"El nacimiento de Jesucristo fue así:
Estando desposada María su madre con José, antes que se juntasen, se halló que había concebido del Espíritu Santo. José su marido, como era justo, y no quería
infamarla,quiso dejarla secretamente...un ángel del Señor...le dijo: José, hijo de David, no temas recibir a María tu mujer" (Mateo
1:18-20).
Los
desposorios, en hebreo erês, eran un contrato
hecho ante testigos entre el padre y los hermanos uterinos (que
comparten la misma madre) de la esposa por un lado, y el padre del
esposo por otro. El objeto era no solo la unión de los cónyuges (
del griego nymphios para el varón y nymphe para la
mujer) , sino todo lo relativo a los presentes que se
habían de hacer a los hermanos uterinos y la cantidad que se había
de pagar al padre de la esposa. A veces, ésta era dotada por su padre;
pero como por excepción (Josué 15:18-19).
Los rabinos enseñan que los desposorios se celebraban mucho tiempo antes de las bodas,
sobre seis meses o un año; sin embargo, esta costumbre no era general,
pues en el libro apócrifo de Tobías se
relata que éste había pedido a Sara por mujer, coincidiendo el
ajuste y el casamiento en el mismo acto. Como quiera que sea, desde el
día en que se celebraban los desposorios o esponsales se
consideraba como ajustado el matrimonio, recibiendo la mujer el
título de esposa, aunque no habitase todavía con su marido (Mateo 1:18-20).
Por eso, cuando
después de los desposorios se negaba el esposo a contraer
definitivamente el matrimonio, estaba obligado a dar líbelo de repudio a
la mujer; y también si ella había pecado con otro hombre, era
tratada como adúltera (Mateo 1:19).
Siendo compradas las
mujeres a precio de dinero o de costosos regalos (Génesis 24:53-54),
sus maridos las miraban generalmente como esclavas; costumbre que se ha
perpetuado
en gran parte del Oriente según se ha podido constatar. Sin embargo,
no era raro que algunas influyesen en el ánimo de sus maridos y
tuviesen mucha autoridad sobre ellos (1º Samuel 25:19-30; 1º Reyes 11:2-5; 19:1-2; 21:7-8).
(Tomado de "Costumbres de los judíos")
Concubinato
La palabra concubina
significa, por lo común, en los
autores latinos, una mujer que sin estar casada vive conyugalmente
con un hombre. El significado etimológico es “acostarse juntos”,
derivado del latín con y cúbito, “acostarse
con”. El texto bíblico nos habla de las trescientas concubinas del rey Salomón (1º Reyes 11:3). Para los escritores sagrados la voz pîleguesch o
pîlleguesch se toma en un sentido muy diferente y
expresa “una mujer legítima, pero de segundo orden e inferior a la señora de la casa” (Génesis 16:1-6). Se da la circunstancia de que los
hijos nacidos de esta unión son prohijados por la esposa, adquiriendo rango propio (Génesis 16:2; 30:1-3). En la vida de otro patriarca, Jacob, nieto de
Abraham, encontramos de nuevo reproducidas ,casi de idéntica manera, unas circunstancias similares (Génesis 29:9-24).
Lo que distinguía a las concubinas es que sus bodas no se
celebraban con solemnidad y ceremonias públicas, tal como se ha
descrito anteriormente. Su matrimonio, aunque legítimo -pues no se
podían negar los derechos de esposa a la concubina, ni tampoco
venderla (Deuteronomio 21:10-14)-, se hacía con un simple consentimiento mutuo. A veces, los mismos padres, de motu
propio, daban una esclava por concubina a sus hijos para evitar
que se entregasen al libertinaje; pero esta concubina debía ser
considerada por ellos como su hija o nuera. Los judíos
abusaron muchas veces excesivamente de la ley que les permitía tener
concubinas (Éxodo 21:10), sobre todo en casos de manifiesta esterilidad, para mantener
una multitud de ellas; pero este abuso fue siempre condenado. Cuando Dios pensó en dar a Adán una ayuda idónea, no pensó en darle muchas ayudas, sino en una sola: Eva .
Desde entonces “...dejará el hombre a su padre y madre, y se unirá A SU MUJER, Y SERÁN UNA SOLA CARNE” (Génesis 21:8, 23-24). Lo contrario a esto, en todos los casos bíblicos, ha producido graves problemas sobre la familia y sobre las vidas de los
propios protagonistas.
Jesucristo abrogó la poligamia y condenó en el mismo hecho el
uso de concubinas u otra mujer en la vida del hombre ( Mateo 19:8-9; Lucas 16:18), considerándolo
como pecado de
adulterio y fornicación. Entre las exigencias para el servicio a
Cristo (extensivas a todo creyente) aparece la de que el obispo (epi-skopeo) sea “marido de una sola mujer” (1ª Timoteo 3:2; Tito 1:6). En Cristo, el símbolo unificador del matrimonio no es ya sólo la unión ideal
de un hombre y una mujer, sino la unión de Cristo y la Iglesia: éste es el gran misterio de que
habla Pablo (Efesios 5:31-33).
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