martes, 24 de noviembre de 2015

Profecía autocumplida.

Una profecía autocumplida o autorrealizada es una predicción que, una vez hecha, es en sí misma la causa de que se haga realidad.
Se pueden encontrar ejemplos de profecías que se autorrealizan en la literatura universal, ya en la antigua Grecia y en la antigua India, pero es en el siglo XX cuando la expresión es acuñada por el sociólogo Robert K. Merton, quien formalizó su estructura y sus consecuencias. En su libro Teoría social y estructura social, Merton da la siguiente definición:
La profecía que se autorrealiza es, al principio, una definición «falsa» de la situación que despierta un nuevo comportamiento que hace que la falsa concepción original de la situación se vuelva «verdadera».

Índice

Historia

El concepto de Robert K. Merton de profecía que se autorrealiza deriva del teorema de Thomas, que dice que:
if men define situations as real, they are real in their consequences. Si una situación es definida como real, esa situación tiene efectos reales.
En otras palabras, la gente no reacciona simplemente a cómo son las situaciones, sino también, y a menudo principalmente, a la manera en que perciben tales situaciones, y al significado que le dan a las mismas. Por tanto, su comportamiento está determinado en parte por su percepción y el significado que atribuyen a las situaciones en las que se encuentran, más que a las mismas. Una vez que una persona se convence a sí misma de que una situación tiene un cierto significado, y al margen de que realmente lo tenga o no, adecuará su conducta a esa percepción, con consecuencias en el mundo real.

Ejemplos

En la novela Traficantes de dinero de Arthur Hailey, se da un caso paradigmático de profecía autocumplida. Una campaña de activismo cívico para presionar a un banco comienza con los rumores (no necesariamente verídicos) de que ese banco está próximo a quebrar. La gente se dirige en masa a retirar sus depósitos alarmada por el rumor, de modo que el banco, por estas retiradas masivas de efectivo, comienza a acercarse de verdad a la quiebra profetizada por aquel rumor.
Otro ejemplo claro es el referido en el libro "Critica de la pasión pura", donde se narra el caso de un líder africano cuyo hermano murió en un accidente de tránsito:
Cuando era más joven, una bruja había predicho que él o bien su hermano iban a morir pronto. Antes de un mes, N. cayó enfermo y poco después su hermano tuvo un accidente automovilístico. Y murió. Cuando terminó su historia, N. me miró como un profesor que acaba de demostrar un teorema y mira a su alumno tratando de ver si ha comprendido. Con mi expresión más occidental, dije: «Bueno, ¿y dónde está la prueba?». Alguien que estaba a mi lado suspiró molesto; no era posible que alguien tuviese tantas dificultades para entender una prueba irrefutable. «Yo no veo la prueba -insistí-; lo único que veo es un crimen inducido». Creo que mis amigos optaron por cambiar de tema cuando notaron que los puntos de vista se habían radicalizado demasiado. Pero veámoslo desde un punto de vista psicológico, que si no es el mejor tampoco ha de ser peor que la interpretación mágica. Consideremos que, después de la revelación, tanto N. como su hermano debieron quedar muy perturbados; sobre todo porque ambos eran africanos de pura ley y muy susceptibles ante las palabras de una adivina con fama. La enfermedad de N. debió golpear directamente a su hermano, ya que eso indicaba quién sería el mortal aludido. ¿No es éste el mejor estado psicológico para que se produzca un accidente, real o involuntario?1

Referencias


  1. Crítica de la pasión pura. Cap. XIII. Obsesiones de la verdad.

Véase también

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