El enunciado que
tenemos delante no se identifica con el tema sobre el -> conocimiento de Jesús.
Existe, ciertamente, una estrecha relación entre ellos, pero merecen un
tratamiento aparte. Sólo así se pondrá de manifiesto el alcance de cada uno.
Tanto cuando hablamos del -> conocimiento de Jesús, como cuando intentamos
descubrir su conciencia mesiánica, intentamos desvelar la interioridad de
su persona tal como se manifiesta a través de sus palabras y acciones. Existe,
no obstante, una diferencia profunda en la finalidad del tema explorado. El
conocimiento de Jesús puede quedar restringido a un nivel antropológico
esencial, determinado por la curiosidad de vernos obligados a aceptar la
limitación u optar por la ilimitación de sus saberes. Teóricamente al menos el
problema se vería restringido por las fronteras aludidas. Prácticamente no es
así.
La conciencia
mesiánica de Jesús nos lleva mucho más allá del conocimiento humano. Nos
introduce en el saber divino proyectado hacia el hombre en toda su dimensión
salvadora. ¿En qué medida conoció Jesús el proyecto divino salvador que él tenía
que realizar para cumplir adecuadamente el encargo recibido en su misión
singular?
La conciencia
mesiánica. Jesús manifiesta la conciencia que tiene de sí mismo por las acciones
y declaraciones justificativas de su modo de ser y actuar. Sus obras
extraordinarias, particularmente los exorcismos y curaciones que realizaba, no
fueron negadas ni siquiera por sus enemigos, aunque las atribuyesen al poder del
Maligno (Mc 3, 20-30) o, en las polémicas posteriores, a algún poder mágico.
Jesús y, naturalmente, sus discípulos, las atribuían al Espíritu de Dios (Mc 3,
29-30; Mt 12, 28). Bultmann y otros intérpretes de su línea las consideran como
historias tardíamente inventadas. Estas acciones extraordinarias eran esperadas
y atribuidas a personas religiosas especialmente actuadas por el Espíritu. Pero,
como acentúa N. Perrin, las historias transmitidas por los evangelios sobre este
particular pertenecen al primer estadio de la tradición
Nada hay más cierto acerca de Jesús que fue
considerado por sus contemporáneos como un exorcista y un curador de
enfermedades. En comparación con los paralelismos paganos, como Apolonio de
Tiana, destacan los milagros de Jesús en el contexto de su vida judía y de su
doctrina escatológica. Las acciones extraordinarias de Jesús no pretendían
simplemente ayudar a una persona necesitada. Eran un medio concreto para
proclamar y realizar el triunfo de Dios sobre los poderes del mal en la hora
final. Los milagros eran signos y realizaciones parciales de lo que debía
aparecer plenamente en el Reino.
Sus palabras son
determinantes de la solidez con la que el hombre construye su vida. La decisión
positiva ante ellas equivale a la construcción sobre roca; la indiferencia o actitud
negativa ante ellas significa edificar sobre arena: todo pasa, ellas permanecen
(Mt 7, 24-32; Mc 13, 31). Ellas son el punto supremo referencial de la propia
vida por encima de los demás valores absolutos como la familia (Mc 3, 31-35). La
palabra de Jesús no sólo es la flecha que indica el verdadero camino que conduce
al reino de Dios y a la puerta de entrada en él. Ella misma es "la puerta" y "el
camino" (Mt 7, 13; Mc 10, 17-22; Jn 14, 6).
La peculiaridad del
lenguaje de Jesús no sólo supera la autoridad de los rabinos, de los escribas,
repetidores de las palabras de la Escritura, de la inspiración profética
alentada por el Espíritu divino, sino que en ellas se trasluce el poder divino
de la persona que las pronuncia. Un poder capaz de vencer al mal y al Maligno en
virtud de la presencia de Dios en él a quien hace presente entre nosotros (J.
Deforme). La eficacia de su palabra operante es un signo de la presencia
escatológica del reino de Dios y de la extraordinaria categoría de Cristo que
anticipa la presencia del reino escatológico.
Según nuestro modo
común de hablar la palabra de Jesús es una palabra sacramental: anuncia
una realidad y, al mismo tiempo, la hace presente o, dicho de otro modo,
presencializa aquello que anuncia. El es plenamente consciente de ello. Así lo
ponen de relieve aquellas parábolas suyas cuyo denominador común es la llamada
de urgencia. Las llamamos así porque ellas sitúan al hombre ante la decisión
personal, en la que se juega la suerte del hombre ante la crisis provocada por
la aparición de Jesús. De ahí que algunos autores las califiquen como
parábolas de crisis:
a) La decisión
humana y el consiguiente juicio divino se realizan en el tiempo presente, en la
vida de cada día. El tiempo futuro es éste, el presente. El tiempo último
o el último día llega cuando se pasa la última hoja del calendario de nuestros
días (Lc 12, 54-56: "el tiempo nuevo" es Jesús mismo). Es el tiempo, jronos, que,
cargado con la acción de Dios, se llama kairós. Toda la vida y
actividad de Jesús anuncian el Reino; nos aseguran que el tiempo-eón
antiguo ha llegado a su fin; que el dominio de la muerte y del pecado ha
sido superado.
b) La actitud
exigida al portero y demás servidumbre (Mc 13, 34-36) insiste en
que la llamada de urgencia es directa e inaplazable. Aunque el viaje del
señor de la casa será largo (referencia a la partida de Jesús), la
necesidad de la vigilancia se acentúa por la imprevisibilidad de su
vuelta (que tiene lugar en el encuentro último que cada persona tiene
con él).
c) Los
ladrones no acostumbran a pasar tarjeta de visita. Jesús compara su
última venida al hombre con la del ladrón (Mt 24, 43-44). El
reino de Dios, ha venido, está a la puerta, manifiesta su presencia de
múltiples formas. No debiéramos olvidar que el juicio final es un hecho
de tipo existencial que realizamos en la vida y conducta de cada día (Jn
3, 18).
d) La
experiencia nos dice que es conveniente arreglar los pleitos pendientes
antes de llegar al juez (Lc 12, 58-59). El plano último de la
pequeña parábola es la amenaza ante el tiempo decisivo, ante el juicio
escatológico, que se realiza en cada momento. Estamos, por tanto, ante
una llamada de urgencia, ante una parábola de crisis.
e) Los
siervos vigilantes (Lc 12, 35-38) deben tener las lámparas
encendidas; es el símbolo de la vigilancia - si las tuviesen apagadas se
indicaría que los siervos dormían - y los lomos ceñidos, que simbolizan
el trabajo, la disponibilidad y la responsabilidad.
f) El
evangelista Lucas, al utilizar el símil de la puerta estrecha
(13, 22-30) se sitúa y nos sitúa en el terreno original del carácter
escatológico actual y existencial de la llamada, que sería la que
acentuaban las palabras de Jesús.
g) La gravedad
irresponsable y responsabilizadora de ser encontrado sin fruto, como
la higuera estéril (Lc 13, 6-9), es una llamada a la consideración
de nuestra vida como
tiempo de gracia a la vez que una amenaza ante el desprecio de la misma.
h) Lo que
puede hacer el hombre y lo que debe omitir lo pone de relieve la actitud
del administrador infiel (Lc 16, 1-8). El hombre nunca puede
prepararse positivamente para pertenecer al reino de Dios. El afán y el
esfuerzo humanos nunca son exigitivos de la gracia de Dios. Lo contrario
equivaldría a destruir el concepto mismo de la gracia y de lo
sobrenatural. Pero si el hombre no puede exigir a Dios lo que le es
indebido, sí puede prestar a Dios lo que exige de él. Una actitud de
buena voluntad, de preocupación por el Reino, de eliminación de los
obstáculos que se le oponen.
i) El reino de
los cielos no es comparado con diez jóvenes (Mt 25, 1-13), sino
con la celebración solemne de una boda. Solemnidad reservada para el
último momento en el que la consumación del mundo y el juicio último
juegan un papel decisivo. Precisamente por eso el Reino puede ser
comparado con la sala del festín en el que entran las jóvenes prudentes.
El verso primero debe ser traducido de forma distinta a como suele
hacerse ordinariamente. Debería sonar así: "Ocurre con el reino de los
cielos como con diez jóvenes invitadas a un banquete de boda"
j) La parábola
de los viñadores homicidas (Lc 12, 1-11) es una acerba crítica a
la actitud de los dirigentes judíos contra Jesús. Su hostilidad frente a
él debe ser enmarcada en la actitud de rechazo, de repulsa y malos
tratos dados a los mensajeros enviados anteriormente por Dios a Israel.
La parábola de los viñadores homicidas presenta a Jesús como la última
llamada dirigida por Dios a su pueblo. También El fue rechazado. También
esta voz fue desoída. Desoída y silenciada violentamente. Pero se
convirtió en el fundador de una nueva comunidad heredera del Reino y
servidora del mismo.
k) Cristo
aparece rodeado de pecadores, publicanos y marginados en general. Esta
actitud de Jesús fue condenada por los dirigentes
puritanos de su tiempo. Su respuesta, entre otras, la tenemos en las parábolas
de la misericiordia (Lc 15) y en la del médico y los enfermos (Mc 2,
16-17). Lo que Jesús pretendía era derribar las fronteras entre el hombre y
Dios, no las levantadas por los hombres entre sí. La comunión en la mesa se
convierte en el símbolo de la misión de Jesús. El vino a salvar a los pecadores.
En lugar de que vivan en sus pecados y en comunión con los pecadores, que vivan
en comunión con él, es decir, con Dios mismo y con los discípulos, es decir,
dentro de la comunidad escatológica de la salvación; que pertenezcan al Reino.
l) El acento
principal de la parábola sobre la oveja perdida (Lc 15, 3-7) recae sobre
esa alegría que la conversión del pecador causa en el corazón de Dios.
Esta alegría es comparada a la que proporcionan en el cielo los noventa y nueve
que no necesitan la penitencia. Y supera la primera a la segunda. Jesús se
refería a los escribas y fariseos que se consideraban justos, sin necesidad de
penitencia. Y no había tal cosa. Entre todos ellos no proporcionaban en el cielo
tanta alegría como un pecador convertido. Pero Jesús no trata en ella de aquella
falsa santidad. En el momento oportuno les pondrá de manifiesto, les quitará la
máscara de santidad de que se presentaban rodeados para que aparezcan como son
en su interior: sepulcros blanqueados.
II) La alegría
que proporciona a Dios la conversión del pecador es también el tema de la
dracma perdida (Lc 15, 8-10). La mujer de la parábola comienza la búsqueda de la
dracma encendiendo una lámpara. Todavía era de día. Paro las casas palestinenses
del tiempo de Cristo tenían poca luz. La que entraba por una puerta baja y por
una ventana insignificante. Asó lo han demostrado las ruinas romanas y
bizantinas de Jerusalén, Jericó y Cafarnaúm.
Además, la lámpara
encendida se convirtió en el símbolo obligado de una búsqueda diligente. Una vez
encontrada la dracma tienen
lugar unas manifestaciones excepcionales de alegría, que únicamente expresan la
realidad parabólica. Pretenden llevarnos al núcleo central del mensaje.
Para la explicación
de estas parábolas he tenido delante mi libro El Reino en Parábolas,
Salamanca, 1996, pp. 97-147).
Acciones
extraordinarias, reales aunque adornadas o legendarizadas, palabras
autoritativas sobre el tema de la mediación del hombre con Dios a través de
Moisés, de los profetas... y del Profeta, parábolas que acentúan la urgencia de
la llamada de Dios que se hizo presente en el Parabolista por antonomasia, ¿no
expresan con suficiente peso y claridad la conciencia mesiánica de Jesús?
BIBL. — JoHN P.
MEIER, Un judío marginal. Nueva visión de Jesús de Nazaret, Estella,
Navarra. El mismo autor tiene el artículo Jesus, en "The New Jerome
Biblical Commentary", pp. 1316-1328; N. PERRIN, Rediscovering the Teaching of
jesus, Londres, 1967; F. Duci, Jesús llamado Cristo. Introducción al
jesús de la historia y a su comprensión desde la fe, Madrid, 1983; R.
LATOURELLE, A jesús el Cristo por los evangelios.
Historia y Hermenéutica, Sígueme, 1983;
A. LAPPLE, Jesús de Nazaret. Reflexiones críticas, Madrid, 1973.
Felipe E
Ramos
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