La importancia de esta expresión bíblica se deriva principalmente del hecho de que en Mateo 24,15, y Marcos
13,14, la aparición de la “abominación de la desolación” erigida en el
“Lugar Santo” (Mateo), y donde “no debe estar” (Marcos), es dada por Nuestro Señor a sus discípulos como la señal para su huída de Judea, en el tiempo de la ruina inminente de Jerusalén (Lc. 21,20).
La expresión por sí misma es manifiestamente oscura. Para determinar su significado, los intérpretes han recurrido naturalmente al original hebreo del Libro de Daniel: pues nuestro primer evangelista dice claramente que “la abominación de la desolación” que tiene en mente “fue mencionada por Daniel el profeta”; y además, la expresión que él usa, al igual que San Marcos, es simplemente la frase en griego con la cual los traductores de los Setenta expresaron literalmente las palabras hebreas shíqqûç shômem que se encuentran en Daniel 12,11; 9,27; 11,31. Desafortunadamente, a pesar de todos sus esfuerzos por explicar estos términos hebreos, los estudiosos bíblicos todavía discrepan sobre su significado preciso.
Mientras que la mayoría de los comentaristas consideran la primera híqqûç, usualmente interpretada por “abominación”, como la designación de cualquier cosa (estatua, altar, etc.) que tenga relación con el culto idolátrico; otros la consideran una designación despectiva de un dios o ídolo pagano. De nuevo, mientras que muchos comentadores interpretan la segunda shômem por la palabra abstracta “desolación”, otros la tratan como una forma concreta de referirse a una persona, “un destructor”, o aun como un nombre en participio que significa “el que hace desolación”.
La más reciente interpretación que se ha sugerido para estas palabras hebreas es al siguiente efecto: La frase shíqqûç shômem representa la expresión original bá' ál shámáyîm (baal del cielo), un título encontrado en inscripciones fenicias y arameas y el equivalente semita del dios Zeus, Júpiter, pero modificado en Daniel a causa de la aversión judía por el nombre de una deidad pagana.
Aunque algunos difieren en cuanto al sentido preciso de la frase hebrea usualmente interpretada como “la abominación de desolación”, los eruditos cristianos están prácticamente unánimes en cuanto a su significado general. Suelen admitir, de hecho correctamente, que la expresión hebrea debe ser entendida como algún emblema idolátrico, cuya colocación traería consigo la ruina final del Templo de Jerusalén (1 |Mac. 1,57, 4,38). Y con este significado general en mente, ellos proceden a señalar el evento histórico entre la predicción de Nuestro Señor y la ruina del Templo (70 d.C.), la cual podría ser considerada como “la abominación de desolación” de la cual habla Mt. 24,15 y Mc. 13,14.
Pero aquí ellos están divididos de nuevo. Muchos estudiosos han pensado, y todavía piensan, que la introducción de los estandartes romanos a la Tierra Santa, y muy particularmente en la Ciudad Santa, poco antes de la destrucción del Templo, es el evento predicho por Nuestro Señor a sus discípulos como la señal para su huída de Judea. Es verdad que los estandartes eran venerados por los soldados y aborrecidos por los judíos como el emblema de la idolatría romana. Aun así ellos difícilmente pueden ser considerados como “la abominación de desolación” a que se refiere Mt. 24,15. El evangelista dice que esta “abominación” será erigida en el “lugar santo”, con la cual naturalmente se refiere al Templo (ver Dn. 9,27, donde la Vulgata dice: “estará en el Templo la abominación de la desolación”), y los estandartes romanos fueron realmente introducidos al Templo sólo después de que habían sido introducidos por Tito, eso, demasiado tarde para servir de aviso a los cristianos de Judea.
Otros estudiosos piensan que la profanación del Templo por los zelotes, quienes lo tomaron y lo convirtieron en su fortaleza poco antes de que Jerusalén fuera sitiada por Tito, es el evento predicho por Nuestro Señor. Pero esta opinión es comúnmente rechazada por la sencilla razón de que “la abominación de desolación” mencionada por Daniel y a la que se refiere el Evangelio según San Mateo, era algo ciertamente relacionado con el culto idolátrico.
Otros, finalmente, interpretan la advertencia de Nuestro Señor a sus discípulos a la luz de la historia de un intento de que su propia estatua fuese erigida y adorada en el Templo de Jerusalén. Los siguientes son los hechos principales de dicha historia. Cerca de 40 d.C., Cayo Calígula emitió un decreto perentorio ordenando la erección y culto de su estatua en el Templo de Dios. También designó a Petronio como gobernador de Siria, ordenándole ejecutar el decreto aun a costo de una guerra contra los judíos rebeldes. Tras lo cual los judíos en decenas de miles hicieron la afirmación ante el gobernador que ellos preferían ser asesinados antes que ser testigos de la profanación idolátrica de su sagrado Templo. Poco después Petronio le pidió a Calígula revocar su orden, y Agripa I, que vivía en Roma en ese entonces, convenció al emperador de no poner en vigor el decreto. Parece, sin embargo, que Calígula se arrepintió pronto de su concesión, y de no haber sido por su intempestiva muerte (41 d.C.) él hubiese erigido su estatua en Jerusalén. (E. Schurer, Historia de los judíos en tiempos de Cristo, I Div. II, 95-105; tr.).
En vista de estos hechos muchos estudiosos afirman que los cristianos primitivos fácilmente pudieron haber considerado la próxima erección de la estatua de Calígula en el Templo como el acto de abominación idolátrica que, de acuerdo a la profecía de Daniel 9,27, presagiaba la ruina de la Casa de Dios, y por lo tanto veían en ella el signo real dado por Cristo para su huída de Judea. Esta última interpretación de la frase “la abominación de desolación” no carece de sus propias dificultades. Aun así parece preferible a las otras que han sido expuestas por comentadores en general.
Fuente: Gigot, Francis. "The Abomination of Desolation." The Catholic Encyclopedia. Vol. 1. NewYork: Robert Appleton Company, 1907. 29 Jan. 2012 <http://www.newadvent.org/cathen/01046a.htm>.
Traducido por Lourdes P. Gómez. rc
La expresión por sí misma es manifiestamente oscura. Para determinar su significado, los intérpretes han recurrido naturalmente al original hebreo del Libro de Daniel: pues nuestro primer evangelista dice claramente que “la abominación de la desolación” que tiene en mente “fue mencionada por Daniel el profeta”; y además, la expresión que él usa, al igual que San Marcos, es simplemente la frase en griego con la cual los traductores de los Setenta expresaron literalmente las palabras hebreas shíqqûç shômem que se encuentran en Daniel 12,11; 9,27; 11,31. Desafortunadamente, a pesar de todos sus esfuerzos por explicar estos términos hebreos, los estudiosos bíblicos todavía discrepan sobre su significado preciso.
Mientras que la mayoría de los comentaristas consideran la primera híqqûç, usualmente interpretada por “abominación”, como la designación de cualquier cosa (estatua, altar, etc.) que tenga relación con el culto idolátrico; otros la consideran una designación despectiva de un dios o ídolo pagano. De nuevo, mientras que muchos comentadores interpretan la segunda shômem por la palabra abstracta “desolación”, otros la tratan como una forma concreta de referirse a una persona, “un destructor”, o aun como un nombre en participio que significa “el que hace desolación”.
La más reciente interpretación que se ha sugerido para estas palabras hebreas es al siguiente efecto: La frase shíqqûç shômem representa la expresión original bá' ál shámáyîm (baal del cielo), un título encontrado en inscripciones fenicias y arameas y el equivalente semita del dios Zeus, Júpiter, pero modificado en Daniel a causa de la aversión judía por el nombre de una deidad pagana.
Aunque algunos difieren en cuanto al sentido preciso de la frase hebrea usualmente interpretada como “la abominación de desolación”, los eruditos cristianos están prácticamente unánimes en cuanto a su significado general. Suelen admitir, de hecho correctamente, que la expresión hebrea debe ser entendida como algún emblema idolátrico, cuya colocación traería consigo la ruina final del Templo de Jerusalén (1 |Mac. 1,57, 4,38). Y con este significado general en mente, ellos proceden a señalar el evento histórico entre la predicción de Nuestro Señor y la ruina del Templo (70 d.C.), la cual podría ser considerada como “la abominación de desolación” de la cual habla Mt. 24,15 y Mc. 13,14.
Pero aquí ellos están divididos de nuevo. Muchos estudiosos han pensado, y todavía piensan, que la introducción de los estandartes romanos a la Tierra Santa, y muy particularmente en la Ciudad Santa, poco antes de la destrucción del Templo, es el evento predicho por Nuestro Señor a sus discípulos como la señal para su huída de Judea. Es verdad que los estandartes eran venerados por los soldados y aborrecidos por los judíos como el emblema de la idolatría romana. Aun así ellos difícilmente pueden ser considerados como “la abominación de desolación” a que se refiere Mt. 24,15. El evangelista dice que esta “abominación” será erigida en el “lugar santo”, con la cual naturalmente se refiere al Templo (ver Dn. 9,27, donde la Vulgata dice: “estará en el Templo la abominación de la desolación”), y los estandartes romanos fueron realmente introducidos al Templo sólo después de que habían sido introducidos por Tito, eso, demasiado tarde para servir de aviso a los cristianos de Judea.
Otros estudiosos piensan que la profanación del Templo por los zelotes, quienes lo tomaron y lo convirtieron en su fortaleza poco antes de que Jerusalén fuera sitiada por Tito, es el evento predicho por Nuestro Señor. Pero esta opinión es comúnmente rechazada por la sencilla razón de que “la abominación de desolación” mencionada por Daniel y a la que se refiere el Evangelio según San Mateo, era algo ciertamente relacionado con el culto idolátrico.
Otros, finalmente, interpretan la advertencia de Nuestro Señor a sus discípulos a la luz de la historia de un intento de que su propia estatua fuese erigida y adorada en el Templo de Jerusalén. Los siguientes son los hechos principales de dicha historia. Cerca de 40 d.C., Cayo Calígula emitió un decreto perentorio ordenando la erección y culto de su estatua en el Templo de Dios. También designó a Petronio como gobernador de Siria, ordenándole ejecutar el decreto aun a costo de una guerra contra los judíos rebeldes. Tras lo cual los judíos en decenas de miles hicieron la afirmación ante el gobernador que ellos preferían ser asesinados antes que ser testigos de la profanación idolátrica de su sagrado Templo. Poco después Petronio le pidió a Calígula revocar su orden, y Agripa I, que vivía en Roma en ese entonces, convenció al emperador de no poner en vigor el decreto. Parece, sin embargo, que Calígula se arrepintió pronto de su concesión, y de no haber sido por su intempestiva muerte (41 d.C.) él hubiese erigido su estatua en Jerusalén. (E. Schurer, Historia de los judíos en tiempos de Cristo, I Div. II, 95-105; tr.).
En vista de estos hechos muchos estudiosos afirman que los cristianos primitivos fácilmente pudieron haber considerado la próxima erección de la estatua de Calígula en el Templo como el acto de abominación idolátrica que, de acuerdo a la profecía de Daniel 9,27, presagiaba la ruina de la Casa de Dios, y por lo tanto veían en ella el signo real dado por Cristo para su huída de Judea. Esta última interpretación de la frase “la abominación de desolación” no carece de sus propias dificultades. Aun así parece preferible a las otras que han sido expuestas por comentadores en general.
Fuente: Gigot, Francis. "The Abomination of Desolation." The Catholic Encyclopedia. Vol. 1. NewYork: Robert Appleton Company, 1907. 29 Jan. 2012 <http://www.newadvent.org/cathen/01046a.htm>.
Traducido por Lourdes P. Gómez. rc
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