿quién la podrá llevar a cabo? No las viejas estructuras
pastorales y las organizaciones cristianas vigentes, sin dinamismo interior
evangelizador.
En esta segunda
parte, sólo exponemos lo referente a las nuevas comunidades. Para
situarnos mejor, recordemos que ante esta situación posconciliar, la Iglesia,
impulsada en sus miembros por los carismas del Espíritu, reacciona por un lado,
relanzando los movimientos apostólicos de A. Católica de niños, jóvenes y
adultos; por otro lado, la Iglesia se abre a los llamados nuevos movimientos
eclesiales; y por otro, experimenta el nacimiento de las nuevas
comunidades, o con más precisión, las comunidades "eclesiales" de
base. En esta segunda parte, sólo nos fijamos en estas últimas, en los rasgos
que tienen en común.
2.2. Génesis de
las "comunidades de base"
Si era urgente
acometer misioneramente la situación de increencia y la crítica situación
socio-económica de las Iglesias de occidente, no era menos urgente descubrir con
qué medios eclesiales (estructuras comunitarias, procesos para suscitar y
educar la fe, destinatarios preferentes, estilo de testimonios de vida y de
compromisos interpelantes, talante de los agentes pastorales...) habría que
abordar esta situación de crisis religiosa y social.
El Concilio buscó
la renovación de la Iglesia "para revelar su fuerza a los espíritus
modernos", devolviéndole los rasgos eclesiales más simples y más puros de su
origen" (Juan XXIII). Y, sin hacer distinción entre comunidades grandes y
pequeñas, ve en la experiencia comunitaria los orígenes (Hch 2, 42-47)"
el modelo de la vida de todo el Pueblo de Dios" (cf LG 13,1; DV 10,1).
En concreto, para
una renovación profunda de la Iglesia al servicio de nuestro mundo, el Concilio
desarrolló una eclesiología de comunión y del Pueblo de Dios (LG) y
una teología de la Iglesia en diálogo con el mundo contemporáneo
(GS 1). La parroquia presencia de la Iglesia y del Obispo diocesano
en medio de las gentes, era uno de los factores primordiales para
promover esa "nueva Iglesia conciliar".
Pero, la
parroquia, por ser una institución masiva y escasamente comunitaria y por
vivir durante siglos otra concepción de Iglesia, era incapaz de asumir -sobre
todo en la década de los 60- este proyecto eclesial conciliar, que conllevaba
rehacer las relaciones internas y, además, promover nuevas relaciones con la
sociedad. A esto hay que añadir el hecho psicosociológico del
mundo industrial y urbano, en el que las personas viven aisladas en la
masa, en el anonimato y en la despersonalización y necesitan integrarse
en unos grupos humanos con relaciones interpersonales, que robustezcan su
personalidad
y el sentido de su
vida, incluso en el orden religioso. Todo esto apremiaba a configurar otro
modo de ser Iglesia y de actuar como tal.
Así nacieron, en
concreto, las llamadas comunidades de base en diversas Iglesias de los
cinco continentes, especialmente en el Tercer Mundo. Como su realidad es
bastante plural y heterogénea, ofrecemos una definición descriptiva de
las mismas, que recoge sus rasgos esenciales comunes. Y lo hacemos desde su
versión española, que parece más detallada a la hora de identificarlas.
2.3. Definición de
las "comunidades de base"
Según J. J. Tamayo
(Comunidades de base, en C. FLORISTÁN - J. J. TAMAYO, Conceptos
fundamentales del cristianismo, Trotta, Madrid 1993, 190. La numeración es
nuestra) las comunidades de base son:
"1) Grupos
eclesiales formados por creyentes adultos en Jesús de Nazaret, 2) pertenecientes
-por lo general- a los sectores populares de la sociedad, que han hecho una
opción incondicional por los pobres. 3) Cuentan con un número reducido de
miembros, al objeto de posibilitar unas relaciones interpersonales estrechas
como base para la vivencia de la hermandad. 4) Son grupos relativamente
homogéneos en su interpretación del evangelio (lectura liberadora) y en sus
opciones políticas (de izquierda). 5) Siguen un proceso comunitario de educación
en la fe tendente a: suscitar la fe adulta, provocar una primera conversión a
los valores del reino, profundizar en la fe, tanto en el plano teórico
(reformulación del mensaje) como en el práctico (praxis histórica) 6) Celebran
fraternalmente la fe y la vida en un clima festivo y participativo. 7) Ejercen
corresponsablemente los ministerios y carismas que el Espíritu concede
libremente a los miembros de la comunidad, superando las rígidas oposiciones,
todavía hoy vigentes, entre clérigos y laicos, Iglesia docente e Iglesia
discente, jerarquía y pueblo. 8) Mantienen una comunión crítica e interpelante
con la jerarquía. 9) Están presentes en la sociedad y pretenden contribuir a su
transformación a través de las mediaciones sociales y políticas (compromiso de
signo liberador), empezando así a hacer realidad el reino de Dios en la
historia".
Así pues, las
comunidades de base quieren responder a una serie de retos: 1) Al
evangélico: recuperar el frescor carismático y profético del mensaje y de la
praxis de Jesús y de las "iglesias domésticas" primitivas: tradiciones bíblicas
del éxodo, la alianza, la liberación, la opción por los oprimidos; unos grupos
reducidos de personas atraídos por el testimonio, la autoridad de la palabra y
el aliento liberador de la persona de Jesús; unas comunidades de iguales, en
donde el que manda es el que sirve, sin dominación, opresión o marginación de
nadie, en solidaridad con los pobres para devolverles su dignidad, negada en la
sociedad... 2) Al reto evangelizador situar en el primer plano del
proyecto cristiano la evangelización, esto es, el anuncio -con hechos y
palabras- de la buena noticia de la liberación integral a los sectores sociales
marginados y la denuncia de las injusticias que impiden la fraternidad... 3) Al
reto socio-político: descubrir las mediaciones sociopolíticas de la fe
frente al espiritualismo desencarnando y actuar en caridad mediante una praxis
transformadora. Y 4) al reto de la base: en el sentido eclesial y social,
es decir, a la necesidad de incorporar al ser y al hacer de la comunidad a los
que están en la zona inferior de la comunidad y de la sociedad; a los que están
privados del tener, del poder y del saber. (También) Dios está con estas gentes
de base (cf. J. J. TAMAYO, o.c., p. 191).
2.4.
Comunidades de
base: Realización plural
Como se indica más
arriba, no hay un modelo único de comunidades de base. Según los ámbitos
culturales -continentes, naciones, regiones- y según las líneas sociopolíticas
de los promotores, las comunidades de base cuentan con rasgos
particulares propios; de ahí su pluralidad. Aludimos sólo a las comunidades
de base de Latinoamérica y de España.
a) De las
"comunidades de base" a las comunidades "eclesiales" de base
en América Latina. En América Latina las comunidades de base son
más homogéneas. No aparecen como fenómeno contestatario o alternativo a las
estructuras eclesiales existentes. Surgen de un itinerario teológico-pastoral,
acompañado por un significado grupo de Obispos y teólogos, hasta el punto de
convertirse en uno de los objetos de reflexión de las Conferencias Generales del
Episcopado Latinoamericano: Medellín (1968) y Puebla (1979). En América Latina,
Iglesia-Institución y red de comunidades de base no son fenómenos
eclesiales en conflicto, sino, en general, complementarios, como formas
convergentes de construir la única Iglesia de Jesús al servicio del Reino de
Dios.
Esto no significa
que no haya habido necesidad de momentos de discernimiento oficial. A
raíz del Sínodo sobre la Evangelización (1974), cuando las comunidades estaban
todavía en búsqueda de su identidad, Pablo VI redactó la Evangelii Nutiandi
(1975) y dedicó el n° 58 a las que él llamó
comunidades "eclesiales" de
base, considerándolas como plataformas de
evangelización tanto "ad intra" como "ad extra", pero puntualizando los
criterios de su auténtica eclesialidad:
"Este nombre
('eclesiales') pertenece a las (comunidades) que se forman en Iglesia, para
unirse a la Iglesia y para hacer crecer la Iglesia" (59,5°). Y concretando más
las notas de la eclesialidad, el Papa afirma que las comunidades
"eclesiales" de base: 1) buscan su alimento en la Palabra de Dios, sin
dejarse polarizar por la política o ideología de moda, 2) evitan la
contestación sistemática y el espíritu hipercrítico, que ciertamente no es
colaboración; 3) permanecen firmemente unidas a la Iglesia local y a la
Iglesia universal, en lugar de creerse la auténtica Iglesia de Cristo, aisladas
en sí mismas; 4) guardan una sincera comunión con los Pastores y con
el Magisterio, que el Espíritu les ha confiado; 5) no se creen jamás el
único destinatario o el único agente de evangelización, o único depositario del
Evangelio, pues la Iglesia se encarna en formas que no son las de ellas; 6)
crecen cada día en responsabilidad, compromiso e irradiación misioneros;
7) se muestran universales y no sectarias (cf n° 58, 6°).
Actuando así
—concluye el Papa—"corresponderán a su vocación más fundamental": Dejarse
evangelizar, para "convertirse rápidamente en anunciadoras del Evangelio". Estas
comunidades "eclesiales" de base conocieron sus momentos más álgidos en
las décadas 70 y 80, por su expansión en casi toda América Latina.
b) De las
"comunidades de base" a las comunidades "eclesiales" de base en
España. En el Estado español, las "comunidades de base" nacen casi a raíz de
la crisis de los movimientos apostólicos de A. Católica (mediados-finales de los
60), y ante la situación religiosa y la política del régimen de Franco, su
nacimiento resultó más conflictivo y traumático que en otros países. A ellas les
correspondió suplir ciertas tareas democráticas propias de instancias civiles,
como la defensa de los derechos humanos negados en la sociedad. Ellas rompen con
el nacional-catolicismo simbolizado en el Concordato de 1953, expresándose a
través de gestos contestatarios (denuncias, asambleas clandestinas). Se
enfrentan a la tradicional alianza entre la Iglesia y el Estado
(nacional-catolicismo). Quieren y demandan una Iglesia libre de condicionamiento
estatales. Todas estas acciones de reivindicación liberadora provocó persecución
por parte del régimen y condenas por parte de la jerarquía eclesiástica.
La actitud
reticente y condenatoria de la jerarquía frente a las comunidades de
base, por un lado, y la contestación radical de éstas, por otro, impidieron
caminar en actitud de diálogo, "generaron grandes tensiones y condujeron a veces
a actitudes paralelas no deseadas por ninguna de las partes, con la consiguiente
amenaza de la ruptura de la comunión y de la unidad en la pluralidad (cf. J. J.
TAMAYO, o.c., 194).
A partir de 1975,
después de EN n° 58, las comunidades de base en España ¿pueden ser
denominadas comunidades "eclesiales" de base? En torno a este tiempo, en
la Iglesia española se da una doble dirección:
la Las
"comunidades de base", llamadas comúnmente comunidades cristianas
"populares" de base, que siguen presentes en la vida eclesial. Pero,
antes de responder a la pregunta formulada, hacemos un breve discernimiento
entre sus aspectos eclesiales y sus aspectos reticentes a la eclesiabilidad.
Aquéllos son acentos que enriquecen la vida de la Iglesia; éstos ponen sordina a
la plena aceptación del sentir con la Iglesia:
Es enriquecedora la
acentuación de lo "popular" social y la "base" eclesial en el sentido de
opción por lo pequeño, los pobres, los excluídos... También la,
ausencia de los problemas de las "clases populares" en lo social cultural... Y
una lectura de la Biblia desde aquí. Sigue, sin embargo, el riesgo de
contraponer base y cúspide eclesiales desde una lectura de la realidad de
la Iglesia más sociológica que mistérica. Incluso, también se sigue dando, a
veces, una lectura reduccionista de la Biblia...
Es interpeladora la
insistencia en el compromiso de la fe, desde la "opción preferencial por
los pobres", pero aún sigue el riesgo de la absolutización de determinadas
opciones políticas concretas.
Es estimulante la
preocupación por el diálogo fe-cultura, fe-sociedad, en cuestiones
"fronterizas", favoreciendo últimamente la creación de "foros" con esta
finalidad tan importante.
Se da una
acentuación de la igualdad bautismal en los miembros del pueblo de Dios y
la difuminación de "barreras" entre clérigos y laicos. Se da una nueva manera de
"estar" y de relacionarse el presbítero en la comunidad, con modos de relación
de tendencia democrática. Pero, a veces, esto se realiza sin suficiente
clarificación teológica en el binomio igualdad bautismal diversidad
carismática y ministerial, según el Vaticano II.
Es un signo de
madurez el ejercicio de la crítica social. Esta, si es correcta, siempre
mejora la Iglesia. Sigue, sin embargo, dándose, a veces, la crítica demasiado
compulsiva y hasta patológica, poco implicativa y hecha como "desde fuera" y
desde una cierta pretensión de estar uno situado en la "pureza evangélica".
La sensibilidad
hacia corrientes teológicas más ortoprácticas, como la Teología de la
Liberación, es signo de búsqueda de eficacia en la evangelización de nuestro
mundo. Pero, esta eficacia deja de ser eclesial, cuando la Teología de la
Liberación es asumida sin el discernimiento propuesto por la Iglesia, o
miméticamente sin tomar en cuenta las diferencias de situación entre América
Latina y Europa.
Ante este
discernimiento personal, que puede necesitar matizaciones, pensamos que
bastantes comunidades cristianas "populares" de base, entre
nosotros, siguen preocupando a la Jerarquía por sus insuficientes signos de
eclesialidad.
2" A partir del
planteamiento de EN (n° 58), en el que quedan "identificadas" las comunidades
"eclesiales" de base, han proliferado en la Iglesia española diversos
tipos de comunidades en que se cumplen suficientemente los rasgos de
identidad de estas comunidades "eclesiales" de base. Los
documentos posteriores las han ido llamando: "Pequeñas comunidades eclesiales" o
"Pequeñas comunidades cristianas"... como se verá a continuación.
Es la propia
Iglesia la que aboga por la promoción de estos cauces comunitarios de vida
cristiana. Ya el año 1974, la Comisión Episcopal de Apostolado Seglar,
publica su documento: El Apostolado Seglar en España. Orientaciones
fundamentales. En él se dedican (n° 4) amplios elogios a "las nuevas formas
de vida comunitaria y asociada ("comunidades de base", "comunidades de vida",
"pequeños grupos", etc.) y en el n° 115 hace hincapié en la comunión
eclesial, adelantándose a los criterios ... que se expondrán en EN (1975, n°
58) para identificar las "comunidades de base".
A estas mismas
formas de vida comunitaria se refiere la Proposición 29, presentada -con
otras 38- al Papa en el Sínodo de 1977: Haciendo alusión a EN 58 dice: "las
pequeñas comunidades eclesiales tienen mucha importancia (para la catequesis)...
son grupos de talla humana... en los que se comparte la propia fe con
otros... se educa en el amor fraterno..." Estas comunidades "por la catequesis,
celebración litúrgica, compromiso, entrega cristiana de sus miembros (son) un
verdadero lugar de auténtica experiencia de vida eclesial". "Los pastores -dice
el MPD, n° 13 a)- deben promover pequeñas comunidades eclesiales como lugar de
catequización... dénles los medios para que desarrollen una adecuada
catequización y ayúdenles a que encuentren su propia misión dentro de la Iglesia
local".
Más aún, el año
1982, la Comisión Episcopal de Pastoral, a través de su Servicio Pastoral
a las Pequeñas Comunidades Cristianas (EDICE, Madrid) (en adelante PCC)
publica un documento con este mismo título, en que ofrece unas Orientaciones
pastorales para los Vicarios de pastoral como ayuda a la Pastoral de las
Pequeñas Comunidades Cristianas. En la encuesta enviada a todas las diócesis
del Estado Español se recoge la existencia de 1.300 PCC.
El mérito de este
documento es cuádruple: 1) Incluye, pero rebasa con creces el fenómeno de las
comunidades de base, para abarcar el fenómeno más amplio de las PCC;
2) Hace de todas ellas una valoración eclesiológica importante: "han nacido de
la base eclesial como una muestra más de la perenne vitalidad con que el
Espíritu la fecunda", y manifiesta el humilde reconocimiento de un error
episcopal: "En general no han contado con el deseable apoyo ni la suficiente
comunicación con los primeros responsables de la pastoral en nuestra Iglesia" (pg
7). 3) Es valiente y delicado tanto a la hora de expresar sus valores y
aspectos negativos, como a la hora de presentar sugerencias de
actitudes y compromisos pastorales de los Obispos y Vicarios hacia
las pequeñas comunidades cristianas, y de éstas para consigo mismas y la Iglesia
local. 4) Por fin, aconseja promover las relaciones entre las PCC y otras
instituciones de la Iglesia local.
Al final, los cinco
Obispos de la Comisión de Pastoral -Mons. Ubeda, Echarren, Gea, Iniesta y Osés-
afirman que se darían por bien pagados si este documento sirviera "como modesto
itinerario provisional para una etapa" de esta Pastoral de las PCC.
Por su realismo
pastoral, recuperamos las orientaciones de este documento, que tienen mucho de
actualidad. Los juicios que se emiten en este documento de discernimiento
afectan a todas las comunidades que se consignan en él, aunque en diferente
grado.
Criterios para un
discernimiento eclesial de las PCC (n°s 6-31): Las PCC son
una gozosa realidad y tienen unos fundamentos eclesiológicos concretos. Esto
afirmado, los Obispos precisan los aspectos positivos y negativos que les
parecen más notorios:
Aspectos
positivos de las PCC. Mutuo y sincero conocimiento. Adhesión al grupo.
Corresponsabilidad. Creatividad. Generosa respuesta vocacional. Dinámica de lo
provisional. Osmosis con el mundo. Espíritu crítico y profético. Ambito
privilegiado de maduración cristiana. Escuela de fortaleza y de fidelidad.
Aspectos
negativos: Hipercrítica. Narcisismo. Espíritu de "ghetto". Privatización y
reduccionismo. Desconexión de la Iglesia diocesana y de su Obispo.
Desorganización. Dirigismo larvado. Impaciencia e inconstancia.
La descripción
evaluativa que se hace de cada uno de estos aspectos, aunque incompleta y
necesitada de ulteriores profundizaciones y enriquecimientos, "puede constituir
de momento, un punto de referencia suficientemente objetivo y extenso, como para
ser utilizado a la hora de hacer una revisión desde dentro -las propias
comunidades- o un discernimiento desde fuera -obispos, vicarios de
pastoral u otros agentes de pastoral" (cf n° 11). Y para construir una pastoral
de PCC o de comunidades "eclesiales" de base, el documento episcopal
apunta orientaciones muy operativas, que recogemos a continuación.
3. Hacia una
pastoral de las comunidades "eclesiales" de base (CEB) (= pequeñas comunidades
eclesiales o cristianas, PCC)
Cuando se habla de
promover una "pastoral", se supone que se habla de la Iglesia diocesana y sus
responsables correspondientes (Obispo, Vicarios de pastoral, Vicarios
territoriales, Delegados y Delegadas episcopales, etc.). Para organizar esta
pastoral específica de las CEB, seguimos aprovechándonos del documento citado
Servicio Pastoral a las Pequeñas Comunidades Cristianas.
1.° Ante todo,
cualquier responsable diocesano sabe que en los últimos 20-25 años, han ido
apareciendo diversos tipos de pequeñas comunidades cristianas, en las que
se encuentran los rasgos de las CEB: por ejemplo, las comunidades ADSIS, las de
ITAKA (vinculadas a los Escolapios), las CVX (de matriz jesuítica), las
comunidades de la Asociación "Fe y Justicia", comunidades de "Ayala", etc. etc.
y muchas PCC nacidas en abundantes parroquias como comunidades eclesiales
de origen diocesano. Su procedencia suele ser o religiosa, o laical, o
más generalmente parroquial. Pero sus miembros -en su inmensa mayoría- son
laicos y laicas, matrimonios y personas solteras, y también -en una porción
mucho menor- consagrados de ambos sexos y sacerdotes.
A veces, sin
embargo, sucede que los responsables diocesanos, a algunas de estas CEB, las
ignoran pastoralmente o meramente las toleran. Será preciso pues, que la Iglesia
diocesana cambie de actitud respecto de ellas, invitándoles y ayudándoles, si
hubiera lugar, a autodiscernirse para superar posibles carencias (cf Documento
episcopal, n° 33).
2 ° Habrá que
otorgarles el reconocimiento de su eclesialidad, supuesto el
discernimiento pastoral diocesano a la luz de EN n° 58, que se traduzca en apoyo
concreto, efectivo y moral, jurídico y material (cf Documento, n° 34).
3.° Es importante
mantener con ellas una actitud de diálogo empezando por entablar
relaciones sinceras y cordiales que desbloqueen prejuicios mutuos y alentarlas
con espíritu pastoral: en libertad, respeto y amor (cf. Documento, n° 35). Más
aún, será preciso realizar con ellas un acompañamiento pastoral que
mejore su capacidad formadora, que las involucre en los planes de acción
pastoral diocesano; favorecer la solución de conflictos internos o en la
relación de unos con otros, exponerles los interrogantes que suscitan a
los responsables diocesanos sus ambigüedades, etc. (cf. Documento, n° 38).
4.° Los
responsables diocesanos deberán proponerse, como un compromiso preferencial, la
promoción de nuevas CEB iluminando y clarificando en la diócesis la imagen de la
CEB, su capacidad de promover cristianos generosos y comprometidos, y su misión
pastoral en la vida diocesana.
5.° Será muy
oportuno lograr que estas CEB se enmarquen en una plataforma pastoral de
coordinación entre ellas y con el Obispo, lo cual les daría una posibilidad de
acción pastoral en comunión con la diócesis y medios para cultivar su vida
cristiana y de compromiso apostólico (Documento, n° 44).
6.° Más aún, los
responsables diocesanos considerarán la circunstancia y hasta la necesidad de
establecer grupos de catequesis de jóvenes adultos en parroquias, arciprestazgos
o zonas pastorales como paso previo a la formación de comunidades
"eclesiales" de origen diocesano (cf. Documento, n° 41, final).
7.° Los
responsables diocesanos estimularán a los miembros de las CEB a cumplir su
presencia evangélica en medio del mundo, como fermento transformador de
la sociedad. (Documento, n° 43).
8.° Un aspecto
importante de esta pastoral de las CEB ha de ser favorecer una relación fecunda
entre las CEB y la parroquia o parroquias: colaboración generosa, presencia en
el Consejo pastoral parroquial...
9.° A todo esto
contribuirá muy eficazmente promover la parroquia concebida y realizada como
comunidad o comunión de comunidades entendidas éstas en un sentido amplio:
de grupo, comunidad, asociación..., parroquial. (cf. Documento, n° 46 completo).
Conclusión
Quizá una de las
raíces de la falta de entusiasmo por los cauces pastorales comunitarios,
como son las CEB, esté en que los clérigos aconsejamos a los cristianos laicos y
laicas de nuestras parroquias o áreas pastorales, formar parte de esos grupos
pastorales o comunidades, mientras que nosotros nos consideramos "exentos" de
esta experiencia comunitaria. No actuamos con coherencia. Los Obispos de
la C. Episcopal de Pastoral se atreven a escribir (n° 36): "Reconocemos como una
situación deseable para nosotros, obispos y vicarios de pastoral, la de vivir la
experiencia comunitaria de una u otra manera... Nos proponemos (si esto no se
está cumpliendo ya) insertarnos en la dinámica de las Pequeñas Comunidades
Cristianas (CEB) del modo más adecuado y dentro de las circunstancias concretas
de cada uno de nosotros, en cuanto nos sea posible".
BIBL. — Para la
I Parte: J. DOMÍNGUEZ, Movimientos colectivistas y proféticos en
la H° de la Iglesia, Mensajero, Bilbao 1970; G. LOHFINK, La Iglesia que
jesús quería. Sal Terrae, Bilbao 1986;. R. AGUIRRE, Del movimiento de
jesús a la Iglesia cristiana, Sal Terrae, Santander 1987; F. GONZÁLEZ,
Los movimientos en la historia de la Iglesia. Ed. Encuentro, Madrid 1999.
Para la II
Parte: J. J. TAMAYO, Comunidades de base, C. FLORISTÁN-J. J. TAMAYO,
Conceptos fundamentales del cristianismo, Trotta, Madrid 1993, 189-207;
A. ALONSO, Comunidades eclesiales de base, Sígueme, Salamanca 1970; J. F.
MARINS, Comunidades eclesiales de base, V. W PEDROSA, M° NAVARRO, R.
LÁZARO, J. SASTRE, Nuevo Diccionario de Catequética, San Pablo, Madrid
1999, 491-506; M. de C. ACEVEDO, Comunidades edesiales de base, Atenas,
Madrid 1986; J. Th. MAERTENS, Los grupos pequeños y el futuro de la Iglesia,
Sígueme, Salamanca 1973; C. E. DE PASTORAL, Servicio pastoral a las
Pequeñas Comunidades Cristianas, EDICE, Madrid 1982; SECRETARIADO DIOCESANO
DE CATEQUESIS. MADRID, Comunidades plurales en la Iglesia, Ed. Paulinas,
Madrid 1981; J. A. VELA, Las comunidades de base y una Iglesia nueva,
Buenos Aires 1970.
Vicente
Mª Pedrosa Arés
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