domingo, 4 de octubre de 2015

John Dewey.


N. el 20 oct. 1859 en Burlington (Vermont) y m. el 1 jun. 1952 en Nueva York. Pedagogo y filósofo norteamericano, creador de la filosofía instrumentalista, basada en el pragmatismo, y defensor de una educación concebida como una experiencia continuada; sus doctrinas han influido decisivamente en importantes pedagogos del siglo actual y ha sido llamado el «padre de la educación renovada».
     
      Vida. Cursó sus primeros estudios en la Univ. de Vermont. Tras un paréntesis de docencia en una High School de Oil City (Pensilvania), ingresó en la Univ. Johns Hopkins (Baltimore), donde se doctoró. Fue profesor de Filosofía en las Univ. de Michigan y Minnesota, y desde 1894 en la de Chicago. En este último centro fundó, en 1896, la Elementary School, concebida como un laboratorio, y en la que estableció el método de proyectos. De 1902 a 1904 dirigió la School of Education, de la misma población. En 1905 pasó a enseñar Filosofía y Pedagogía en la Columbia University (Nueva York), donde continuó hasta su jubilación en 1929. Fue presidente de la American Psychological Association y miembro de diversas academias y asociaciones de todo el mundo. Varias universidades, como las de París, Oslo, etc., le nombraron doctor honoris causa de las mismas. Participó en la política de su país y fue una especie de embajador espiritual de los Estados Unidos de Norteamérica.
     
      Filosofía. D. concebía la filosofía como una teoría generalizada de la educación, y afirmaba que la filosofía es «una forma de pensar, que, como todo pensar, tiene su origen en lo que hay de incierto en la materia de la experiencia, que aspira a localizar la naturaleza de la perplejidad y a formar hipótesis que han de ser comprobadas en la acción (Democracia y educación, 2 ed. Buenos Aires 1953, 329).
     
      En su formación universitaria quedó influido profundamente por Hegel (v.) y por el pragmatismo (v.) de James y Peirce. De Hegel acepta que la realidad es un todo, pero, rechazando cualquier absolutismo, defiende que ese todo entraña incertidumbre y error, y piensa que la razón no es más que un medio para alcanzar una situación estable y segura. El hombre no se encuentra aislado de la naturaleza ni es ella misma; simplemente está en ella, pero la dinamicidad propia le obliga a intentar modificar la estructura de aquélla. Por tanto, la razón no puede ser más que una fuerza activa y no llegará a la contemplación, necesaria, más que en la parte final del proceso. En verdad, todo proceso de conocimiento es ese intento de modificación activa de la realidad, y de él surgen, como funciones o productos, la conciencia, el espíritu, el yo o la persona.
     
      La lógica es el instrumento adecuado para realizar tal proceso. Nos desarrollamos mediante el enfrentamiento continuo con situaciones problemáticas. Es ésta la unidad lógica de D., en la que distingue cinco momentos: 1, el planteamiento de la situación problemática; 2, la intelectualización del problema; 3, observación y experimentación; 4, reelaboración de hipótesis; 5, comprobación.
     
      Pedagogía. Esas etapas constituirán los cinco grados de la metodología educativa que propuso. En el primero, se dará a elegir al niño alguna experiencia actual. Después se hará una interrupción en la continuidad de la actividad. El tercer grado consiste en la revisión de los datos con que se puede contar. La formación de hipótesis para poder continuar la primera actividad será el cuarto paso. El término del proceso exige el someter la hipótesis elegida a la experiencia como prueba de la verdad.
     
      Viene a ser, pues, la educación para D. una reconstrucción continua de la experiencia. Pero no considera la experiencia con la acepción que tiene en el empirismo o en el pragmatismo, sino con dos matices ordenados y necesarios. Significa un intento, un ensayo, que después hay que experimentar. Experimentar en el sentido de verificar. Y basa esta teoría en la idea que tiene del interés como estimulador del esfuerzo. El niño debe estar interesado en su formación, y al mismo tiempo necesita realizar un esfuerzo para ir consiguiendo las sucesivas metas. Si separamos el interés del esfuerzo, o negamos con el uno al otro, estaremos negando el principio básico de toda enseñanza. Es necesario provocar el interés de tal forma que surja de él el esfuerzo, que lo provoque.
     
      Como él mismo dice en el prefacio a su obra Democracia y educación, su filosofía educativa «relaciona el crecimiento de la democracia con el desarrollo del método experimental en las ciencias, con las ideas evolucionistas en las ciencias biológicas y con la reorganización industrial». Con ello pretende reformar la enseñanza tradicional, de la que en distintos libros va mostrando los muchos vicios que tiene. Considera que la escuela es una entidad autónoma que debe tener fines propios. Porque los del maestro en aislado o, peor aún, los que imponen los organismos político-administrativos, son externos completamente al niño y, por tanto, no los puede aceptar más que por miedo a la autoridad, pero nunca los hará suyos. La educación es un proceso de desarrollo, algo dinámico. Nunca podrá tener, pues, un fin estático. Su auténtico fin debe ser el mismo que el del desarrollo. De esta forma habrá en el proceso la flexibilidad necesaria y se podrán renovar las experiencias.
     
      La escuela, para ser vital, para no considerar al niño como un adulto en pequeño, para mantener un interés constante, debe tender sencillamente a ayudar al niño a resolver sus problemas. Y sus problemas son los proyectos que constantemente se traza por sí solo. Son problemas de adaptación a la continuidad. Por ello, la educación estará en contacto con la comunidad o vendrá la escuela misma a ser una especie de comunidad. Allí, en torno al alimento, vivienda y vestido, necesidades básicas y primarias del niño, se irán renovando las experiencias. El alumno aprenderá a respetar el trabajo y valorará su contribución mediante el mismo a la comunidad. Aceptando espontáneamente estas bases se logrará una autodisciplina moral que le valdrá para cualquier momento de su vida. Los programas se construirán en la escuela y las materias no tendrán carácter disciplinario, sino que la información que encuentre el niño cuando la solicite se transformará en conocimientos. El taller, el jardín, el laboratorio o la cocina que debe haber en toda escuela forman parte de este proceso, y no significan que se piense en hacer cocineros, jardineros o mecánicos, sino que presentarán nuevas necesidades al niño y harán surgir las preguntas, y la correspondiente formación, de botánica, química o geografía, o cualquier otra materia.
     
      Valoración. Es el verdadero creador de la escuela activa, el hombre que renovó métodos anticuados y logró llevar a la práctica un giro copernicano de la pedagogía centrando sobre el niño, y no sobre el maestro, el proceso de la educación. Su nuevo programa escolar carece de unidad sistemática. Se equivoca al hacer de la escuela una comunidad que imite la comunidad de los mayores, pues es hacer del niño en el plano social un adulto en pequeño, lo cual había combatido tanto. Su filosofía instrumentalista no deja lugar para las verdades trascendentes, y ello significa no fundamentar la moral. No se ocupó de la religión porque no la podía hacer entrar en sus experiencias y la consideraba como un ente artificial provocador de conflictos innecesarios, individuales y sociales.
     
     
BIBL.: M. HALSEY THOMAS, A Bibliography of /ohn Dewey, 2 ed. Nueva York 1939; J. DEWEY, La experiencia y la naturaleza, México 1948; íD, Lógica. Teoría de la investigación, México 1950; La búsqueda de la certeza, México 1952; íD, Obras, Madrid 19261928, VIII vol.; íD, Pedagogía y Filosofía, ed. J. RATNER, Madrid 1930; íD, La ciencia de la educación, Buenos Aires 1948; íD, Experiencia y educación, Buenos Aires 1950; N. ABBAGNANO, Historia de la Filosofía, Barcelona 1955; E. BERTIM, Afirmaciones y negaciones en el credo pedagógico de 1. Dewey, «Educadores» 3, 1950; G. CORALLO, La pedagogía di G. Dewey, Turín 1950; E. CLAPARÉDE, La pedagogía de 1. Dewey, Neuchátel 1913; A. LATAix, La norma moral en 1. Dewey, Madrid 1964; J. MAÑACH, Dewey y el pensamiento americano, Madrid 1959; P. A. SHILPP, The philosophy of 1. Dewey, Evanston-Chicago 1939.

J. RUIZ BERRIO.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991

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