martes, 12 de abril de 2016

Ejemplo

Si la palabra ilumina, el ejemplo arrastra. Dios cuida de la educación del hombre, le da ejemplos que seguir, modelos que imitar.

AT.

Los caminos de Dios y los ejemplos humanos.

Dios se adapta a la debilidad de hombres que son a la vez hijos por formar y pecadores que reformar. Todavía no es posible proponerles imitar a aquel que, sin embargo, los creó a su imagen (Gén 1,26s), pues el modelo parecería inaccesible por razón de su trascendencia. Pretender ser como Dios es lo propio del pecador (Gén 3,5); el justo se aplica únicamente a responder a la llamada de su Creador caminando con él, es decir, viviendo en la rectitud perfecta que requiera su presencia (Gén 17,1; cf. 5,22; 6,9). Asimismo, en la prescripción divina: “Sed santos, porque yo soy santo”, se trata de dos santidades distintas: la de Dios, que es la trascendencia de su misterio, la del hombre, que es la pureza exigida por el culto divino y por la presencia del tres veces santo en medio de su pueblo (Lev 19,2; cf. Éx 29,45). Aquí no hay por tanto llamada a imitar a Dios. Sin embargo, la enseñanza de los profetas permite entrever que Dios prescribe al hombre seguir caminos por los cuales él mismo se complace en caminar (Jer 9,23; cf. Miq 6,8).
El pueblo hallará los ejemplos que necesita mirando a sus padres; juzgando el árbol por sus frutos, discernirá en sus actitudes lo que hay que imitar o que evitar; tenemos, por un lado, la fe y la fidelidad de Abraham (Gén 15,6; 22,12-16), y por otro la duda y la desobediencia de Adán y de Eva (Gén 3,4ss). La historia está llena de tales personajes, cuyo ejemplo ilumina y a los que los sabios hacen desfilar ante los ojos de sus discípulos (Eclo 44,16-49,16; cf. 1Mac 2,50-60). Los ancianos deben por tanto sentirse, como Eleazar, responsables del pueblo y especialmente de los jóvenes; tienen que dejar un ejemplo noble, aunque para ello tengan que morir mártires (2Mac 6, 24-31).

NT.

De los ejemplos humanos al modelo divino.

El NT evoca todavía el pasado: no hay que imitar a Caín, el homicida (Jn 3,12), ni a la generación desobediente del desierto (Heb 4,11), sino tomar como modelo la paciencia de los profetas (Sant 5, 10), la fe y la perseverancia de una nube de testigos de Dios (Heb 12,1). Por lo demás, los creyentes tienen tales testigos ante los ojos (Heb 6,12); imiten la fe de sus jefes (Heb 13,7) y la conducta de los que, como Pablo, son sus modelos (Flp 3,17). El Apóstol invita con frecuencia a los fieles a ser sus imitadores (1Cor 4,16; Gál 4,12), especialmente trabajando como él lo ha hecho para servir de ejemplo (2Tes 3,7ss). Sean los ancianos, como él, modelos (iTim 4,12; Tit 2,7; 1Pe 5,3), a fin de que sus comunidades sean a su vez ejemplos (1Tes 1,7; 2,14).
Pero para el creyente sólo hay un modelo perfecto, del que los otros no son más que un reflejo: Jesucristo. A Pablo mismo no hay que imitarlo sino porque él imita a Cristo (1Cor 4.16; 11,1). Tal es la novedad fundamental: gracias a Jesús, Hijo de Dios hecho hombre, el hombre puede imitar a su Señor (1Tes 1,6) y así imitar a Dios mismo (Ef 5,1). Jesús es, en efecto, la fuente y el modelo de esa fe perfecta que es confianza y fidelidad (Heb 12,2); al que cree en él le otorga ser hijo de Dios y vivir de su vida (Jn 1,12; Gál 2,20). Así el hombre puede ya imitar el ejemplo del Señor, seguir sus huellas en la vida de amor humilde que lo llevó a entregar su propia vida (Jn 13,15; Ef 5,2; 1Pe 2,21; 1Jn 2,16; 3,16); puede amar a sus hermanos como Jesús los ha amado (Jn 13,34; 15,12).
Ahora bien, Jesús los ha amado como el Padre le amó a él (Jn 15,9); imitar a Jesús es imitar al Padre; responder a nuestra vocación de hacernos conformes a Cristo (Rom 8, 29), perfecta imagen de su Padre (Col 1,15) es renovarnos a imagen de nuestro Creador (Col 3.10; cf. Gén 1,26s, cuyo sentido profundo y hasta entonces oculto es revelado por este paralelismo). Podemos y debemos ser santos como lo es nuestro Padre celestial (1Pe 1,15s, que cita a Lev 19,2, dándole un sentido nuevo); haciendo esto, respondemos a la orden misma de Jesús, que quiere que imitemos al Padre, su bondad perfecta (Mt 5,48) y su amor misericordioso (Lc 6,36; cf. Ef 4,32); si lo hacemos, día vendrá en que seamos semejantes al que hemos imitado, porque lo veremos tal ccmo es (1Jn 3,2).
JEAN RADERMAKERS y MARC-FRANÇOIS LACAN

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